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 La Abstinencia Del Alcohol

Desde sus comienzos, la denominación de las Asambleas de Dios ha estado claramente comprometida con la abstinencia de bebidas alcohólicas, una convicción muy arraigada en lo que la Biblia enseña acerca del abuso del vino, el consumo de bebidas fuertes y también el principio ético fundamental del amor a Dios y a otras personas. Además, no debe ignorarse la devastación obvia y bien publicidad que resulta del abuso del alcohol en muchos hogares y comunidades. A través de la historia de nuestra denominación, la proclamación del evangelio ha sido una fuerza poderosa para atraer a la dinámica fe en Cristo a personas adictas, liberándose y permitiendo que se abstengan de por vida de sus adicciones, y creando hogares, iglesias y comunidades más saludables.

Lamentablemente, cien años después de la fundación de nuestra fraternidad, el consumo de bebidas alcohólicas se ha difundido. Esto se debe en gran parte a una campaña publicitaria anual de miles de millones de dólares que ha llevado a cabo la industria del alcohol durante las últimas generaciones, promocionando así los placeres y los beneficios del consumo de alcohol. Los medios de entretenimiento también han tenido una función importante en la transformación de las actitudes del público a través de representaciones frecuentes y sofisticadas del consumo social de la bebida en el cine, en la televisión y otros medios de comunicación.

Algunas publicaciones de amplia difusión (que en el presente están siendo más y más desafiadas) han añadido una aparente legitimidad al consumo de alcohol, lo cual ha dado la impresión de que hay beneficios medicinales comprobados cuando se bebe de manera moderada. El vino en particular es promocionado como una bebida que hace bien al corazón. De ahí que el público pueda inferir que el consumo de alcohol no sólo es admisible, sino que también es justo y bueno beber con moderación para promover la buena salud.

A través del tiempo, el entorno de la iglesia ha sido muy afectado por estas influencias culturales dominantes. Las actividades regulares a las que asisten los creyentes cristianos      —eventos deportivos, fiestas del trabajo, reuniones sociales, encuentros de negocios, bodas y otros eventos— los exponen con frecuencia al alcohol.

Al aumentar la presión de participar en el consumo moderado de vino y otras bebidas alcohólicas, es imprescindible que la antigua posición de abstinencia de alcohol de las Asambleas de Dios sea reafirmada a la luz de las Escrituras y de la práctica social para dar un testimonio fiel a cada generación, y para continuar encarando los males sociales injustos y destructivos que dañan a las personas que Dios ama. Por donde se lo mire, el consumo y abuso de alcohol continúa afectando a muchas vidas y sociedades enteras alrededor del mundo.

 

Las bebidas alcohólicas modernas son más tóxicas

Puesto que las apelaciones a favor del consumo moderado de alcohol generalmente tienen como fundamento el uso de vino en la Biblia, es crucial e importante comprender las diferencias entre la producción y el consumo del vino en los tiempos bíblicos, y el consumo peligroso y engañoso de bebidas alcohólicas hoy. Cualquier estudio del consumo de bebidas alcohólicas en la Biblia debe reconocer que hay poca correspondencia directa con las bebidas alcohólicas de hoy. Hay varias diferencias bien marcadas: (1) el vino del tiempo bíblico por lo general tenía menos cantidad de alcohol, (2) el vino de la antigüedad comúnmente se diluía antes de consumirse, (3) las uvas eran un ingrediente básico de la vida agraria y el comercio del mundo antiguo, requiriendo así la preservación del jugo de la vid, y (4) el proceso de destilación para los licores aún no se había desarrollado por completo.

Se calcula que los vinos en los tiempos bíblicos tenían una graduación alcohólica del 7 al 10 por ciento.1 Por el contrario, las empresas cerveceras y destilerías modernas producen vinos de mesa, vinos fortificados y licores que suelen tener el 14 por ciento de alcohol, del 18 al 24 por ciento, y del 40 al 50 por ciento respectivamente. La destilación, que ahora produce bebidas alcohólicas con un contenido de alcohol del 40 por ciento o más, no se inventó hasta la Edad Media. Por lo tanto, las bebidas alcohólicas fuertes como se conocen y se consumen hoy en día no era lo que se conocía en los tiempos bíblicos.

Tanto los griegos como los judíos de la antigüedad escribieron acerca del vino diluido para evitar la embriaguez. Beber vino “puro” se consideraba barbárico en la cultura griega. Proporciones de 20:1 en la Odisea de Homero y de 8:1 en la Historia natural de Plinio probablemente no eran la norma; lo común era una mezcla de 2:1 o 3:1.2 La Misná, que forma parte del Talmud, señala una proporción de 3:1 de dilución.3 Muchos de los primeros padres de la iglesia y la Biblia misma aluden a la práctica de diluir el vino.4 Con una dilución típica de 3:1, el vino en los tiempos bíblicos habría oscilado entre la graduación alcohólica de 2 al 2,75 por ciento. Según los patrones legales de hoy, una bebida debe tener una graduación de alcohol del 3,2 por ciento antes de ser clasificada como bebida alcohólica. Resulta claro que el vino que se consumía en los tiempos bíblicos no era tan fuerte como las bebidas alcohólicas modernas. Las referencias bíblicas e históricas de mezclar o diluir el vino no comprueban que todas las personas diluían el vino siempre, pero las referencias sí muestran que era una práctica común.

La ciencia médica estaba en una fase embrionaria y el vino, con su leve graduación alcohólica, tenía numerosas aplicaciones medicinales. Por ejemplo, en la parábola del buen samaritano, el viajero herido fue tratado con “vino y aceite” (Lucas 10:34).5 Las propiedades curativas y antisépticas del vino es probable que se reflejan en las admoniciones de Pablo a Timoteo: “No sigas bebiendo sólo agua; toma también un poco de vino [oinos] a causa de tu mal de estómago y tus frecuentes enfermedades” (1 Timoteo 5:23).

Las uvas y el vino que producían éstas eran un producto básico de la antigua vida agraria, y proporcionaban alimento y bebidas más saludables y agradables, además de ser una fuente de ingreso importante. Eran prácticamente una necesidad indispensable en la vida antigua. En comparación, las bebidas alcohólicas de hoy son una bebida recreativa opcional, y de ninguna manera una necesidad y, lamentablemente, son mucho más fuertes y adictivas. Es falaz a nivel histórico y hermenéutico sugerir que el uso del vino en los tiempos bíblicos justifica el consumo de bebidas alcohólicas mucho más fuertes en la actualidad.

 

Otras consideraciones hermenéuticas

Dado que las Escrituras no siempre son específicas a la hora de responder a preguntas modernas, no es de sorprender que indagaciones sinceras resulten en conclusiones contradictorias. Las reglas fundamentales para interpretar lo que la Biblia dice suponen la formulación de preguntas básicas: ¿Qué les quiso decir el autor bíblico a sus lectores? ¿Cómo interpretaron los primeros lectores las palabras del autor? ¿Qué oye el lector moderno de la Biblia en nuestro contexto actual, y cómo deberían aplicarse hoy los temas y principios escriturales?

Hay al menos tres perspectivas posibles que ayudan a definir la conexión entre las culturas bíblicas y las nuestras en lo que respecta a las reglas que gobiernan el comportamiento. Primero, cuando una pregunta aborda asuntos fundamentales y eternos con claridad, la respuesta bíblica puede ser muy explícita. Por ejemplo, la Biblia prohíbe terminantemente el adulterio: “No cometas adulterio” (Éxodo 20:14). La tarea de comprender esta regla bíblica con respecto a las relaciones sexuales fuera del matrimonio en las culturas y los tiempos no bíblicos no es difícil. En otras palabras, cuando una pregunta moderna es también una pregunta antigua a la que la Biblia responde de manera directa, la aplicación a la respuesta es más fácil.

Segundo, cuando el asunto está vinculado a una pregunta relativamente nueva, puede ser un gran desafío encontrar referencias bíblicas de peso para establecer normas modernas. Por ejemplo, fumar cigarrillos tradicionalmente ha sido considerada una práctica pecaminosa por los pentecostales. A falta de prohibiciones bíblicas directas, el argumento contra el tabaco se basaba por lo general en temas relacionados, tales como “el cuerpo es el templo del Espíritu Santo”, o bien, las adicciones son “deseos de la carne” que deben vencerse, o “la libertad en Cristo” significa la liberación de los malos hábitos. Cualquiera o todos de estos argumentos pueden ser válidos, pero no hay una clara regla bíblica que diga “No fumes”. Cuando se hace una pregunta acerca de una práctica que no se aborda específicamente en las Escrituras, la guía puede encontrarse en los temas o principios generales que se sostienen en la Biblia. Irónicamente, la cultura contemporánea que suele citar los problemas de salud y que ha rechazado en gran parte el uso del tabaco por lo general ignora el peligro del consumo del alcohol.

Tercero, surge una situación más compleja cuando se busca dirección acerca de una práctica que la Biblia toca de muchas maneras pero respecto a la cual no ofrece un claro precepto o una directiva moral. Por ejemplo, la Biblia hace muchas referencias al vino y a otras bebidas alcohólicas, algunas parecen aprobar el consumo de alcohol mientras que otras parecen desaprobar. Las posiciones contradictorias se desarrollan cuando los grupos que hacen la pregunta moderna seleccionan información bíblica de interés actual que parece apoyar sus predisposiciones, y luego concluyen de manera subjetiva que su punto de vista es la respuesta bíblica y, por lo tanto, una guía universal que se ha de observar. Lamentablemente, a veces se dejan de lado los principios exegéticos y hermenéuticos de interpretación de la Biblia a causa de presuposiciones que se sostienen con fuerza. Frente a las conclusiones contrapuestas en base a los textos bíblicos, es necesario hacer referencia a los principios y valores bíblicos más generales para encontrar dirección.

 

 

Los problemas de los idiomas bíblicos

Puesto que por lo general usamos traducciones de la Biblia es importante examinar las palabras originales hebreas y griegas pertinentes para entender mejor la naturaleza y el uso del vino y otras bebidas alcohólicas en los tiempos bíblicos.

En el Antiguo Testamento, se utilizan once palabras hebreas que se traducen como “vino”. Siete de ellas se utilizan sólo una vez, y dos se usan unas cinco veces cada una. Las dos palabras hebreas más comunes son yayin (141 veces) y tirosh (38 veces). Los léxicos hebreos 6 describen yayin como una bebida común para refrescarse. Por lo general, denota el vino fermentado, y se lo asocia a menudo con la embriaguez. A los nazareos, se les prohibía consumir yayin (Números 6:2-4), como también a los sacerdotes mientras servían en el tabernáculo (Levítico 10:9). Aunque el yayin a veces se usaba en las celebraciones, la Biblia también advierte de sus consecuencias.

El término tirosh se define como “vino nuevo o fresco, mosto,7 jugo de la vid”, y la mayoría de versiones de la Biblia en español suelen traducirlo como “mosto” o “vino nuevo” (“mosto”: LBLA, RV60; “vino nuevo”: NVI, NBD, NTV). De las 38 veces que se usa la palabra, 20 son utilizadas en conexión al grano y el aceite, indicando fertilidad, productividad y bendición (Proverbios 3:10; Isaías 65:8; Joel 2:24). Aunque tirosh en algunos casos puede indicar el vino fermentado que resulta del jugo fresco de la vid, el término no está asociado con la embriaguez (con la posible excepción de Oseas 4:11, donde yayin está acompañado de tirosh). Tanto en el caso de yayin como en el de tirosh, el contexto determina si la bebida está fermentada o no.

Un tercer término hebreo que usa la Biblia para referirse a una bebida alcohólica es shekar (22 veces). Aunque shekar puede traducirse como “vino”, se traduce con más frecuencia como “sidra”, “licor” o “cerveza”. Shekar puede referirse a cualquier bebida alcohólica hecha del grano o de la fruta. Aparece comúnmente junto a yayin y es una bebida alcohólica fuerte, tanto en contenido de alcohol como en sabor. Beber shekar es casi siempre condenado en la Escritura, excepto cuando se usa para calmar el dolor en el caso de una enfermedad terminal (Proverbios 31:6). Aquellos que están a favor del consumo de bebidas alcohólicas con moderación sugieren que Deuteronomio 14:26 es una referencia aparentemente positiva del consumo de bebidas alcohólicas (shekar). El pasaje está vinculado con los diezmos aplazados hasta la visita festiva al tabernáculo. En tal caso, se permitía a los israelitas canjear su diezmo por dinero para facilitar el viaje y luego comprar “vino” (yayin) y “bebida fermentada” (shekar) para sus fiestas en sus lugares respectivos; sin embargo, el énfasis de la Escritura sugiere que en esa instancia la bebida alcohólica sería derramada como una ofrenda y no consumida, como se describe en Números 28:7.8
El término griego principal traducido como “vino” en el Nuevo Testamento es oinos (34 veces). La Septuaginta (el Antiguo Testamento pre-cristiano en griego) usa oinos para traducir tanto yayin (vino fermentado) como tirosh (jugo de la vid no fermentado). Por lo tanto, el contexto de los diversos pasajes de la Septuaginta determina si oinos debe interpretarse como vino fermentado o no fermentado. Al jugo de la vid no fermentado, o en las primeras etapas de fermentación, se lo identifica en los Evangelios como “vino nuevo” (oinos neos) (Mateo 9:17; Marcos 2:22; Lucas 5:37).9 Gleukos, citado una vez (Hechos 2:13), se refiere a “un vino nuevo dulce en el proceso de fermentación”.10 Sikera, que también se usa una vez (Lucas 1:15), es “una bebida alcohólica hecha del grano”.11 Oxos, traducido como “vino amargo” o “vinagre” se encuentra seis veces en los relatos de la crucifixión.12

 

Pasajes representativos de la Escritura

Aunque no es posible aquí explorar las más de 200 referencias al vino o la bebida alcohólica, algunos pasajes representativos nos darán una idea de la enseñanza de la Escritura.

El Antiguo Testamento

El vino suele describirse favorablemente en versículos tales como el Salmo 104:14–15: “Haces que crezca la hierba para el ganado, y las plantas que la gente cultiva para sacar de la tierra su alimento: el vino [yayin] que alegra el corazón, el aceite que hace brillar el rostro, y el pan que sustenta la vida”. Este tema también se encuentra en otro lugar, por ejemplo: “Que Dios te conceda el rocío del cielo; que de la riqueza de la tierra te dé trigo y vino [tirosh] en abundancia” (Génesis 27:28). Además, “honra al Señor con tus riquezas y con los primeros frutos de tus cosechas. Así tus graneros se llenarán a reventar y tus bodegas rebosarán de vino nuevo [tirosh]” (Proverbios 3:9–10). El vino, junto con otras provisiones naturales, era evidencia de la bendición y el favor de Dios. En este contexto, “el vino que alegra el corazón” refleja el gozo que acompaña a una cosecha abundante, y no el efecto de embriaguez causado por el alcohol, como se evidencia en las expresiones similares acerca del aceite y el vino (el contexto es de alimento, y no de una bebida que embriaga).

Sin embargo, el Antiguo Testamento también muestra que estas bebidas alcohólicas pueden tener un efecto devastador. El vino suele alterar el buen juicio de la persona. “El vino [yayin] lleva a la insolencia, y la bebida embriagante [shekar] al escándalo; ¡nadie bajo sus efectos se comporta sabiamente!” (Proverbios 20:1). De manera similar, “No conviene que los reyes… se den al vino [yayin], ni que los gobernantes se entreguen al licor, no sea que al beber se olviden de lo que la ley ordena y priven de sus derechos a todos los oprimidos. Dales licor a los que están por morir, y vino a los amargados; ¡que beban y se olviden de su pobreza! ¡que no vuelvan a acordarse de sus penas!” (Proverbios 31:4–7). En este texto, los gobernantes deben evitar la bebida alcohólica y, por inferencia, los efectos embriagantes que alteran el juicio se aplicarían a todas las personas. Los versículos también nos recuerdan que otros con frecuencia son lastimados cuando uno consume alcohol.

Beber alcohol sin duda puede tener consecuencias trágicas. “¿De quién son los lamentos? ¿De quién los pesares? ¿De quién son los pleitos? ¿De quién las quejas? ¿De quién son las heridas gratuitas? ¿De quién los ojos morados? ¡Del que no suelta la botella de vino [yayin] ni deja de probar licores! No te fijes en lo rojo que es el vino [yayin], ni en cómo brilla en la copa, ni en la suavidad con que se desliza; porque acaba mordiendo como serpiente y envenenando como víbora” (Proverbios 23:29–32). Aquí definitivamente se tiene en cuenta la bebida que embriaga y, al dar una descripción detallada de una bebida alcohólica, el escritor no sugiere que deba consumirse con moderación.

El Nuevo Testamento

Como se notó antes, el vino se menciona con mucho menos frecuencia en el Nuevo Testamento que en el Antiguo Testamento. En los Evangelios, la palabra oinos se encuentra 21 veces, pero se encuentra en 13 versículos, y la mayoría son versículos paralelos en dos de los Evangelios, y a veces tres. Estos pasajes reflejan la viticultura y el consumo del vino en las sociedades del primer siglo, lo cual había cambiado poco desde los tiempos del Antiguo Testamento. Por lo general, describen acciones tales como la abstinencia de vino de Juan el Bautista (Lucas 1:15; 7:33), el rechazo de Jesús en la cruz de beber vino mezclado con hiel o mirra (Mateo 27:34; Marcos 15:23), el uso antiséptico mencionado en la parábola del buen samaritano (Lucas 10:34), y la referencia frecuente de Jesús acerca del vino nuevo que rompe los odres viejos  (Mateo 9:17; Marcos 2:22; Lucas 5:37–38), que sin duda era una perogrullada acerca de la producción de vino y de su almacenamiento en ese tiempo. La impresión global es la de una sociedad agraria que utilizaba el fruto de los viñedos, ya que cumplían un papel crucial en la vida y el comercio. Y, como se documenta con frecuencia en los escritos de la época, el vino que se consumía normalmente estaba bastante diluido.

Casi un tercio de las referencias a oinos están concentradas en el relato del milagro en Caná, donde Jesús transformó el agua en vino (seis veces en Juan 2:3, 9, 10; 4:46). Este milagro, la primera “señal” en el Evangelio de Juan, consistió en que Jesús cambió manifiesta e instantáneamente el agua potable en grandes cantidades de lo que el maestresala de la fiesta de boda, que no sabía de dónde había venido, juzgó como el “mejor” (kalos) vino. El texto no dice nada acerca del significado de oinos en el pasaje de Juan 2. Creemos que la interpretación contextual general es que Jesús no habría creado un producto que fuera perjudicial para los invitados de la boda.

Las narraciones de la última cena (Mateo 26:17–30; Marcos 14:12–26; Lucas 22:7–38; Juan 13) también se consideran textos importantes en el estudio del consumo de vino en los Evangelios. Así como otros judíos observantes, Jesús participó y bebió de la copa que se pasaba en esas celebraciones tradicionales de la pascua. Noten la descripción que hace Marcos del evento: “Les aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid [tou genēmatos tēs ampelou] hasta aquel día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios” (Marcos 14:25). En esta instancia, en vez utilizar el término habitual para vino (oinos), la frase “el fruto de la vid” es consecuente con las prohibiciones contra la levadura o la fermentación durante la semana de la pascua (Éxodo 12:15,19–20; 13:7).

Todas las referencias que hacen los Evangelios al vino son relatos históricos de eventos o dichos que los autores fueron inspirados a incluir en sus escritos. Aunque los Evangelios reflejan prácticas de la época, no hay mandamientos de Jesús que enseñen a sus seguidores a beber vino (a menos que sus instrucciones de repetir la última cena se tomen así [Lucas 22:17–20; 1 Corintios 11:25–26]).

Sorprendentemente, hay muy pocas referencias al vino en las epístolas del Nuevo Testamento. Oinos se encuentra sólo cinco veces en las epístolas paulinas y en las epístolas generales (Romanos 14:21; Efesios 5:18; 1 Timoteo 3:8; 5:23; Tito 2:3), y luego hay ocho menciones en el Apocalipsis (6:6; 14:8,10; 16:19; 17:2; 18:3,13; 19:15). Sólo una de estas trece referencias afirma el uso del vino: la instrucción de Pablo a Timoteo de “no sigas bebiendo sólo agua; toma también un poco de vino a causa de tu mal de estómago y tus frecuentes enfermedades” (1 Timoteo 5:23). En este caso, se recomienda beber oinos con fines medicinales, puesto que Timoteo claramente se había abstenido del oinos y había bebido sólo agua (la cual es posible que hubiera estado contaminada). Todas las demás referencias en las epístolas son advertencias, por ejemplo, el mandato que Pablo da a los efesios: “No se emborracha con vino, que lleva al desenfreno” (5:18a). Lo alarmante en el Apocalipsis es que, además de otras dos referencias neutrales al vino como vendimia (6:6) o cargamento (18:13), éste se usa metafóricamente para el pecado del hombre o para la ira escatológica final de Dios.

También es llamativo el alcance semántico de los términos que se usan en el Nuevo Testamento para expresar los riesgos y excesos del vino. Hay ocho palabras diferentes que tienen que ver con la “borrachera” que se encuentran veinte veces en el Nuevo Testamento,13 a veces junto a oinos, como correlativa (así como en Efesios 5:18), pero a menudo separadas, para denotar la condición vergonzosa de comportamiento que se atribuye al exceso de vino. De este modo, Jesús advirtió: “Tengan cuidado, no sea que se les endurezca el corazón por el vicio, la embriaguez [methē] y las preocupaciones de esta vida” (Lucas 21:34). Pablo advirtió que “ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos [methusos], ni los calumniadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios” (1 Corintios 6:10). Pedro expresa de manera radical su preocupación en las epístolas generales: “Pues ya basta con el tiempo que han desperdiciado haciendo lo que agrada a los incrédulos, entregados al desenfreno, a las pasiones, a las borracheras [oinofyta], a las orgías, a las parrandas y a las idolatrías abominables” (1 Pedro 4:3). Sin duda, ni Jesús ni los apóstoles dieron por sentado que todas las personas caerían en estas categorías; sin embargo, en ese tiempo, así como ahora, el abuso de alcohol era la causa de sufrimientos que los cristianos debían evitar y tratar de reducir.

Los Hechos y las epístolas del Nuevo Testamento no profundizan en el uso del vino en las primeras iglesias, pero sí expresan muchísima cautela acerca de la potencialidad de su abuso. Pablo reprende con severidad a algunos de los creyentes corintios que se emborrachaban en sus fiestas fraternales, en las que se celebraba la Cena del Señor (1 Corintios 11:20–21). En la Epístola a los Efesios, ordena enfáticamente: “No se emborracha con vino [oinos], que lleva al desenfreno. Al contrario, sean llenos del Espíritu” (5:18).

Algunos han pensado que la admonición previa que Pablo da a Timoteo, “no sigas bebiendo sólo agua; toma también un poco de vino [oinos] a causa de tu mal de estómago y tus frecuentes enfermedades” (1 Timoteo 5:23), concede el sello de aprobación para beber con moderación. Sin embargo, como se señaló, el consejo de Pablo era una recomendación para uso medicinal. Timoteo sin duda estaba bebiendo agua del lugar u otros líquidos sin alcohol (posiblemente contaminados). El hecho de que Pablo le sugiriera que tomara un poquito de vino por causa de su estómago indica sin duda que el uso regular del vino no era parte de su estilo de vida.

 

Algunas conclusiones básicas

El compromiso histórico de las Asambleas de Dios con la abstinencia está bien fundamentado desde el punto de vista bíblico y ético. Este escrito ha demostrado la perspectiva muy negativa de las Escrituras de lo que el texto define claramente como una bebida con alto contenido de alcohol. La bebida más fuerte posible en tiempos bíblicos no era un vino fortificado moderno con un 14 al 20 por ciento de contenido alcohólico, ni mucho menos bourbon o tequila, con un 40 a 50 por ciento de contenido alcohólico, sino una cerveza o un vino fermentado naturalmente, con un máximo contenido alcohólico posible de 10 al 11 por ciento. La palabra hebrea shekar se utilizaba para referirse a una bebida con alto contenido de alcohol, y significaba “bebida fuerte”. La palabra hebrea para vino (yayin) también podría utilizarse para identificar ese estilo de bebida cuando se combinaba con shekar, o cuando claramente había una referencia al contenido de alcohol (Proverbios 20:1; 23:29–33; 31:4–7). Las advertencias en la Escritura podían observarse con cuidado a través de un proceso común en el que se diluía el vino fermentado, lo cual podría producir una bebida que se categorizan como sub alcohólica según los parámetros de hoy. Es imprescindible notar que el vino o el licor más suave a disposición hoy en día tiene más contenido alcohólico que una “bebida fuerte” de los tiempos bíblicos; por lo tanto, podríamos presentar un argumento sólido en contra del consumo moderado de las bebidas alcohólicas modernas.

Todos están de acuerdo en que la embriaguez siempre se condena en las Escrituras. Las historias bíblicas de Noé y sus hijos (Génesis 9:20–27) y de Lot con sus hijas (Génesis 19:30–38) muestran de manera vívida que la borrachera con frecuencia lleva a fines trágicos. Dios pronuncia una sentencia contra aquellos que buscan la embriaguez, y que beben vino hasta experimentar una fuerte borrachera (Isaías 5:11, 22). Además, el apóstol Pablo incluye la embriaguez en su enumeración de las “obras de la carne” y declara que la embriaguez impedirá que alguien herede el reino de Dios (Gálatas 5:19–21; 1 Corintios 6:9–10). Le recuerda a los creyentes en Corinto que algunos de ellos eran borrachos antes de que Cristo los limpiara y justificara, lo cual implica que tal conducta debe abandonarse cuando uno recibe la salvación (1 Corintios 6:11). El apóstol Pedro contrasta la nueva vida en Cristo con andar con otros en los excesos de su “mala vida” (1 Pedro 4:3–4). La embriaguez nunca contó con la aprobación de Dios, y siempre es un resultado potencial del consumo de alcohol.

Éstos son los peligros específicos inherentes al alcohol, contra el cual la Biblia da una advertencia clara. El alcohol tiende a alterar el juicio de la persona (Proverbios 31:4–5), con frecuencia trae lamento, pesar y pleitos (Proverbios 23:29) y puede causar daño físico (Proverbios 23:29, 35). Puede reducir las inhibiciones de la persona, lo cual conduce a una conducta vergonzosa, a hablar sin cuidado alguno, a la promiscuidad y la violencia (Proverbios 20:1; Isaías 5:11; Romanos 13:13). El alcohol es un burlón, un engañador que hace que las personas se extravíen. Se desliza suavemente, pero “acaba mordiendo como serpiente y envenenando como víbora” (Proverbios 23:31–32). Es tan engañoso que al principio la persona posiblemente no note el daño que le está haciendo (Proverbios 23:35).

Si bien las Escrituras relatan con aprobación la historia de diversos individuos y grupos que se abstuvieron del alcohol, establecen un patrón incluso más elevado para los líderes espirituales (Jueces 13; Jeremías 35). La prohibición clara dirigida a los sacerdotes del Antiguo Testamento de no beber alcohol mientras servían en el tabernáculo o templo (Levítico 10:8–9), y el voto nazareo de no beber vino (Jueces 13), la tradición de los recabitas (Jeremías 35) y los ejemplos de Juan el Bautista y Timoteo tienen un significado espiritual profundo para los líderes cristianos de hoy en día.

La abstinencia es pertinente para todo el sacerdocio de creyentes: aquellos que participan en el santo llamado al ministerio, que asumen la responsabilidad especial de dar el ejemplo. Cuando Pablo instruyó a sus compañeros de trabajo, Timoteo y Tito, respecto al nombramiento de ancianos, enfatizó a ambos que los líderes cristianos “no deben ser borrachos” (1 Timoteo 3:3; Tito 1:7). El sustantivo griego que utiliza Pablo es parisinos, el cual denota a alguien que “bebe vino en exceso” y, que por consiguiente, es “adicto al vino” o un “borracho”.14 Resulta obvio que ésta es un área en la cual el líder cristiano debe ejercer gran disciplina, y dar un buen ejemplo a seguir para todos los creyentes e inspirar respeto en quienes no son creyentes.

 

La moderación: Una norma indefinida

La moderación con frecuencia se recomienda como una respuesta contemporánea apropiada y deseable ante la descripción bíblica del consumo de vino. Sin embargo, el Nuevo Testamento no promueve beber con moderación. Tampoco explica cómo uno puede saber cuándo alguien bebe con moderación. No hay ninguna definición universal de la moderación y, por lo tanto, el término es muy subjetivo. Lo que una persona considera moderado, otra persona tal vez lo vea como beber en exceso. Para ilustrar la incertidumbre en torno a este asunto, una definición basada en investigaciones y comúnmente aceptada de beber con moderación lo describe como beber hasta 12 o 14 bebidas por semana para los hombres (9 para las mujeres) e incluye una concentración de alcohol en la sangre del 0,055.15

Incluso en el caso de una práctica de moderación bien intencionada y más disciplinada, cada persona tiene una reacción diferente al alcohol. Aunque el límite legal de ingesta de alcohol es una concentración de alcohol en la sangre del 0,08, varios síntomas de pérdida de facultades pueden ser notorios en el caso de una concentración de alcohol en la sangre tan baja como el 0,02.16 El alcohol tal vez sea la bebida predilecta a nivel social, pero también es la más adictiva. El Centro de Salud Pública de las Fuerza Naval y Marina de los Estados Unidos señala lo siguiente: “El alcoholismo no se define en base a lo que uno toma, a cuándo uno lo toma o incluso a la cantidad que uno toma. Lo que determina que es un problema son los efectos de beber alcohol”.17 Una persona tal vez consuma alcohol muchas veces sin que haya efectos adversos aparentes; y otra persona tal vez tenga una sobredosis o se vuelva adicta después de tan sólo unas pocas bebidas.

Uno también debería tener en mente la propensión genética hacia el alcoholismo que heredan algunos. El Instituto Nacional contra el Abuso del Alcohol y el Alcoholismo (NIAAA, por sus siglas en inglés) declara que, aunque haya varios factores en juego, “los genes son responsables de alrededor de la mitad del riesgo de alcoholismo”.18 El individuo que bebe con moderación es ingenuo, dado que no reconoce el riesgo de adicción que corren él y aquellos a quienes influencia. Nadie tiene la intención de convertirse en alcohólico. Sin embargo, dado que no hay una definición fiable de lo que es moderación en la Escritura o en cualquier otro lado, y dado que no hay un conocimiento definitivo de la tolerancia que cada persona tiene del alcohol, es posible que alguien fácilmente pase de beber con moderación a beber en exceso. Según se informa, 51 por ciento de los estadounidenses adultos beben con regularidad 19 y más de 38 millones se dan una hartada de licor unas cuatro veces al mes 20 (sin contar el rápido crecimiento demográfico de bebedores que son menor de edad). Hay pocos, si es que hay algunos, que haya comenzado a beber pensando en los problemas que tendrá, pero el consumo de alcohol sin duda puede tornarse en una pendiente resbaladiza.

 

La libertad cristiana y la “moderación”

Aquellos que abogan por la moderación con frecuencia lo hacen en nombre de la libertad cristiana. Sin embargo, el apóstol Pablo nos recuerda dos veces que, aunque todo nos es permitido, no todo conviene o es beneficioso (1 Corintios 6:12; 10:23). Nuestra elección de llevar a cabo una acción no debe basarse simplemente en el hecho de que se permita, sino en si esa acción edifica o no (1 Tesalonicenses 5:11). Algunos creyentes de Corinto pensaban que eran espirituales porque, según ellos mismos, tenían cierto conocimiento que todos los creyentes debían tener como fundamento de su conducta cristiana. Pensaban que tal conocimiento “edificaba”. Sin embargo, Pablo les dijo que a veces el conocimiento “envanecía” y destruía a otros. En vez de ser algo espiritual, conducía a un orgullo pecaminoso. La ética cristiana del amor siempre “edifica”, busca el bienestar de otros (1 Corintios 8:1–11; Filipenses 2:1–5). Sin embargo, el que demuestra ese amor también es edificado. La verdadera libertad cristiana ha experimentado el gozo de “preferirse unos a otros” cuando de la honra se trata (Romanos 12:10). La libertad cristiana es la libertad para hacer lo bueno y mostrar madurez espiritual.

 

El amor por la familia

El amor subyace y energiza la vida familiar. El amor sacrificial de Cristo establece las pautas para la vida llena del Espíritu, y aconseja Pablo a la persona cabeza de las familias sobre cómo aplicar ese amor a su relación con sus parientes (Efesios 5:19 a 6:9). En un texto posterior, agregó que los creyentes “aprendan primero a cumplir sus obligaciones con su propia familia y correspondan así a sus padres y abuelos, porque eso agrada a Dios” (1 Timoteo 5:4).

En especial los hijos, que con frecuencia experimentan la presión de sus pares para experimentar con el alcohol desde su preadolescencia, necesitan como contrapeso la presencia amorosa de sus padres, que tienen “la mayor influencia sobre sus decisiones acerca del alcohol”.21 Según se informa, “en los hogares en que los padres son bebedores sociales, 66 por ciento de los hijos experimentaron con alcohol antes de la edad adulta”.22 En las familias en que los padres son alcohólicos, los hijos tienen mucha más probabilidad de sufrir abuso y ellos mismos tienen cuatro veces más probabilidad de convertirse en alcohólicos.23 Asimismo, hay estudios que indican que uno de cada cuatro menores de edad que comienzan a consumir cualquier sustancia adictiva, incluso el alcohol, se vuelven adictos antes de los 18 años de edad.24 Los niños son mucho más propensos a seguir nuestro ejemplo que solo nuestros consejos acerca del consumo de alcohol.

 

El amor hacia nuestros hermanos y hermanas en Cristo
“Más vale no comer carne ni beber vino, ni hacer nada que haga caer a tu hermano” (Romanos 14:21). En sus cartas a las iglesias en Roma y Corinto, el apóstol Pablo escribe casi tres capítulos para explicar que, aunque los creyentes tal vez tengan una comprensión personal de las cosas que son lícitas ante Dios, no deben permitir que esa comprensión haga tropezar o caer a otros hermanos y hermanas (Romanos 14, 15; 1 Corintios 8). Las circunstancias y asuntos que se abordaron en la época de Pablo tal vez difieran un poco de las nuestras, pero el principio del amor sacrificial y la preocupación por nuestros hermanos y hermanas en Cristo permanece. Muchas personas de nuestras congregaciones se ofendería si alguien bebiera con moderación, puesto que creen que tomar bebidas alcohólicas es pecado. Otros tal vez corran peligro al seguir el ejemplo de un creyente respetado que bebe con moderación, dado que es posible que se torne en algo involuntariamente dañino y destructivo para ellos. Y otros tal vez se sientan lastimados porque la práctica de la moderación tal vez haga que su propia lucha con el alcohol se vuelva más desafiante. El amor siempre tiene precedencia sobre la preferencia de alguien, dado que todavía somos guardas de nuestros hermanos.

 

El amor hacia la Iglesia

“Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz” (Efesios 4:3). Desde sus inicios, la Iglesia ha hecho hincapié en la unidad (Hechos 2). Algunas de las palabras más duras de la Escritura fueron escritas respecto de aquellos que causan disensión y divisiones entre creyentes a raíz de sus propios deseos (Romanos 16:17–18). El apóstol Pablo, al lidiar con un asunto polémico en la iglesia de Corinto, reconoció los diversos puntos de vista, pero señaló como directriz la tradición establecida de la iglesia respecto de ese punto en particular (1 Corintios 11:16). En ese mismo contexto, reprochó con severidad a los corintios por su abuso de la ingesta desdeñosa de comida y alcohol, la cual estropeaba la observancia de la cena del Señor y conduce al descuido y la privación de los demás miembros de la iglesia (11:21).

La Iglesia se ocupa de asuntos eternos. Somos parte de una fraternidad eclesiástica con una tradición de más de un siglo de abstinencia de alcohol, que se ha basado en las Escrituras y en la experiencia práctica. Olvidamos fácilmente que numerosos convertidos entre nosotros han sido librados de manera drástica del alcoholismo y de sus consecuencias atroces, tanto para ellos como para su familia. “Por lo tanto, esforcémonos por promover todo lo que conduzca a la paz y a la mutua edificación” en vez de perturbar la obra de Dios por causa de una preferencia personal (Romanos 14:19–20).

 

El amor por la sociedad

El segundo mandamiento deriva directamente del primero, del amor hacia Dios, y es: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:31). Los seguidores de Cristo deben ser “sal” y “luz” en el mundo (Mateo 5:13–16). Por lo tanto, la Palabra de Dios nos recuerda muchas maneras en que también debemos trabajar a favor de una sociedad justa y sana. Pablo enseñó: “Siempre que tengamos la oportunidad, hagamos bien a todos” (Gálatas 6:10). Pedro añadió: “Mantengan entre los incrédulos [los ‘no creyentes’, RVC] una conducta tan ejemplar que, aunque los acusen de hacer el mal, ellos observen las buenas obras de ustedes y glorifiquen a Dios en el día de la salvación” (1 Pedro 2:12). Como creyentes y ciudadanos responsables y agentes de salud y sanidad, somos responsables de evaluar críticamente el impacto del consumo del alcohol (y otras prácticas con potencial dañino) sobre nuestra sociedad.

Alrededor de 17 millones de estadounidenses tienen lo que el NIAA designa como “un trastorno de consumo de alcohol”.25 El costo anual de los problemas relacionados con el abuso del alcohol en la sociedad estadounidense se calcula que llegó a los $249 mil millones en 2010. Hay aproximadamente 88 mil muertes por año relacionadas con el consumo del alcohol.26 Además, alrededor de 30 personas mueren a diario a causa de alguien que conduce bajo el efecto del alcohol. Esto equivale a una muerte cada 48 minutos.27 El alcohol es un factor en 40 por ciento de los tres millones de crímenes violentos que tienen lugar cada año.28

El alcohol es un peligro pernicioso para nuestros hijos que azota los establecimientos de educación y las universidades. Anualmente, se calcula que 1825 estudiantes de entre 18 y 24 años de edad mueren a causa de lesiones involuntarias relacionadas con el consumo de alcohol, incluso accidentes automovilísticos. Cerca de 700 mil estudiantes son atacados por otros estudiantes, lo cual incluye cerca de 100 mil víctimas de violaciones que ocurren durante una cita o acosos sexuales relacionados con el consumo de alcohol.29 El suicidio es la décima causa principal de muerte en los Estados Unidos (la tercera principal causa de muerte para aquellos entre los 15 y 24 años de edad) y un tercio dio resultados positivos de la ingesta de alcohol.30 Treinta y nueve por ciento de los estudiantes de secundaria bebe alcohol con regularidad, y se calcula que uno de cada diez estudiantes del último año de secundaria es un bebedor empedernido. El abuso de alcohol en los años de adolescencia puede afectar el desarrollo saludable del cerebro.31 Y por último, si bien no menos importante, el alcohol ahora se considera la droga de entrada para el tabaco, la marihuana y otras drogas lícitas e ilícitas.32

 

El amor por uno mismo

Jesús implícitamente enseñó sobre un amor propio saludable cuando dijo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 19:19). Los creyentes deben rechazar conscientemente el narcisismo que es demasiado indulgente consigo mismo, pero a la vez deben cultivar su propia vida física y espiritual conforme las enseñanzas de la Escritura. Nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo e instrumento al servicio de Dios (1 Corintios 6:19; Romanos 6:13).

Por lo tanto, es importante preguntarse: “¿Cuáles son los efectos del consumo del alcohol (o de otras indulgencias relacionadas con el estilo de vida) para la salud personal del creyente y el servicio cristiano?”. El consumo de bebidas alcohólicas es sabido que está asociado con dolencias tales como los derrames cerebrales, la hipertensión, las enfermedades del corazón, la pancreatitis, las enfermedades hepáticas, los trastornos del sistema inmunológico y varios tipos de cáncer. Algunos creen con optimismo que los que beben con moderación no experimentaron efectos adversos en la salud por causa del alcohol, pero abundan las advertencias. Por ejemplo, si bien se reconocen algunos beneficios limitados de beber con moderación, la Facultad de Salud Pública de Harvard también aborda “el lado oscuro del alcohol” y declara: “Si no bebe, no hay necesidad de que empiece a hacerlo. Uno puede obtener beneficios similares con el ejercicio (comenzar a hacer ejercicio si uno no lo hace o incrementar la intensidad y duración de su actividad) o con hábitos de alimentación más saludables”.33 La Clínica Mayo también señala que tal vez haya beneficios limitados si uno bebe con moderación, pero también hace una afirmación cautelosa similar: “Sin duda, no hace falta que consuma alcohol, y si usted actualmente no consume alcohol, no comience a consumirlo para obtener los posibles beneficios para la salud. En algunos casos, es más seguro evitar el alcohol por completo, dado que los posibles beneficios no son mayores que los riesgos”.34

Un estudio internacional más reciente e inusualmente exhaustivo de los efectos del consumo del alcohol en la salud cardiovascular, codirigido por la Escuela de Medicina Perelman en la Universidad de Pennsylvania, desafía incluso el limitado desafío del consumo moderado. Uno de los investigadores principales informa lo siguiente: “A diferencia de lo que han mostrado informes anteriores, ahora se ha descubierto que, al parecer, cualquier exposición al alcohol tiene un impacto negativo en la salud del corazón”.35

A los riesgos físicos se suman las inquietudes mentales y emocionales, en especial la depresión. Si alguien empieza a beber con moderación, lo hará sin siquiera imaginar adónde lo puede conducir el alcohol.

 

La abstinencia y la formación espiritual

Hay principios específicos y éticos en torno a la actitud y la conducta a través de la Biblia, los cuales también deberían guiar nuestras elecciones en la vida y los cuales, creemos nosotros, deberían conducir a la abstinencia. Para los cristianos, el principio ético fundacional que permea cada paso de nuestra formación espiritual es el amor.

A la luz de las implicancias derivadas del consumo y el abuso de alcohol hoy en día, hay pocos asuntos que ocupan un lugar de más preponderancia para la formación espiritual de la persona. El compromiso del creyente con la abstinencia o la moderación debería basarse no sólo en los versículos bíblicos que abordan el problema del consumo de vino en la antigüedad. A la luz de los peligros obvios y muy difundidos del consumo de alcohol hoy en día, como también las advertencias bíblicas sobre los peligros del consumo de alcohol, los cristianos deben examinar sus propios motivos y actitudes con detenimiento y en oración. Beber con moderación, ¿contribuye en realidad a la madurez espiritual y a nuestro testimonio, según las Escrituras? El consumo de alcohol, ¿enriquece la vida personal y privada del creyente? Conociendo los riesgos que se han reconocido públicamente, ¿vale la pena consumir alcohol? Teniendo en cuenta el precio de las bebidas alcohólicas, ¿es ese gasto una aplicación sabía del principio de mayordomía cristiana?

 

Una afirmación de la abstinencia

“Y no vivan ya como vive todo el mundo. Al contrario, cambien de manera de ser y de pensar” (Romanos 12:2, TLA). Abstenerse significa evitar algo voluntariamente. Es una elección, no un mandamiento. La pregunta que deberíamos hacernos no es “¿puede un cristiano consumir alcohol?”, sino “¿debe un cristiano consumir alcohol?”.

La abstinencia es una elección bíblica. La Biblia advierte con claridad contra los peligros de las bebidas alcohólicas y presenta una perspectiva negativa del consumo de lo que el contexto con claridad describe como una bebida con un alto contenido de alcohol. La falta de seriedad al considerar estos consejos ha resultado en aflicción, penas y ruinas incalculables. La autocomplacencia innecesaria y el placer fugaz pueden resultar en costos inaceptables para el individuo, su familia y la sociedad en general. La moderación tal vez parezca una indulgencia privada inofensiva, pero se puede tornar en una influencia perjudicial muy pública.

La abstinencia es una elección sabia. La persona que nunca consume esa primera bebida nunca experimentará los resultados trágicos del alcoholismo. Cuando el alcohol se evita, el abuso de la bebida y la embriaguez nunca destruirán la familia. Las iglesias que enseñan sobre la abstinencia del alcohol y la practican deberían rescatar con compasión a aquellos que están atados al alcohol, pero también deberían advertir fielmente a otros de sus peligros sutiles. Siempre es mejor prevenir que curar.

La abstinencia es una elección moral. Glorifica a Dios, protege al individuo, honra a sus hermanos creyentes, preserva a la familia, unifica a la iglesia y bendice a la sociedad. La abstinencia refleja los principios morales de la Palabra de Dios, tanto directos como indirectos. La abstinencia no consiste en un legalismo moral sino en un discipulado cristiano, el cual intrínsecamente involucra negarse a sí mismo y seguir a Cristo. “La sensibilidad subyacente consiste en cuidar a su prójimo, cuidar a su familia, intentar ser un buen ejemplo y no ser un motivo de tropiezo”36. La abstinencia no está fundada en el legalismo, sino en el atributo moral más sublime del amor.

Por lo tanto, las Asambleas de Dios reafirma su posición de abstinencia de las bebidas alcohólicas. Esta posición debe proclamarse con denuedo y claridad a través de nuestra fraternidad, pero también con humildad y amor a través de un ministerio fiel a todos.

Todas las citas de la Escritura, a menos que se indique lo contrario, son extraídas de la Santa Biblia, NUEVA VERSIÓN INTERNACIONAL® NVI®, Propiedad literaria © 1999 por Biblica, Inc. Usado con permiso. Reservados todos los derechos a nivel mundial.

 Los Apóstoles y Profetas

Los expertos en estadística de la iglesia moderna mencionan el crecimiento fenomenal del movimiento pentecostal e informan que los pentecostales y carismáticos ahora son el segundo grupo cristiano más grande en el mundo. Los pentecostales están asombrados de lo que Dios ha hecho y atribuyen esta maravillosa expansión a su sencilla confianza en el poder sobrenatural del Espíritu Santo, que continúa obrando hoy en la iglesia.
El avance rápido del reavivamiento pentecostal también ha sido acompañado por una nueva aceptación de los dones del Espíritu. Cada vez más, el mundo evangélico está cambiando del cesamiento, la creencia de que los dones del Espíritu cesaron al final de la era neotestamentaria, al entendimiento de que los dones el Espíritu Santo que registra el Nuevo Testamento son vitales para el ministerio de hoy.

Con la restauración de los dones milagrosos a la Iglesia ha surgido también la pregunta de que si Dios restaurará los cinco ministerios de Efesios 4:11: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros evangelistas; a otros, pastores y maestros.”1 Los expertos bíblicos difieren en su opinión de si los dones de pastor y maestro deben estar separados en Efesios 4 (haciendo un total de cinco), o si una mejor traducción sería “…a otros, pastores-maestros” (conformando sólo cuatro). La gramática griega parece indicar cuatro, pero a menudo el Nuevo Testamento menciona por separado las funciones pastorales y de enseñanza. Sin embargo, la mejor designación del ministerio no es ni cinco ni cuatro sino múltiple. Efesios 4:12 asigna el ministerio a todos los santos, mientras que 1 Corintios 12:28-30 y Romanos 12:6-8 proveen aspectos del ministerio más allá de las designaciones de Efesios 4:11-12.

Relativamente pocas dudas surgen de la validez de los evangelistas, pastores y maestros contemporáneos. Sin embargo, hay numerosas voces en la Iglesia hoy que están llamando a una restauración de los apóstoles y profetas, pensando que estos ministerios son la clave para su continuo crecimiento y vitalidad. El asunto es importante, y este documento es un esfuerzo para buscar una guía en las Escrituras.

La iglesia apostólica
Algunos abogan por el reconocimiento de apóstoles contemporáneos y el uso del término apostólico. Creen que las iglesias que así lo hacen se han acercado al ministerio ideal del Nuevo Testamento.

Históricamente, el adjetivo apostólico ha sido usado para significar (1) las iglesias que intentan trazar la sucesión de su clero a los 12 apóstoles originales, tales como las iglesias católica y episcopal; (2) las iglesias pentecostales de unicidad, o “Sólo-Jesús”, que desde el principio del siglo 20 han usado la descripción “Fe Apostólica” (usada previamente por pentecostales trinitarios como Charles F. Parham y William J. Seymour) para designar sus doctrinas características; (3) iglesias que proclaman que Dios ha levantado apóstoles hoy en medio de ellas (iglesias “Nueva Apostólica” y “Cinco Ministerios”); o (4) iglesias, incluyendo la mayoría de los grupos protestantes, que se dicen apostólicas porque enseñan lo que los apóstoles enseñaban; o sea, la doctrina neotestamentaria. Por tanto, la mayoría de las denominaciones cristianas se consideran, de una manera u otra, apostólicas.

Las iglesias pentecostales se creen apostólicas porque (1) enseñan lo que enseñaban los apóstoles, y (2) comparten el poder de los apóstoles por medio del bautismo y la plenitud del Espíritu Santo, quien fortalece su vida y ministerios. Creen que lo importante no es un ministerio apostólico contemporáneo sino la doctrina y el poder apostólico.

Los apóstoles del Nuevo Testamento
Se puede trazar el origen del ministerio apostólico a Jesús en los Evangelios. El Evangelio de Marcos, dice: “Y [Jesús] estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar, y que tuviesen autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios” (Marcos 3:14-15). Mateo y Lucas contienen atribuciones similares (cf. Mateo 10:2; Lucas 6:13). Parece que el número 12 era entonces significante, de modo que el título común para este grupo en los Evangelios es “los Doce” en vez de “los Apóstoles” (cf. Mateo 26:14, 20, 47; Marcos 4:10; 6:7; 9:35; Lucas 8:1; 9:1; 18:31; Juan 6:67; 20:24). La designación “los Doce” también continuó en la vida de la iglesia primitiva por medio de los escritos de Lucas (Hechos 6:2) y el apóstol Pablo (1 Corintios 15:5). Además, Jesús mismo es llamado por el escritor a los Hebreos el “apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión,” (Hebreos 3:1).

La palabra apóstol viene del griego apostolos 2 y puede ser traducida como delegadoenviadomensajero, o agente.3 Como Jesús probablemente hablaba hebreo o arameo en vez de griego, es posible que shaliach en hebreo / arameo significa casi lo mismo que apóstolos. Esta es la palabra común usada por Jesús y sus primeros seguidores y provee mucho antecedente básico conceptual. Los rabinos en los días de Jesús lo consideraban un principio legal muy importante: “El agente de alguien (shaliach) es como él mismo.”4 Esto significaba que si el agente hacía un trato, era lo mismo que si el hombre representado hubiera hecho el trato. El concepto moderno del poder notarial es semejante.

Cuando se trata de apóstoles u otros agentes, es de suma importancia a quién el agente representa. Los Evangelios indican claramente que los apóstoles fueron nombrados por Jesús para representarlo a Él. El corto registro de Marcos de la comisión inicial es “para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar, y que tuviesen autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios” (Marcos 3:14,15). Tiene que ver con el compañerismo personal con Jesús, predicar las buenas nuevas del reino de Dios de parte de Jesús, y participar del poder de Jesús para echar fuera demonios. Aparentemente, Jesús los envió temprano en el ministerio galileo con instrucciones de predicar y sanar a los enfermos (cf. Mateo 10:5-14; Marcos 6:7-11; Lucas 9:1-5). Como los setenta enviados después, su alcance inmediato era “a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mateo 10:6).

Los apóstoles y Pentecostés
La comisión de los Doce fue expandida dramáticamente después de la muerte y resurrección de Jesús. En el Evangelio de Juan, Jesús anticipó que los que tenían fe en Él harían “obras aun mayores” que Él pidiendo en su nombre (Juan 14:12-14). El Consejero, identificado como el Espíritu Santo y el Espíritu de verdad, quien estaba “con” ellos durante el principio de su ministerio terrenal, pronto estaría “en” ellos (14:16,17). El Espíritu también les enseñaría todas las cosas y les recordaría de todo lo que Él les había dicho (14:26). Juan nota que Jesús apareció a sus “discípulos” después de su resurrección, y dijo: “Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos” (Juan 20:21-23). Lucas muestra claramente que Jesús “abrió” el entendimiento de “los once reunidos, y a los que estaban con ellos” (24:33) para que “comprendiesen las Escrituras” de que “el Cristo [debía] padecer, y resucitar de los muertos al tercer día; y que se predicara en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lucas 24:45-47). Entonces Jesús recordó a los discípulos que debían “[quedar] en la ciudad de Jerusalén, hasta que [fueran] investidos de poder desde lo alto” (24:49).

Esta promesa era tan importante que Lucas la registró otra vez en Hechos 1:4 con una palabra explicativa de Jesús: “Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (1:5). La razón de la promesa se encuentra en las palabras de Jesús, “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). La promesa fue cumplida en la venida del Espíritu en Pentecostés (Hechos 2:4) e identificada como los dones del Espíritu de Dios de “los postreros días” en el mensaje profético de Pedro permitiendo a todos sus “hijos e hijas” y “siervos y siervas” “profetizar” (Hechos 2:14-17).

Aunque habían sido entrenados, llamados, y comisionados por el Señor Jesús, los apóstoles necesitaban el bautismo en el Espíritu Santo como una preparación final para su misión. Les fueron concedidos dones espirituales y el poder requerido para el ministerio apostólico. Antes inquietos e inseguros, fueron transformados y vigorizados por el Espíritu Santo.5

Los apóstoles empezaron a hablar como quienes habían sido “llenos del Espíritu Santo” (Hechos 4:8) y contribuyen decisivamente a que otros recibieron el don del Espíritu (8:14-17; 10:44-46; 19:6). Cuando Pablo fue convertido y llamado al ministerio apostólico, también recibió el don del Espíritu, y de manera parecida fue transformado (9:17). Se decía que Bernabé era “lleno del Espíritu Santo y de fe” (11:24). El Espíritu Santo guió las actividades misioneras de los apóstoles, seleccionando soberanamente a Pablo y a Bernabé (13:2) y enviándolos (13:4). Después el Espíritu prohibió a Pablo y a sus compañeros que entrarán en la provincia de Asia y Bitinia, y los dirigió en cambio hacia Troas y Macedonia (16:6-10). Pablo fue el receptor de la dirección profética dada por profetas dirigidos por el Espíritu en cuanto a su destino al regresar a Jerusalén (20:22,23). Cualesquiera que fuesen las habilidades naturales de estos primeros apóstoles, la genialidad de su ministerio se encuentra en el poder y la sabiduría del Espíritu dados a ellos.

La posición de los Doce
El primer capítulo de los Hechos muestra una preocupación por mantener el número de los Doce. Pedro y los otros miembros originales de los Doce, junto con los 120, vieron las Escrituras y determinaron que la vacancia creada por la defección y muerte de Judas debería ser llenada. Era importante que mantuvieran los doce para el derramamiento del Espíritu. Lucas había escrito la promesa de Jesús a los Doce: “Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel” (Lucas 22:29,30). No hay duda de la importancia de mantener a los 12 apóstoles como un símbolo de las 12 tribus de Israel. El apostolado tenía que estar completo para la venida del Espíritu y el inicio de una iglesia completamente capacitada para su misión mundial.

La manera en que cubrieron la vacancia es muy instructiva. Jesús había aparecido personalmente y había “dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido” (Hechos 1:2). Se presentan dos asuntos importantes: (1) comisión personal por el Señor, y (2) un conocimiento sólido de las enseñanzas de Jesús. Los dos aspectos tuvieron cuidadosa atención en la propuesta de Pedro. Cualquier candidato tenía que haber estado con ellos durante el ministerio enteró de Jesús, “comenzando desde el bautismo de Juan” (Hechos 1:22). Dos candidatos calificados “José, llamado Barsabás, que tenía por sobrenombre Justo, y… Matías” fueron presentados y una oración fue elevada. “Les echaron suertes, y la suerte cayó sobre Matías; y fue contado con los once apóstoles” (Hechos 1:26).6 Sin embargo, después de Pentecostés no hubo ningún esfuerzo por reemplazar a ninguno de los 12 apóstoles originales ni perpetuar el número 12 (cf. Hechos 12:2).

El caso especial del apóstol Pablo
La condición de Pablo como apóstol es única. Ni era miembro de los Doce ni estaba presente durante las apariciones de Cristo después de su resurrección; su llamado como apóstol vino en una visión del Señor resucitado posterior y separada. Registrado tres veces en los Hechos (9:1-19; 22:4-16; 26:9-18) y frecuentemente insinuado en sus cartas (Gálatas 1:12), el informe de Pablo de su conversión demuestra la autenticidad y el poder de su llamado a ser un apóstol de Jesucristo. Como los Doce, reconoció que la función de apóstol era dada o conferida por un llamado personal en las apariciones de Cristo después de su resurrección (1 Corintios 15:5-7). Pablo reconoció que en ese sentido era “como a un abortivo [ektroma7]” (1 Corintios 15:8). Normalmente esta palabra se usa para un aborto natural. Pero Pablo, en vez de decir que “nació” prematuramente, está diciendo que como un testigo de la resurrección y un apóstol “nació” tardíamente. Entonces su llamado apostólico no tenía paralelo e hizo que sus credenciales fueran vulnerables a los ataques de los adversarios que procuraban desacreditar (1 Corintios 9:1,2; 2 Corintios 12:11,12).

A pesar de su encuentro extraordinario con Cristo, Pablo no consideraba que su condición de apóstol fuera menor que la de los otros apóstoles. Ellos habían visto al Señor resucitado; él también. Regularmente declaraba que había visto a “Jesús el Señor nuestro” (1 Corintios 9:1). Aunque se refería a sí mismo como “el más pequeño de los apóstoles,” por haber antes perseguido a la Iglesia, argüía que había “trabajado más que todos ellos” (1 Corintios 15:9,10). Aunque insistía en la continuidad del mensaje (cf. 1 Corintios 15:3), aún así distinguía su autoridad apostólica de la de los otros apóstoles, aun al punto de dar un reproche público a Pedro (Gálatas 1:11-2:21). A sus críticos él señaló: “pienso que en nada he sido inferior a aquellos grandes apóstoles”8 (2 Corintios 11:5; 12:11) y habló de sus antepasados judíos (11:11), de sus sufrimientos (11:23-33), y de las extraordinarias revelaciones (12:1-7). Él recordó a los corintios que… “las señales de apóstol [habían] sido hechas entre [ellos] en toda paciencia, por señales, prodigios y milagros” (2 Corintios 2:12).

Apóstoles de Cristo
El sentido de Pablo de su propio llamado se refleja en la introducción de la mayoría de sus cartas: “Pablo...apóstol de Jesucristo” (1 Corintios 1:1; cf. 2 Corintios 1:1; Efesios 1:1; Colosenses 1:1, et al.) Las cartas de Pedro empiezan de manera parecida: “Pedro, apóstol de Jesucristo” (1 Pedro 1:1; cf. 2 Pedro 1:1). Pablo usó esta designación en el texto de 1 Tesalonicenses: “Aunque podíamos seros carga como apóstoles de Cristo...” (2:6). Judas 17 se refiere a “las palabras que antes fueron dichas por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo.” Estas referencias dan la apariencia de que el título de “apóstol de Cristo (Jesucristo / Señor Jesucristo / Cristo Jesús)” era nomenclatura normal para todos los apóstoles a quien Cristo se había aparecido y señalado personalmente. Es casi siempre a este grupo que el título de “apóstol” se refiere en el Nuevo Testamento.

Apóstoles de las iglesias
De vez en cuando los expertos señalan una distinción entre “los apóstoles de Cristo” y “los apóstoles de las iglesias.”9 Pablo hablaba de los “hermanos” que eran “mensajeros [apostoloi] de las iglesias, y gloria de Cristo” (2 Corintios 8:23). También escribió a los Filipenses acerca de “Epafrodito... vuestro mensajero [apostolon], y ministrador de mis necesidades” (2:25). Estas referencias proveen evidencia más que suficiente de que las iglesias primitivas usaban la palabra apóstol de vez en cuando para personas que no habían visto la resurrección. Sin embargo, el término en estos casos se usaba de la manera general de enviar representantes en una misión oficial de parte de los que enviaban. Por esto, las versiones de la Biblia normalmente traducen la palabra apostolos en los dos ejemplos anteriores como “mensajero”.10

Falsos apóstoles
No todas las personas de la era neotestamentaria que se llamaban apóstoles o a los que sus seguidores les dieron este título, eran de verdad apóstoles. Así como en tiempos del Antiguo Testamento había falsos profetas, también en los del Nuevo Testamento había falsos apóstoles. Mucho del contenido de la segunda carta de Pablo a los corintios refleja este asunto. Maestros, posiblemente judíos helenísticos itinerantes de la iglesia de Jerusalén, habían llegado a Corinto aparentemente con cartas de recomendación. Parece que se jactaban de ser iguales a Pablo, o aun superiores a él, en un esfuerzo por arrebatarle el liderazgo de la iglesia. Entonces sus referencias a tales asuntos como “cartas de recomendación” (2 Corintios 3:1), su presencia y palabra (10:10), “el que se alaba a sí mismo” (10:18), su herencia judía (11:22), sus muchos sufrimientos por la iglesia (11:23-33), y sus visiones y revelaciones (12:7) – parecen un intento de enfrentar las amenazas.

Pablo identificaba a tales personas como “falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo” (2 Corintios 11:13). Jesús mismo elogió a la iglesia de Efeso porque habían “probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los [han] hallado mentirosos” (Apocalipsis 2:2). Estas referencias y otras muestran claramente que muchos que se nombraban “apóstoles,” o a quienes erróneamente se había dado este título, estaban circulando por las primeras iglesias cristianas. El discernimiento era necesario. Pablo pedía una cuidadosa evaluación de los fenómenos espirituales: “No apaguéis al Espíritu. No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tesalonicenses 5:19-21).

La sucesión apostólica
Un asunto crítico es si la función apostólica debería aceptarse como un ministerio institucionalizado de la iglesia. Está claro, tanto en los Hechos como en las cartas del Nuevo Testamento, que ciertos ministerios o funciones fueron instituidos y mantenidos. Por ejemplo, los apóstoles guiaron a la iglesia en la selección de siete hombres, frecuentemente llamados “diáconos”, aunque este sustantivo no está en el texto, para administrar los ministerios de caridad de la iglesia (Hechos 6:3). Temprano en los escritos de los Hechos, la iglesia, probablemente familiarizada con los modelos judíos, tenía ancianos que trabajaban en posiciones de liderazgo juntos con los apóstoles (Hechos 11:30; 15:2; 16:4). Pablo y Silas, al establecer iglesias misioneras, cuidaban de nombrar “ancianos” (presbyteros) para el liderazgo en ellas (Hechos 14:23). Pablo también mandó llamar a los “ancianos” (presbyteros) de la iglesia de Efeso y después les llamó obispos (episkopos) quienes también debían ser “pastores” (poimaino) de la iglesia de Dios (Hechos 20:17,28).

La carta a la iglesia de Filipos indica la presencia de “obispos” (episkopos) y “diáconos” (diakonos). Las cartas pastorales, que probablemente fueran escritas más tarde, revelan una gran preocupación por el cuidadoso nombramiento de ancianos / obispos y diáconos cualificados (1 Timoteo 3:1-12; Tito 1:3-9). Como se puede ver, los nombres por las funciones o ministerios son flexibles y se pueden intercambiar. Sin embargo, es muy cierto decir que el Nuevo Testamento provee – con tales nombres, calificaciones, y selección – para el cuidadoso nombramiento y la continuación del cargo de tales líderes como obispos, ancianos, y diáconos.

También es claro que aunque los apóstoles (con los ancianos) eran líderes establecidos en la iglesia primitiva, no había provisiones para su reemplazo o continuación. En realidad, con la defección de Judas de su puesto apostólico, los Once buscaron el consejo divino para llenar la vacante. Otros apóstoles surgieron, Pablo inclusive, quien en su primera carta a los Corintios ilumina los aspectos de su elección. Después de su resurrección, Jesús se apareció a los Doce, y después a más de “quinientos hermanos a la vez... Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí” (1 Corintios 15:6-8, énfasis añadido). Entonces parece que Pablo está limitando el apostolado a los que habían visto el Señor resucitado en los 40 días después de su resurrección y a él mismo por haberle visto en una dramática visión en el camino a Damasco (Hechos 9:1-9). Hay un poco de incertidumbre acerca del número exacto y la identidad de los apóstoles. Sin embargo, aparte de los Doce, el texto del Nuevo Testamento parece designar claramente a tales personas como Pablo, Santiago el hermano de Jesús (1 Corintios 15:7; Gálatas 1:19), Bernabé (Hechos 14:14), Andrónico y Junias (probablemente una mujer) “los cuales son muy estimados entre los apóstoles” (Romanos 16:7).

Es interesante, sin embargo, que después de Judas no hay ningún lugar en el Nuevo Testamento en el que presten atención a la supuesta sucesión apostólica. No hubo intento de reemplazar a Jacobo hijo de Zebedeo (hermano de Juan), ejecutado por Herodes (Hechos 12:2). Aparte del nombramiento original por Jesús mismo, no hay nada que trate del nombramiento de apóstoles. Y aparte de los requisitos puestos para la selección de Matías (Hechos 1:21-26) y los requisitos implícitos en las acciones de Jesús y la explicación de Pablo (1 Corintios 15:3-11), no hay instrucciones para hacer tales nombramientos. En contraste, hay calificaciones e instrucciones claras para el nombramiento de ancianos / obispos y diáconos (1 Timoteo 3:1-13; Tito 1:5-9). Parece raro que los apóstoles de Jesucristo, preocupados con la fiel preservación de su mensaje (cf. 2 Timoteo 2:2), proveyeran para el nombramiento de obispos/ancianos, y al mismo tiempo olvidaran o desdeñaron su propia sucesión, si realmente hubiera sido suya la intención de mantener tal cosa.

En realidad, hay ciertas indicaciones exegéticas de que los apóstoles de Jesucristo no deben tener un sucesor. En 1 Corintios 15:8, Pablo hace una lista de todas las apariciones de Cristo de la resurrección y después de la resurrección, y notó que “y al último de todos... me apareció a mí.” Aunque algunos no están de acuerdo, comúnmente se entiende que esta declaración significa que Pablo se consideró a sí mismo el último apóstol a quien Cristo apareció.11 Si este es el significado correcto, solamente los Doce que Jesús personalmente llamó y comisionó en sus apariciones después de su resurrección constituyen sus apóstoles originales. Los apóstoles son nombrados primeramente como un cargo o ministerio de la iglesia (1 Corintios 12:28) y después como un don espiritual (Efesios 4:11) porque son fundamentales, no necesariamente porque fueron líderes permanentes de la iglesia. El pasaje de Efesios 4:11 tiene que ser interpretado en el contexto de la carta a los Efesios, en la que Pablo ya había descrito a la iglesia como algo “edificado sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Efesios 2:20), y la forma de liderazgo iniciado por Pablo en la iglesia de Efeso y en otras iglesias que fundó (Hechos 14:23). Escribiendo a Timoteo en Efeso, Pablo encomienda la dirección de la iglesia a “ancianos” (sinónimo de obispo o pastor o supervisor) y diáconos, no apóstoles ni profetas. Cuando se despidió emocionalmente de los líderes de la iglesia de Efeso, la cual él había establecido, su reunión fue con los ancianos (no con apóstoles ni profetas), a quienes encomendó la responsabilidad del obispo (o supervisor) y pastor (Hechos 20:28).

Es difícil escapar a la conclusión de Dietrich Müller: “Una cosa es cierta, el N [uevo] T [estamento] nunca revela ningún entendimiento de que el apostolado es un cargo institucionalizado por la iglesia, susceptible de transferirse.”12

La autoridad de los Apóstoles
La autoridad de los apóstoles fue modelada por el Apóstol principal, el Señor Jesucristo, quien les enseñaba que “el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir” (Marcos 10:45). Jesús de vez en cuando reaccionaba con severidad y resolución contra ciertos pecados, como por ejemplo la profanación de la casa de su Padre (Marcos 11:15-17; Juan 2:13-16) y la hipocresía explotadora de los maestros de la Ley y los fariseos (Mateo 23). Sin embargo, Él evitaba cuidadosamente los engaños de los políticos y del poder institucional y modeló una humildad y paciencia extraordinarias para sus apóstoles. Sus atributos divinos estaban cubiertos con la naturaleza humana y Él era la exposición y el ejemplo de la Palabra y obra de su Padre.

Aun la lectura superficial del Nuevo Testamento muestra que los apóstoles tenían autoridad. La iglesia primitiva se formó alrededor de sus enseñanzas, las cuales fueron confirmadas con “muchas maravillas y señales” que hicieron (Hechos 2:42, 43). Eran los portavoces reconocidos ante los gobernantes (Hechos 4:8ff.), y su autoridad fue mostrada en tales sucesos como la muerte de Ananías y Safira (Hechos 5:1-11). Escribiendo a los corintios, una iglesia que él fundó, Pablo amenaza con ir a ellos “con vara” (1 Corintios 4:21) y no vacila en dar instrucciones estrictas para la disciplina de un caso de incesto (1 Corintios 5:1-5). Escribiendo a la iglesia de Roma, la cual él no fundó, declara sus credenciales apostólicas (Romanos 1:1), asume el derecho de impartirles dones espirituales (1:11), y planea llegar “con abundancia de la bendición del evangelio de Cristo” (15:29). Expuso para su fe y práctica la explicación más sistemática de doctrina y verdad ética en toda las Escrituras. No vacilaba en dar instrucciones para sus problemas éticos locales como las relaciones entre los débiles y fuertes (capítulos 14, 15). Pedro también, afirmando su ministerio apostólico, escribió con autoridad a iglesias aparentemente gentiles que él no había fundado (1 Pedro 1:1).

Algunos expertos modernos insisten en que la autoridad apostólica era simplemente local, no universal, y se ejercía solamente en iglesias que los apóstoles fundaron.13 En realidad, parece ser que los apóstoles reconocían ciertos protocolos en las iglesias que no fundaron (Romanos 15:20; 1 Corintios 3:10). No obstante, atravesando fronteras geográficas. La evidencia que se presenta en todo el Nuevo Testamento indica que su autoridad era universal en asuntos de doctrina y ética, obligando de alguna forma a todas las iglesias. Sin embargo, esta autoridad no se puede tomar en términos políticos ni burocráticos. Hay poca evidencia de su participación en asuntos administrativos locales.

Cuando trabajaban juntos, uno de los apóstoles normalmente dirigía, como en las tempranas actividades de Pedro en Jerusalén y la dirección de Pablo de sus equipos misioneros. Sin embargo, cuando se trataba de problemas prácticos y doctrinales de las iglesias, los apóstoles frecuentemente compartían el liderazgo entre sí junto con los ancianos, un grupo que se agregó rápidamente al grupo de liderazgo. Por ejemplo, los Doce pidieron que la iglesia de Jerusalén escogiera a los Siete (Hechos 6). Cuando el concilio en Jerusalén resolvió el problema cismático de que si los gentiles tenían que guardar la ley judía, el asunto fue decidido por “los apóstoles y ancianos” (Hechos 15:4,6,22). En este o algún otro asunto, aun los dos apóstoles Pablo y Pedro inicialmente tenían opiniones opuestas (Gálatas 2:11-14). James Dunn observa permanentemente: “La autoridad apostólica se ejerce no sobre la comunidad cristiana, sino dentro de ella; y la autoridad se ejerce... ‘A fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo’” (Efesios 4:12).14

Como los apóstoles frecuentemente se movían, la autoridad local en las iglesias crecientes parece haber sido ejercida por los ancianos. En la iglesia de Jerusalén, los apóstoles eran la única autoridad en el principio (Hechos 2:42; 4:37); sin embargo quizás por su persecución y viajes, parece ser que vinieron a ser menos prominentes al pasar el tiempo. Pedro informó a los “apóstoles y hermanos” de la conversión de Cornelio y toda su casa (11:1). Los “apóstoles y ancianos” componían el concilio en Jerusalén (15:6). Cuando Pablo regresó a Jerusalén después de su tercer viaje, llamó a “Jacobo, y todos los ancianos” (21:18). Los ancianos ciertamente eran autoridades clave en Jerusalén, como se puede ver en los Hechos, y en otros lugares en las cartas del Nuevo Testamento. La ausencia de apóstoles en la última visita de Pablo a Jerusalén (Hechos 21:18) es más evidencia de que cuando los Doce empezaron a dispersarse, la iglesia de Jerusalén no los reemplaza como habían hecho con la defección de Judas (Hechos 1:12-26).

Ninguna de las cartas del Nuevo Testamento fue dirigida a un apóstol, como uno esperaría si cada ciudad hubiera tenido su apóstol que gobernaba. Una de las pocas cartas que incluye el título de un puesto, Filipenses, está dirigida a los “obispos [episkopos] y diáconos [diakonos]” (1:1) – no a un apóstol local o de la ciudad. No parece que hubiera habido preocupación de poner permanentemente a un apóstol reconocido en las varias iglesias o regiones.

Las características de un apóstol
Procurando proteger a los corintios de la seducción de los “falsos apóstoles”, Pablo señaló características (semeion, “señal,” 2 Corintios 12:12) que identifican a un apóstol genuino. De este contexto y del trasfondo general del Nuevo Testamento, lo siguiente es obvio:

1. La primera y más importante característica de un verdadero apóstol de Cristo era que había visto al Señor resucitado y había sido comisionado personalmente por Él como testigo de su resurrección (Hechos 1:21,22; 1 Corintios 9:1; 15:7,8). Entonces ellos fueron llamados apropiadamente “apóstoles de Cristo.”

2. El llamado y la comisión personal del Cristo resucitado tenían que ser consumados en el bautismo en el Espíritu Santo (Hechos 2:1-4 [para Pablo, vea Hechos 9:1-17]), en cuyo tiempo el don espiritual, o carisma, del apostolado fue concedido. Este entendimiento se refleja, por ejemplo, en la declaración de Pablo: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles...” (Efesios 4:11) y “del cual yo fui hecho ministro por el don de la gracia de Dios que me ha sido dado según la operación de su poder” (Efesios 3:7). El Espíritu con su poder y ungimiento puso a los apóstoles primero entre los líderes de la iglesia (1 Corintios 12:28).

3. Los apóstoles fueron capacitados sobrenaturalmente para la predicación y la enseñanza profética. Para ilustrar, cuando el Espíritu cayó en Pentecostés, los discípulos hablaron “en otras lenguas, según el Espíritu les daba [apophthegmata] que hablasen” (Hechos 2:4). Encarados con las confusas y contradictorias opiniones de la multitud, Pedro “poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo” [apophthegmata] (2:14) en una magistral explicación que tuvo por resultado la conversión de 3.000 almas. El verbo griego apophthegmata se usa para indicar la inspiración profética, que en este contexto es el resultado inmediato de la facilitación del Espíritu.15 Pablo expresaba mucho la misma conciencia: “Ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder” (1 Corintios 2:4).

4. Con el don apostólico también vinieron los dones espirituales milagrosos (1 Corintios 12:8-10). “Las marcas [semeia, “señales”] distintivas de un apóstol[16], tales como señales, prodigios y milagros, se dieron constantemente entre ustedes” (2 Corintios 12:12, NVI). El libro de los Hechos atribuye numerosos milagros a Pedro, Pablo, y a los otros apóstoles (Hechos 5:12; 9:32-43; 13:6-12; 14:3; 16:16-18; 19:11; 28:7-9). Obviamente, Pablo consideraba tal ministerio milagroso como una característica esencial del verdadero apóstol. Él también enseñó y predicó entre ellos “con demostración del Espíritu y de poder” para que su “fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2:4,5).

5. Los apóstoles eran los maestros con autoridad en la iglesia primitiva, tanto en las creencias como en la práctica. Más que otra cosa fueron encomendados con la precisión y pureza del evangelio de Jesucristo. Como Pablo escribió, “porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1 Corintios 15:3,4; cf. Hechos 2:42; Romanos 16:17; Gálatas 1:8; Tito 1:9). El motivo de sus predicaciones y enseñanzas es expresado en Efesios 4:12,13: “A fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo.” La doctrina apostólica se hizo el contenido del canon del Nuevo Testamento. Se entiende que los apóstoles escribieron los libros canónicos o eran el principal origen y garantizadores de su naturaleza inspirada.

6. Los apóstoles fueron comisionados como misioneros y plantadores de iglesias. Los que están en el Nuevo Testamento hicieron esto con buen éxito. La Gran Comisión (Mateo 28:16-20) fue dada específicamente a los Once, quizás junto con los “más de quinientos” (1 Corintios 15:6). El impulso misionero tiene vida por medio de los informes de la comisión apostólica (cf. Lucas 24:47; Juan 20:21; Hechos 1:8; 9:15; 22:15; 26:17,18; Gálatas 1:15-17; et al.).

7. Sufrir por la causa de Cristo parece haber sido una característica principal del ministerio apostólico. Con su larga historia personal de sufrimientos por el evangelio Pablo validó su ministerio y equipo a la iglesia de Corinto contra las seducciones de los falsos apóstoles. “Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12:10). “Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia” (Colosenses 1:24).

8. Los apóstoles tenían alma de pastor y eran de naturaleza sociables. El amor de Pablo por sus feligreses y sus compañeros del ministerio fluye en sus cartas. Los saludos extensos y cariñosos en la conclusión de Romanos son notables (16:1-16). Repetidamente usa un vocabulario paternal (cf. 1 Corintios 4:15; 2 Corintios 12:14,15). A los corintios, los celaba “con celo de Dios” (2 Corintios 11:2). A los de Tesalónica, Pablo escribió que los amaba y cuidaba como “nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos” (1 Tesalonicenses 2:7). El lenguaje en las cartas de Pedro (1 Pedro 4:12; 2 Pedro 3:1) y Juan (1 Juan 2:7, et al.) destaca los mismos instintos pastorales.

Los profetas del Nuevo Testamento
Los “profetas” siguen inmediatamente después de “apóstoles” en la lista de dones ministeriales (Efesios 4:11), y su actividad está muy conectada con la de los apóstoles en todo el Nuevo Testamento. Pablo tenía una alta opinión de su función: “Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas...” (1 Corintios 12:28). Además, la iglesia está edificada “sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Efesios 2:20). Junto con los apóstoles, los profetas eran dones complementarios para la era del fundamento de la iglesia.

Las descripciones históricas del Nuevo Testamento afirman estos papeles complementarios. Los profetas del Nuevo Testamento primero aparecieron por nombre en los Hechos, cuando un grupo, que aparentemente vivía en Jerusalén, fue a Antioquía y uno de ellos, Agabo, predijo correctamente la gran hambre que venía (Hechos 11:27-30). Pronto Antioquía tenía su propio grupo de profetas que residían allí – Bernabé, Simón, Lucio, Manaén, y Saulo (Pablo) (Hechos 13:1). Otros dos líderes y profetas de Jerusalén fueron escogidos para llevar la carta del concilio a Antioquía, Siria, y Cilicia, y durante el viaje “consolaron y confirmaron a los hermanos con abundancia de palabras” (Hechos 15:22,32). Al regresar Pablo de su tercer viaje misionero, se quedó en casa de Felipe el evangelista, que “tenía cuatro hijas doncellas que profetizaban,” y aprendimos que las mujeres eran activas y reconocidas como profetas. En este tiempo, Agabo viajó de Jerusalén a Cesarea y profetizó que los judíos de Jerusalén atarían a Pablo y lo entregarán a los gentiles (Hechos 21:10,11).

Las cartas de Pablo, escritas antes que el libro de los Hechos, indican la presencia de profetas tanto en las iglesias que él había establecido como en las que no estableció (e.g. la iglesia de Roma). Por ejemplo, él proveyó instrucciones sobre las actividades en Corinto (1 Corintios 14:29-32), diciendo que las profecías tenían que ser probadas según la doctrina apostólica (1 Corintios 14:37). Mujeres eran profetas en la iglesia de Corinto (1 Corintios 11:5,6). Los romanos deberían usar su don de profecía “conforme a la medida” de su fe (Romanos 12:6). Los tesalonicenses fueron amonestados a que “no [menospreciar] las profecías” (1 Tesalonicenses 5:20). La carta de Efesios registra la opinión de Pablo de que, junto con los apóstoles, los profetas eran fundamentales para la iglesia (Efesios 2:20). En esa capacidad eran, junto con los apóstoles, recipientes de revelación divina (Efesios 3:5) y un don de ministerio a la iglesia (Efesios 4:11). Al escribir a Timoteo, Pablo notó que un mensaje profético había acompañado a la imposición de las manos por los ancianos (1 Timoteo 4:14).

Aparentemente, el libro de Apocalipsis se entiende como una profecía, otorgando así a Juan el ministerio o la función de profeta (Apocalipsis 1:3). Apocalipsis también dice que la iglesia necesita protegerse de los falsos profetas, en este caso “Jezabel,” que distorsionan el evangelio apostólico con sus enseñanzas y su conducta (Apocalipsis 2:20).

Estos informes muestran claramente que (1) había grupos de profetas reconocidos en la iglesia primitiva frecuentemente asociados con los apóstoles; (2) los apóstoles (como Bernabé, Silas [los dos parecen ser reconocidos como apóstoles], Saulo [Pablo], y Juan) también servían como profetas (Hechos 13:1; 15:32; Apocalipsis 1:3); (3) estos profetas sí viajaban de vez en cuando de iglesia en iglesia; (4) tanto hombres como mujeres fueron reconocidos como profetas; (5) los profetas tenían influencia espiritual junto con los apóstoles y ancianos en las creencias y prácticas de la iglesia primitiva, aunque nunca se les asignaron responsabilidades específicas en como profetas, como es el caso con los obispos/ancianos; (6) los profetas conservaban su integridad con auténticas declaraciones inspiradas que se adherían a las Escrituras y doctrina apostólica; y (7) no hay instrucciones de cómo calificar como profeta ni cómo nombrar profetas como parte de la jerarquía del liderazgo de la iglesia para siguientes generaciones.

El don de profecía
Aunque había profetas reconocidos en la era del Nuevo Testamento, lo que tenía más impacto era el don de profecía que activaba a la iglesia apostólica. El profeta Joel del Antiguo Testamento, movido por Dios, profetizó: “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días” (Joel 2:28,29). De forma significativa, Pedro, cuando explicó el suceso de Pentecostés, y relaciona la evidencia de las lenguas con la predicción de Joel del derramamiento del Espíritu, y dos veces repitió que hijos e hijas y hombres y mujeres profetizarán (Hechos 2:17,18). El sermón de Pedro claramente era una profecía inmediatamente inspirada por el Espíritu, como indica el verbo “habló [apophthegmata]” (Hechos 2:14), qué significa “hablar como profeta”17. Cuando se examina el testimonio a Cristo dado por los líderes de la iglesia primitiva en los Hechos, el impulso profético es obvio – y sin duda la intención de Lucas. Las palabras de Pedro a un cojo (Hechos 3:6), a las personas en el templo (Hechos 3:12ff), al concilio (Hechos 4:8), a Ananías y a Safira (Hechos 5:1-11), y a otros, estaban llenas de importancia profética. La elocuencia y el poder de Esteban son proféticos (Hechos 7). El impacto de las predicaciones de Felipe (Hechos 8:4-8) y otros creyentes no nombrados (Hechos 11:19-21) también fue posible por medio del Espíritu. Y así es en todo el libro de los Hechos.

Aunque es demasiado decir que cada declaración del creyente es una profecía, el tema de los Hechos es que cada creyente recibe el poder del Espíritu Santo para ser un testimonio profético del Señor Jesucristo resucitado (Hechos 1:8). Curiosamente, Juan notó, “el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía” (Apocalipsis 19:10). Todos los creyentes son parte de una misión “profética”18 universal y están dotados con uno o más dones espirituales, de los cuales muchos tienen que ver directamente con declaraciones sabias, instructivas, y edificantes (Romanos 12:6-8; 1 Corintios 12:8-10; Efesios 4:7-13; 1 Pedro 4:10).

Pablo claramente enseña que cada creyente no será un profeta en términos de un “puesto” reconocido ni aun de ser usado regularmente por el Espíritu de esta manera (1 Corintios 12:28,29). La identificación de un don de profecía separado implica esto. Sin embargo, al mismo tiempo, anima a que todos los creyentes “ambicionen los dones espirituales, sobre todo el de profecía” (1 Corintios 14:1, NVI), porque el creyente en Cristo que profetiza lo hace “para edificación, exhortación y consolación” de los demás (1 Corintios 14:3). No hay limitaciones en el Espíritu de profecía. En las palabras del sermón profético de Pedro, “porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hechos 2:39).

Conclusiones
El propósito de este documento ha sido estudiar el papel de los apóstoles y profetas dentro del contexto ministerial de Efesios 4:11,12, y presentar las conclusiones tanto consistentes con las Escrituras como pertinentes a este tiempo estratégico en el crecimiento del movimiento pentecostal. El propósito no es controversial ni polémico sino “guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:3). Con estas consideraciones en mente, se ofrecen las siguientes conclusiones:

1. La naturaleza apostólica de la iglesia se encuentra en la adhesión a la Palabra de Dios, la cual ha sido transmitida fielmente por los apóstoles de Jesucristo en su papel fundamental, y en participación vital en la vida y ministerio del Espíritu Santo, quien bautizó, dotó, y guió a los primeros apóstoles.

2. Siendo que el Nuevo Testamento no provee instrucciones para el nombramiento de futuros apóstoles, tales puestos contemporáneos no son esenciales a la salud ni al crecimiento de la iglesia, ni a su naturaleza apostólica.

3. Aunque entendemos que no es necesario, algunas iglesias quizás en buena fe y cuidadosa definición bíblica, escogerán nombrar a algunos líderes apóstoles. La palabra “apóstol” (apostolos) se usa de diversas maneras en el Nuevo Testamento: (1) para designar a los Doce discípulos originalmente nombrados por Jesús (y después Matías); (2) para los Doce más Pablo y un grupo más grande (1 Corintios 15:3-8) del cual los números exactos son inciertos; y (3) para otros como Epafrodito (Filipenses 2:25) y los otros “hermanos” no nombrados de los cuales escribió Pablo (2 Corintios 8:23). Los grupos uno y dos, llamados y comisionados personalmente por el Señor resucitado, frecuentemente son llamados “los apóstoles de Jesucristo” en las Escrituras, y son apóstoles fundamentales (Efesios 2:20) con funciones o ministerios reveladores únicos y autoridad para establecer la iglesia y producir el Nuevo Testamento. El tercer grupo, los “apóstoles de las iglesias”, se compone de aquellos a quienes se les asignó funciones y responsabilidades específicas por las iglesias primitivas cuando hubo necesidad.
Obviamente, los apóstoles contemporáneos no han visto al Señor resucitado ni han sido comisionados por Él de la misma manera que “los apóstoles de Jesucristo,” ni van a añadir sus enseñanzas al canon de las Escrituras. Se supone que demostrarán las otras características de un apóstol que se encuentran en el Nuevo Testamento.

4. El título de apóstol no debe ser otorgado ni asumido a la ligera. Históricamente, los apóstoles han sido personas reconocidas por su madurez espiritual, su lealtad, y gran eficacia en la obra de la iglesia. Las advertencias de Pablo “para quitar la ocasión a aquellos que la desean, a fin de que en aquello en que se glorian, sean hallados semejantes a nosotros”, su afirmación de que “son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo”, y su conexión de ellos con “Satanás [que] se disfraza como ángel de luz,” (2 Corintios 11:12-13) dan qué pensar —recuerdos de que el orgullo humano desencadenado en la búsqueda de una posición de liderazgo en la iglesia puede dejar a uno ciego a las asechanzas del diablo. Personas faltan de carácter quizás se llamen apóstoles para dominar o ejercer control sobre otros creyentes, obviando la necesidad de dar cuentas a los miembros bajo su cuidado o a los ancianos espirituales de su propia congregación.

5. La función de apóstol se manifiesta cuando la iglesia de Jesucristo está siendo establecida en medio de los no-evangelizados. Como pentecostales, deseamos con fervor que haya una generación de hombres y mujeres que hicieran función de apóstoles: llevar el evangelio con señales a las personas aquí en nuestra tierra y en el exterior que todavía no han escuchado o entendido que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).

6. La profecía es un don continuo del Espíritu Santo que siempre estará distribuido ampliamente en una iglesia santa y receptiva hasta que Jesús venga. El Espíritu soberanamente escoge y dirige a las personas que están abiertas y son sensibles a sus dones y recordatorios y las dota diversamente con una variedad de dones verbales. Pablo amonestó: “Seguid el amor; y procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis” (1 Corintios 14:1). Quizá se esperará que muchas personas, tanto hombres como mujeres, ejerzan el don de profecía en maneras diversas, como se puede ver en el Nuevo Testamento.

El Nuevo Testamento no da instrucciones para el establecimiento del profeta en la estructura gobernante jerárquica de la iglesia; en realidad, el contenido de una profecía siempre debe ser probado por la superior autoridad de las Escrituras y ser responsable ante ellas. Sin embargo, la iglesia debe anhelar la profecía auténtica con un mensaje que es pertinente a las necesidades contemporáneas y sujeto a la autoridad de las Escrituras.

Finalmente, en Efesios 4:11,12 los dones son la herencia histórica y contemporánea de la Iglesia. Algunas funciones apostólicas y proféticas que fluyen de personas directamente comisionadas por el Señor resucitado y operan en capacidades reveladoras parecen ser claramente una función de la primera era de la Iglesia. Al mismo tiempo, algunas de estas funciones que tratan de la revitalización, expansión, y alimentación de la iglesia deben estar presentes en cada generación. Animamos a que cada creyente, guiado y lleno por el Espíritu, a que se deje utilizar como siervo del Señor, porque se necesita de todos los dones para edificar y completar el cuerpo y también para movilizar al cuerpo a alcanzar el mundo. Entonces se realizará el propósito de todos los dones de ministerio: “A fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:12,13).

Preguntas prácticas acerca de los apóstoles y profetas

1. ¿Reconoce las Asambleas de Dios los apóstoles y profetas actuales?
Las Asambleas de Dios reconoce los ministros como certificados, licenciados, u ordenados. El trabajo de los concilios de distrito y del Concilio General se administra por los presbíteros y superintendentes. Las iglesias locales nombran a diáconos. Las Asambleas de Dios cree que esta práctica es consecuente con las enseñanzas apostólicas provistas en las cartas pastorales de 1 y 2 Timoteo, y Tito. Las cartas pastorales no proveen información acerca del nombramiento de apóstoles ni de profetas, y el libro de los Hechos no indica que tal provisión fuera dada en las iglesias establecidas en los viajes misioneros. Los apóstoles no nombraron ni apóstoles ni profetas sino ancianos (Hechos 14:23). Al terminar los viajes misioneros, Pablo se reunió con los ancianos de la iglesia de Efeso (Hechos 20:17-38). Claramente, a los ancianos también fue dada la función de obispos (“supervisor”) y pastores (Hechos 20:28; 1 Pedro 5:2).

Entonces, dentro de las Asambleas de Dios, las personas no son reconocidas por el título de apóstol o profeta. Sin embargo, muchos dentro de la iglesia ejercen la función ministerial de apóstoles y profetas. La función apostólica normalmente viene en el contexto de abrir nuevas obras en un área no evangelizada o con personas no alcanzadas. La plantación de más de 225.000 iglesias alrededor del mundo desde 1914 por las Asambleas de Dios no hubiera sido posible si las funciones apostólicas no hubieran estado presentes. En la iglesia primitiva, los falsos apóstoles no empezaban nuevos ministerios; se apoderaban de los ministerios establecidos por otros. La función profética se manifiesta cuando los creyentes hablan con el ungimiento del Espíritu para fortalecer, animar, y consolar (1 Corintios 14:3). Se debe examinar cuidadosamente cada profecía (1 Corintios 14:29). Una profecía que predice puede ser verídica, pero el profeta cuya doctrina se aparta de las verdades bíblicas, es falso. Cuando una profecía que predice no se cumple, la conclusión es que la persona es un falso profeta (Deuteronomio 18:19-22).

Finalmente, se debe notar que los títulos no son tan importantes como el ministerio mismo. Muchas veces el título da lugar a una actitud de orgullo humano. El título no es lo que hace a la persona o al ministerio. La persona que ministra es que da significado al título. Cristo claramente advirtió a sus discípulos contra la engañosa búsqueda de los títulos (Mateo 23:8-12). Nos dice “que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:25-28).

2. ¿Cuál es la implicación para la iglesia local en el énfasis actual de apóstoles y profetas?
Los movimientos pentecostales y carismáticos han visto varios énfasis teológicos excesivos o erróneos a través de los años. Tenemos gran preocupación por los que no creen en el gobierno congregacional de la iglesia, que no confían en la madurez de la iglesia local para gobernarse a sí misma según las Escrituras y el Espíritu. Tales líderes prefieren estructuras más autoritarias donde sus palabras y decretos no son objetados.

En el énfasis actual de Efesios 4:11, se descuida el versículo 12: “A fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio [i.e. servicio], para la edificación del cuerpo de Cristo.” El énfasis del Nuevo Testamento recae sobre el ministerio de cada creyente. La Reforma Protestante volvió a captar la verdad bíblica del sacerdocio de cada creyente. El movimiento pentecostal se ha extendido como fuego rápido a través del mundo por el ministerio de los dones espirituales del cuerpo entero. La iglesia siempre tiene que recordar que los dones de liderazgo no son dados para la exaltación de unos pocos, sino para la capacitación de todo el pueblo de Dios para el ministerio.

3. ¿Deben las iglesias de las Asambleas de Dios recibir los ministerios de apóstoles y profetas?
Animamos a las iglesias a que presten atención especial a las siguientes provisiones de los Reglamentos del Concilio General: Los pastores y líderes de las asambleas deben hacer la debida indagación respecto de las personas que buscan ingresar en capacidad de maestro, ministro, o pastor. Se debe negar el uso del púlpito hasta que se haya determinado la integridad y la confiabilidad espirituales. Se recomienda que las iglesias de las Asambleas de Dios empleen a ministros de las Asambleas de Dios, ya que el utilizar a ministros que no son de las Asambleas de Dios podría traer confusión y problemas en detrimento de la Confraternidad (Artículo VI, Sección 3).

Esta provisión de los reglamentos concuerda con la responsabilidad de cuidado dada a los pastores (Hechos 20:28-31) y a los líderes del cuerpo de Cristo (1 Timoteo 5:22, 2 Timoteo 4:3-5).

Notas

1 Las citas bíblicas son de la Versión Reina-Valera 1960 a menos que se indique lo contrario.

2 Para simplicidad, cuando se incluyen sustantivos y verbos griegos, normalmente estarán en la forma singular nominativa e indicativa de la primera persona singular.

3A Greek-English Lexicon of the New Testament and Other Early Christian Literature, 3rd edition, rev. and ed., Frederick William Danker (Chicago: University of Chicago Press, 2000), 122.

4 Berakoth 5.5 y varios otros lugares en el Mishnah, la porción más antigua del Talmud. Aunque las referencias rabínicas más tempranas se originaron en el segundo siglo, parece probable que la institución era mucho más temprana. Sin embargo, algunos expertos trazan el concepto al lenguaje “enviar” tanto en el Antiguo Testamento como en el griego secular. Vea Colin Brown, gen. ed., The New International Dictionary of New Testament Theology (Grand Rapids: Zondervan, 1975), “Apostle,” 1:126-136.

5 Vea el perspicaz estudio de C. G. Kruse en Ralph P. Martin and Peter H. Davids, ed., Dictionary of the Later New Testament & Its Developments (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1997), 76-82.

6 Frecuentemente se sugiere que los Once se equivocaron en su selección de Matías porque el lugar de Judas estaba reservado para Pablo. Se nota que Matías inmediatamente pasó al olvido. Sin embargo, no hay insinuación de crítica en el texto y pocos de los Doce fueron mencionados después del capítulo 1. Las credenciales apostólicas de Pablo fueron establecidas independientemente de los Doce por Lucas y Pablo mismo (cf. Hechos 9:1-30, especialmente vv. 26-28; Gálatas 1:15-24).

7A Greek-English Lexicon of the New Testament and Other Early Christian Literature, 311.

8 Algunos comentaristas identifican los “superapóstoles” con los Doce; sin embargo, otros sugieren que el contexto más bien apoya la identificación de maestros judíos helenísticos que vinieron de Corinto con cartas de presentación, quizás de Jerusalén.

9 Vea la discusión en E. Earle Ellis, Pauline Theology: Ministry and Society (Grand Rapids: Eerdmans, 1989), 38.

10“[M] messengers without extraordinary status.” A Greek-English Lexicon of the New Testament and Other Early Christian Literature, 122.

11 Gordon D. Fee, The First Epistle to the Corinthians (Grand Rapids: Eerdmans, 1987), 732.

12 Colin Brown, gen. ed., The New International Dictionary of New Testament Theology (Grand Rapids: Zondervan, 1975), 1:135.

13Vea, por ejemplo, James D. G. Dunn, The Theology of Paul the Apostle (Grand Rapids: Eerdmans, 1998), 578-579.

14The Theology of Paul the Apostle, 574.

15A Greek-English Lexicon of the New Testament and other Early Christian Literature, 3rd edition rev. y ed. Frederick William Danker (Chicago: University of Chicago Press, 2000), 1:44. Vea también Gerhard Kittel, ed., Theological Dictionary of the New Testament, trad. y ed. por Geoffrey W. Bromiley (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing Company, 1964), 1:447.

16 Versión Reina-Valera, “las señales de apóstol”.

17A Greek-English Lexicon of the New Testament and Other Early Christian Literature, 125.

18 Roger Stronstad, The Prophethood of All Believers (Sheffield, UK: Sheffield Academic Press, 1999), 71-84.

 

 

A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son de la Versión Reina-Valera 1960.
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 El Bautismo En El Espíritu Santo

Desde los primeros días del siglo veinte, muchos creyentes cristianos han enseñado y han recibido una experiencia espiritual que llaman el bautismo en el Espíritu Santo. En la actualidad, centenares de millones de creyentes se identifican con el movimiento que enseña y promueve la recepción de esta experiencia. La expansión global de este movimiento muestra el cumplimiento de las palabras de Jesucristo a sus discípulos cuando les prometió que el Espíritu Santo vendría sobre ellos, y recibirán poder para ser sus testigo a todo el mundo (Hechos 1:5,8).

El Nuevo Testamento enfatiza la centralidad de la función del Espíritu Santo en el ministerio de Jesús y la continuación de esa función en la iglesia primitiva. El ministerio público de Jesús fue iniciado por el Espíritu Santo que vino sobre Él (Mateo 3:16; Marcos 1:10; Lucas 3:22; Juan 1:32). El libro de los Hechos presenta una extensión de ese ministerio a través de los discípulos, mediante el empoderamiento del Espíritu Santo.

Los rasgos más característicos del bautismo en el Espíritu Santo son los que siguen: (1) teológicamente y como experiencia se distingue del nuevo nacimiento y los sucede, (2) está acompañado por las lenguas que habla quien lo recibe, y (3) tiene un propósito que lo distingue de la obra del Espíritu en la regeneración del corazón y la vida de un pecador arrepentido.

El término “bautismo en el Espíritu Santo”
El término “bautismo en el Espíritu Santo” no aparece en las Escrituras. Es una conveniente designación para la experiencia que anuncia Juan el bautista, que Jesús “[bautizaría] en Espíritu Santo”1 (Mateo 3:11; Marcos 1:8; Lucas 3:16; Juan 1:33), que Jesús mismo repetiría (Hechos 1:5), y también Pedro (Hechos 11:16). Cabe notar que la expresión aparece en los Evangelios y también el Libro de los Hechos. La ilustración del bautismo presenta la inmersión, como se ve en la analogía del Juan el bautista del bautismo en agua que él administraba y el bautismo en el Espíritu Santo que administraría Jesús.

Ser bautizado en el Espíritu Santo se debe diferenciar de lo que Pablo declara en 1 Corintios 12:13 que, según la sintaxis griega, lee: “por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo”. El contexto de este pasaje muestra que “por” es la mejor traducción, indicando que el Espíritu Santo es el instrumento o medio por el cual se lleva a cabo el bautismo.2 En los versículos 3 y 9 del capítulo, Pablo usa la misma preposición dos veces en el mismo versículo para indicar  una actividad del Espíritu Santo. En 1 Corintios 12:13, “bautizados en un cuerpo” habla de la obra del Espíritu Santo de incorporar a un pecador arrepentido al cuerpo de Cristo (véase Romanos 6:3; Gálatas 3:27 para una expresión equivalente a “bautizados en Cristo”). Este es el “un bautismo” de Efesios 4:5; es el bautismo indispensable e importante que resulta en el “un cuerpo” del versículo 4.

Para resumir: en la conversión, el Espíritu Santo bautiza en Cristo/el cuerpo de Cristo; en una experiencia subsiguiente y diferente, Cristo bautizará en el Espíritu Santo.

Otros términos bíblicos para el bautismo en el Espíritu Santo
Se usan diversos términos bíblicos para referirse a esta experiencia, especialmente en el libro de los Hechos, que registra el primer descenso del Espíritu sobre los discípulos de Jesús y da ejemplos similares de encuentros del Espíritu con el pueblo de Dios. Las siguientes expresiones en Hechos se usan de manera intercambiable para describir la experiencia:

  • Bautizado en el Espíritu—1:5; 11:16; véase también Mateo 3:11; Marcos 1:8; Lucas 3:16; Juan 1:33. El término “bautismo en el Espíritu” generalmente sirve como un conveniente sustituto y también se usa en este documento

  • El Espíritu viene, o desciende, sobre—1:8; 8:16; 10:44; 11:15:19:6; véase también Lucas 1:35; 3:22

  • El Espíritu derramado—2:17,18; 10:45

  • El don que mi Padre prometió—1:4

  • El don del Espíritu—2:38; 10:45; 11:17

  • El don de Dios—8:20; 11:17; 15:8

  • Recibir el Espíritu—8:15,17,19; 19:2

  • Lleno con el Espíritu—2:4; 9:17; además Lucas 1:15,41,67. Esta expresión, junto con “lleno del Espíritu”, tiene una aplicación más amplia en los escritos de Lucas. El mandato de Pablo de “ser llenos con el Espíritu” (Efesios 5:18) no se refiere a la plenitud inicial del Espíritu; es un mandamiento a continuar llenándose del Espíritu.3

Ninguno de estos términos expresa todo lo que envuelve la experiencia. Son metáforas que expresan la idea de que el receptor es completamente dominado o saturado por el Espíritu, que ya mora en él (Romanos 8:9,14-16; 1 Corintios 6:19; Gálatas 4:6).

Continuidad y singularidad

Trasfondo en el Antiguo Testamento
El derramamiento del Espíritu el Día de Pentecostés (Hechos 2) fue el clímax de las promesas que Dios había hecho siglos antes acerca de la institución del nuevo pacto y venida de la era del Espíritu. El Antiguo Testamento es indispensable para la comprensión de la venida del Espíritu Santo para los creyentes bajo el nuevo pacto. Hay dos pasajes proféticos que son especialmente significativos: Ezequiel 36:25–27 y Joel 2:28,29.

Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra (Ezequiel 36:25–27).

Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días (Joel 2:28,29).

El pasaje de Ezequiel habla del lavamiento de los nuevos creyentes de toda la inmundicia espiritual y el cambio del corazón de piedra por un “nuevo corazón” y un “corazón de carne”. Esto sucede como resultado del Espíritu Santo que mora, que los ayudará a vivir en obediencia a las leyes y los decretos de Dios. La promesa predice la enseñanza del Nuevo Testamento acerca de la regeneración. Jesús habló de la necesidad de “nacer del Espíritu” (Juan 3:5,8) y Pablo, como eco de la profecía de Ezequiel, dice que Dios “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:5). El resultado es un estilo de vida cambiado, que es posible por el Espíritu que mora.

La profecía de Joel difiere considerablemente de la de Ezequiel. Habla de un dramático derramamiento del Espíritu Santo que resulta en profecía, sueños, y visiones. El término carismático en nuestro día ha venido a identificar aquellos que creen y que han tenido una experiencia personal y colectiva, con la manera dinámica en que el Espíritu se manifiesta a través de los diversos dones, como los que se enumeran en 1 Corintios 12:7–10.4 El Día de Pentecostés, los discípulos “fueron todos llenos del Espíritu Santo”, que Pedro explicó como el cumplimiento de la profecía de Joel (Hechos 2:16–21).

Las profecías de Ezequiel y Joel, sin embargo, no predicen dos venidas históricas del Espíritu Santo separada una de la otra. Ellas representan dos aspectos de una promesa general que incluye la morada del Espíritu Santo y su plenitud o apoderamiento del pueblo de Dios.

La importancia de los escritos de Lucas
Los escritos de Lucas —el tercer evangelio y el libro de los Hechos—provee la más clara comprensión del bautismo en el Espíritu Santo. Lucas, además de ser un certero historiador, también es teólogo por derecho propio y usa el medio de la narrativa histórica para expresar la verdad teológica.5

Además de los cuatro evangelios, las únicas referencias indisputables de la predicción de Juan el bautista acerca del bautismo en el Espíritu están en el libro de los Hechos (1:5; 11:16). Además, Lucas es el único evangelio que contiene dos declaraciones de Jesús que se relacionan directamente con el bautismo en el Espíritu: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (11:13); “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto” (24:49).

El primer capítulo de los Hechos reanuda el tema de estas promesas. Jesús “les mandó [a sus discípulos] que no se fueran de Jerusalén, sino que esperaran la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hechos 1:4,5); “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). Todo el libro de los Hechos es un comentario de estos versículos, que profundiza los asuntos relacionados con el apoderamiento espiritual y la expansión del evangelio en el Imperio Romano. Por lo tanto, es necesario explorar lo que Lucas dice acerca del bautismo en el Espíritu.

Sin embargo, este énfasis en el libro de Lucas no minimiza otros aspectos importantes del ministerio del Espíritu Santo en otros escritos que no son de Lucas, como, por ejemplo. Juan 14–16; Romanos 8; 1 Corintios 12–14. Tampoco implica que otros escritores guardaron silencio respecto al asunto del bautismo en el Espíritu o que Lucas limita la obra del Espíritu únicamente al bautismo en el Espíritu.

Es importante reconocer que Lucas escribió bajo la inspiración del Espíritu Santo. Considerando que Lucas y Hechos son de carácter histórico, Lucas seleccionó sucesos y expresiones que enfatizan el aspecto dinámico de la obra del Espíritu Santo.

Los primeros cuatro capítulos del evangelio de Lucas presentan un claro cuadro de que la prometida era del Espíritu había sido inaugurada. Lucas presenta la actividad del Espíritu de una manera que claramente evoca la profecía de Joel. Durante cuatrocientos años la actividad del Espíritu Santo entre el pueblo de Dios había estado virtualmente ausente. Ahora irrumpe en una sucesión de acontecimientos relacionados con los nacimientos de Juan el bautista y de Jesús, y con el inicio del ministerio terrenal de Jesús. Visitaciones angélicas, concepciones milagrosas, palabras proféticas, el Espíritu que desciende sobre Jesús en su bautismo, el apoderamiento de Jesús para su ministerio terrenal —todas estas cosas están registradas en una rápida sucesión con el fin de enfatizar el advenimiento de la era prometida.

Metodología que se siguió
Los acontecimientos narrativos que se registran en los Hechos en que los creyentes experimentan una plenitud inicial del Espíritu tiene una repercusión directa en las preguntas de si el bautismo es un asunto separado de la regeneración y si el hablar en lenguas es un componente necesario de la experiencia. Se emplea el método inductivo al examinar estos sucesos; es un válido método lógico que tiene como fin formar una conclusión basada en el estudio de sucesos o declaraciones individuales.6

“Continuidad” en los Hechos

El Día de Pentecostés (Hechos 2:1–21). La primera instancia en que los discípulos reciben una experiencia de tipo carismática sucedió el Día de Pentecostés (Hechos 2:1–4). La venida del Espíritu ese día no tuvo precedentes; fue un acontecimiento único, histórico, terminado, e irrepetible conectado con la institución del nuevo pacto. Pero como Hechos indica, la experiencia de los discípulos en Pentecostés en un nivel personal también sirve como un paradigma para los creyentes que vinieron después (8:14–20; 9:17; 10:44–48; 19:1–7).

¿Fue el Pentecostés una experiencia de los discípulos que vino a “continuación” de la conversión? En una ocasión Jesús dijo a setenta y dos de sus discípulos: “regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (Lucas 10:20). No es necesario localizar con exactitud el momento preciso de su regeneración en el sentido que el Nuevo Testamento le da a la palabra. Si hubieran muerto antes del descenso del Espíritu en Pentecostés, ellos seguramente habrían ido a la presencia del Señor. Sin embargo, muchos eruditos ven la experiencia del nuevo nacimiento de los discípulos como algo que sucedió en el momento en que el Cristo resucitado “sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20:22).

Es significativo que en ningún caso el Nuevo Testamento iguala la expresión “llenos del Espíritu Santo” (versículo 4) con la regeneración. Siempre se usa en conexión con personas que ya son creyentes.

Los samaritanos (8:14–20). El pentecostés samaritano muestra que uno puede ser un creyente y aun así no haber tenido una experiencia del tipo carismática. Las siguientes observaciones muestran que los samaritanos eran genuinos seguidores de Jesús antes de la visita de Pedro y Juan: (1) Felipe claramente les proclamó las buenas nuevas del evangelio (versículo 5); (2)ellos creyeron y fueron bautizados (versículos 12,16); (3) ellos habían “recibido [dekomai] la palabra de Dios” (versículo 14), una expresión sinónima de conversión (Hechos 11:1; 17:11; véase también 2:41); (4)Pablo y Juan les impusieron las manos para “recibieron el Espíritu Santo” (versículo 17), una práctica que el Nuevo Testamento nunca asocia a la salvación; y (5) los samaritanos, después de su conversión, tuvieron una dramática y observable experiencia del Espíritu (versículo 18).

Saulo de Tarso (Hechos 9:17). La experiencia de Saulo de Tarso también demuestra que ser lleno del Espíritu Santo es una experiencia identificable que va más allá de la obra del Espíritu en la regeneración. Tres días después de su encuentro con Jesús en el camino a Damasco (hechos 9:1–19), recibió la visita de Ananías. Las siguientes observaciones son importantes: (1) Ananías se dirigió a él como “Hermano Saulo”, que probablemente indica una relación mutuamente fraterna con el Señor Jesucristo; (2) Ananías no instó a Pablo al arrepentimiento ni a creer, aunque sí lo animó a ser bautizado (hechos 22:16); (3) Ananías puso las manos sobre Saulo para que recibiera sanidad y para que fuera lleno del Espíritu; y (4) hubo un lapso de tres días entre la conversión y el momento en que fue lleno del Espíritu.

La casa de Cornelio en Cesarea (Hechos 10:44–48). La narración acerca de Cornelio alcanza su punto cúspide en el derramamiento del Espíritu Santo sobre él y los de su casa. Él no era cristiano antes de la visita de Pedro; él era un hombre temeroso de Dios, un gentil que había dejado el paganismo y había adoptado importantes aspectos del judaísmo sin convertirse en prosélito, es decir, plenamente judío. Aparentemente, quienes era de la casa de Cornelio creyeron y fueron regenerados en el momento en que Pedro habló de Jesús como aquel a través del cual “todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre” (versículo 43). Al parece, simultáneamente experimentaron un derramamiento del Espíritu como el que hubo el Día de Pentecostés, como Pedro después informó a la iglesia de Jerusalén (11:17; 15:8,9). Las expresiones con que se describe esta experiencia no se usan en ninguna parte de los Hechos para describir la conversión: “el Espíritu Santo cayó sobre” (10:44; ref. 8:16); “el don del Espíritu Santo” (10:45; 11:17; ref. 8:20); “sobre los gentiles se derramará” (10:45); “bautizados con [en] en el Espíritu Santo” (11:16).

El bautismo en el Espíritu de los creyentes en Cesarea es paralelo al de los creyentes en Jerusalén (Hechos 2), Samaria (Hechos 8), y Damasco (Hechos 9). Pero a diferencia de la experiencia de sus antecesores, ellos vivieron una experiencia unificada en que la conversión y el bautismo en el Espíritu sucedió en una rápida sucesión.

Los discípulos en Éfeso (Hechos 19:1–7). En Éfeso, Pablo encontró un grupo de Discípulos que no habían experimentado el bautismo en el Espíritu. De este suceso derivan tres importantes preguntas:

(1) ¿Eran estos hombres seguidores de Jesús o seguidores de Juan el bautista? En el libro de los Hechos, en casi cada ocurrencia de la palabra “discípulo” (mathe-te-s), con sólo una excepción, 7 se refiere a los seguidores de Jesús. La razón de Lucas para referirse a estos hombre como “ciertos discípulos” es que no estaba seguro del número exacto: “Eran por todos unos doce hombres” (versículo 7). Ellos eran creyentes cristianos que necesitaban enseñanza; como Apolos (Hechos 18:24–27), ellos necesitaban que se les expusiera “más exactamente el camino de Dios” (18:26).

(2) Qué quiso decir Pablo con la pregunta: “¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis?” (una traducción estricta del versículo 2).8 Él percibió en ellos una carencia espiritual, pero no cuestionó la validez de su fe en Jesús. Considerando que en el libro de los Hechos la cláusula “recibir el Espíritu Santo” se refiere al bautismo 9 (8:15,17,19; 10:47; véase también 2:38), Pablo está preguntando si han tenido la experiencia de la venida del Espíritu Santo sobre ellos en una manera carismática, cómo sí sucedió después (versículo 6).

(3) ¿Está de acuerdo Pablo con la enseñanza de Lucas de que hay una obra del Espíritu en los creyentes que se distingue de su obra en la salvación? Este suceso en Éfeso, como también la propia experiencia de Pablo, requiere de una respuesta afirmativa.

Conclusiones
1.         En tres de las cinco instancias—Samaria, Damasco, Éfeso—las personas que tuvieron una experiencia del Espíritu identificable ya eran creyentes. En Cesarea, esa experiencia fue casi simultánea con la fe salvadora de Cornelio y los de su casa. En Jerusalén, los receptores ya eran creyentes en Cristo aunque puede ser difícil—si es que fuera necesario—determinar con exactitud el punto en el tiempo cuando fueron regenerados en el sentido que expresa el Nuevo Testamento.
2.         En los tres relatos hubo un lapso de tiempo entre la conversión y el bautismo en el Espíritu (Samaria, Damasco, Éfeso). El intervalo de espera en el derramamiento de Jerusalén fue necesario con el fin de que se cumpliera la importancia tipológica del Día de Pentecostés. En el caso de Cesárea, no se distingue un lapso de tiempo.
3.         Se usa una diversidad de términos intercambiables para la experiencia del bautismo en el Espíritu.
4.         Grupos de personas (Jerusalén, Samaria, Cesarea, Éfeso) y también individuos (Pablo) recibieron la experiencia.
5.         En tres instancias se menciona la imposición de la manos (Samaria, Damasco, Éfeso), sin ser ésta un requisito, como es evidente en los derramamientos en Jerusalén y Cesarea.
6.         Aunque el bautismo en el Espíritu es un don de la gracia de Dios, , no debe llamarse “una segunda obra de gracia” o “una segunda bendición”. Tal expresión indica que un creyente no puede tener experiencia o experiencias de la gracia divina entre la conversión y el bautismo en el Espíritu Santo.
7.         La posición ideal y bíblica recta es que el espacio de tiempo entre la regeneración y el bautismo en el Espíritu no es un requisito. El énfasis debe hacerse en la sucesión y singularidad teológica, no así temporal.

HABLAR LENGUAS

Palabras inspiradas por el Espíritu que anteceden a Hechos 2
En el Antiguo Testamento, el Espíritu Santo se manifestaba de diversas maneras pero su obra y ministerio más característico y frecuente era el de la palabra inspirada. Además de los escritos proféticos, hubo muchas instancias en que la gente profetizó oralmente conforme a la dirección del Espíritu, por ejemplo: Números 11:25,26; 24:2,3; 1 Samuel 10:6,10; 19:20,21. Esta inspiración a profetizar es el vínculo que conecta los oráculos del Antiguo Testamento con la predicción de Joel de que un día el pueblo de Dios profetizaba (Joel 2:28,29) y con el anhelo de Moisés de que todo el pueblo de Dios profetizara (Números 11:29).

Hay una vital conexión entre las personas del Antiguo Testamento que profetizaba y las experiencia comparables del Nuevo Testamento antes del Día de Pentecostés, especialmente como se registra en Lucas 1–4. En esos capítulos registra que ciertas personas fueron llenas del Espíritu—Juan el bautista, Elizabeth su made, y su padre Zacarías—y que también hubo algunos que profetizaron bajo la influencia del Espíritu Santo, como Elizabet, Zacarías, María, y Simeón, Además, se menciona a Ana como profetiza (2:36).

Las lenguas como evidencia en los Hechos

El Día de Pentecostés (2:1–21). Ocurrieron tres dramáticos fenómenos: un viento recio, fuego, y las lenguas que se hablaron.10 El viento y el fuego, que en las Escrituras son símbolo del Espíritu Santo,  antecedieron al derramamiento del Espíritu; pero el fenómeno de hablar en lenguas fue una parte integral de la experiencia de los discípulos en el bautismo en el Espíritu. El ímpetu de hablar en lenguas era el Espíritu Santo. El verbo griego apophthegmata al final del versículo 4 se repite en el versículo 14 como introducción del discurso de Pedro a la multitud. Es una palabra poco común y que rara vez se usa, y que se puede traducir como “emitir una palabra inspirada”.

La frase verbal griega para hablar en lenguas (lalein glosáis) no aparece en literatura que no sea bíblica como un término técnico para describir la acción de hablar un idioma que no se conoce. Pero Lucas (Hechos 2:4; 10:46; 19:6) y Pablo (1 Corintios 12:30; 13:1; 14:5,6,18,23,39) la usan con esa connotación.

La palabra griega glossa se refiere a la lengua como el órgano del habla y, por extensión”, el resultado del habla: el lenguaje. En Hechos 2, aunque los discípulos no conocían las lenguas que ellos mismos hablaron, hubo algunos que sí las entendieron. Eran lenguas humanas, identificables. Lucas dice que los discípulos hablaron en otras lenguas, es decir, lenguas que no eran las de ellos. Sin embargo, en las demás instancias de Hechos, donde se menciona que hablaron lenguas (10:46; 19:6), no hay indicación de que los presentes entendieron las lenguas o las identificaron. Los escritos de Pablo enseñan que las lenguas no siempre son humanas; también pueden ser espirituales, celestiales, o angélicas (1 Corintios 13:1; 14:2,14) como un medio de comunicación entre el creyente y Dios.

Cabe mencionar dos detalles importantes:

(1) En el Día de Pentecostés, todos los que fueron llenos con el Espíritu hablaron en lenguas (Hechos 2:4).
(2) Pedro, al explicar a los presentes el significado de la experiencia de los creyentes, dijo que era el cumplimiento de Joel 2:28,29 (Hechos 2:16–21). Especialmente importante es que Pedro, en medio de la referencia que hizo de Joel, introdujo las palabras “profetizarán” (versículo 18), enfatizando la palabra profética como un rasgo clave del cumplimiento. ¿Es hablar en lenguas lo mismo que la profecía? El hablar en lenguas y la profecía suceden cuando el Espíritu Santo viene sobre una persona y la dirige a hablar. La diferencia básica es que la profecía es en el idioma de quien habla, en tanto que el hablar en lenguas es un idioma que quien habla desconoce. Pero el modo en que operan los dos dones es el mismo. Hablar en lenguas puede, por lo tanto, considerarse una forma especializada o diversa de profecía respecto a la manera en que opera.

Los samaritanos (8:14–20). Los samaritanos habían sido testigos de las señales que Dios obró a través de Felipe, habían además respondido en fe al mensaje de Cristo, y se habían sometido al bautismo. Pero no habían recibido el bautismo en el Espíritu Santo (versículo 15). Pedro y Juan “les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo” (versículo 17). Simón el mago vio algo extraordinario en este don del Espíritu, e inmediatamente quiso tener la autoridad de también impartir el don. Ya había sido testigo de la expulsión de demonios y sanidades, pero esto era claramente algo diferente. Lucas simplemente dice que Simón “vio” o fue testigo de que se daba el Espíritu Santo; sucedió algo que él pudo observar. El consenso entre los eruditos bíblicos, muchos de los cuales no son pentecostales o carismáticos, es que los samaritanos tuvieron una experiencia glosolalia.
Este relato se clasifica entre los dos principales en los capítulos 2 al 10, que sin ambigüedad asocia la glosolalia con el bautismo en el Espíritu. Por lo tanto este suceso puede con toda razón identificarse como el “Pentecostés Samaritano”.

Saulo de Tarso (9:17). Lucas no registra detalle alguno del bautismo de Pablo en el Espíritu Santo. Sin embargo, sí sabemos que Pablo hablaba en lenguas con frecuencia y como algo normal en su rutina diaria (1 Corintios 14:18). Parece legítimo y lógico inferir que la primera vez que habló en lenguas fue cuando Ananías le impuso las manos. Así como lo que sucedió en Samaria, esta experiencia se sitúa entre los dos sucesos que claramente dicen que todos hablaron en lenguas cuando fueron bautizados en el Espíritu.

La casa de Cornelio en Cesarea (Hechos 10:44–48). Se deben observar unos cuantos detalles importantes:
(1) Pedro claramente identifica la experiencia de la casa de Cornelio con la que tuvieron los discípulos en Pentecostés: “Dios, pues, les concedió el mismo don que a nosotros” (Hechos 11:17; véase también 15:8). Además, en ambos relatos aparecen términos comunes como “bautizado con [en] el Espíritu”, “derramado”, y “don”.
(2) La manifestación externa observable de la glosolalia convenció a los acompañantes judeo-cristianos de Pedro de que el Espíritu también había sido derramado sobre esos gentiles: “Porque los oían que hablaban en lenguas y que magnificaban a Dios” (versículo 46, se ha usado cursiva a modo de énfasis).
(3) Posiblemente, la frase “magnificaban [megaluno] 11 a Dios” es un comentario acerca del contenido de la glosolalia. Se debe notar la importancia de Hechos 2:11 porque identifica el contenido de la glosolalia en Pentecostés como una recital de “las maravillas [megaleia] de Dios”.
(4) Todos los que recibieron, también hablaron en lenguas (versículo 44). Este suceso y el de Pentecostés, que también indiscutiblemente y sin ambigüedad dice que todos hablaron en lenguas, conecta la glosolalia con el bautismo en el Espíritu Santo. Los dos relatos son un paréntesis de los capítulos 8 y 9 donde Lucas no presenta detalles de la experiencia en el Espíritu de los creyentes.

Los Discípulos en Éfeso (Hechos 19:1–7). Cuando el Espíritu Santo vino sobre estos discípulos, “hablaban en lenguas y profetizaban” (versículo 6). Una traducción del texto griego podría ser: “No sólo [te] hablaron en lenguas, sino que también [kai] profetizaron”.12

Conclusiones

1.         En el Antiguo Testamento, en los primeros capítulos del Evangelio de Lucas y en el Libro de los Hechos, hay un patrón de expresión verbal inspirada cuando el Espíritu Santo viene sobre las personas.
2.         El derramamiento del Espíritu en el Día de Pentecostés es el modelo o paradigma de los derramamientos posteriores.
3.         El hablar en lenguas, respecto a la manera en que ocurre, debe considerarse como una forma especializada y diversa de profecía.
4.         El hablar en lenguas fue una parte integral del bautismo en el Espíritu en el Libro de los Hechos. Es la única manifestación asociada al bautismo en el Espíritu Santo que se presenta explícitamente como evidencia que prueba la autenticidad de la experiencia, y sobre esa base debe considerarse normativa.
5.         La doctrina Pentecostal de hablar en lengua como “evidencia física inicial” es un intento de condensar el pensamiento de que en el momento del bautismo en el Espíritu Santo el creyente hablará en lenguas. Comunica la idea de que la acción de hablar en lenguas es el acompañamiento inicial y empírico del bautismo en el Espíritu Santo. En ninguna parte en las Escrituras se indica que uno puede ser bautizado en el Espíritu sin hablar en lenguas.
6.         Primera de Corintios 12:30 a veces surge como argumento de que las lenguas no son un componente necesario del bautismo en el Espíritu, cuando Pablo pregunta retóricamente: ‘no todos hablan en lenguas, ¿verdad?”13 Pero el contexto amplio y el contexto inmediato relacionan la pregunta con el ejercicio del don en la adoración colectiva, como sugiere la pregunta a continuación: “no todos interpretan, ¿verdad?” Según 1 Corintios 12:8–10, sólo algunos creyentes son guiados por el Espíritu Santo para comunicar un mensaje en lenguas en la reunión del pueblo de Dios.

ASPECTOS PRÁCTICOS DEL BAUTISMO EN EL ESPÍRITU SANTO

Las evidencias continuas del bautismo en el Espíritu Santo
Los resultados de carácter divino del bautismo en el Espíritu Santo incluyen:

Hablar en lenguas. Hablar en lenguas es la indicación inicial y empírica de que ha habido una plenitud pero también es un beneficio para la persona que es llena del Espíritu, porque Pablo dice que “el que habla en lenguas no habla a los hombres, sino a Dios” y “el que habla lengua extraña, a sí mismo se edifica” (1 Corintios 12:2,4). Este es el aspecto devocional de las lenguas, que se asocia con la acción de alabar a Dios y darle las gracias (versículos 16,17). Este aspecto es lo que a veces llamamos un lenguaje de oración. Es un elemento en la oración en el Espíritu (Efesios 6:10; Judas 1:20). Por se un medio por el cual los creyentes se edifican espiritualmente, puede decirse que las lenguas son un medio de gracia. No es una experiencia que sucede sólo en el momento de ser bautizado en el Espíritu; debe ser una experiencia constante y frecuente. Esto es lo que implica la declaración de Pablo a los corintios: “quisiera que todos vosotros hablasteis en lenguas” (1 Corintios 14:5, una traducción estricta que refleja el tiempo verbal griego).

Además, algunos exegetas cualificados entienden que Pablo se refiere al orar en lenguas, o por lo menos a incluirlas, cuando dice que “de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles” (Romanos 8:26).

Apertura a las manifestaciones del Espíritu. El bautismo en el Espíritu Santo abre al receptor a una amplia gama de dones espirituales. Esta es una consecuencia natural de haberse ya sometido a algo sobrenatural y supranacional al dejarse saturar por el Espíritu. Pero esto no excluye de los dones espirituales a quienes no han recibido la plenitud del Espíritu. El Antiguo Testamento y los evangelios muestran que la mayoría de los dones fueron ejercidos antes del Día de Pentecostés, sin embargo fue sólo después del derramamiento del Espíritu ese día que entre el pueblo de Dios operaron con mayor frecuencia y una variedad más amplia de dones espirituales. Considerando que la edificación del pueblo de Dios es el propósito global de los dones espirituales en la asamblea (1 Corintios 12:7; 14:3–6,12), los creyentes llenos del Espíritu deben anhelar de todo corazón (1 Corintios 12:31; 14:1).

Vida piadosa. El bautismo en el Espíritu Santo influye en la vida piadosa. El punto 7 de la “Declaración de Verdades Fundamentales” de las Asambleas de Dios establece que con el bautismo en el Espíritu Santo viene “la investidura de poder para la vida y el servicio”. La frase “para la vida” significa “para la vida piadosa”. Si, en efecto, el bautismo en el Espíritu Santo es una inmersión en Aquel que es el Espíritu Santo—la más frecuente designación para Él en el Nuevo Testamento—la experiencia debe de alguna manera relacionarse con la santidad personal. Un problema básico entre los creyentes en la congregación de la iglesia de Corinto era que hablaban en lenguas pero no dejaban que el Espíritu obrará internamente en ellos. Es en este punto que la persona bautizada en el Espíritu debe entender que además de los dones espirituales, la experiencia Pentecostal debe producir fruto espiritual.

El bautismo en el Espíritu no produce santificación instantánea (¡nada lo hará!), pero da al receptor un incentivo para procurar una vida que complazca a Dios. En esta conexión, es importante que veamos el vínculo entre ser continuamente lleno del Espíritu y su consecuencia en la vida del creyente: un espíritu gozoso, el ministerio a otros, la acción de gracias, y la sumisión y el respeto mutuos (Efesios 5:18 al 6:9).

El bautismo en el Espíritu Santo no debe ser la experiencia de una sola vez. Además de la obra interior que es el Espíritu realiza cada día en la vida, hay ocasiones en que viene sobre la vida del creyente en tiempos de crisis o para satisfacer una necesidad especial; estos momentos también los describimos como “ser llenos del Espíritu” (Hechos 4:8,31; 13:9,52).

Poder para testificar. Es común que en el Nuevo Testamento se asocie el poder con el Espíritu Santo, y a veces los dos términos son intercambiables (por ejemplo, Lucas 1:35; Hechos 10:38; Romanos 15:19; 1 Corintios 2:4; 1 Tesalonicenses 1:5). Antes de ascender Jesús dijo a los Discípulos que se quedaran en Jerusalén hasta que fueran “investidos de poder desde lo alto” (Lucas 24:49). En Hechos, Él les dice: “recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos” (1:8). Estos temas, el bautismo en el Espíritu Santo y la evangelización del mundo, están estrechamente relacionados en el libro de los Hechos. Es evidente la relación de causa y efecto que hay entre ambos, sin embargo Jesús no dijo que la evangelización del mundo es el único propósito del poder. La obra del Espíritu en el bautismo en el Espíritu debe entenderse en un contexto más amplio que el se enfatiza en los Hechos, no obstante la persona bautizada en el Espíritu que no testifica de Cristo es una contradicción de los términos.

Desde el punto de vista bíblico y desde el punto de vista misionero y evangelístico, se debe entender que recibir este poder también incluye la proclamación del evangelio. La proclamación es principalmente verbal, pero el poder que Jesús prometió abarca la operación de milagros en su nombre. El libro de los Hechos registra evidencias de la obra del Espíritu—dones de palabra, sanidades, exorcismos, resurrección, etc.—que el Señor usó para preparar a una audiencia con el fin de que recibieron la proclamación del evangelio.

Aliento para quienes todavía no son bautizados
Las Escrituras no dan una fórmula para recibir la plenitud inicial del Espíritu, pero los siguientes consejos pueden ser útiles:

Todos los creyentes son candidatos. Joel predijo que el Señor derramará su Espíritu sobre todo su pueblo (2:28,29). Ancianos y jóvenes, mujeres y hombres, siervos—sin distinción de edad, género, o condición social—, todos estamos incluidos en la promesa. Esto es un eco de la ferviente esperanza (¡y profecía!) de Moisés: el Señor pondría su Espíritu sobre todo su pueblo (Números 11:29). La provisión profética ya no estaría limitada a unos pocos que formaban un grupo selecto. Pedro enfatizó este asunto en su discurso de Pentecostés, cuando citó el pasaje de Joel, y después declaró respecto al don del Espíritu era para “vosotros [judíos] es la promesa, y para vuestros hijos [descendientes], y para todos los que están lejos” (versículos 38,39). “Lejos” probablemente se refiere a los gentiles (Efesios 2:13,17); algunos lo interpretan como quienes están distantes cronológicamente y geográficamente. Los creyentes interesados deben estar seguros y convencidos de que la experiencia es verdaderamente para ellos.

El Espíritu ya mora en todos los creyentes. Es importante subrayar que el Espíritu Santo no es externo para los creyentes que todavía  no han sido bautizados en el Espíritu. El Espíritu obra internamente en una persona que se arrepiente y cree para efectuar el nuevo nacimiento; Él no se aleja para regresar en el momento en que la persona recibe la plenitud. El bautismo en el Espíritu es una experiencia incontenible del Espíritu que ya mora en el creyente; algunos la han llamado la “liberación” del Espíritu.

El bautismo en el Espíritu es un don. Por definición, un don no se gana. Si fuera por el mérito de la persona, la pregunta imposible de responder sería: “¿Cuál debe ser el nivel de dignidad de la persona para poder recibir ese don?” O, “¿Cuán ‘perfecta’ debe ser la persona para vivir la experiencia?” Es posible que la persona que busca recibir más esté tan preocupada con su sentimiento de indignidad personal que el Espíritu no pueda fluir libremente en su vida.

Dios no permitirá que quien le busca sinceramente viva una experiencia falsa. A algunos les preocupa que “las lenguas que hablen” sean generadas por ellos o que vengan de Satanás. Esas personas deben confiar en las palabras de Jesús: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan? ” Este versículo está inserto en un contexto que explica que un padre terrenal no dará a su hijo una serpiente cuando éste le ha pedido un pescado, o un escorpión si le ha pedido un huevo (Lucas 11:11-13).

La actitud de espera y la apertura facilitan la recepción. Los candidatos deben estar dispuestos a rendirse a lo que el Señor les muestre que deben hacer. Aunque la auténtica experiencia de hablar en lenguas no puede ser generada por la persona misma, quien busca debe cooperar con el Espíritu, o debe haber nacido por su obra, y debe dar expresión vocal a una dirección interior de pronunciar sonidos con los que no está familiarizado. La experiencia de los discípulos el Día de Pentecostés es instructiva: ellos “comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (Hechos 2:4).

La oración y la alabanza generalmente conducen a la experiencia. La enseñanza de Jesús, la disposición del Padre de dar el Espíritu Santo a quienes se lo piden (Lucas 11:13), está continuación de una extensa enseñanza acerca de la oración (versículos 1–12) en que Él profundiza e ilustra el aspecto de la persistencia. Los verbos griegos que se traducen como “pedir”, “buscar”, y “golpear” están en tiempo presente del griego, que sugiere la idea de “seguir pidiendo, seguir buscando, seguir golpeando”. Esto no debe confundirse con mendigar con desesperanza y frustración; es más cercana a la idea que se expresa en la bienaventuranza: “Bienaventurado aquellos que continuamente sienten hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5:6, traducción literal del autor). Se debe notar que antes del Día de Pentecostés, los discípulos “perseveraban unánimes en oración y ruego” (Hechos 1:14).

La petición debe ir acompañada de alabanza. La oración en el aposento alto estaba complementada con los discípulos que “estaban siempre en el templo, alabando y bendiciendo a Dios” (Lucas 24:53). Quienes buscan el bautismo en el Espíritu Santo deben envolverse en la alabanza tanto como en la petición, ya que la alabanza a Dios en la lengua materna generalmente facilita la transición a la alabanza en lenguas. Es notable que el contenido de las palabras de los Discípulos en el Pentecostés eran alabanzas por las poderosas obras de Dios (Hechos 2:11; véase también 10:46). Esto es especialmente interesante puesto que la celebración judía de Pentecostés, una celebración de la cosecha, era un tiempo de gracia y acción de gracia a Dios. Aún en un plano personal, una persona que ofrece las primicias de la cosecha a Dios participa en una celebración de la poderosa obra de Dios de liberación de Israel de la esclavitud en Egipto (Deuteronomio 26:1-11).

Podría haber otras bendiciones espirituales. El bautismo en el Espíritu es confirmado por la acción de hablar en lenguas, sin embargo, entre la regeneración y el bautismo en el Espíritu, la persona podría tener otras experiencias espirituales válidas e importantes. A veces esas experiencias son una vislumbre o una muestra de la experiencia cúlmine, que preparan a la persona y facilitan la recepción de la plenitud del Espíritu, pero éstas no deben identificarse como el bautismo en el Espíritu.

El tiempo de Dios puede ser diferente del nuestro. El Señor responde a la oración de fe y alabanza, pero, por razones que sólo Él conoce, su tiempo a veces no coincide con nuestro deseo. Tanto en las Escrituras como en la historia de la iglesia, los derramamientos del Espíritu a veces ocurrieron en lugares y en momentos inesperados. Por consiguiente, quien quiere ser bautizado no debe dejarse vencer por el desánimo o sentirse culpables si no recibe la plenitud del Espíritu cuando espera. Pero en los tiempos de especial visitación espiritual cuando otros son llenos del Espíritu, las condiciones son óptimas para quien quiere ser lleno.

CONCLUSIÓN FINAL

El bautismo en el Espíritu Santo debe ser más que una doctrina que se protege y se valora; debe ser una experiencia vital, productiva, y continúa en la vida de los creyentes y en su relación personal con el Señor, su interacción con otros creyentes, y su testimonio al mundo. La vitalidad y la fuerza de la Iglesia pueden concretarse sólo cuando los creyentes de manera personal y colectiva manifiestan el poder del Espíritu Santo que Jesús mismo experimentó y que prometió a sus discípulos.

APÉNDICE

La declaración doctrinal oficial de las Asambleas de Dios respecto al bautismo en el Espíritu Santo se encuentra en  la Declaración de Verdades Fundamentales, y lee como sigue:

7. El bautismo en el Espíritu Santo
Todos los creyentes tienen el derecho de recibir y deben buscar fervientemente la promesa del Padre, el bautismo en el Espíritu Santo y fuego, según el mandato del Señor Jesucristo. Esta era la experiencia normal y común de toda la primera iglesia cristiana. Con el bautismo viene una investidura de poder para la vida y el servicio y la concesión de los dones espirituales y su uso en el ministerio (Lucas 24:49; Hechos 1:4,8; 1 Corintios 12:1-31). Esta experiencia es distinta a la del nuevo nacimiento y subsecuente a ella (Hechos 8:12-17; 10:44-46; 11:14-16; 15:7-9). Con el bautismo en el Espíritu Santo el creyente participa de experiencias como la de ser lleno del Espíritu (Juan 7:37-39; Hechos 4:8); una mayor reverencia hacia Dios (Hechos 2:43; Hebreos 12:28); una consagración más intensa a Dios y una mayor dedicación a su obra (Hechos 2:42); y un amor más activo a Cristo, a su Palabra, y a los perdidos (Marcos 16:20).

8. La evidencia física inicial del bautismo en el Espíritu Santo
El bautismo de los creyentes en el Espíritu Santo es evidente con la señal física inicial de hablar en otras lenguas como el Espíritu los dirija (Hechos 2:4). El hablar en lenguas en este caso es esencialmente lo mismo que el don de lenguas (1 Corintios 12:4-10, 28), pero es diferente en propósito y uso.


 La Doctrina De La Creación

“En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1:1). 1

La Biblia comienza con la historia de la creación, expresa desde el principio que Dios es el Creador, y reitera esta comprensión de los orígenes desde Génesis hasta Apocalipsis. Las enseñanzas de la Biblia acerca de la creación son fundamentales para la fe cristiana.

            Al estudiar la doctrina bíblica de la creación, se debe entender que la Biblia no afirma ser un libro de texto científico. Tampoco se debe esperar que la Biblia, que pretende comunicar un mensaje a la gente a través de las edades, utilice terminología científica moderna. No obstante, la Biblia declara por sí misma que es confiable y veraz en todo asunto que enseña, sea en materia de fe, de historia, o del orden cerrado. “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Timoteo 3:16). Afirmamos con Jesús la autoridad, certeza, e irrevocabilidad de la Palabra eterna de Dios, ya que “la Escritura no puede ser quebrantada” (Juan 10:35; Mateo 5:18).

Dios es el Creador de todas las cosas

En los relatos de la creación de Génesis, y a través del Antiguo y Nuevo Testamento, la Biblia enfatiza que Dios es el Creador, no sólo de la tierra y de sus habitantes, sino de todo lo que existe (Éxodo 20:11; Nehemías 9:6; Salmo 146:6; Hechos 14:17; Apocalipsis 4:11; 10:6).

            El relato bíblico contrasta marcadamente con el pensamiento del antiguo Cercano Oriente que tendía a ser dualista, y enseñaba que el universo existía en cierta forma junto con los dioses. En las mitologías antiguas, se concibe que los dioses crearon algunas cosas, pero siempre a partir de materiales preexistentes. Sin embargo, la declaración bíblica de que Dios es el Creador de todas las cosas lo distingue de estos dioses paganos y sus ídolos (Salmo 96:5).

Los materialistas contemporáneos suelen creer también que la materia es eterna y que conforma la suma total de toda la existencia. Por consiguiente, la teoría de la evolución supone que el universo y todas las formas de vida, incluyendo los humanos, evolucionan de forma espontánea a través de fuerzas mecánicas, sin ser guiados por ninguna inteligencia externa, divina o de otro tipo.

Contra éstas creencias, la Biblia acepta y enseña con claridad que Dios existía antes de todas las cosas (Salmo 90:2). Es más, Él trajo el universo a la existencia a partir de la nada (ex-nihilo); es decir, sin materiales preexistentes (Romanos 4:17; Hebreos 11:3). Por tanto, la creencia en la eternidad de la materia, y la teoría de que el universo evolucionó por sí mismo son inconsistentes con la fe bíblica y contrarias a ella.

La realidad de la creación

Los capítulos 1 y 2 de Génesis describen con exactitud cómo creó Dios los cielos y la tierra. Con un lenguaje que parece emplear tanto la prosa como la poesía, y que contiene tanto elementos literarios como simbólicos. El relato es una narración sencilla, aunque también hermosa y convincente, y su fin es hablar a la gente de todas las edades.

La creación, de elaborado diseño y delicado balance, es tan compleja que los humanos nunca serán capaces de comprenderla del todo; sólo el Creador mismo puede hacerlo. No obstante, el mensaje de que Dios es el único Creador se ha comunicado claramente a todos los que han escuchado y leído el relato de Génesis a través de los tiempos. La sencillez, el poder, y la belleza de estos relatos de la creación contrastan de manera vívida con los mitos paganos del antiguo Cercano Oriente.

Algunos han argumentado que los primeros dos capítulos del Génesis son poéticos y que deberían interpretarse como parábolas. Sin embargo, una comparación de referencias poéticas en torno a la creación (Deuteronomio 32 y 33; Job 38:4–11; Salmo 90; 104:5–9) indica que el relato de Génesis tiene forma de prosa, aunque es posible que contenga lenguaje poético. Pero, aun así, en la Biblia la poesía a menudo describe —como en otra literatura— hechos históricos reales, por tanto, el uso de la poesía no significa que este relato sea ficticio.

Sólo Dios puede crear

También es evidente que ninguna parte de la creación de Dios, sea ángel o humano, es creativa en el sentido en que Dios lo es. La palabra hebrea para “crear”(bara’) siempre presenta a Dios como sujeto del verbo. Esta palabra se usa para la obra de Dios en la creación, y también para indicar que Dios hará algo inusual y sin precedentes. Por ejemplo, se usa cuando Dios dice a Israel en el Sinaí: “Haré maravillas que no han sido hechas [bara’, “creadas”] en toda la tierra, ni en nación alguna” (Éxodo 34:10).

La trascendencia del verbo hebreo bara’ se ilustra también cuando Dios habla a su pueblo terco a través de Isaías: “Ahora, pues, te he hecho oír cosas nuevas... Ahora han sido creadas [bara’], no en días pasados” (Isaías 48:6-7). Así como en el primer capítulo de Génesis, el término bara’, “crear”, se usa sólo en relación con hechos de Dios completamente nuevos o sin precedentes. Es decir, habla de la creación de los cielos y la tierra en el principio, de la creación, de la primera vida animal en el mar (Génesis 1:21), y del hombre y la mujer, creados a la imagen de Dios (1:27). En otras ocasiones, se usan las palabras “hacer” (‘asah) y “formar” (yatsar). La palabra “crear” (bara’), por tanto, enfatiza que sólo Dios es el gran Creador de todo.

La creación de Dios tiene propósito

En la creación, Dios tenía un propósito establecido. Él creó “para sí mismo” (Proverbios 16:4) y para su gloria (Isaías 43:7). Él “es Dios, el que formó la tierra, para que fuese habitada” por sus criaturas animadas (Isaías 45:18). Por ende, toda la creación es una expresión de su voluntad y su poder.

Es más, el relato bíblico de la creación incluye orden, progreso y una culminación. El orden se ve en la estructuración cuidadosa de las diferentes etapas de la actividad creadora en un formato de seis días, desde la tarde hasta la mañana. El progreso puede verse en el desarrollo secuencial, en la fructificación de la tierra y de sus habitantes, y en el incremento de la atención personal que Dios puso en su labor creadora. Respecto de la vegetación, leemos que Dios dijo: “Produzca la tierra hierba verde… Y fue así” (Génesis 1:11-12). Respecto de los animales, leemos que Dios dijo: “Produzca la tierra hierba verde… Y fue así” (vv. 24-25). Pero de la raza humana, valiéndose de un lenguaje plural y sumamente personal, dijo Dios: “‘Hagamos al hombre… Y creó Dios al hombre… varón y hembra los creó” (vv. 26-27). La raza humana es, por lo tanto, la culminación de la actividad creadora de Dios. 

Los relatos bíblicos exhiben intencionalmente una planificación cuidadosa e inteligente, y descartan la idea de que cualquier parte de la creación llegara a existir de pura casualidad. Dios procedió con sabiduría, mantuvo el control en todo momento (Salmo 136:5; 148:5; Isaías 45:12; 48:12-13), y llevó todo el orden creado a una culminación bien planeada (Génesis 1:31).

La naturaleza del Creador

Es importante notar que las Escrituras no centran tanto la atención en los detalles técnicos de la actividad creadora de Dios como en el Creador mismo. En Génesis 1:1 a 2:3, la presencia y actividad de Dios son primordiales. Leemos que “Creó Dios”, “Dijo Dios”, “Vio Dios”, “Separó Dios”, “Llamó Dios [nombró]”, “Hizo Dios”, “Puso Dios [colocó]”, “Bendijo Dios” y “Dios… descansó”. El Dios de la creación actuó de forma deliberada y decisiva a través de la palabra que sale de su boca para llevar a cabo sus propósitos previstos (Isaías 55:10).

El relato de la creación muestra que Dios es inteligente, afectivo y personal. A diferencia del panteísmo, Él se distingue de su creación (Salmo 90:2). A diferencia del deísmo, Él mismo continúa cumpliendo un papel activo en su obra; Él la mantiene, sostiene y protege (Nehemías 9:6) y, a su tiempo, la conducirá a su consumación (Romanos 8:20–21; Colosenses 1:16–17; 2 Pedro 3:13; Apocalipsis 20–21).

El carácter relacional del Creador puede verse en su comunión con la primera pareja humana y sus expectativas para con todas sus criaturas humanas. Los seres humanos han de adorarle y servirle como el Creador (Isaías 40:26, 28, 31). A la vez, se les advierte que no contiendan con su Hacedor (Isaías 45:9). Deben comprometerse a preservar sus almas para Él mientras hacen el bien, encomendándose a su fiel Creador (1 Pedro 4:19). También han de reconocer que su ayuda viene de Aquel que hizo los cielos y la tierra (Salmo 121:2; 124:8; 146:5-6), y mientras Él lleva a cabo su propósito eterno, no hay nada que sea demasiado difícil para Él (Jeremías 32:17).

Una obra de la Trinidad

La Biblia también enseña que la creación fue una labor de colaboración de la Trinidad. Además de nombrar a Dios [el Padre] como Creador, el Antiguo Testamento muestra que “el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Génesis 1:2; Salmo 33:6-7). A la vez, el Nuevo Testamento revela que Jesús [el Hijo], quien es el único Mediador entre Dios y la humanidad caída (1 Timoteo 2:5), fue el Agente activo de la creación: “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra” (Colosenses 1:16). Esta verdad también se evoca en el evangelio de Juan: “Todas las cosas por él [Jesús, el Verbo] fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:3).

Dios creó a los humanos

El relato de la creación describe a los humanos como la culminación de la actividad creadora de Dios. Su singularidad se describe en dos relatos separados y complementarios. Génesis 1 es un resumen escueto de toda la creación mientras que Génesis 2 señala que Dios prestó atención personal y particular a la creación de Adán y Eva. Es significativo que Dios haya dicho sólo respecto de los seres humanos: “Hagamos al hombre [al ‘ser humano’, no al ‘varón’ exclusivamente] a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree… en toda la tierra” (1:26). Las creaciones inanimadas y animadas anteriores no se describieron de esta manera. En esas actividades creadoras, Dios simplemente dijo: “Haya… Y fue así” (como en Génesis 1:6-7).

Por ser creados a la imagen de Dios (Génesis 1:26-27), los seres humanos son libres y racionales, tienen la capacidad de apreciarse a sí mismos y de expresarse, como también de tener un sentido moral y espiritual; y fueron creados para tener comunión unos con otros y con Dios. Que la primera pareja humana, hecha a la imagen de Dios, cayera y guiara así a la raza humana al pecado (3:1ss) no fue precisamente una sorpresa para el Creador, quien decidió crearlos de todos modos y redimirlos a través de Jesucristo. Es cierto que la imagen de Dios grabada de manera divina en la raza humana sería dañada por el pecado (Génesis 3), pero Jesucristo fue destinado “antes de la creación del mundo” (1 Pedro 1:20) para redimir a la humanidad caída e incluir a su pueblo redimido en la reconciliación final del universo (Romanos 8:21; 1 Corintios 15:20-28; Efesios 1:4; Colosenses 1:19).

Si bien algunos piensan que el relato de la creación del ser humano es mera poesía y que no debe interpretarse de forma literal, Génesis declara enfáticamente que Dios formó a Adán del polvo de la tierra e infundió en él aliento de vida (2:7). Luego, Dios creó con intencionalidad a Eva de la costilla de Adán [quizá “del costado”] (2:22). Se declara que ambos, Adán y Eva, varón y mujer, fueron creados a “imagen” y “semejanza” de Dios. Estos actos creadores, delineados con cuidado, indican que los seres humanos son distintos de los animales. Dios no formó a Adán de alguna creación preexistente (1 Corintios 15:39). Cualquier teoría de la evolución —incluso la evolución teísta o el creacionismo evolucionista, que sostienen que todas las formas de vida surgieron de una ascendencia común— queda excluida.

Además, el Nuevo Testamento considera al primer Adán un personaje histórico (Romanos 5:14; 1 Corintios 15:45; 1 Timoteo 2:13-14). La genealogía de Lucas nombra a Adán como el primer ser humano (Lucas 3:38). Asimismo, al citar Génesis 1:27 como una fuente de autoridad, Jesús señaló “que [Dios] los hizo al principio, varón y hembra los hizo” (Mateo 19:4; Marcos 10:6). Pablo habló de Adán y Jesús como personajes históricos, reconociendo a Adán como el principio de la raza humana: “Porque Adán fue formado primero, después Eva” (1 Timoteo 2:13). “Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente” (1 Corintios 15:45) y “Adán, el cual es figura del que había de venir [Cristo]” (Romanos 5:14). Pablo definitivamente conecta a Adán con Cristo, “el postrer Adán”. Adán es el único “hombre” por quien entró el pecado y la muerte (Romanos 5:12; 1 Corintios 15:22). Judas 14 también cita a Adán como el primero de la raza humana.

            Afirmamos con fuerza que Adán y Eva fueron personajes históricos reales que cayeron en pecado (Génesis 3). La redención nuestra y de ellos se ha efectuado en la historia a través de Cristo, el “segundo Adán”. Sugerir que Adán no es un personaje histórico, creado por Dios de manera singular, puede implicar el menosprecio de enseñanzas bíblicas esenciales sobre la naturaleza de la humanidad, su caída en el pecado y tal vez hasta la naturaleza de Cristo mismo.

La creación y la ciencia

            Los escépticos con frecuencia han utilizado los descubrimientos científicos para cuestionar la veracidad de los relatos bíblicos. Frente a estas declaraciones, los científicos creyentes y los eruditos bíblicos sostienen que no hay un conflicto fundamental entre la Palabra de Dios y sus obras. Las teorías de los científicos cambian de continuo a medida que surge nueva evidencia. Por contraste, cuando las Escrituras se interpretan correctamente, son siempre la autoridad final e inalterable de la fe cristiana.

            Históricamente, los cristianos han creído que “toda verdad es verdad de Dios”. Dios se revela a sí mismo de modo definitivo y con autoridad en las Escrituras, su revelación especial. De modo complementario, y sin contradicciones, Él también se da a conocer en la revelación general de su orden creado. No es de sorprender que muchos científicos observaron que el universo está organizado para sostener la vida. Hay muchas constantes que, si fueran incluso un poco diferentes, harían que la vida como la conocemos fuera imposible. Estas observaciones son consistentes con el testimonio del antiguo salmista: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría. Por toda la tierra salió su voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras” (Salmo 19:1-2, 4).

En definitiva, cuando la Palabra y la obra de Dios se entienden como es debido y son enseñadas por eruditos reverentes, no hay desunión. “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1:20). Dios se ha revelado a sí mismo de tal manera, que nos invita a examinar su naturaleza, tanto a través de la Palabra como de su obra, la Biblia y la investigación científica.

Para concluir, afirmamos que Dios, y sólo Dios, es el artífice y Creador del universo y de la vida. La Biblia, de principio a fin, identifica a Dios como el Creador. “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (Hebreos 11:3). “Porque él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió” (Salmo 33:9).


1 Todas las citas de la Biblia son extraídas de la versión Reina Valera 1960.

 Requisitos y Responsabilidades

INTRODUCCIÓN

Al enseñar a los corintios acerca de la verdadera naturaleza de la iglesia, el apóstol Pablo afirmó que «nadie puede poner un fundamento diferente del que ya está puesto, que es Jesucristo» (1 Corintios 3:11). 1 Cualquier conversación de liderazgo y gobierno en la iglesia local debe comenzar y terminar con esta declaración de la verdad revelada. La iglesia en cada generación debe considerar cómo edificar de la mejor manera sobre el fundamento de Cristo. Esta consideración incluye las maneras mediante las cuales se elige, se capacita y se moviliza el liderazgo, como también las formas y la metodología por las cuales se lleva a cabo su obra y misión encomendadas por Dios.

El liderazgo que se conforma a los requisitos del Nuevo Testamento y se expresa a sí mismo en sintonía con modelos de gobierno adecuados proveerá para la iglesia local una senda de progreso que edificará el reino de Dios y exaltará a Jesucristo, quien es el fundamento de la Iglesia.

Los modelos de gobierno en el Nuevo Testamento sugieren mucha flexibilidad y fluidez. Los modelos de gobierno en la iglesia del primer siglo son descriptivos (lo que fue) y no normativos (lo que debería ser). Las estructuras y los modelos de gobierno en el Nuevo Testamento surgieron como resultado de la obra del Espíritu Santo en la vida de la iglesia del primer siglo. En la medida en que el Espíritu se movía de manera impresionante, los sistemas de organización (el nombramiento de diáconos, ancianos, obispos, etc.) se establecen para mantener y sostener la obra del Espíritu Santo. La forma seguía a la función. La «obra del ministerio» tenía prioridad sobre la «organización» del ministerio.

La iglesia del Nuevo Testamento dio el ejemplo de un modelo de liderazgo compartido y participativo. El apóstol Pablo viajó con un equipo de compañeros de trabajo. Estableció ancianos (plural) en las iglesias que él comenzó. Mantuvo correspondencia con las iglesias que fundó para garantizar la solidez de la doctrina y la práctica adecuada de la vida de fe. Hechos 15 registra las acciones de un cuerpo deliberante para establecer pautas y prácticas aceptadas en la iglesia del primer siglo. Los apóstoles redactaron epístolas y las enviaron como cartas circulares a las iglesias esparcidas a través del mundo conocido de ese entonces. A cada paso, el liderazgo no solo era «profético» y «apostólico», sino también compartido y participativo.

La rendición de cuentas es esencial para que cualquier modelo de gobierno sea efectivo. Ningún ministro es una isla. Ningún ministro debería siquiera pensar que el ministerio fiel puede sostenerse y ser expresado adecuadamente sin los modelos y sistemas apropiados de rendición de cuentas. Es la responsabilidad del ministro proveer el tipo de liderazgo que establecerá una atmósfera y un clima de responsabilidad.

EL LIDERAZGO EN LA IGLESIA LOCAL

EVIDENCIA BÍBLICA DEL LIDERAZGO EN LA IGLESIA LOCAL

El sacerdocio y profetismo de los creyentes

El ministerio sacerdotal fue una parte significativa de la historia de Israel. Durante el tiempo de los patriarcas, las cabezas de familias y tribus desempeñaban funciones sacerdotales (Génesis 8:20; 26:25). Más tarde, surgió una clase sacerdotal perteneciente a la familia de Aarón. El rol que tenía el sacerdote era el de mediador entre Dios y el pueblo. Como tales, ellos ocupaban un lugar especial y único en la vida del antiguo Israel.

El Nuevo Testamento extiende la función sacerdotal a todos los creyentes (1 Pedro 2:5,9; Apocalipsis 1:5–6). Durante la Reforma, la doctrina del «sacerdocio de todos los creyentes» llegó a ser fundamental para la teología protestante. Esta verdad es el fundamento teológico y bíblico para el gobierno compartido. Dado que todos los creyentes deben servir en un rol sacerdotal, se podría deducir que la pluralidad del liderazgo debería ser la norma. Este entendimiento da credibilidad a la participación congregacional en el gobierno de la iglesia.

Cuando el Espíritu que vino sobre Moisés fue compartido con los setenta ancianos en la tienda de reunión a fin de capacitarlos para asistir en el servicio del pueblo (Números 11:24–30), el Espíritu afectó a dos hombres en el campamento. Ante este acontecimiento, la respuesta de Moisés fue: «¡Cómo quisiera que todo el pueblo del Señor profetizara, y que el Señor pusiera su Espíritu en todos ellos!» (Números 11:29). Esta declaración profética comenzó a cumplirse en el Día de Pentecostés (Hechos 2:1–4) y continúa hasta el día de hoy. El sermón de Pedro en Pentecostés, basado en Joel 2:28–32, afirmó que el Señor había derramado su Espíritu sobre todas las personas, habilitándolas para profetizar (Hechos 2:17–21).

LA NOMENCLATURA DEL NUEVO TESTAMENTO PARA EL LIDERAZGO EN LA IGLESIA LOCAL

Anciano (presbyteros)

La práctica del Nuevo Testamento de nombrar ancianos se remonta por lo menos al tiempo de Moisés (Éxodo 3:16; 4:29; 17:5). Ellos continuaron cumpliendo funciones administrativas hasta los días de los reyes de Israel (Jueces 21:16; Rut 4:2; 1 Samuel 30:26; 2 Samuel 3:17), e incluso durante el período de la cautividad (Jeremías 29:1; Ezequiel 14:1). En el período asmoneo, se encuentra a los ancianos entre el sanedrín incipiente y se los ve como la continuación de los setenta nombrados por Moisés (Números 11:16–17). En los evangelios y los Hechos del Nuevo Testamento, los ancianos están asociados con los escribas y sumos sacerdotes.

La iglesia del primer siglo encontró en el oficio tradicional del anciano un modelo conveniente para el liderazgo en la iglesia. Los ancianos apoyaban a Santiago en su obra pastoral en Jerusalén (Hechos 11:30; 21:17–19) y tenían un rol importante en la toma de decisiones de la iglesia en general (Hechos 15:2). Pedro se dirigió a los ancianos en la primera epístola y parece contarse a sí mismo entre ellos (1 Pedro 5:1). Pablo recalcó la importancia del liderazgo de ancianos en la provincia de Asia al nombrarlos en cada ciudad en la que había sido establecida la iglesia (Hechos 14:23; Tito 1:5).

Sobreveedor u obispo (episkopos)

El término episkopos, «sobreveedor», que se traduce como «obispo», se usa de manera intercambiable con el término «anciano» (compárese con Hechos 20:17 y 20:28; Tito 1:5 y 1:7) y probablemente designa a los líderes de las congregaciones locales. El término «anciano» puede referirse más al título y oficio, y la designación «sobreveedor» a la función y práctica de ese oficio. Al multiplicarse y desarrollarse la iglesia, surgió la necesidad de la supervisión y administración. El término «obispo» paulatinamente se popularizó en los primeros siglos, como el título de aquellos que extendían su liderazgo más allá de los confines locales. Es importante notar que el Nuevo Testamento no enseña una «sucesión» apostólica o la transferencia de autoridad espiritual basada en el privilegio de nacimiento o estatus eclesiástico.

Pastor o maestro (poimen didaskalos)

En Efesios 4:11, Pablo identifica a los pastores y maestros (un rol) entre los dones de Cristo para la capacitación y edificación de Su cuerpo. El pastor es responsable de la vida de la comunidad de fe, y la enseñanza es un aspecto vital de su oficio. El uso de poimen, pastor, que describe este rol vital en la Iglesia, evoca la imagen de ovejas que necesitan un pastor. Jesús fue y es el Buen Pastor (Juan 10:1–18) y Él da a aquellos con esa misma función pastoral la gracia de alimentar a la congregación local.

La congregación necesita sana doctrina de su «pastor o guía» que los conducirá «a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo» (Efesios 4:13). Tal enseñanza impedirá que sean desviados de la verdad por cualquier falsa enseñanza que aparezca (Efesios 4:14).

El apóstol Pablo, dirigiéndose a los ancianos de la iglesia de Éfeso, a quien él también llamó sobreveedores (Hechos 20:17,28), describió su función como pastorear «el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo los ha puesto como obispos». Encargó a los ancianos que cuidaran cada uno de sí mismo y de la congregación, protegiéndola de las incursiones de aquellos que intentarán desviar de la verdad del mensaje del evangelio.

Diácono (diakonos)

El término diakonos denota servicio, por ejemplo, servir las mesas. Por definición, el diácono es un «servidor». El apóstol Pablo se refiere a sí mismo como un siervo o un «diácono» (1 Corintios 3:5; Efesios 3:7), una descripción también usada para Jesús (Romanos 15:8–9).

El término «siervo» (diakonos) se usaba comúnmente para describir el liderazgo en la iglesia apostólica (Filipenses 1:1). El sirviente (empleado doméstico) recibía el nombre de diakonos (Mateo 22:13). El apóstol Pablo habló de Timoteo como un buen «ministro» (la palabra es diakonos, 1 Timoteo 4:6). Algunos sugieren que los siete que fueron elegidos para «servir las mesas» en Hechos 6 constituyeron el primer «diaconado». Aunque esos siete tenían una función más amplia, su nombramiento no obstante prefigura lo que se convirtió en una práctica común en la iglesia a través de los siglos. El Nuevo Testamento sí presenta una descripción clara, aunque general, de este oficio en la iglesia.

REQUISITOS PARA EL LIDERAZGO EN LA IGLESIA LOCAL

EL LIDERAZGO DE SERVICIO DE JESÚS

Jesús personificó y enseñó que el aspecto central del liderazgo en la comunidad cristiana es el servicio. En Juan 13, Jesús demostró la lección al lavar los pies de los discípulos, y concluyó la lección práctica con las siguientes palabras: «Les he puesto el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes.Ciertamente les aseguro que ningún siervo es más que su amo, y ningún mensajero es más que el que lo envió» (Juan 13:15–16).

En otra ocasión, Jesús rechazó el pedido de la madre de los hijos de Zebedeo: que se les diera reconocimiento especial en el Reino. La indignación entre los demás discípulos ante esa petición, motivó a Jesús a enseñar: «El que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de los demás;así como el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20:26–28).

Lleno del Espíritu Santo

Cuando la iglesia del primer siglo enfrentó el problema de la distribución equitativa de los alimentos, los apóstoles encontraron a siete hombres «llenos del Espíritu y de sabiduría» (Hechos 6:3). El liderazgo en la iglesia es un llamado espiritual que demanda la plenitud del Espíritu para su realización exitosa. La plenitud del Espíritu será evidente en la expresión de los dones de liderazgo conferidos por el Espíritu para el ministerio (véase Romanos 12; 1 Corintios 12; Efesios 4). El fruto del Espíritu (Gálatas 5:22–23) también crecerá en abundancia en el líder que está lleno del Espíritu Santo.

Listas específicas de requisitos

El apóstol Pablo da requisitos específicos para dos posiciones de liderazgo en la Iglesia: los obispos o sobreveedores y los diáconos. En 1 Timoteo 3:1–7 y Tito 1:5–9, se provee una larga lista de requisitos para los obispos o sobreveedores. Se han escritos volúmenes explicando cada uno de los aspectos específicos de estos requisitos que Pablo enumera, por ende, este ensayo no describe cada uno en detalle. Sin embargo, es muy instructivo observar el énfasis en el carácter del obispo o sobreveedor y en sus responsabilidades relacionales. Por ejemplo, el obispo «debe ser intachable, esposo de una sola mujer, moderado, sensato, respetable, hospitalario, capaz de enseñar;no debe ser borracho ni pendenciero, ni amigo del dinero, sino amable y apacible» (1 Timoteo 3:2–3). Aunque la fidelidad a la «fe» y la habilidad para comunicar eso a otras personas son requisitos, a Pablo le interesa que el carácter excepcional del líder sea evidente e irreprochable.

La otra posición de liderazgo para la cual Pablo da una lista de requisitos es la de diácono (1 Timoteo 3:8–13). El diácono también debe mostrar un carácter honorable, estar profundamente comprometido con la «fe», ser puestos a prueba y tener experiencia, y mantener una relación familiar saludable. Pablo no quiere que el liderazgo de la iglesia sea hallado culpable de ataques debilitantes sobre su carácter, y por eso insiste en que cada uno se cuide a sí mismo como es debido. La plenitud del Espíritu — que produce fruto y dones — es crucial para alcanzar estos objetivos.

LAS FUNCIONES DEL LIDERAZGO PASTORAL EN LA IGLESIA LOCAL

Las tareas de liderazgo pastoral en la iglesia local son numerosas y variadas. Este ensayo trata tres áreas esenciales del ministerio pastoral.

El ministerio de la Palabra

Ante la necesidad de que todas las viudas recibieron una distribución equitativa de alimento, el liderazgo de la iglesia en Jerusalén articuló su función primaria: «el ministerio de la palabra» (Hechos 6:2). El trabajo de capacitar a los santos para las obras de servicio (Efesios 4:12) incluye la predicación y la enseñanza de las verdades de la fe, para que estas se arraiguen en el corazón y la mente de la congregación. La predicación sana y la enseñanza saludable servirá para fomentar el conocimiento bíblico y teológico en la congregación. El esfuerzo de preparar sermones y lecciones incluye la implementación de todas las habilidades adquiridas a través del estudio y la aplicación diligente a la tarea de interpretar la Palabra de Dios. Cuando esos esfuerzos son acompañados de la oración y son ungidos por el Espíritu Santo, el pueblo está preparado para el servicio al cual fue llamado.

El cuidado pastoral

El uso de la imagen del pastor en relación con las funciones de liderazgo en la iglesia local enfatiza la necesidad del cuidado pastoral en la congregación (Hechos 20:28–31; 1 Pedro 5:2–3). Los miembros de la congregación tienen problemas y preocupaciones que requieren ayuda espiritual que el liderazgo de la iglesia local puede brindar. La consejería, la oración, el aliento, el desafío y la corrección, cuando sean necesarios, sirven para fortalecer la iglesia mientras esta crece para conformarse a la imagen de Cristo. El cuidado amoroso mostrado a los creyentes cuando atraviesan las dificultades de la vida marca la diferencia en mantener la fe y en que esta sea fortalecida. El liderazgo en la iglesia local debe incluir el cuidado pastoral de la congregación.

El liderazgo

Una función crucial del liderazgo en la iglesia local es determinar la dirección y los objetivos de la congregación. Esto incluye la tarea vital de la administración y, lo que es aún más importante, escuchar la voluntad de Dios para la iglesia y comunicar con claridad a las personas. La administración ayuda a la iglesia a llegar al objetivo, pero el liderazgo anuncia el objetivo. El análisis de la situación, el potencial, las habilidades y los recursos disponibles, la necesidad de la comunidad, y las fortalezas de la iglesia son importantes, pero es fundamental escuchar a Dios. El liderazgo necesita pasar el tiempo requerido en la presencia del Señor para oír el latido de Su corazón respecto a la asamblea local, con el fin de declararlo a la gente.

CONSIDERACIONES PARA EL LIDERAZGO EN LA IGLESIA LOCAL

El liderazgo en la iglesia local enfrenta numerosos desafíos y preocupaciones, y no hay manera de abordar todo en este ensayo. Sin embargo, se considerarán los siguientes tres: la elección de pastores, las mujeres en el liderazgo y ministerio, y el equipo ministerial.

La elección de pastores

La conservación y continuidad de la dirección y los objetivos del ministerio en la iglesia local son fundamentales. Con demasiada frecuencia, los cambios en el liderazgo causan reorientación y pérdida del ímpetu. Por esa razón, es bueno para la iglesia local tener un plan para cuando haya un cambio de liderazgo. Hay numerosos modelos, y cada uno tiene sus valores. El liderazgo en la iglesia local debe analizar detenidamente su situación y potencial, y decidir el plan que llevará a la iglesia adelante hacia la voluntad continua de Dios. Es mejor considerar esto mucho antes de que se realice un cambio de liderazgo. Tal vez esperar a que suceda implique demasiado tiempo.

Es necesario obtener la participación y el acuerdo de la congregación en el proceso de elección de pastores. El uso de comités de búsqueda, encuestas o reuniones congregacionales, entrevistas privadas y públicas, y un esfuerzo determinado a estar abierto durante el proceso puede ser beneficioso. Otro posible escenario, en especial si el pastor actual siente de antemano que la voluntad de Dios implica un nuevo liderazgo pastoral, es seleccionar al sucesor y dar lugar a un tiempo de transición hasta el momento del cambio definitivo.

Las mujeres en el liderazgo y el ministerio

El liderazgo en la iglesia local está abierto a todos a quienes Dios llame, sin restricción de género. El reglamento de las Asambleas de Dios, Artículo VII, Sección 2, afirma que «las mujeres con un llamado divino y que cumplen con los requisitos pueden también servir a la iglesia en el ministerio de la Palabra», y «están cualificadas para servir en todos los niveles de los ministerios de la iglesia, y/o en el distrito y en el liderazgo del Concilio General». El llamado de Dios es lo que determina el derecho y privilegio de servir en la iglesia local. Él derrama Su Espíritu sobre toda carne, capacitando a cada persona para el ministerio en Su reino (Hechos 2:17–18, citando a Joel 2:28–29) 2.

El equipo ministerial

Un equipo ministerial, tanto de voluntarios como de miembros en nómina de sueldo, asignados a diversos ministerios y grupos en la congregación, se une a los líderes principales de la iglesia local para asumir roles de ministerio importantes. La constitución y los reglamentos de la asamblea determinan los procesos de selección, contratación y las directrices para la rendición de cuentas. La necesidad de la congregación, la oportunidad ministerial, o algún desafío o preocupación es lo que con más frecuencia define los ministerios específicos que llevan a cabo los miembros del equipo ministerial.

El equipo ministerial es un componente esencial del liderazgo pastoral de la iglesia local. El equipo debe representar la demografía de la congregación, debe ser diverso y estar totalmente comprometido con los objetivos de los dirigentes principales. Se debe sugerir a los integrantes que en lo posible procuren obtener credenciales ministeriales según corresponda a su rol. Las asignaciones ministeriales deben ser claras, los integrantes del equipo ministerial deber ser honrados como ministros entre la congregación, y no deben ser sometidos a despidos simplemente porque se ha producido un cambio entre los dirigentes principales.

EL GOBIERNO EN LA IGLESIA LOCAL

ESTILOS DE LIDERAZGO EN LA IGLESIA LOCAL

La estructura y organización en la iglesia del primer siglo eran elementales y evolutivas. El liderazgo apostólico se interesaba en la estructura organizacional solo cuando era necesaria para sostener y apoyar la obra del Espíritu. De esta misma observación surge un principio fundamental de gobierno. La estructura y organización nunca son fines en sí mismos, sino que proveen «sistemas» básicos mediante los cuales puede ser respaldada y fomentada la vida en el Espíritu en la iglesia. En esto, vemos flexibilidad y adaptabilidad. En otras palabras, todos los asuntos de gobierno en la iglesia del primer siglo provenían de la obra del Espíritu más que de un modelo revelado por Dios para ser impuesto sobre cada nueva generación.

Modelos del Nuevo Testamento

De acuerdo con los modelos del Antiguo Testamento, la iglesia del primer siglo continuó distinguiendo a aquellos nombrados como ancianos (presbyteros). Los ancianos estaban asociados con Santiago en la administración de la iglesia en Jerusalén (Hechos 11:30; 21:18). El rol de los ancianos se expresa más ampliamente en la vida de la iglesia, como se ve en Hechos 15:6, 23. El apóstol Pablo no menciona a ancianos en las primeras epístolas, posiblemente sugiriendo que la «forma» seguía a la «función», y que la estructura se establecía cuando había una necesidad. Sin embargo, Pablo nombró ancianos en cada una de las iglesias que él fundó (Hechos 14:23). El nombramiento de los roles de liderazgo tenía un propósito: mantener y sostener la obra del Espíritu Santo en la vida de la iglesia. Como se notó antes, los términos «anciano» (presbyteros) y «sobreveedor u obispo» (episkopos) se usan de manera intercambiable en Hechos 20:17, 28 y en Tito 1:5–9, y probablemente expresan el rol ministerial del pastor.

Tres modelos históricos de gobierno

Tres modelos básicos de gobierno de la iglesia han surgido en la historia de la iglesia: episcopal, presbiteriano y congregacional. Aunque ninguno de los tres se mantiene en su forma más pura, y teniendo cada uno características de los otros, no obstante, pueden distinguirse por sus rasgos específicos. En el modelo episcopal, la autoridad fluye desde lo más alto, y a los ministros principales se los puede llamar obispos, los presbíteros y diáconos sirven de manera subordinada. En el modelo presbiteriano, la autoridad se confiere a un grupo de líderes elegidos, a menudo identificados como ancianos gobernantes, quienes junto a los ancianos maestros supervisan el gobierno de la iglesia local. En el modelo congregacional, la autoridad máxima reside en los miembros de la iglesia. De nuevo, cada uno de estos tres modelos guarda ciertas similitudes con los otros. Los tres tienen aspectos de los otros: roles de supervisión, funciones de comité e influencia congregacional.

El modelo histórico de las Asambleas de Dios

Aunque están surgiendo nuevos modelos de gobierno, el modelo congregacional ha mantenido, casi en su totalidad, su lugar de prominencia en las Asambleas de Dios. De acuerdo con este modelo, la congregación tiene la responsabilidad de brindar supervisión y dirección para la iglesia. Elige a su pastor principal y la junta oficial (conformada por los diáconos y/o los miembros del consejo administrativo). Aunque hay muchas variaciones del modelo descrito aquí, los asuntos fundamentales permanecen constantes.

Los asuntos que impactan a la iglesia se presentan en reuniones abiertas de la congregación para tratarlas y tomar decisiones. Los roles de liderazgo electos son considerados representativos de la toda la congregación y están sujetos a la iglesia local. La constitución y los estatutos de la asamblea determinan las líneas y los límites de autoridad tanto para la congregación como para el liderazgo elegido.

Modelos contemporáneos

Cada nueva generación trae consigo un compromiso renovado con la creatividad, innovación e inspiración. Si bien estas cualidades son admirables y deben ser alentadas, deben estar acompañadas de algunas medidas de seguridad y precaución. Por lo general, el péndulo oscila ampliamente y expone la necesidad crucial de encontrar el equilibrio. Por ejemplo, la impaciencia con el modelo de gobierno congregacional puede invitar a una consolidación de liderazgo que en última instancia carece del equilibrio necesario para asegurar la vitalidad y una sólida continuidad. Por otro lado, el deseo de un firme control de la congregación puede privar al liderazgo de la flexibilidad que necesita para gobernar con efectividad.

A continuación, se dan las medidas de seguridad y precauciones para fomentar el tipo de equilibrio saludable que proveerá lo mejor al gobierno de la iglesia local:

  1. Cualquier búsqueda de control sobre el cuerpo de Cristo que no esté equilibrada con un espíritu de humildad genuina impedirá el progreso de la iglesia local. Un espíritu de poder ilimitado es una violación del liderazgo de servicio.

  2. Los títulos de liderazgo descritos en la Escritura hablan más de la función del ministerio que de una posición personal. Los títulos están subordinados y son secundarios al trabajo que surge de un llamado genuino. La presencia o ausencia del título de «apóstol» o «profeta» no excluye la presencia de formas de ministerio «apostólico» o «profético».

  3. La iglesia necesita y debe alentar una actitud emprendedora y progresiva de liderazgo. Sin embargo, esas cualidades no deben darse a expensas del nivel más alto de integridad.

  4. La energía motivacional para el ministerio fructífero se encuentra en un compromiso desinteresado y sincero para edificar el reino de Dios. El territorialismo y el espíritu de celos impedirá y limitará la efectividad del ministerio y dificultará la obra de Dios en su esfuerzo por alcanzar a la comunidad. Buscar reconocimiento es contrario al liderazgo de servicio.

  5. Todo ministro necesita la disciplina de someterse voluntariamente a las autoridades que Dios ha puesto. El liderazgo seccional, distrital y nacional proveen la presencia indispensable de estabilidad y rendición de cuentas.

Modelos con múltiples locales

Algunas congregaciones están encontrando una manera de extender su ministerio mediante la apertura de más locales para que la gente se reúna para la adoración y el discipulado. En estos modelos con múltiples locales, que por cierto varían, el gobierno y la responsabilidad residen en la iglesia principal. A menudo cada sitio tiene un «pastor» que es parte del equipo ministerial de la iglesia central y que ha sido nombrado para servir en un lugar específico. Esa persona rinde cuentas a la iglesia principal y es responsable del cuidado pastoral y la dirección en ese sitio designado.

A menudo, el servicio de adoración del campus principal se transmite por video en cada sitio, así que hay una experiencia compartida de adoración y de enseñanza mediante el sermón. Este modelo, que es cada vez más popular, permite la extensión del ministerio y la rendición de cuentas de cada local.

Modelos del oficio de anciano

Entre los cambios de gobierno hay un «modelo del oficio de anciano» en el que se da gran autoridad a un grupo de ancianos, en vez de depositarla solo en la congregación. Las ventajas de este modelo, o una de sus muchas variaciones, es que provee más flexibilidad, alienta a un liderazgo de emprendimiento y cabe decir que es más consistente con una forma «apostólica» de liderazgo.

Entre las muchas variaciones del «modelo del oficio de anciano» se encontrará mayor o menor participación de la congregación, definiciones específicas de roles dentro del grupo de ancianos, y una gran variedad de sistemas de informes y rendición de cuentas. En este modelo de gobierno, hay un cambio claro de un gobierno congregacional a un gobierno designado o nombrado.

Algunos defensores del «modelo del oficio de ancianos» lo ven como más consecuente con los modelos de liderazgo observables en la iglesia del primer siglo. Argumentan en contra de un enfoque «democrático electoral» de gobierno y están a favor de un método de gobierno más «apostólico» o «guiado por el Espíritu». La evidencia del Nuevo Testamento, sin embargo, muestra tanto el nombramiento como «la elección» de liderazgo en la iglesia.

En Hechos 14:23, Pablo y Bernabé «nombraron ancianos» en las iglesias que fundaron. El apóstol Pablo declara que Tito fue «elegido por las iglesias para acompañarnos» (2 Corintios 8:19). La palabra griega que se utiliza en ambas instancias es cheirotoneo, que etimológicamente se traduce por «escogido, elegido a mano alzada». Tal práctica sugiere una estrategia participativa para la selección del liderazgo. La iglesia del primer siglo practicaba una diversidad de métodos por los cuales los líderes eran seleccionados para el ministerio y el servicio. Esto habla de una clase de estrategia fluida y flexible a las prácticas y modelos de gobierno en la iglesia del Nuevo Testamento. Esta observación resulta instructiva cuando la iglesia de hoy considera modelos y formas bíblicas en torno al gobierno de la iglesia.

LA RELACIÓN DE LA IGLESIA LOCAL CON LAS ASAMBLEAS DE DIOS

La Constitución de las Asambleas de Dios, Artículo XI: Asambleas Locales, identifica cuatro tipos de iglesia local en su relación con las Asambleas de Dios. La Constitución provee una explicación detallada para cada uno; este ensayo resume ese material.

Asambleas Afiliadas al Concilio General

A las iglesias afiliadas al Concilio General se les da un Certificado de Afiliación del Concilio General de las Asambleas de Dios si aceptan las declaraciones de fe, adoptan una norma de afiliación, tiene una afiliación activa de no menos de veinte miembros, están incorporadas como organización, tienen suficientes miembros calificados para ocupar roles de liderazgo y tienen la capacidad para proveer para un pastor. La iglesia afiliada al Concilio General tiene el derecho de autogobernarse y está subordinada al Concilio General en asuntos de doctrina y política.

Asambleas Afiliadas al Concilio de Distrito

Las iglesias afiliadas al concilio del distrito todavía no cumplen los requisitos para estar afiliadas al Concilio General y están bajo la supervisión del distrito o la red de ministerio, según la constitución y los estatutos del distrito o la red.

Asambleas afiliadas a una iglesia matriz

Las iglesias hijas afiliadas están bajo la supervisión de una iglesia matriz, según la constitución y los estatutos de la iglesia matriz. La relación entre la iglesia matriz y la iglesia hija afiliada varía mucho. Por lo general, entran en el modelo de gobierno de múltiples locales mencionado antes. Las fronteras geográficas no limitan a las asambleas afiliadas a una iglesia matriz.

Asambleas Cooperadoras

Las asambleas cooperadoras son iglesias que están de acuerdo con la Declaración de las Verdades Fundamentales de las Asambleas de Dios, y entran en una categoría de cooperación con un distrito o una red. Estas iglesias no se han afiliado oficialmente al distrito o a la red, aunque pueden hacerlo cuando cumplan las expectativas del distrito o la red.

LA RELACIÓN DE LA IGLESIA LOCAL CON EL GOBIERNO

La iglesia local debe ser consciente de las reglas que rigen a los grupos sin fin de lucro y seguirlas en el lugar donde estén. Cada iglesia local debe indagar acerca de la inscripción y los requisitos para los informes que se rinden a los gobiernos locales, estatales y federales, y debe implementar un proceso para el cumplimiento de estas exigencias. La presentación de la iglesia local siempre debe dar evidencia de compasión y compromiso con las necesidades de su comunidad, las cuales pueden ser mejoradas cuando la iglesia cumple con las normas locales. La única excepción sería en el caso de una situación extrema de un conflicto con leyes que limiten una clara enunciación del mensaje del evangelio.

Un aspecto esencial del cumplimiento de las expectativas legales es la personería jurídica. Algunas de las ventajas de una iglesia con personería jurídica son: (1) la iglesia es reconocida por el estado; (2) la iglesia puede poseer una propiedad y transferirla a nombre de la iglesia; (3) los miembros de la iglesia están protegidos de la responsabilidad personal por acciones de otros miembros; (4) la iglesia puede entrar en obligaciones contractuales o celebrar un acuerdo como sociedad; y (5) la iglesia tiene legitimación para entablar una demanda o para ser demandada por diversos asuntos. 3 Los requisitos específicos pueden variar según cada estado, por lo tanto, se recomienda consultar con el juzgado local y las oficinas del estado. La personería jurídica añadirá otra capa de liderazgo local a la iglesia, es decir, la de administrador fiduciario. En la mayoría de los casos, los miembros de la junta oficial de la iglesia también pueden ser designados como administradores. 4

CONCLUSIÓN

El apóstol Pedro hace una declaración útil y desafiante que resume el tema del liderazgo y el gobierno en la Iglesia: «Cuiden como pastores el rebaño de Dios que está a su cargo, no por obligación ni por ambición de dinero, sino con afán de servir, como Dios quiere. No sean tiranos con los que están a su cuidado, sino sean ejemplos para el rebaño» (1 Pedro 5:2–3).

Las consecuencias de este retrato son profundas. El liderazgo espiritual, que consiste en cuidar a la congregación, así como el pastor cuida a las ovejas, se basa en la disposición a servir. Lamentablemente, algunos han buscado regir más que servir, aspirar a un título y prestigio en vez de emular los atributos de un siervo. El servicio debe marcar la actitud del líder y determinar la forma y la implementación del modelo de gobierno para la iglesia local.

La supervisión se define en términos de humildad y servicio en vez de nombramiento y reconocimiento. Cuesta más ser un verdadero líder que obtener una posición o un título. El modelo de gobierno, por tanto, debe enfatizar la humildad y el servicio en su estructura y perfil. La disposición en vez de la presión es el corazón del liderazgo auténtico. Cuando surge la presión y el control, el liderazgo que honra a Cristo sufre una distorsión.

La codicia no tiene lugar en el corazón de los líderes espirituales. El espíritu de codicia viola de manera radical aquello a lo cual Cristo llama a Sus siervos. El deseo de poder y control, que puede ser evidente en la estructura de gobierno, no debe ser la fuerza motriz con la cual se guía a la iglesia. El buen ejemplo es la clave para un liderazgo efectivo e impactante.

 ¿Pueden los creyentes nacidos de nuevo estar poseídos por demonios?

Introducción

Las Asambleas de Dios declara la realidad de la guerra espiritual, reconociendo que el seguidor de Cristo está en conflicto con el mundo, con la carne y con el diablo. Los creyentes no hacen esta afirmación con temor, dado que el apóstol Juan nos asegura que «el que está en ustedes es más poderoso que el que está en el mundo» (1 Juan 4:4), y además «el que ha nacido de Dios no está en pecado: Jesucristo, que nació de Dios, lo protege, y el maligno no llega a tocarlo» (1 Juan 5:18).1 El creyente, en quien habita y a quien capacita el Espíritu Santo, es más que vencedor (Romanos 8:31–39). Sin embargo, esa convicción no es una licencia para tomar a la ligera los desafíos presentados por la oposición continúa al reino de Dios.

Los seguidores de Cristo deben recordar que «nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales» (Efesios 6:12). Jesús resumió la expectativa divina para los seres humanos de la siguiente manera: «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente» y «Ama a tu prójimo como a ti mismo» (Mateo 22:37, 39). Desde la caída en el pecado (Génesis 3:1–19), el diablo se ha opuesto al cumplimiento del propósito de Dios por parte de la humanidad. La perversión, el mal encauzamiento y el trastorno del amor hacia Dios y hacia el prójimo es una apertura que usa el diablo para atormentar a la humanidad y crear la guerra que continúa hasta el día de hoy.

La tríada — el mundo, la carne y el diablo — como descripción del ámbito en el cual tiene lugar la guerra espiritual, se remonta firmemente a la tradición bíblica. El apóstol Pablo, en Efesios 2:1–3, identifica esos tres elementos como los ámbitos en que se libera la batalla de los seres humanos. «En otro tiempo ustedes estaban muertos en sus transgresiones y pecados, en los cuales andaban conforme a los poderes de este mundo. Se conducían según el que gobierna las tinieblas, según el espíritu que ahora ejerce su poder en los que viven en la desobediencia. En ese tiempo también todos nosotros vivíamos como ellos, impulsados por nuestros deseos pecaminosos, siguiendo nuestra propia voluntad y nuestros propósitos».

Este ensayo se vale de esa lente triple mediante el cual se abordará el tema del creyente y la guerra espiritual. Todos los creyentes se enfrentan con esa batalla, y están más que capacitados para obtener la victoria mediante la poderosa presencia del Espíritu Santo que mora en cada uno. El resultado de la guerra espiritual será la victoria, gracias a la obra del Espíritu en los creyentes y a través de ellos.

La guerra espiritual y el mundo

Los escritores bíblicos entienden el concepto del mundo de varias maneras. Lo usan para describir el mundo físico que Dios creó, el cual decretó que fuera lleno de Su gloria (Isaías 6:3; Juan 1:9; Hechos 17:24). El término mundo también se utiliza con referencia al lugar donde viven los seres humanos, y asimismo para referirse a los seres humanos que viven ahí (Mateo 4:8; 24:14; Lucas 4:5). El mundo es aquello que Dios amó de tal manera que entregó a Su Hijo para morir por su redención (Juan 3:16).

No obstante, a causa de la orientación pecaminosa del mundo, éste se opone a Dios y a Su pueblo. Al mundo también se lo describe como el dominio de Satanás (Juan 12:31; 14:30; 16:11) y como el sistema mundial de aquellos que rechazan a Dios y que rechazan sus valores más preciados (Juan 17:6; Santiago 4:4; 1 Juan 5:19).
Por tanto, Juan advierte: «No amen al mundo ni nada de lo que hay en él. Si alguien ama al mundo, no tiene el amor del Padre. Porque nada de lo que hay en el mundo — los malos deseos del cuerpo, la codicia de los ojos y la arrogancia de la vida — proviene del Padre, sino del mundo» (1 Juan 2:15–16).

El apóstol Pablo era consciente de la guerra espiritual y del mundo. Desafió a los cristianos romanos que «no se amolden al mundo actual», dado que dejar que el mundo domine impide comprobar cuál es la voluntad de Dios en cada vida (Romanos 12:2). El mundo es el ambiente total donde existen los seres humanos, un mundo que Dios creó y llamó bueno, un mundo que Él ama eternamente; sin embargo, es un mundo que se ha desviado del plan que Dios tuvo para Su creación.

La trágica realidad en el registro de la caída en el pecado en Génesis 3 es que la orientación estructural misma del mundo ha sido alterada. Se perdió la facilidad de obtener el alimento de la tierra, y las espinas y los cardos dificultan el crecimiento de lo que es comestible. El alumbramiento está acompañado de agudo dolor, y las relaciones humanas han sido dañadas de manera radical (Génesis 3:16-19). El mundo acogedor y fértil que Dios creó se convirtió en algo amenazante, con la muerte humana como la máxima indignidad.  Pablo describe a este mundo desorientado como «sometido] a la frustración» y como que «gime a una, como si tuviera dolores de parto», esperando la victoria suprema de Dios (Romanos 8:20–22).

La estructura y los sistemas del mundo caído se expresan como antagonistas al creyente. Los gobiernos, las agencias gubernamentales y las normas sociales y culturales conspiran para atacar la fe del seguidor de Cristo. A veces se han implementado leyes y reglamentos que están en conflicto con los principios revelados por Dios como Su voluntad para el ser humano. El racismo en todas sus expresiones, la arrogancia étnica y el nacionalismo desenfrenado se fusionan para invalidar las verdades de la Biblia.

La presión constante del mundo para moldear a los creyentes a su imagen es evidente en las múltiples maneras en que el mundo promueve sus ideas y los tienta para que dejen el compromiso con su fe. El influjo constante de fotos, imágenes y mercadotecnia, algunos basados en el instinto humano más bajo, debe ser contrarrestado con el compromiso de luchar espiritualmente contra esas fuerzas mundanas.

La guerra espiritual en el mundo también se experimenta en la presión que ejercen sobre los creyentes sus pares que viven en el mundo pero que no luchan contra el tirón y arrastre negativo del mundo. En vez de eso, han cedido a las fuerzas del mundo y presionan a los creyentes para que hagan lo mismo. Como una advertencia de la historia bíblica a los cristianos contemporáneos, en repetidas ocasiones, Dios desafió al pueblo de Israel respecto al peligro de permitir que los habitantes de la tierra de Canaán los apartaran de Dios y los condujeran a la adoración de sus dioses.

En la guerra entre el creyente y las fuerzas del mal en el mundo, los recursos que se necesitan para obtener la victoria son espirituales, no políticos. El apóstol Juan dio el desafío principal para resistir las presiones del mundo caído cuando dijo: «No amen al mundo ni nada de lo que hay en él. Si alguien ama al mundo, no tiene el amor del Padre» (1 Juan 2:15). El amor supremo por Dios, la antítesis del amor al mundo, es el antídoto para los desafíos del mundo. El llamado de Judas para los creyentes a edificarse sobre la base de la santísima fe y a orar en el Espíritu Santo (Judas 20) permite que el Espíritu mismo ore a través de ellos «conforme a la voluntad de Dios» (Romanos 8:26–27). Tal oración es poderosa para traer la victoria en la batalla espiritual en el mundo.

La guerra espiritual y la carne

El Nuevo Testamento utiliza el término «carne» (sarx) para describir la naturaleza y la carne humana, y el cuerpo (soma) para describir el cuerpo humano. Con frecuencia, la palabra carne se utiliza para hablar de los aspectos más débiles de la naturaleza humana, aquello que está sujeto a la tentación (Mateo 26:41; 2 Pedro 2:18). Pablo advierte del peligro de ser esclavos de los deseos de la carne (Efesios 2:3) y desafía a los creyentes a no fijar la mente en la carne (Romanos 8:5–7).

La guerra con la carne es con la naturaleza caída de la humanidad, la cual ahora tiene un rumbo que se aparta de Dios y de su voluntad y se inclina hacia las tendencias y los deseos pecaminosos. En la caída en el pecado, Adán y Eva cedieron a la tentación de que sus ojos fueran abiertos y de ser como Dios al discernir el bien del mal (Génesis 3:5). En vez de reconocer que Dios es supremo y dejar que Él determine el bien y el mal, eligieron exaltarse ellos mismos y dirigir su propia vida. Ese pecado hizo que no se volvieran a Dios, sino que pusieran la mirada en su interior, en ellos mismos. La decisión de quitar a Dios de Su lugar central en la existencia humana abrió la puerta al desenfreno del mal, lo cual provocó que los deseos y las pasiones alejaran a la humanidad del plan de Dios. Esta guerra con la naturaleza caída del ser humano, el rechazo de lo que Dios decretó como recto, está en pleno fragor hasta el día de hoy.

La identificación de Pablo de las obras de la carne es un recordatorio de que la guerra espiritual contra la carne es crucial para el creyente. La lista de Gálatas 5:19–21: «inmoralidad sexual, impureza y libertinaje; idolatría y brujería; odio, discordia, celos, arrebatos de ira, rivalidades, disensiones, sectarismos y envidia; borracheras, orgías, y otras cosas parecidas» ilustra la naturaleza humana caída. El desafío en la guerra contra la carne es crucificar las pasiones y los deseos de la carne y vivir y andar conforme al Espíritu (Gálatas 5:24–25).

La salvación que Cristo proveyó concede libertad al creyente, pero Pablo advierte el peligro de usar esa libertad de manera indebida, para satisfacer los deseos de la carne. Esa indulgencia niega la expectativa absoluta que se tiene del creyente: «servirse unos a otros con amor» (Gálatas 5:13). El rumbo que toma la carne que vive sin freno alguno será evidente en relaciones destruidas y daño personal, que son la antítesis la obra del Espíritu en la vida del creyente. La trágica realidad es que la carne desea aquello que se opone al Espíritu, por ende, para tener éxito en la guerra contra la carne, el creyente debe vivir «por el Espíritu» (Gálatas 5:16–17).

El apóstol Pablo declara claramente la perspectiva bíblica respecto a la carne, señalando que las pasiones pecaminosas es lo que domina, lo cual conduce a la muerte (Romanos 7:5). El peligro está en que, aunque la persona sea creyente, podrían negarse a fijar la mente en el Espíritu, eligiendo ceder a los deseos de la carne. Negarse de continuo a que el Espíritu gobierne conduce a la muerte espiritual, dado que la carne «es enemiga de Dios» (Romanos 8:5–8).  La acción de luchar contra la carne surge del reconocimiento de que la obra de Cristo ha dado un golpe mortal a la carne. El creyente entra en una guerra espiritual contra la carne al dejar que el Espíritu lo gobierne, lo guíe y lo dirija en su diario vivir. El Espíritu brinda una vida resucitada al creyente para que se obtenga la victoria en la guerra espiritual contra la carne (Romanos 8:9–13).

La victoria sobre la carne se obtiene cuando el Espíritu le da a uno el poder para vencer los deseos de la carne y sus actividades pecaminosas. Conforme el creyente continúa dejando que el Espíritu Santo lo gobierne y lo guíe, el carácter de Cristo en su vida se fortalece (Gálatas 5:22–23). Este fruto del Espíritu — amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio — es la evidencia de la victoria en la guerra espiritual contra la carne.

La guerra espiritual y el diablo

Algunos tal vez se pregunten a nivel teológico y práctico si la guerra espiritual contra el diablo es real y pertinente en su vida y ministerio. El consenso de las Asambleas de Dios es que un enemigo invisible, el diablo, existe y está abocado a oponerse a Dios y a destruir a la humanidad. Inmediatamente después de que Jesús fue ungido con el Espíritu Santo para comenzar su ministerio público, tuvo un encuentro cara a cara con el diablo (Mateo 4:1–11; Marcos 1:12–13; Lucas 4:1–13). Más adelante, Pedro resumió el ministerio de Jesús de la siguiente manera: «anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que estaban oprimidos por el diablo» (Hechos 10:38). El diablo enfrentó a Jesús varias veces (Lucas 4:13) y los representantes de Cristo no deberían esperar nada menos que eso. La guerra era real y todavía lo es.

Los escritores bíblicos dan evidencia de su creencia en la existencia del diablo, a quien describen como una entidad personal. Se lo describe como una serpiente en el encuentro con Adán y Eva en Génesis 3. Capaz de conocer, de hablar y de persuadir (todos indicadores de una entidad personal), él los tentó y ellos pecaron. Cuando Jesús fue tentado, el diablo conversó con Jesús, incluso usó las Escrituras, en un esfuerzo de desviar a Jesús de su misión (Mateo 4:1–11; Marcos 1:12–13; Lucas 4:1–13).

El diablo es el adversario, un mentiroso y un engañador. Su oposición a Dios, a Su plan, y a Su pueblo es extrema e implacable. Sin embargo, el diablo y sus fuerzas demoníacas aliadas son de naturaleza limitada. No son divinos y no tienen pleno conocimiento como Dios, no tienen la habilidad de estar presentes en todo lugar al mismo tiempo y están sujetos a Dios y a Su pueblo. No tienen un acceso garantizado al pensamiento humano. El creyente debe tener consciencia de sus intenciones y actividades malvadas, pero no debe temer.

Cuando Dios encaró a Adán y Eva respecto a su decisión de alejarse de Su guía y dirección suprema, de pecar e introducir el pecado en la raza humana, también pronunció el destino final del diablo. «Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y la de ella; su simiente te aplastará la cabeza, pero tú le morderás el talón» (Génesis 3:15). Apocalipsis 19 y 20 dejan en claro que el diablo y esas fuerzas demoníacas aliadas están destinadas a la destrucción.

El conflicto entre el creyente y las fuerzas demoníacas puede entenderse como un espectro de influencia demoníaca, que varía en el grado de dominio sobre la vida de una persona y en la diversidad de aspectos de la vida en que ha habido control demoníaco. El impacto de los poderes demoníacos tal vez sea leve e imperceptible. Si uno se arrepiente, renuncia a su pecado y a las actividades carnales, resiste la tentación, e invoca al Espíritu para quedar limpio del pecado y ser libre, obtendrá la victoria y será libre. La influencia demoníaca extrema podemos llamarla «posesión», en que una persona es controlada por las fuerzas demoníacas, que manipulan el cuerpo, la mente y el espíritu del individuo para sus propósitos destructivos.2 Este caso extremo de control demoníaco es indicio de un continuo movimiento de alejamiento de, y abandono de, su relación personal con Jesús; el creyente debe alcanzar la victoria en el conflicto espiritual mucho antes de llegar a este condición extrema, en vez de ser dominado por él. Si bien los creyentes participarán activamente en la guerra espiritual y serán oprimidos, no pueden ser poseídos por las fuerzas demoníacas.

Hay que tener mucho cuidado de no confundir las enfermedades emocionales y mentales con la actividad demoníaca. Aunque la actividad demoníaca a veces se asemeja a la conducta que se manifiesta cuando hay enfermedad mental, afirmar que es la misma cosa podría herir a las personas, impidiendo que reciban la atención médica necesaria. El consejo piadoso y sabio de médicos, consejeros y psicólogos puede ser de ayuda cuando se trata de discernir la real condición. El sabio y poderoso Espíritu Santo provee discernimiento y sabiduría a aquellos que ministran a las personas que enfrentan este gran desafío.

Algunas personas enseñan que todas las instancias en que hay mención del «espíritu» o «espíritu de» en el texto bíblico se refieren a la actividad de demonios. Sin embargo, con mayor frecuencia, los escritores bíblicos usan el término «espíritu» para identificar una actitud o una disposición. Por ejemplo, David habló de un espíritu quebrantado (Salmo 51:17), Salomón mencionó a los humildes de espíritu (Proverbios 16:19) y Pablo quería ir a Corinto con amor y con espíritu de mansedumbre (1 Corintios 4:21). Sería mejor concebir las instancias de «espíritu» o «espíritu de» cómo designaciones de actitudes y disposiciones, algunas de las cuales podrían ser pecaminosas, a menos que el contexto del versículo en cuestión muestre que se habla de un espíritu o ser independiente.

La enseñanza de que la actividad demoníaca incluye autoridad sobre áreas geográficas está basada en un incidente registrado en Daniel 10. El profeta recibió a un mensajero divino que se había retrasado a causa de la resistencia del «príncipe del reino de Persia» durante veintiún días (Daniel 10:13). Ése es un pasaje de difícil interpretación, pero aun si el príncipe del reino de Persia es una entidad demoníaca, una sola referencia no es una base sólida para plantear una enseñanza acerca de la actividad demoníaca territorial.

Los autores de los evangelios detallan numerosos encuentros específicos entre Jesús y los demonios. En cada caso, Él estaba al mando y proveyó la liberación que era necesaria para el ser humano atormentado por las fuerzas demoníacas. No sería correcto deducir una fórmula específica para los encuentros con lo demoníaco a partir de los ejemplos de Jesús, ya que Sus acciones fueron variadas. Por ejemplo, sólo una vez preguntó cuál era el nombre de los demonios (Marcos 5:9; Lucas 8:30). En ese mismo encuentro, permitió que los demonios eligieron a dónde Él los enviaría… a los cerdos (Mateo 8:31; Marcos 5:11–12; Lucas 8:32). Hay otras instancias en que no permitió que los demonios hablaran (Marcos 1:34; Lucas 4:35, 41). Los escritores del evangelio con frecuencia señalaron que Él sanó y liberó de demonios (por ejemplo, Mateo 4:34), pero Él no reaccionó toda dolencia humana con la posesión demoníaca.

Hay algunas lecciones positivas de los relatos de encuentros victoriosos de Jesús con los demonios. Él identificó al Espíritu Santo como la fuente a través de la cual echaba fuera demonios (Mateo 12:28; el «dedo de Dios» en Lucas 11:20 [RVR1960]), indicando que había llegado el reino de Dios. Después de liberar al joven cuando descendió del Monte de la Transfiguración, señaló lo importante que es tener fe y orar (Mateo 17:20–21; Marcos 9:29). En cada caso, la voz de Jesús era la orden que expulsaba a las fuerzas demoníacas de los seres humanos.

Santiago provee un medio poderoso mediante el cual el creyente puede derrotar al diablo en la guerra espiritual: «Así que sométanse a Dios. Resistan al diablo, y él huirá de ustedes» (Santiago 4:7). Conforme el creyente reconoce su dependencia total del poder de Dios y el hecho de que el diablo no puede hacer frente a ese poder, puede negarse a dar lugar al diablo en su vida. Pedro resume la guerra espiritual con el diablo de la siguiente manera: «Practiquen el dominio propio y manténganse alerta. Su enemigo el diablo ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanse, manteniéndose firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de sufrimientos» (1 Pedro 5:8–9).

Inferencias pastorales      

La guerra espiritual en el mundo, con la carne y con el diablo son una realidad para los seguidores de Cristo. El liderazgo pastoral tiene el privilegio de preparar a los miembros de la congregación para esta batalla, y de animarlos cuando la están enfrentando. La realidad pentecostal de la vida plena en el Espíritu y empoderada por Él es crucial para vencer los ataques del mundo, la carne y el diablo. Es esencial que la congregación sea guiada a esa manera de andar que depende del Espíritu. El crecimiento continuo del fruto del Espíritu (Gálatas 5:22–23) y la expresión de los dones del Espíritu (1 Corintios 12:4–11) en la vida de los creyentes son de máxima importancia. Cuando el seguidor de Cristo es desafiado a dejar que el Espíritu Santo ore y alabe a través de él o ella en un lenguaje espiritual, se abrirá a la voluntad y los propósitos de Dios que lo fortalecerán para los desafíos que enfrente en la guerra espiritual (Romanos 8:26–27; Judas 20).

En la carta a los Efesios, Pablo desafió a los creyentes en la guerra espiritual a ponerse «toda la armadura de Dios para que puedan hacer frente a las artimañas del diablo» (Efesios 6:11). La guerra espiritual no es contra seres humanos; al contrario, es contra las fuerzas espirituales del mal. La oposición a esas fuerzas es posible gracias a la armadura de Dios: «el cinturón de la verdad… la coraza de justicia… (el calzado de) la disposición de proclamar el evangelio de la paz… el escudo de la fe… el casco de la salvación… la espada del Espíritu» (Efesios 6:14–17). Pablo concluyó la presentación de los recursos del creyente para la guerra espiritual con un recordatorio del poder de la oración en el Espíritu (Efesios 6:18).

Hay personas en las congregaciones con desafíos emocionales y mentales que pueden recibir ayuda de profesionales médicos y consejeros. En algunos casos, la profesión médica podría ofrecer más asistencia que un ministerio de liberación. La ayuda profesional no suplanta la oración y la intercesión ferviente. Dios tiene poder para sanar toda enfermedad de la humanidad. Necesitamos ser cuidadosos y depender de la guía del Espíritu Santo para determinar cuál es el mejor camino a la integridad y la sanidad.

Las congregaciones tienen el privilegio de ser fortalecidas no sólo para pelear a nivel personal sino para también librar la guerra espiritual como un acto colectivo de intercesión. La batalla con el mundo con frecuencia debe llevarse a cabo a nivel sistémico o estructural. El mal se expresa mediante las prácticas colectivas, las decisiones gubernamentales y las tradiciones culturales. El cuerpo de Cristo puede experimentar la victoria de Dios a través de la oración y las acciones intercesoras cuando sea necesario.

El apóstol Pablo expresó las palabras de aliento que necesitamos todos los creyentes cuando estamos en medio de una guerra espiritual. «¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?... en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó» (Romanos 8:31–32, 37). Pedro, en el comienzo de su segunda epístola, nos da esta gran seguridad: «Su divino poder, al darnos el conocimiento de aquel que nos llamó por su propia gloria y excelencia, nos ha concedido todas las cosas que necesitamos para vivir como Dios manda» (2 Pedro 1:3).

NOTAS

1 Todas las citas bíblicas son de la Nueva Versión Internacional (1999) (NVI) a menos que se identifique otra versión.

2 Con la posesión demoníaca, el poder de Satanás toma el control del centro de la personalidad del individuo. En tales casos, los demonios pueden manifestarse mediante cambios temporales de personalidad, en la manera de hablar, en la conducta física extraña, la aflicción física y mental y las inclinaciones autodestructivas.

 El Ministerio De Los Discapacitados

La difusión de las religiones orientales y del ocultismo en los Estados Unidos ha traído un aumento en la posesión de demonios similar a los informes de misioneros en los campos foráneos.  Con demasiada frecuencia, hay muy pocas enseñanzas sobre este tema.  Muchos piensan que solamente es necesario predicar a Cristo, y los demonios huirán. 

Pero el Nuevo Testamento hace más que exigir que prediquemos a Cristo.  Advierte muy seriamente contra el enemigo de nuestra alma y muestra que no debemos tratar ligeramente con los demonios.  También enfatiza que hay libertad por medio de la “mano de Dios”, el poder del Espíritu, y el nombre de Jesús.

El peligro de los extremos
Hay un peligro, sin embargo, al enfatizar cualquier doctrina descuidada, de ir a un extremo que está más allá de la intención de las Escrituras.  También es posible distraerse y hacer que la doctrina descuidada llegue a ser el ministerio completo.  Esto parece ser el caso con algunos que se fascinan con el tema de los demonios.  Son engañados a prestarles la mayor parte de su atención.  Cuanto más demonios echa fuera, tanto más demonios parece haber para echar fuera, y prácticamente hacen a un lado el resto de su ministerio.

Esta  tendencia de ocuparse más en echar fuera demonios que en exaltar a Cristo es contradictoria de las Escrituras.  Parece que tampoco hay ninguna base en las Escrituras para apoyar las preocupaciones con los fenómenos externos, tales como vomitar varias sustancias en conexión con la expulsión de demonios (olvidando que los demonios son seres espirituales).  La única vez que echar espuma se menciona, las Escrituras muestran claramente que era un problema para la persona hasta el momento en que el demonio fue echado fuera, y no un fenómeno que se mostró solamente en el momento del exorcismo. 

Uno de los tristes resultados de un enfoque no bíblico en los demonios es que las enseñanzas bíblicas a veces caen en descrédito.  Este fue uno de los resultados de la llamada brujería de los siglos 16 y 17 en Inglaterra y en el siglo 17 en los Estados Unidos.  En Inglaterra, había casos de niños que vomitaban diversos artículos que supuestamente probaba que espíritus malignos entraron en sus cuerpos.

Entonces, en 1692, Cotton Mather, un brillante predicador de Boston que se graduó con honores de la Universidad de Harvard, provocó a la gente de Salem, Massachusetts, a levantarse contra las “brujas”.  Diecinueve personas fueron ahorcadas y 150 encarceladas por el testimonio de niños que supuestamente estaban poseídos de demonios (y que podrían haber estado motivados por demonios mentirosos, aunque puede haber otras explicaciones).  En la presencia de los acusados, estos niños gritaban y parecía que estaban en trance.  En este estado, nombraban a las personas que ellos decían que eran responsables por los “sufrimientos”.

Aunque muchos de los acusados mostraron un espíritu y fe dignos de los mártires cristianos, jueces que eran hombres de integridad personal los declararon culpables.  Como resultado de la publicidad de este juicio, los estadounidenses de esta época rechazaron lo sobrenatural y declararon que todo lo que la Biblia enseña en cuanto a Satanás y los espíritus malignos es solamente superstición. 

Parece importante, entonces, que no permitamos que Satanás distraiga al pueblo de Dios a concentrarse en los demonios o espíritus malignos de una manera que vaya más allá de las claras enseñanzas de la Biblia, y de esa manera causar una reacción que haría que las personas rechacen todo lo sobrenatural y así impedir la obra de Dios.

Tener cuidado, sin embargo, no significa que debemos poner a un lado el asunto de los demonios.  La Biblia claramente reconoce tanto la actividad de los demonios como su gran número.  Esto es aun más evidente cuando reconocemos que las palabras “demonios” y “diablos” son muy parecidas.  La palabra diablo (griego, diabolos, “difamador”) es apropiada solamente para describir a Satanás.  Eso no quiere decir, sin embargo, que el diablo no trabaja por medio de demonios.  Satanás es un ser creado, un espíritu finito, y no es omnipresente.  Él hace la mayoría de su trabajo por medio de demonios dispersados en varios lugares del mundo.  La obra de Jesús de echar fuera demonios era por lo menos una parte de su obra sanadora a los oprimidos (explotados, dominados, los que estábamos bajo el reino tiránico) del diablo (Hechos 10:38).  (Se debe notar que la palabra oprimidos usada en este versículo era más fuerte que el sentido que tiene en el uso común de hoy.)

La pregunta que surge, entonces, no es si los demonios están activos hoy, sino si los creyentes nacidos de nuevo pueden estar poseídos por demonios, tener un demonio, o tener la necesidad de que se les expulsen demonios.  ¿Pueden el Espíritu Santo y un demonio morar juntos en el mismo templo?  ¿No son nuestros cuerpos templo del Espíritu Santo?

Lo que los escritores han dicho
La mayoría de los escritores más antiguos dicen que los cristianos genuinos no pueden estar poseídos por demonios ni tener un demonio que more en ellos.
Un ejemplo es Juan L. Nevius, un misionero presbiteriano que pasó casi 40 años en la China y vio muchos casos de personas poseídas por demonios, pero nunca entre los cristianos.  Él halló que los demonios no querían quedarse en presencia de verdaderos cristianos.1

El precursor misionero pentecostal, Victor Plymire, dio testimonio similar de Tíbet.  Él halló también que los que alababan a los demonios no podían hacer que éstos tomaran posesión de ellos fácilmente. 
Los escritores más recientes de varias denominaciones han tenido una opinión diferente.  M.H. Nelson, un médico, cuenta de numerosos informes de cristianos que aparentemente han sufrido de posesión de demonios.  Él sugiere, sin embargo, que algunos de ellos están rebelándose contra Dios.  (Aparentemente, él cree en la seguridad eterna y todavía llama a estos “rebeldes cristianos”.)  No obstante, dice que aunque un demonio puede influir en la mente y en el cuerpo de un cristiano, es muy dudoso que el cuerpo de un cristiano pueda estar poseído por un demonio.2

Otros dicen que un demonio puede poseer el cuerpo de un cristiano sin poseer el ser interno del cristiano.  Esto parece contrario a la enseñanza bíblica de que el cuerpo es templo del Espíritu Santo.  También contradice la doctrina bíblica de la unidad del cuerpo, alma, y espíritu en cuanto a la responsabilidad.  La fragmentación de la persona en varios aspectos es una idea pagana.  ¡Si un demonio entra en cualquier área del cuerpo o mente (o actitud), entra en la persona!

Lo que la Biblia dice
Muchos cristianos han experimentado liberación divina de problemas y creen que fueron liberados de la posesión de demonios.  Pero tenemos que estudiar las Escrituras para ver si su interpretación de lo que aconteció realmente está de acuerdo con lo que la Biblia enseña.

Algunos, por ejemplo, enseñan que debido a que la Biblia habla de un “espíritu de miedo”, cualquier liberación del miedo tiene que ser la expulsión de un espíritu maligno o un demonio de miedo.  Pero un estudio del mismo pasaje (1 Timoteo 1:7) muestra que también habla de un espíritu de poder, de amor, y de dominio propio.  Si las personas piensan que el miedo es un espíritu maligno que necesitan echar fuera, entonces para concordar con esta lógica tendrían que invitar a los tres espíritus buenos a entrar.

La falla de este razonamiento es obvia.  El amor y el dominio propio son frutos del Espíritu Santo en nuestra vida.  Cuando dice un espíritu de amor y dominio propio significa las actitudes que resultan de nuestra cooperación con el Espíritu Santo.

En realidad, la palabra espíritu en muchos casos significa una actitud o disposición.  David habló de un espíritu quebrantado (Salmo 51:17); Salomón de un espíritu humilde (Proverbios 16:19).  Pablo quería ir a Corinto, no con un látigo, sino con amor y un espíritu apacible (1 Corintios 4:21).  Pedro habló de adornar el corazón con algo incorruptible, un espíritu suave y apacible (1 Pedro 3:4), que realmente significa una disposición tranquila.  Esto está de acuerdo con el uso frecuente de la palabra espíritu para el espíritu propio de uno y sus expresiones (Hageo 1:14; Hechos 17:16; 1 Corintios 2:11, etc.).

Entonces, a menos que el contexto muestra que está hablando de un ser espiritual, parece mejor interpretar la mayoría de las frases como un espíritu arrogante, un espíritu apresurado, un espíritu perezoso, un espíritu celoso, etc., cómo pecados de la disposición o deseos de la carne (Gálatas 6), y no demonios. 

Un peligro serio de considerar que todos estos pecados de la disposición son demonios es que el individuo llega a no sentir ninguna responsabilidad por sus acciones personales y que no hay necesidad de arrepentirse.  En realidad, la Biblia llama a las personas a arrepentirse de estas cosas y a dejar estas actitudes.  El gran conflicto dentro de nosotros no está entre el Espíritu Santo y demonios, sino entre el Espíritu Santo morador y la carne (es decir, todos los sentidos que tienden a pecar).

Cuando la palabra espíritu se usa para indicar demonios, la Biblia muchas veces habla de un espíritu maligno o inmundo.  A veces las palabras se usan juntas, por ejemplo, “un espíritu de demonio inmundo” (Lucas 4:33).
En muchos casos estos demonios causan enfermedades.  Pero el Nuevo Testamento no atribuye todas las enfermedades a los demonios o espíritus malignos.  En realidad, muchos pasajes distinguen claramente entre las enfermedades no causadas por demonios y las causadas por demonios (Mateo 4:24; 8:16; 9:32,33; 10:1; Marcos 1:32; 3:15; Lucas 6:17,18; 9:1, etc.).  En ninguno de estos ejemplos hay indicación de que cualquiera de estas enfermedades causadas por demonios fueron sufridas por personas que tenían una buena relación con Dios.  Tenemos que recordar también que todos estos ejemplos acontecieron antes de Pentecostés. 

La palabra daimonizomai, estar poseído por un demonio, no es tan común.  Se usa como verbo una sola vez y era de una niña cananea poseída o “gravemente atormentada por un demonio”.  En todas las demás referencias se usa como participio que se debe traducir como “los endemoniados” (Mateo 8:28,33; 9:32; 12:22; Marcos 5:15-18; Lucas 8:35).  Otra vez, en ningún caso hay evidencia de que estos endemoniados tenían una relación con Dios; y en la mayoría de los casos eran gravemente atormentados – y experimentaron un cambio dramático de personalidad.

Otro gran problema con la idea de que los demonios pueden poseer a los cristianos es que el concepto nos hace perder la fe y debilita nuestro concepto de Dios y de la salvación que Él provee.  Dios es nuestro Padre.  Él “nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo” (Colosenses 1:13).  En “los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (Efesios 2:2).  Pero ahora Dios por su amor nos ha salvado y nos ha hecho “conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19).  Sería contradictorio que los demonios moran en nuestro cuerpo ahora que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo.

Éramos esclavos del pecado (Romanos 6:17) pero ahora somos libres de vivir para Cristo.  Todavía es posible pecar, pero si un creyente peca es porque estuvo dispuesto a hacerlo, no porque ha sido invadido por un demonio.  El libro de Romanos no llama a una expulsión de demonios sino a un acto de fe que hace que uno llegue a ser lo que uno es.

Si un cristiano tuviera un demonio habría la división que Jesús rehusaba aceptar.  Los fariseos decían que Jesús echaba fuera demonios por Beelzebú, el príncipe de los demonios (Mateo 12:24).  Suponían que el reino de Satanás podría estar dividido contra sí mismo.  Jesús rechazó esto.  Lucas 11:21,22 implica además que Jesús había limitado a Satanás en cuanto a su poder de esclavizar a un creyente.  Solamente cuando un demonio regresa y encuentra que la casa está vacía puede entrar de nuevo (Lucas 11:24-26).

La idea de un verdadero creyente poseído por un demonio contradice también el concepto de salvación y paz.  Produciría un miedo terrible cuando el cristiano empiece a preguntarse cuál demonio será el siguiente que invadirá su vida. Esto ciertamente no concuerda con la libertad que la Biblia nos asegura que tenemos.  Los primeros cristianos no tenían tales miedos, ni la iglesia del segundo siglo.

Hermas, que cerca del año 139 d.C., escribió un libro cristiano muy influyente llamado El pastor reprochó la corrupción y animó las virtudes cristianas.  En el libro también habló de los espíritus malignos que podían vivir y reinar dentro de una persona, pero él negaba que el Espíritu Santo pudiera vivir en esa misma persona junto con los espíritus malignos.

Las Escrituras están llenas de garantías para el creyente: “Porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4).  Un creyente es una persona que ha sido liberada del diablo.  Esto es fundamental.  Algunos señalan a Ananías y Safira como excepciones.  Pero Ananías, o renegó su fe antes de que Satanás llenara su corazón para mentir al Espíritu Santo, o él y su esposa estaban entre los que solamente se juntaron con la iglesia en vez de ser añadidos por el Espíritu (vea Hechos 5:13,14).  En el momento, por lo menos, no eran más que cristianos nominales. 

Cómo resistir las fuerzas malignas
Parece evidente que el término poseído no se debe aplicar a verdaderos creyentes.  Lo que la Biblia muestra es que Satanás y sus cohortes son enemigos externos.  Estamos en guerra contra las fuerzas de Satanás que están buscando oportunidades de atacar   (Vea Efesios 6:12).  El énfasis bíblico está en lo que tenemos que enfrentar en el mismo ambiente alrededor de nosotros.  El llamado nunca es que busquemos a alguien que pueda echar fuera de nosotros a los demonios.  Están afuera atacandonos, probándonos, no posee yéndonos.  Estamos llamados a vigilar y a vestirnos de la armadura de Dios y a ser firmes (2 Corintios 10:3-6; Efesios 6:10-18; 1 Pedro 5:8,9).
Jesús venció a Satanás citando la Palabra de Dios (Mateo 4).  Nosotros también tenemos que depender de la Palabra de Dios y resistir a Satanás y sus demonios, en fe (Santiago 4:7; 1 Pedro 5:8,9).  Entonces el escudo de la fe apagará todos los dardos de fuego del enemigo (Efesios 6:16).  (Aquí reconocemos que de la misma manera en que a veces los rescates de Dios vienen por medio de los ángeles, también los ataques de Satanás a veces vienen por medio de demonios o de los poseídos por demonios.)

Los ataques son externos como vemos en el caso de Job; y también en el caso de Pablo y el aguijón en su carne, que él mismo llamó un mensajero (o ángel – griego aggelos) de Satanás mandado para abofetear (pegar o golpear con el puño).  (Vea 2 Corintios 12:7.)  Pablo pidió tres veces al Señor que quitara el mensajero de Satanás (literalmente, que lo alejara de él), pero Dios rehusó y dijo que su gracia era suficiente.  El resultado fue que Pablo aprendió a depender de Dios en su debilidad, reproche, o angustia.  La Biblia no dice si el mensajero de Satanás era un demonio, enfermedad, o una persona.  Lo que era, sin embargo, no importa aquí.  El ataque, el golpe, venía de afuera, y Pablo quería alejarse de él, no echarlo fuera.  Notamos también que Pablo ve en sí mismo y en nosotros también la presencia viva de Cristo como la única esperanza (Colosenses 1:2,29).

Creemos también que el don de discernimiento de espíritus tiene el propósito de discernir espíritus que pueden motivar a la gente que no tiene al Espíritu Santo, no de discernir los supuestos demonios en los creyentes.  Si la verdad permanece en nosotros, nosotros permaneceremos en el Hijo y en el Padre (1 Juan 2:24).  Solamente si somos quitados de la vid y echados fuera como un pámpano muerto Satanás o sus demonios pueden reclamarnos.  Nuestra redención es una redención de la persona entera.  El precio completo ha sido pagado. 

Los enemigos de Cristo lo acusaron de tener un demonio.  Es un engaño sutil del diablo que hace que personas sinceras acusen a los cristianos hoy de tener un demonio.  Claramente, hay liberación, pero llamarlo liberación de la posesión de demonios no es bíblico.

 Sanidad Divina

La difusión de las religiones orientales y del ocultismo en los Estados Unidos ha traído un aumento en la posesión de demonios similar a los informes de misioneros en los campos foráneos.  Con demasiada frecuencia, hay muy pocas enseñanzas sobre este tema.  Muchos piensan que solamente es necesario predicar a Cristo, y los demonios huirán. 

Pero el Nuevo Testamento hace más que exigir que prediquemos a Cristo.  Advierte muy seriamente contra el enemigo de nuestra alma y muestra que no debemos tratar ligeramente con los demonios.  También enfatiza que hay libertad por medio de la “mano de Dios”, el poder del Espíritu, y el nombre de Jesús.

El peligro de los extremos
Hay un peligro, sin embargo, al enfatizar cualquier doctrina descuidada, de ir a un extremo que está más allá de la intención de las Escrituras.  También es posible distraerse y hacer que la doctrina descuidada llegue a ser el ministerio completo.  Esto parece ser el caso con algunos que se fascinan con el tema de los demonios.  Son engañados a prestarles la mayor parte de su atención.  Cuanto más demonios echa fuera, tanto más demonios parece haber para echar fuera, y prácticamente hacen a un lado el resto de su ministerio.

Esta  tendencia de ocuparse más en echar fuera demonios que en exaltar a Cristo es contradictoria de las Escrituras.  Parece que tampoco hay ninguna base en las Escrituras para apoyar las preocupaciones con los fenómenos externos, tales como vomitar varias sustancias en conexión con la expulsión de demonios (olvidando que los demonios son seres espirituales).  La única vez que echar espuma se menciona, las Escrituras muestran claramente que era un problema para la persona hasta el momento en que el demonio fue echado fuera, y no un fenómeno que se mostró solamente en el momento del exorcismo. 

Uno de los tristes resultados de un enfoque no bíblico en los demonios es que las enseñanzas bíblicas a veces caen en descrédito.  Este fue uno de los resultados de la llamada brujería de los siglos 16 y 17 en Inglaterra y en el siglo 17 en los Estados Unidos.  En Inglaterra, había casos de niños que vomitaban diversos artículos que supuestamente probaba que espíritus malignos entraron en sus cuerpos.

Entonces, en 1692, Cotton Mather, un brillante predicador de Boston que se graduó con honores de la Universidad de Harvard, provocó a la gente de Salem, Massachusetts, a levantarse contra las “brujas”.  Diecinueve personas fueron ahorcadas y 150 encarceladas por el testimonio de niños que supuestamente estaban poseídos de demonios (y que podrían haber estado motivados por demonios mentirosos, aunque puede haber otras explicaciones).  En la presencia de los acusados, estos niños gritaban y parecía que estaban en trance.  En este estado, nombraban a las personas que ellos decían que eran responsables por los “sufrimientos”.

Aunque muchos de los acusados mostraron un espíritu y fe dignos de los mártires cristianos, jueces que eran hombres de integridad personal los declararon culpables.  Como resultado de la publicidad de este juicio, los estadounidenses de esta época rechazaron lo sobrenatural y declararon que todo lo que la Biblia enseña en cuanto a Satanás y los espíritus malignos es solamente superstición. 

Parece importante, entonces, que no permitamos que Satanás distraiga al pueblo de Dios a concentrarse en los demonios o espíritus malignos de una manera que vaya más allá de las claras enseñanzas de la Biblia, y de esa manera causar una reacción que haría que las personas rechacen todo lo sobrenatural y así impedir la obra de Dios.

Tener cuidado, sin embargo, no significa que debemos poner a un lado el asunto de los demonios.  La Biblia claramente reconoce tanto la actividad de los demonios como su gran número.  Esto es aún más evidente cuando reconocemos que las palabras “demonios” y “diablos” son muy parecidas.  La palabra diablo (griego, diabolos, “difamador”) es apropiada solamente para describir a Satanás.  Eso no quiere decir, sin embargo, que el diablo no trabaja por medio de demonios.  Satanás es un ser creado, un espíritu finito, y no es omnipresente.  Él hace la mayoría de su trabajo por medio de demonios dispersados en varios lugares del mundo.  La obra de Jesús de echar fuera demonios era por lo menos una parte de su obra sanadora a los oprimidos (explotados, dominados, los que estábamos bajo el reino tiránico) del diablo (Hechos 10:38).  (Se debe notar que la palabra oprimidos usada en este versículo era más fuerte que el sentido que tiene en el uso común de hoy.)

La pregunta que surge, entonces, no es si los demonios están activos hoy, sino si los creyentes nacidos de nuevo pueden estar poseídos por demonios, tener un demonio, o tener la necesidad de que se les expulsen demonios.  ¿Pueden el Espíritu Santo y un demonio morar juntos en el mismo templo?  ¿No son nuestros cuerpos templo del Espíritu Santo?

Lo que los escritores han dicho
La mayoría de los escritores más antiguos dicen que los cristianos genuinos no pueden estar poseídos por demonios ni tener un demonio que more en ellos.
Un ejemplo es Juan L. Nevius, un misionero presbiteriano que pasó casi 40 años en la China y vio muchos casos de personas poseídas por demonios, pero nunca entre los cristianos.  Él halló que los demonios no querían quedarse en presencia de verdaderos cristianos.1

El precursor misionero pentecostal, Victor Plymire, dio testimonio similar de Tíbet.  Él halló también que los que alababan a los demonios no podían hacer que éstos tomaran posesión de ellos fácilmente. 
Los escritores más recientes de varias denominaciones han tenido una opinión diferente.  M.H. Nelson, un médico, cuenta de numerosos informes de cristianos que aparentemente han sufrido de posesión de demonios.  Él sugiere, sin embargo, que algunos de ellos están rebelándose contra Dios.  (Aparentemente, él cree en la seguridad eterna y todavía llama a estos “rebeldes cristianos”.)  No obstante, dice que aunque un demonio puede influir en la mente y en el cuerpo de un cristiano, es muy dudoso que el cuerpo de un cristiano pueda estar poseído por un demonio.2

Otros dicen que un demonio puede poseer el cuerpo de un cristiano sin poseer el ser interno del cristiano.  Esto parece contrario a la enseñanza bíblica de que el cuerpo es templo del Espíritu Santo.  También contradice la doctrina bíblica de la unidad del cuerpo, alma, y espíritu en cuanto a la responsabilidad.  La fragmentación de la persona en varios aspectos es una idea pagana.  ¡Si un demonio entra en cualquier área del cuerpo o mente (o actitud), entra en la persona!

Lo que la Biblia dice
Muchos cristianos han experimentado liberación divina de problemas y creen que fueron liberados de la posesión de demonios.  Pero tenemos que estudiar las Escrituras para ver si su interpretación de lo que aconteció realmente está de acuerdo con lo que la Biblia enseña.

Algunos, por ejemplo, enseñan que debido a que la Biblia habla de un “espíritu de miedo”, cualquier liberación del miedo tiene que ser la expulsión de un espíritu maligno o un demonio de miedo.  Pero un estudio del mismo pasaje (1 Timoteo 1:7) muestra que también habla de un espíritu de poder, de amor, y de dominio propio.  Si las personas piensan que el miedo es un espíritu maligno que necesitan echar fuera, entonces para concordar con esta lógica tendrían que invitar a los tres espíritus buenos a entrar.

La falla de este razonamiento es obvia.  El amor y el dominio propio son frutos del Espíritu Santo en nuestra vida.  Cuando dice un espíritu de amor y dominio propio significa las actitudes que resultan de nuestra cooperación con el Espíritu Santo.

En realidad, la palabra espíritu en muchos casos significa una actitud o disposición.  David habló de un espíritu quebrantado (Salmo 51:17); Salomón de un espíritu humilde (Proverbios 16:19).  Pablo quería ir a Corinto, no con un látigo, sino con amor y un espíritu apacible (1 Corintios 4:21).  Pedro habló de adornar el corazón con algo incorruptible, un espíritu suave y apacible (1 Pedro 3:4), que realmente significa una disposición tranquila.  Esto está de acuerdo con el uso frecuente de la palabra espíritu para el espíritu propio de uno y sus expresiones (Hageo 1:14; Hechos 17:16; 1 Corintios 2:11, etc.).

Entonces, a menos que el contexto muestra que está hablando de un ser espiritual, parece mejor interpretar la mayoría de las frases como un espíritu arrogante, un espíritu apresurado, un espíritu perezoso, un espíritu celoso, etc., cómo pecados de la disposición o deseos de la carne (Gálatas 6), y no demonios. 

Un peligro serio de considerar que todos estos pecados de la disposición son demonios es que el individuo llega a no sentir ninguna responsabilidad por sus acciones personales y que no hay necesidad de arrepentirse.  En realidad, la Biblia llama a las personas a arrepentirse de estas cosas y a dejar estas actitudes.  El gran conflicto dentro de nosotros no está entre el Espíritu Santo y demonios, sino entre el Espíritu Santo morador y la carne (es decir, todos los sentidos que tienden a pecar).

Cuando la palabra espíritu se usa para indicar demonios, la Biblia muchas veces habla de un espíritu maligno o inmundo.  A veces las palabras se usan juntas, por ejemplo, “un espíritu de demonio inmundo” (Lucas 4:33).
En muchos casos estos demonios causan enfermedades.  Pero el Nuevo Testamento no atribuye todas las enfermedades a los demonios o espíritus malignos.  En realidad, muchos pasajes distinguen claramente entre las enfermedades no causadas por demonios y las causadas por demonios (Mateo 4:24; 8:16; 9:32,33; 10:1; Marcos 1:32; 3:15; Lucas 6:17,18; 9:1, etc.).  En ninguno de estos ejemplos hay indicación de que cualquiera de estas enfermedades causadas por demonios fueron sufridas por personas que tenían una buena relación con Dios.  Tenemos que recordar también que todos estos ejemplos acontecieron antes de Pentecostés. 

La palabra daimonizomai, estar poseído por un demonio, no es tan común.  Se usa como verbo una sola vez y era de una niña cananea poseída o “gravemente atormentada por un demonio”.  En todas las demás referencias se usa como participio que se debe traducir como “los endemoniados” (Mateo 8:28,33; 9:32; 12:22; Marcos 5:15-18; Lucas 8:35).  Otra vez, en ningún caso hay evidencia de que estos endemoniados tenían una relación con Dios; y en la mayoría de los casos eran gravemente atormentados – y experimentaron un cambio dramático de personalidad.

Otro gran problema con la idea de que los demonios pueden poseer a los cristianos es que el concepto nos hace perder la fe y debilita nuestro concepto de Dios y de la salvación que Él provee.  Dios es nuestro Padre.  Él “nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo” (Colosenses 1:13).  En “los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (Efesios 2:2).  Pero ahora Dios por su amor nos ha salvado y nos ha hecho “conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19).  Sería contradictorio que los demonios moran en nuestro cuerpo ahora que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo.

Éramos esclavos del pecado (Romanos 6:17) pero ahora somos libres de vivir para Cristo.  Todavía es posible pecar, pero si un creyente peca es porque estuvo dispuesto a hacerlo, no porque ha sido invadido por un demonio.  El libro de Romanos no llama a una expulsión de demonios sino a un acto de fe que hace que uno llegue a ser lo que uno es.

Si un cristiano tuviera un demonio habría la división que Jesús rehusaba aceptar.  Los fariseos decían que Jesús echaba fuera demonios por Beelzebú, el príncipe de los demonios (Mateo 12:24).  Suponían que el reino de Satanás podría estar dividido contra sí mismo.  Jesús rechazó esto.  Lucas 11:21,22 implica además que Jesús había limitado a Satanás en cuanto a su poder de esclavizar a un creyente.  Solamente cuando un demonio regresa y encuentra que la casa está vacía puede entrar de nuevo (Lucas 11:24-26).

La idea de un verdadero creyente poseído por un demonio contradice también el concepto de salvación y paz.  Produciría un miedo terrible cuando el cristiano empiece a preguntarse cuál demonio será el siguiente que invadirá su vida. Esto ciertamente no concuerda con la libertad que la Biblia nos asegura que tenemos.  Los primeros cristianos no tenían tales miedos, ni la iglesia del segundo siglo.

Hermas, que cerca del año 139 d.C., escribió un libro cristiano muy influyente llamado El pastor reprochó la corrupción y animó las virtudes cristianas.  En el libro también habló de los espíritus malignos que podían vivir y reinar dentro de una persona, pero él negaba que el Espíritu Santo pudiera vivir en esa misma persona junto con los espíritus malignos.

Las Escrituras están llenas de garantías para el creyente: “Porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4).  Un creyente es una persona que ha sido liberada del diablo.  Esto es fundamental.  Algunos señalan a Ananías y Safira como excepciones.  Pero Ananías, o renegó su fe antes de que Satanás llenara su corazón para mentir al Espíritu Santo, o él y su esposa estaban entre los que solamente se juntaron con la iglesia en vez de ser añadidos por el Espíritu (vea Hechos 5:13,14).  En el momento, por lo menos, no eran más que cristianos nominales. 

Cómo resistir las fuerzas malignas
Parece evidente que el término poseído no se debe aplicar a verdaderos creyentes.  Lo que la Biblia muestra es que Satanás y sus cohortes son enemigos externos.  Estamos en guerra contra las fuerzas de Satanás que están buscando oportunidades de atacar.  (Vea Efesios 6:12).  El énfasis bíblico está en lo que tenemos que enfrentar en el mismo ambiente alrededor de nosotros.  El llamado nunca es que busquemos a alguien que pueda echar fuera de nosotros a los demonios.  Están afuera atacandonos, probándonos, no posee yéndonos.  Estamos llamados a vigilar y a vestirnos de la armadura de Dios y a ser firmes (2 Corintios 10:3-6; Efesios 6:10-18; 1 Pedro 5:8,9).
Jesús venció a Satanás citando la Palabra de Dios (Mateo 4).  Nosotros también tenemos que depender de la Palabra de Dios y resistir a Satanás y sus demonios, en fe (Santiago 4:7; 1 Pedro 5:8,9).  Entonces el escudo de la fe apagará todos los dardos de fuego del enemigo (Efesios 6:16).  (Aquí reconocemos que de la misma manera en que a veces los rescates de Dios vienen por medio de los ángeles, también los ataques de Satanás a veces vienen por medio de demonios o de los poseídos por demonios.)

Los ataques son externos como vemos en el caso de Job; y también en el caso de Pablo y el aguijón en su carne, que él mismo llamó un mensajero (o ángel – griego aggelos) de Satanás mandado para abofetear (pegar o golpear con el puño).  (Vea 2 Corintios 12:7.)  Pablo pidió tres veces al Señor que quitara el mensajero de Satanás (literalmente, que lo alejara de él), pero Dios rehusó y dijo que su gracia era suficiente.  El resultado fue que Pablo aprendió a depender de Dios en su debilidad, reproche, o angustia.  La Biblia no dice si el mensajero de Satanás era un demonio, enfermedad, o una persona.  Lo que era, sin embargo, no importa aquí.  El ataque, el golpe, venía de afuera, y Pablo quería alejarse de él, no echarlo fuera.  Notamos también que Pablo ve en sí mismo y en nosotros también la presencia viva de Cristo como la única esperanza (Colosenses 1:2,29).

Creemos también que el don de discernimiento de espíritus tiene el propósito de discernir espíritus que pueden motivar a la gente que no tiene al Espíritu Santo, no de discernir los supuestos demonios en los creyentes.  Si la verdad permanece en nosotros, nosotros permaneceremos en el Hijo y en el Padre (1 Juan 2:24).  Solamente si somos quitados de la vid y echados fuera como un pámpano muerto Satanás o sus demonios pueden reclamarnos.  Nuestra redención es una redención de la persona entera.  El precio completo ha sido pagado. 

Los enemigos de Cristo lo acusaron de tener un demonio.  Es un engaño sutil del diablo que hace que personas sinceras acusen a los cristianos hoy de tener un demonio.  Claramente, hay liberación, pero llamarlo liberación de la posesión de demonios no es bíblico.

 El Divorcio y Segundo matrimonio

Esta declaración oficial sobre el divorcio y segundo matrimonio fue aprobada en agosto de 1973 por el Presbiterio General de las Asambleas de Dios.  Fue revisada por el Presbiterio General en agosto de 2008.

El matrimonio es vital para nuestra naturaleza como seres humanos en sociedad. Dios mismo instituyó el matrimonio al crear y unir al primer hombre y la primera mujer en los albores de la Creación.

Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó… Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él… Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada (Génesis 1:27; 2:18,22,23). 1. Lamentablemente, en los Estados Unidos, la institución matrimonial está en crisis. Recientes estudios indican que alrededor de un tercio de los norteamericanos que están casados o lo han estado también se han divorciado por lo menos una vez. Entre los creyentes evangélicos, se informa que veintiséis por ciento son personas divorciadas. 2. En la cultura en general, un gran segmento de la población vive en una familia de un solo padre, que nunca se ha casado o que es divorciado. Muchas otras personas viven juntas en cortas relaciones de conveniencia, desobedeciendo el diseño divino, y también la prevalente investigación de ciencias sociales para el matrimonio, la sexualidad, y la crianza de los hijos.

Es imperativo en tiempos como estos que la iglesia cristiana clarifique, enseñe, y fielmente cumpla lo que la Biblia dice acerca del matrimonio. La Iglesia también debe expresar la posición biblica respecto del divorcio y un segundo matrimonio, lo cual ocurre con demasiada frecuencia cuando uno de los cónyuges, o ambos, abandonan sus compromiso y sus responsabilidades ético-cristianas.

Declaración de los principios bíblicos

Un cuidadoso estudio de las Escrituras del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento destacan los siguientes principios respecto al divorcio y segundo matrimonio.

La naturaleza del matrimonio

  1. Se requiere dos especies, hombre y mujer, para completar la imagen divina del género humano. “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27). El hombre la mujer no pueden procrear solos la raza humana y cumplir los propósitos divinos.

  1. La primera mujer se describe como “ayuda idónea” (i.e., su complemento perfecto) para el hombre (Génesis 2:18,20), tomada de su costado, hueso de su hueso y carne de su carne (2:23). Es obvio que Dios quería que compartieran tanto privilegio como responsabilidad. Bajo Dios, aunque sus roles a veces difieren, ambos géneros son iguales. Como más tarde escribiera el apóstol Pablo: “Ya no hay… varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28).

  1. La manera en que Dios creó a los seres humanos para que vivieran en la tierra y la forma en que los unió indican que su intención fue que el hombre y la mujer vivieran el uno para el otro (Génesis 2:22-24). Su relación debía ser social y física. “Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo” (Génesis 2:18).

  1. El matrimonio debe ser consumado sexualmente. Por orden del Creador, el primer hombre y la primera mujer debían ser “una sola carne” con el fin de procreación, unión, y mutuo contentamiento en una segura y amorosa relación (Génesis 2:24). Jesús mismo reiteró este propósito divino (Mateo 19:4,5) y Pablo instruyó a los esposos cristianos a que fielmente y con regularidad cumplieran mutuamente con sus obligaciones sexuales (1 Corintios 7:3-5).

  1. El matrimonio debe ser heterosexual. La institución del matrimonio está firmemente fundada en la creación de los seres humanos como varón y hembra. El mandato divino es: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:24). A través de las Escrituras, las uniones homosexuales y lesbianas se consideran pecaminosas (Levítico 18:22; 20:13; Romanos 1:26,27; 1 Corintios 6:9; 1 Timoteo 1:9-11). No hay precedente bíblico para cualquier unión homosexual que pudiera denominarse “matrimonio”.

  1. El propósito de Dios es que el matrimonio sea una unión permanente. El hombre debe dejar el hogar de sus padres y unirse a su mujer, para ser “una sola carne” con ella (Génesis 2:24). Tanto Jesús (Mateo 19:5) como Pablo (Efesios 5:31) citaron este pasaje de Génesis como premisa fundamental para el matrimonio. Al traducir la cita de Jesús, Mateo usó una palabra griega para “unirá (kollaō)” que significa “ser pegado a, enlazarse de cerca” (Mateo 19:5). Jesús añadió: “Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (19:6).

  1. El propósito de Dios es que el matrimonio sea monógamo. En el establecimiento del matrimonio las obras del Creador se centran en un hombre y una mujer. El orden mismo del matrimonio (Génesis 2:24) se dirige a una pareja monógama; nótese la forma singular de “hombre” y “mujer”. Por supuesto, se daba la poligamia en la era del Antiguo Testamento. El primer caso fue en el linaje de Caín (Génesis 4:19), seguido de muchos ejemplos en el Antiguo Testamento, incluidos algunos de los patriarcas. Pero no se exalta la poligamia como algo ideal. En forma indirecta los escritores del Antiguo Testamento critican la poligamia, en que muestran los conflictos que resultan (por ejemplo, Génesis 21:9,10; 37:2-36; 2 Samuel 13-18). Los pasajes que idealizan el matrimonio normalmente se refieren a un marido y una mujer (véase Salmo el 128:3; Proverbios 5:18; 31:10-29; Eclesiastés 9:9). Al hablar de “hombre” y “mujer” en singular, y de que “los dos” serán una sola carne (Mateo 19:5,6), Jesús también reconoció que el ideal de Dios desde el principio era la monogamia. No hay referencia a la poligamia como práctica de la iglesia primitiva; y en cualquier caso, sería proscrito por Pablo a los líderes en su referencia a “marido de una sola mujer” (1 Timoteo 3:2,12; Tito 1:6).

  1. El matrimonio es un pacto, un solemne acuerdo de vinculación hecho primero ante Dios y después ante los hombres. La naturaleza del matrimonio como pacto se da a entender claramente en la institución del matrimonio en Génesis 2:24 y se hace más explícita en Malaquías 2:14: “Porque Jehová ha atestiguado entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu pacto” (énfasis añadido). Ezequiel aplicó el concepto del matrimonio a la relación entre Dios e Israel: “Te di juramento y entré en pacto contigo, dice Jehová el Señor, y fuiste mía” (Ezequiel 16:8, énfasis añadido). De lo que dice, vemos que el esposo “ de juramento” (prometió fidelidad) a la esposa y entró en un pacto que no se proponía romper. Es significativo que la ceremonia bíblica nupcial era un gozoso acontecimiento público en que la pareja solemnizar su pacto con Dios y la comunidad.

  1. El matrimonio es una relación de mutuo amor y entrega. Quizá mejor se describe en las palabras del apóstol Pablo en su epístola a los Efesios, de que “las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor” (5:22), y de que la mujer “respete” a su marido (5:33). Luego, para que sus instrucciones no sean malinterpretadas, Pablo escribe a los maridos: “Amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (5:25), y “también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos” (5:28). Por encima de esta descripción de los hombres y las mujeres llenos del Espíritu, Pablo declara: “Someteos unos a otros en el temor de Dios” (5:21).

  1. El matrimonio es el cimiento de la familia, en términos de procreación y de crianza. Lo ideal es que los niños nazcan en una familia intacta con ambos padres presentes. Estos dos padres deben ser los primeros en proveer la crianza. Este orden de vida familiar se observa a través de la Biblia, con énfasis particular en la crianza de los hijos, sobre la base de pasajes como Deuteronomio 6:1-9; Malaquías 2:15; y Efesios 6:1-4. El propósito de Dios, sin embargo, no garantiza que el pecado no dividirá y distorsionara a muchas familias que, en tales casos, no deben ser despreciado, tomadas en poco, o descuidadas, sino que deben recibir apoyo con sabio consejo y amorosa comunión.

La naturaleza del divorcio

  • Dios aborrece el divorcio. En ningún otro pasaje se declara con tanta claridad la actitud de Dios hacia el divorcio como en Malaquías 2:14-16:

Porque Jehová ha atestiguado entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu pacto.  ¿No hizo él uno, habiendo en él abundancia de espíritu? ¿Y por qué uno? Porque buscaba una descendencia para Dios. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud.  Porque Jehová Dios de Israel ha dicho que él aborrece el repudio, y al que cubre de iniquidad su vestido, dijo Jehová de los ejércitos. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales.

Este pasaje muestra que el divorcio es traición (infidelidad engañosa) contra el cónyuge.  También es algo violento que viene de un espíritu equivocado.  Y aún peor, estorba la crianza de los niños nacidos en la unión matrimonial y hacia quienes los padres tienen la obligación de criar como creyentes en un hogar cristiano.  Las familias divididas por lo general son perjudiciales para los hijos.

Como se ha indicado más arriba, Jesús  hizo explícito lo que previamente era implícito: “Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Mateo 19:6; compárese v. 8).  El divorcio no era la intención original de Dios para la humanidad.  Los propósitos de Dios para el matrimonio son entorpecidos cuando deliberadamente se rompe el pacto matrimonial. Solamente se puede llevar a cabo el propósito divino cuando la pareja está sometida a Cristo y el uno al otro, como se describe en Efesios 5:21-31.

No obstante, el que Dios aborrece el divorcio no debe interpretarse como condenación de los que no tienen culpa, pero que son víctima del divorcio por los actos impíos del cónyuge. Las leyes y enseñanzas del Antiguo Testamento acerca del divorcio tienen como fin dar una medida de protección a los inocentes, y no añadir culpa sobre quienes han sido víctima de circunstancias de las que tuvieron poco o ningún control.

2.   La Ley restringía el divorcio. La Ley reconocía el hecho de que el divorcio era una práctica en Israel, así también otras prácticas comunes del mundo antiguo.  En esos tiempos, la mujer estaba bajo la autoridad de su esposo, y como no tenía recurso legal propio, por capricho o antojo podía ser abandonada a morir de hambre o a dedicarse a la prostitución. Al dar la Ley a Israel, Dios aceptó a las personas tal como eran en una región pagana, puso restricciones en sus prácticas erradas, protegió a los débiles e inocentes, y trató de dirigirlos de manera justa y amorosa. La ley del divorcio del Antiguo Testamento era un necesario cerco de protección contra la naturaleza pecaminosa del hombre. La provisión de la Ley era que, aunque el marido era el único que podía iniciar el divorcio, podía hacerlo únicamente bajo circunstancias cuidadosamente prescritas (Deuteronomio 24:1-4; cf. 22:13-19, 28,29; Génesis 21:8-21).

La naturaleza regulativa de la Ley se ve en el enfrentamiento de Jesús con los fariseos que erraron al decir que Moisés mandaba que un hombre diera una carta de divorcio a su mujer, otorgándole así la libertad de repudiarla (Mateo 19:1-9).  Jesús señaló que Moisés solamente permitía (epitrepõ) que lo hiciera, y aun así no por “cualquier causa”, como era la práctica común en aquellos tiempos (Mateo 19:3,7,8). Con precisión Jesús leyó las provisiones del divorcio de Deuteronomio 24:1-4, donde el hebreo es una simple secuencia que no ordena el divorcio, sino sencillamente reconoce que ocurre bajo ciertas circunstancias.

3.   Jesús prohibió el divorcio como contrario a la voluntad y a la palabra de Dios. Expresó esto claramente en Mateo 19:5,6 y Marcos 10:6-9. “Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.” El cónyuge (o los cónyuges) que rompe el pacto matrimonial comete adulterio (véase Marcos 10:11).

4.   Pablo prohibió que una pareja cristiana se divorciara.  “Pero a los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor [Pablo tenía una sentencia de Jesús para apoyar lo que decía]: Que la mujer no se separe del marido;  y si se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido; y que el marido no abandone a su mujer” (1 Corintios 7:10,11). Pablo reconocía que algunos cristianos se estaban divorciando, pero aparentemente no por razones válidas. Por tanto, él mandó que en esos casos estuvieran dispuestos a la reconciliarse.

5.  Pablo prohibió que los cristianos tomaran la iniciativa de divorciarse simplemente porque su pareja no era creyente.

Al parecer algunos nuevos conversos estaban muy dispuestos a hacerlo. “Y a los demás yo digo, no el Señor [Pablo no tenía una sentencia de Jesús para apoyar lo que decía, pero hablaba bajo la inspiración del Espíritu]: Si algún hermano tiene mujer que no sea creyente, y ella consiente en vivir con él [como esposa fiel], no la abandone.  Y si una mujer tiene marido que no sea creyente, y él consiente en vivir con ella, no lo abandone... Pero si el incrédulo se separa, sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso (1 Corintios 7:12-15, énfasis añadido).

Aunque se debe hacer todo esfuerzo para preservar el matrimonio, cuando el cónyuge inconverso está dispuesto a seguir en la relación, el creyente no debe, a toda costa, tratar de detenerlo. En estos casos, el abandono, por implicación, se puede interpretar como motivo para divorcio y segundo matrimonio.

6.  Jesús permitió que el cristiano iniciara el divorcio cuando involucra la fornicación.

Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio (Mateo 5:32; véase también Mateo 19:9).

La palabra griega para “fornicación” en este pasaje es porneia, que en este contexto por cierto incluye adulterio (una porne era una prostituta). No obstante, porneia es un término amplio para varias formas de inmoralidad sexual, generalmente habitual, tanto antes como después del matrimonio (Marcos 7:21; Hechos 15:20; 1 Corintios 5:1; 6:18; Gálatas 5:19; Efesios 5:3; 1 Tesalonicenses 4:3).  Al expresar las excepciones, Mateo no usó moicheia, el sustantivo griego por adulterio. (En otros lugares Jesús diferenció entre porneia moicheia [Mateo 15:19; Marcos 7:21] y en Mateo 5:32; 19:9 se usa el verbo moicheuō para describir las acciones del cónyuge pecaminoso que impone el divorcio sin causa justa.)

Mateo usa porneia en 5:32 y 19:9 para traducir la palabra hebrea ‘erwâ (“alguna cosa indecente”) que se halla en Deuteronomio 24:1. Este pasaje del Antiguo Testamento era el fundamento de la enseñanza de Jesús y su discusión con los fariseos. El significado original de ‘erwâ tiene que ver con “descubrir” y “exponer”, entre otras cosas, la desnudez (Génesis 9:22,23). De modo que la “cosa indecente” de Deuteronomio 24:1 aparentemente era una forma de inmoralidad sexual, o indecencia, pero no adulterio (por lo cual el adúltero hubiera sido apedreado; cf. Deuteronomio 22:22). El amplio alcance semántico de ‘erwâ es característico también de porneia; ambas palabras son generales y parecen incluir deliberadamente una variedad de prácticas inmorales. Por ejemplo, el Código de Santidad de Levítico 18 condena los actos sexuales como incesto, adulterio, homosexualidad, y bestialidad.

En Mateo 5:31,32 y 19:8,9, Jesús habló de la iniciativa del hombre al divorciar a su pareja por motivo de fornicación. En la sociedad judía, normalmente, sólo el hombre tenía derecho legal a hacerlo, aunque ciertas mujeres de alto rango social, como Herodías, parecen haberlo hecho (Mateo 14:3; nótese que en Marcos 10:11,12 Jesús advierte a ambos sexos contra el divorcio sin motivo justo). Es claro que el principio espiritual se aplica a hombres y a mujeres.  Además, debe tenerse en cuenta que Jesús concedió permiso para el divorcio sólo bajo circunstancias específicas en que había de por medio inmoralidad sexual. No obstante, Él no declaró un mandato para el divorcio, ya que esto impediría la posibilidad de reconciliación.

Hay algunos eruditos que, sobre la base de antiguas tradiciones de la iglesia, creen que el divorcio está prohibido en todos los casos, aun cuando el cónyuge del creyente inocente una y otra vez comete adulterio. Estos eruditos restringen aún más la excepción que hace Jesús, como se presenta en Mateo, al extremo de considerarla una unión ilegal fuera de lo normal. En este punto de vista, no hay casos en que, después de disueltas está uniones ilegales, se permita el segundo matrimonio. A estos cónyuges inocentes no se les permite volverse a casar a menos que el ofensor haya muerto.

Desde otro punto de vista, muchos eruditos de la crítica alta insisten en que Mateo, en este caso, puso en labios de Jesús una excepción que Él nunca expresó. No obstante, las cláusulas de excepción en Mateo tienen fuerte apoyo de los más tempranos textos del Evangelio y estas dos incidencias (Mateo 5:32; 19:9) deben considerarse como confiables palabras del Señor.

Son pocas las veces, si es que alguna, en que un solo pasaje presenta todos los aspectos de verdad sobre un asunto.  Para llegar a un entendimiento de cualquier verdad, tenemos que tomar todo lo que enseña la Biblia, y esa es la intención de este documento.

EL DERECHO A UN SEGUNDO MATRIMONIO

1.  La Ley aceptaba el hecho de que el divorcio permitía un segundo matrimonio. En el ya citado pasaje de Deuteronomio 24:1-4, se supone que la mujer divorciada (y su anterior esposo) se volvería a casar.  No obstante, este pasaje también muestra que la Ley ponía ciertos límites sobre el segundo matrimonio, en que la mujer repudiada no podía ser reclamada después de que se hubiera casado con otro hombre.

2.  Jesús enseñó que el divorcio y el segundo matrimonio, sin bases bíblicas, es adulterio.  Constituye pecado contra el pacto del primer matrimonio (Mateo 5:32; 19:9; Marcos 10:11,12; Lucas 16:18).  Es aparente que Jesús en estos pasajes habla a quienes deliberadamente inician el divorcio sin tener bases bíblicas para ello. No obstante, Jesús reconoció que el problema básico era el divorcio mismo, porque los divorciados probablemente volverían a casarse.

3.  Jesús incluyó una cláusula de excepción a favor del cónyuge inocente. “Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación (porneia), hace que ella adultere” (Mateo 5:32; véase también Mateo 19:9).  Esto indica que una persona casada que se divorcia de su cónyuge que comete inmoralidad sexual no hace que éste adultere, porque el ofensor ya es culpable de adulterio, y el cónyuge contra quien ha pecado no comete adulterio al volver a casarse. Debe notarse, por supuesto, que la “fornicación (porneia)” muchas veces implica repetida inmoralidad, de modo que esta excepción no debe considerarse como mandato de poner fin a un matrimonio afectado por una trágica indiscreción, cuando éste pudiera restaurarse.

4.  Pablo también incluyó una excepción a favor del cónyuge inocente. En caso de que el cónyuge incrédulo no estuviera dispuesto a vivir con su pareja convertida al evangelio, Pablo aconseja: “Pero si el incrédulo se separa, sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto  a servidumbre [no ‘esclavizado’, douloõ] en semejante caso, sino que a paz nos llamó Dios” (1 Corintios 7:15). “No sujeto a servidumbre” es una expresión fuerte que aparentemente significa que se otorga libertad al creyente. Por tanto, el significado parece ser que el creyente está en libertad de volver a casarse.

Pablo, sin embargo, disuade el segundo matrimonio por el bien del ministerio al Señor.  “¿Estás libre de mujer? No procures casarte. Mas también si te casas, no pecas” (1 Corintios 7:27,28). Toda persona divorciada que considera en segundo matrimonio debe recordar las instrucciones de Pablo a las hijas vírgenes de Corinto: “con tal que sea en el Señor” (1 Corintios 7:39).

5.  Objeciones a un segundo matrimonio. A pesar de las excepciones dadas arriba, hay ciertos argumentos en contra de un segundo matrimonio para el creyente inocente.

  • A veces se reconoce que las cláusulas de excepción de Jesús permiten el divorcio debido a “fornicación”. Pero se argumenta que tal divorcio no anula el lazo matrimonial, ni otorga el derecho a disolverlo. Por tanto, conforme a este punto de vista, constituye adulterio que la parte inocente contraiga un segundo matrimonio. Sin embargo, Jesús no hizo tal declaración; y en Mateo 19:9 Jesús supone que el hombre volverá a casarse. El versículo trata el divorcio y segundo matrimonio, y conforme a las reglas de gramática la cláusula de excepción se aplica a ambos. La palabra griega para “divorcio” (apoluo) se usa en el pasaje de Deuteronomio al que Jesús se refiere en Mateo 5:31 y Marcos 10:2-12. En ese pasaje, el “divorcio” claramente disolvió la unión matrimonial. Jesús no cambió la naturaleza del divorcio como la acción de disolver el matrimonio. Él simplemente rechazó los pretextos, razones, o causas con la sola excepción de la “fornicación” (porneia).

Además, es difícil mantener este punto de vista a la luz de otros pasajes que enfatizan los derechos y las obligaciones conyugales del marido y de la mujer (como en 1 Corintios 7:2-5). La mayoría de los protestantes interpretan que las cláusulas de excepción de Jesús permiten un segundo matrimonio y excluyen a la parte inocente de cualquier culpa de adulterio. Pero en ningún caso Él manda que se efectúe el divorcio o el segundo matrimonio.  Simplemente están permitidos bajo esta única condición.

  • A veces se objeta que dos pasajes, Romanos 7:1-3 y 1 Corintios 7:39, específicamente declaran que la mujer está ligada a su marido hasta la muerte; por tanto, los creyentes no pueden divorciarse ni volver a casarse a menos que haya muerto el cónyuge.

Romanos 7:1-3 – Un cuidadoso estudio del contexto muestra que Pablo quería ilustrar que el creyente estaba libre de la Ley. En el antiguo judaísmo, sólo el marido podía iniciar el divorcio. Por tanto, la mujer estaba ligada a él de por vida, a menos que él escogiera divorciarse de ella. Pablo quería ilustrar que el creyente ha muerto a la Ley y que ahora vive para servir en el nuevo régimen del Espíritu. El pasaje no tiene la intención de tratar los problemas del divorcio y el segundo matrimonio.

1 Corintios 7:39 – Aparentemente este versículo se refiere a los versículos 8,9 que tratan acerca de las viudas y los que nunca se han casado. Pablo habla a las viudas cuyos esposos han muerto. El pasaje no trata los problemas del divorcio y el segundo matrimonio. Además, en el versículo 15 Pablo ya ha tratado el problema de abandono y ha mostrado que “no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre [es decir, libre para volver a casarse] en semejante caso”.

6.   El segundo matrimonio establece un nuevo pacto o contrato. Aunque la Escritura señala claramente que el cónyuge errante que peca y rompe el pacto matrimonial comete adulterio, no pone la culpa sobre la parte inocente.  Los que aducen que el creyente inocente continuamente comete adulterio al vivir en un nuevo matrimonio no tienen ninguna evidencia bíblica para su argumento. Jesús claramente expresó la postura de que los que han sido divorciados por un cónyuge en pecado, o los que se divorciaron de su cónyuge pecaminoso por “fornicación” o por abandono, tienen la libertad de volverse a casar sin que se considere adulterio. No obstante, el creyente debe casarse “en el Señor” (1 Corintios 7:39) y el pacto del nuevo matrimonio debe ser permanente.

LUGAR EN LA IGLESIA DE LOS DIVORCIADOS Y DE LOS QUE SE VUELVEN A CASAR

1.  La afiliación en la iglesia está abierta a todos los creyentes nacidos de nuevo. Esto ciertamente incluye a los que se divorciaron o que volvieron a casarse antes de ser salvos.  Pablo indica que las personas de distintos rangos sociales y legales, como circuncidados y esclavos, deben ser aceptadas en la condición que se encontraban cuando fueron salvas (1 Corintios 7:17-24).  “Cada uno, hermanos, en el estado en que fue llamado, así permanezca para con Dios” (1 Corintios 7:24).

Gran cantidad de judíos y gentiles se convirtieron y formaron parte de la iglesia primitiva. Dada la frecuencia de divorcios y segundo matrimonio en esa época, tanto entre judíos como gentiles, es de suponer que en las primeras iglesias había muchas personas divorciadas y casadas una segunda vez. Por ejemplo, Pablo insistió que los creyentes corintios siguieran viviendo con su cónyuge inconverso que estuviera dispuesto a seguir en el matrimonio (1 Corintios 7:12). Es probable que muchos de los creyentes corintios tuvieran cónyuges anteriores todavía vivos o que estuvieran casados con incrédulos que también tuvieran esas circunstancias.

2.  El oficio de anciano está abierto a personas casadas por segunda vez, que se divorciaron o volvieron a casar antes de su conversión, o que lo hicieron debido a infidelidad de su cónyuge, o porque como creyentes fueron abandonos por un cónyuge incrédulo. (Como es prerrogativa de las congregaciones locales establecer sus propias normas para el diaconado, esa norma no se trata en este documento [véase Constitución y Reglamentos, Artículo IX, Sección 5, Divorcio y Nuevo Matrimonio]).

Uno de los primeros requisitos para el oficio de anciano (correspondiente al pastor) es que éste debe ser “marido de una sola mujer (mias gunaikos andra)” (1 Timoteo 3:2,12). “Marido de una sola mujer” literalmente significa “hombre que tenga una sola mujer”. Es difícil establecer el significado exacto de esta frase y a través de los años ha sido interpretada de diversas maneras. Damos aquí seis de ellas. Literalmente, el término significa que los ancianos y los diáconos (1) no pueden ser solteros, (2) no pueden volverse a casar después de enviudar, (3) tienen que ser varones, y (4) no pueden ser bígamos o polígamos. Ni uno de los primeros tres se puede indicar como práctica en la iglesia primitiva. La bigamia y la poligamia son claramente prohibidos en este término; no obstante, los historiadores informan que la bigamia y la poligamia no eran comunes entre las prácticas judías o greco-romanas en esa época y probablemente no era eso lo que Pablo tenía en mente.

Permanecen dos posibles interpretaciones: (5) los ancianos y los diáconos no pueden ser personas divorciadas o que se hayan vuelto a casar, una tradicional y muy antigua práctica de la Iglesia, y (6) los ancianos y los diáconos tienen que mantener un matrimonio fiel, monógamo, y heterosexual.

La fornicación (Hechos 15:20; Romanos 1:24; 1 Corintios 6:9,18; 2 Corintios 12:21; Gálatas 5:19; Efesios 5:3; 1 Tesalonicenses 4:3; Apocalipsis 2:21, et al.), el divorcio fácil (1 Corintios 7:12-16), y un segundo matrimonio, muchas veces una resolución legal, presentaba grandes problemas para la naciente Iglesia y sus miles de conversos. No obstante, estos nuevos creyentes eran afirmados como nueva creación en Cristo (2 Corintios 5:17), perdonados de sus pecados (1 Corintios 6:11; 2 Corintios 5:19), e integrados en la Iglesia.

En vista de toda la evidencia bíblica disponible referente a los problemas de divorcio y segundo matrimonio en la iglesia primitiva, el Concilio General de las Asambleas de Dios ha adoptado la interpretación seis de arriba. Se comprende que la descripción de “marido de una sola mujer” se refiere a personas que tienen un matrimonio fiel, monógamo, y heterosexual, en el que ninguno de los cónyuges haya sido divorciado (con esta excepción: si el divorcio fue antes de la conversión, como resultado de la infidelidad sexual del anterior cónyuge, o porque el creyente fue abandonado por su pareja incrédula).

Aplicación de los principios bíblicos a nuestros Reglamentos como fueron revisados y adoptados por el Concilio General en sesión

Artículo IX, Sección 5, Divorcio y Nuevo Matrimonio

a. Afiliación
(1) Enredos matrimoniales antes de la conversión.  Hay ahora entre el pueblo cristiano aquellos que se enredaron en sus relaciones matrimoniales en su anterior vida de pecado y que no ven cómo estos asuntos se puedan ajustar.  Recomendamos que estas personas sean recibidas en la afiliación de las asambleas locales y que sus complicaciones matrimoniales se dejen en las manos del Señor (1 Corintios 7:17,20,24).

(2) Matrimonios de hecho o concubinato.  Recomendamos que en ningún caso sean aceptadas como miembros las personas que se sabe que viven en un estado de matrimonio de hecho o concubinato. 

b. Segundo matrimonio
Las bajas normas para el matrimonio y el divorcio son muy dañinas para el individuo, la familia y la causa de Cristo.  Por lo tanto, a pesar de considerarse una práctica legal y aceptada por la sociedad, desalentar el divorcio y toda enseñanza que lo justifique.  Rotundamente desaprobamos que los cristianos se divorcien por ninguna causa excepto por fornicación y adulterio (Mateo 19:9).  Donde existan estas circunstancias excepcionales, o cuando el cónyuge de un cristiano se haya divorciado de él o ella, recomendamos que el asunto de segundo matrimonio sea resuelto por el creyente a la luz de la Palabra de Dios (1 Corintios 7:15,27,28).

c. Líderes en la iglesia local
(1) Norma para los puestos de obispo o anciano, y diáconos.  Considerando que el Nuevo Testamento prohíbe que los creyentes divorciados y que se han vuelto a casar ocupen cargos en la iglesia como obispos o ancianos, y diáconos, recomendamos que esta norma sea sostenida por todas nuestras asambleas (1 Timoteo 3:12; Tito 1:5-9), con la excepción del divorcio consumado antes de la conversión de la persona (2 Corintios 5:17) o por las causas bíblicas de la infidelidad matrimonial del anterior cónyuge (Mateo 19:9), o el abandono del creyente por un incrédulo (1 Corintios 7:10-15). [Nota: Se comprende que las mencionadas causas de infidelidad o abandono se aplican también después de la conversión.]

(2) Prerrogativa de las asambleas locales.  Se entiende que las recomendaciones no obligan, sino que las asambleas locales han de mantener la prerrogativa de fijar sus propias normas (de acuerdo con las previsiones del Artículo XI de la Constitución).

d. Presidir ceremonias nupciales
(1) Pautas ministeriales.  No aprobamos que un ministro de las Asambleas de Dios presida una ceremonia de matrimonio para alguien que ha sido divorciado y cuyo anterior cónyuge viva aún, a menos que el caso esté incluido en las circunstancias excepcionales descritas en los Reglamentos, Artículo IX, B, Sección 5, párrafo b. 

(2) No se exige la violación de conciencia.  Reconocemos que el volver a casar a las personas incluidas en las circunstancias de excepción del Artículo IX, B, Sección 5, párrafo b, podría violar la conciencia de un ministro; y si este fuera el caso, el ministro no está obligado a presidir dicha ceremonia.

(3) Ceremonias para personas del mismo sexo.  Ningún ministro presidirá ningún tipo de ceremonia de matrimonio, cohabitación, o pacto para personas del mismo sexo.  Una ceremonia así respaldara la homosexualidad que es pecado y está estrictamente prohibida en la Palabra de Dios (Levítico 18:22; 20:13; Romanos 1:26,27; 1 Corintios 6:9; 1 Timoteo 1:9-11).  Cualquier ministro de nuestra confraternidad que presida una ceremonia para estos tipos de relaciones no aprobadas, a menos que haya sido engañado a hacerlo así, será despedido de la confraternidad.

(4) Asesoramiento.  Se insta al ministro de las Asambleas de Dios que aconseje a los que solicitan ceremonias de matrimonio con el uso de guías bíblicas para el matrimonio cristiano antes de efectuar la ceremonia.  Un ministro no puede presidir ceremonias para personas que, en la opinión del ministro, se acercan al matrimonio sin la debida deliberación, sabiduría, y sobriedad.

e. Credenciales ministeriales
No aprobamos que ningún ministro casado de las Asambleas de Dios tenga credenciales si él o su cónyuge tiene un anterior cónyuge que todavía vive, con la excepción del divorcio que se consumó antes de la conversión de la persona o por las causas bíblicas de la infidelidad matrimonial del anterior cónyuge (Mateo 19:9), o el abandono del creyente por el inconverso (1 Corintios 7:10-15).  (Véase también los Reglamentos, Artículo VII, Sección 2, párrafos j y k). 

Artículo VII, Sección 2

j.  Estado matrimonial

Desaprobamos que cualquier persona casada tenga credenciales ministeriales con las Asambleas de Dios si cualquiera de los dos cónyuges tiene un anterior cónyuge todavía vivo, a menos que el divorcio haya ocurrido antes de la conversión, o por las razones bíblicas de la infidelidad matrimonial del anterior cónyuge (Mateo 19:9), o el abandono del creyente por el inconverso (1 Corintios 7:10-15), excepto según las provisiones a continuación. 

k.  Anulaciones eclesiásticas y disoluciones de matrimonios
El Presbiterio Ejecutivo tendrá la autoridad de determinar si un candidato califica para una anulación eclesiástica. En tales casos, debe haber una evidencia clara de engaño, fraude, u otras condiciones que causan un profundo obstáculo para la constitución de una unión matrimonial válida, y que el candidato desconocía en el momento del matrimonio. El Presbiterio Ejecutivo tendrá la autoridad de determinar si un candidato califica a pesar de haber estado casado anteriormente cuando la disolución de ese matrimonio es consecuente con la posición bíblica de la confraternidad respecto al conceder o portar credenciales ministeriales; o si un anterior matrimonio terminó antes de la conversión.  Los casos que incluyen un divorcio antes de la conversión deben ser decididos uno a uno como los que tienen relación con nulidades eclesiásticas. Las apelaciones de las decisiones del Presbiterio Ejecutivo pueden someterse al Presbiterio General. 

Aplicación pastoral

Este breve estudio de lo que enseña la Biblia acerca del matrimonio, el divorcio, y el segundo matrimonio tiene como fin ofrecer al pueblo de Dios información sobre cuidado y guía pastoral. Provee clara dirección para muchos problemas a los que se enfrentan los creyentes de hoy. Al mismo tiempo, debido a la complejidad de la vida moderna, es posible que no se encuentre en la Escritura dirección específica para cada caso que pueda presentarse en la iglesia o en la comunidad. Es estos casos, el consejo sabio y dirigido por el Espíritu tiene que venir de parte de líderes espirituales de peso. Ofrecemos para consideración los siguientes principios y recomendaciones:

  • Es esencial que se dé a los adolescentes, a los jóvenes adultos solteros, a las parejas comprometidas a casarse, y a las personas casadas constante y sistemática enseñanza acerca de la naturaleza del matrimonio.

  • La iglesia tiene que expresarse claramente no sólo en favor de la naturaleza permanente y ordenada por Dios del matrimonio, como un pacto exclusivo entre dos personas heterosexuales, sino también en contra del pecado y el sufrimiento que produce el divorcio.

  • Las primeras víctimas del divorcio --el cónyuge y los hijos-- contra quienes se ha pecado y que han sido profundamente heridos, necesitan y merecen cuidado especial dentro de la congregación cristiana y por parte de capacitados consejeros.

  • Al tratar la naturaleza ideal del matrimonio, la iglesia también tiene que reconocer que entre sus miembros más necesitados, y potencialmente más fructíferos, hay muchos que han sido divorciados, posiblemente se han vuelto a casar, y que luchan con la culpabilidad de un anterior fracaso matrimonial. Es sumamente importante que la iglesia les muestre el amor y la gracia de Cristo.

  • Se debe expresar una intransigente declaración de la santidad del matrimonio, de tal manera que afirme y consuele a los divorciados y que los equipe a ser fieles en un nuevo compromiso matrimonial, que ya hayan tomado o que tomarán en fidelidad a Cristo.

  • Estos creyentes divorciados y en segundas nupcias tienen gran potencial para servir en la iglesia y no se los debe considerar como hermanos en Cristo de segunda categoría. En cambio, se los debe instruir en la obra del Espíritu de prepararlos y dotarlos para el servicio mediante su vida y su matrimonio.

  • La iglesia debe tratar firmemente con los creyentes que intencionalmente violan sus votos matrimoniales y que se comportan de maneras que destruye su pacto matrimonial, a la vez que justifican su comportamiento.

  • Se necesita mucho tino al tratar con quienes tienen problemas matrimoniales que no están específicamente mencionados en las Escrituras, como el prevaleciente abuso físico o emocional, la adicción a drogas, donde peligra la vida, por no decir la salud espiritual o física. Hay que guiar cuidadosamente a los creyentes envueltos en estas circunstancias, con la aplicación de principios bíblicos y oración para que tomen decisiones basadas en la Palabra de Dios y en su propia conciencia.

  • En nuestras congregaciones, de vez en cuando se convierten, o vuelan al redil, parejas que conviven sin haberse casado. Se necesita dar firme pero comprensiva guía pastoral para ayudarlos a evaluar en oración su relación y optar por separarse y vivir en castidad o llevar a cabo una ceremonia legal de casamiento antes de que se afilien a la iglesia o asuman alguna función de liderazgo.

En toda humildad, la iglesia de hoy, como hiciera la iglesia primitiva, trata de comprender y fielmente aplicar las enseñanzas de la Escritura al evangelizar y discipular a las personas en un ambiente secular, materialista, y sensual. Conscientes de que hay mucho que no sabemos acerca de la forma en que Jesús y los apóstoles hubieran tratado cada problema que se presenta debido al divorcio y un segundo matrimonio, como Asambleas de Dios ofrecemos este documento con el sincero deseo de afirmar y practicar la verdad de la Escritura, siempre “solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:3).


 Avivamiento En Los Últimos Días

La posición de Las Asambleas de Dios en cuanto al castigo eterno está expresada en su “Declaración de verdades fundamentales”, como:
Sección 15. El juicio final. Habrá un juicio final en el que los pecadores muertos serán resucitados y juzgados según sus obras. Todo aquel cuyo nombre no se halle en el Libro de la Vida, será confinado a sufrir castigo eterno en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda, junto con el diablo y sus ángeles, la bestia, y el falso profeta (Apocalipsis 21:8; compare con Mateo 25:46; Marcos 9:43–48; Apocalipsis 19:20; 20:11–15).
Aquí notamos que el castigo es con el diablo y sus ángeles, es eterno, y es en el lago de fuego que se llama la segunda muerte. Este documento intentará dar más explicación y definición sobre cada uno de estos puntos.

Los pecadores comparten la perdición de Satanás
La Biblia dice claramente que el lago de fuego no era originalmente para las personas sino para el diablo y sus ángeles (Mateo 25:41).  El propósito y deseo de Dios para la humanidad siempre ha sido bueno.  El primer cielo y la primera tierra fueron creados y eran buenos (Génesis 1:31).  La Ley fue dada para el bien de la humanidad (Deuteronomio 6:24).  Dios no quiere que ninguno perezca (2 Pedro 3:9).  En realidad, todas las cosas ayudan a bien a todos los que aman a Dios y responden a su llamado (Romanos 8:28).  Sin embargo, Dios no permitirá que Satanás destruya el nuevo cielo y la nueva tierra que pronto vendrán.  Dios lo arrojará en el lago de fuego.  Los que siguen a Satanás tendrán que sufrir también su perdición (Juan 16:8,11), porque tienen a Satanás, no a Dios, como su padre (Juan 8:44).

Los que comparten el castigo de Satanás son llamados “los malos” (Mateo 13:49,50).  Este es un término general para todos los que participan activamente en la maldad y no tienen valor.  Incluye a los cobardes (cobardes por falta de fe), a los incrédulos, a los abominables (los repugnantes, detestados), a los homicidas, a los fornicarios, a los hechiceros (los que usan magia, drogas), a los idólatras, y a todos los mentirosos (Apocalipsis 21:8).  (Vea también Mateo 8:12; 13:41,42; 22:13; 23:15; 25:30,33; Lucas 13:27; Apocalipsis 21:27; 22:15.)  Pablo resume todo al incluir a todos los que no conocen a Dios con un conocimiento personal de la salvación y también a los que no obedecen el evangelio (2 Tesalonicenses 1:8).

La condenación de los malos no tiene fin
La primera referencia bíblica dada en la “Declaración de las verdades fundamentales” – Mateo 25:46 – usa la frase “castigo eterno [griego, aionion].”  Algunos han negado que esto significa eterna en el sentido de absolutamente ningún fin.  En el mismo versículo, sin embargo, Jesús usó la misma palabra con vida “eterna” (aionion) de una manera que es directa y exactamente paralela.  En otras palabras, el castigo será igual de eterno que la vida eterna.  Esto no provee un tiempo para la restauración de los malos después.  En Mateo 25:41 el castigo es definido como “fuego eterno [griego, aionion].”

Jesús caracterizó el estado intermedio de los malos después de la muerte (infierno, Hades) como de un fuego (Lucas 16:23,24), pero esto es distinto del fuego eterno.  Las palabras de Jesús en Lucas 16 nos muestran que los malos están conscientes y saben de su estado y lo que les falta.  Pero el fuego eterno se debe identificar con lo que Jesús llamó Gehenna o literalmente “gehenna de fuego” (Mateo 5:22,29,30; 10:28; 18:8,9; 23:15; Marcos 9:43,45,47; Lucas 12:5).  Este fuego no sólo es eterno, sino también de tal forma que nunca puede ser apagado (Marcos 9:43).  Esto claramente indica que no puede haber ningún fin posible del fuego ni del castigo.  El castigo es eterno como el fuego.  Si el fuego trajera una aniquilación de los malos, no habría necesidad de tener un fuego eterno.

Jesús también se refería al fuego como un “horno de fuego” (Mateo 13:42,50) donde habrá remordimiento terrible demostrado por el lloro y crujir de dientes.  Pero el remordimiento no es lo mismo que el arrepentimiento.  El remordimiento de Judas no lo salvó de la perdición eterna como el “hijo de perdición” (Juan 17:12; Hechos 1:16-20).  Jesús explicó que este llanto y crujir de dientes acontecerá en “las tinieblas de afuera” (Mateo 8:12; 22:13; 25:30).  Estas tinieblas indican una separación final de Dios y del Cordero que es la luz de la Nueva Jerusalén (Apocalipsis 21:23).

Otro pasaje del Nuevo Testamento también se refiere al castigo eterno como “juicio eterno”, es decir, un juicio que es válido eternamente (Hebreos 6:2).  Todavía otro pasaje habla de la “ruina” (literalmente, “muerte,” “separación”) y “destrucción” (pérdida eterna) (1 Timoteo 6:9, NVI).  Esta “destrucción eterna” (o separación) es una exclusión “de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2 Tesalonicenses 1:9).  En estos pasajes entonces la palabra “muerte” está usada para señalar una muerte espiritual o separación de Dios.  El pecador está aún ahora muerto en sus delitos y pecados y entonces sin Cristo, o separado de Cristo (Efesios 2:1,12).  El juicio eterno trae una separación final y eterna de Dios y de Cristo.

La muerte segunda
La Biblia llama a esta separación final de Dios “la muerte segunda.”  El libro de Apocalipsis describe el lago de fuego (Apocalipsis 20:14).  Jesús también identificó Gehenna como la muerte segunda cuando advirtió: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno [Gehenna]” (Mateo 10:28; vea también Lucas 12:4,5).  Esto claramente se refiere a otra muerte después de la muerte física del cuerpo.  También está claro que la muerte es diferente en orden y tipo.  Como la muerte física es una separación del cuerpo del ambiente de esta vida, entonces la muerte segunda es una separación final y eterna de Dios y de la vida que uno podría haber disfrutado en la nueva Creación.  Entre los que sufrirán esta muerte segunda están los que llevan la marca de la bestia (Apocalipsis 14:9-11).  Estos serán atormentados con fuego y azufre en la presencia de los ángeles y de Cristo.  Es decir, aunque en el lago de fuego y separados de la nueva Creación, ellos podrán ver al Cordero de Dios que rechazaron, como Lázaro podía ver al otro lado de la sima entre el infierno y el seno de Abraham (Lucas 16:23).  Insistamos en que no serán aniquilados, porque “el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos.  Y no tienen reposo de día ni de noche” (Apocalipsis 14:11).  Se les privará negados por siempre del descanso prometido a los santos.

 Castigo Eterno

La posición de Las Asambleas de Dios en cuanto al castigo eterno está expresada en su “Declaración de verdades fundamentales”, como:
Sección 15. El juicio final. Habrá un juicio final en el que los pecadores muertos serán resucitados y juzgados según sus obras. Todo aquel cuyo nombre no se halle en el Libro de la Vida, será confinado a sufrir castigo eterno en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda, junto con el diablo y sus ángeles, la bestia, y el falso profeta (Apocalipsis 21:8; compare con Mateo 25:46; Marcos 9:43–48; Apocalipsis 19:20; 20:11–15).
Aquí notamos que el castigo es con el diablo y sus ángeles, es eterno, y es en el lago de fuego que se llama la segunda muerte. Este documento intentará dar más explicación y definición sobre cada uno de estos puntos.

Los pecadores comparten la perdición de Satanás
La Biblia dice claramente que el lago de fuego no era originalmente para las personas sino para el diablo y sus ángeles (Mateo 25:41).  El propósito y deseo de Dios para la humanidad siempre ha sido bueno.  El primer cielo y la primera tierra fueron creados y eran buenos (Génesis 1:31).  La Ley fue dada para el bien de la humanidad (Deuteronomio 6:24).  Dios no quiere que ninguno perezca (2 Pedro 3:9).  En realidad, todas las cosas ayudan a bien a todos los que aman a Dios y responden a su llamado (Romanos 8:28).  Sin embargo, Dios no permitirá que Satanás destruya el nuevo cielo y la nueva tierra que pronto vendrán.  Dios lo arrojará en el lago de fuego.  Los que siguen a Satanás tendrán que sufrir también su perdición (Juan 16:8,11), porque tienen a Satanás, no a Dios, como su padre (Juan 8:44).

Los que comparten el castigo de Satanás son llamados “los malos” (Mateo 13:49,50).  Este es un término general para todos los que participan activamente en la maldad y no tienen valor.  Incluye a los cobardes (cobardes por falta de fe), a los incrédulos, a los abominables (los repugnantes, detestados), a los homicidas, a los fornicarios, a los hechiceros (los que usan magia, drogas), a los idólatras, y a todos los mentirosos (Apocalipsis 21:8).  (Vea también Mateo 8:12; 13:41,42; 22:13; 23:15; 25:30,33; Lucas 13:27; Apocalipsis 21:27; 22:15.)  Pablo resume todo al incluir a todos los que no conocen a Dios con un conocimiento personal de la salvación y también a los que no obedecen el evangelio (2 Tesalonicenses 1:8).

La condenación de los malos no tiene fin
La primera referencia bíblica dada en la “Declaración de las verdades fundamentales” – Mateo 25:46 – usa la frase “castigo eterno [griego, aionion].”  Algunos han negado que esto significa eterna en el sentido de absolutamente ningún fin.  En el mismo versículo, sin embargo, Jesús usó la misma palabra con vida “eterna” (aionion) de una manera que es directa y exactamente paralela.  En otras palabras, el castigo será igual de eterno que la vida eterna.  Esto no provee un tiempo para la restauración de los malos después.  En Mateo 25:41 el castigo es definido como “fuego eterno [griego, aionion].”

Jesús caracterizó el estado intermedio de los malos después de la muerte (infierno, Hades) como de un fuego (Lucas 16:23,24), pero esto es distinto del fuego eterno.  Las palabras de Jesús en Lucas 16 nos muestran que los malos están conscientes y saben de su estado y lo que les falta.  Pero el fuego eterno se debe identificar con lo que Jesús llamó Gehenna o literalmente “gehenna de fuego” (Mateo 5:22,29,30; 10:28; 18:8,9; 23:15; Marcos 9:43,45,47; Lucas 12:5).  Este fuego no sólo es eterno, sino también de tal forma que nunca puede ser apagado (Marcos 9:43).  Esto claramente indica que no puede haber ningún fin posible del fuego ni del castigo.  El castigo es eterno como el fuego.  Si el fuego trajera una aniquilación de los malos, no habría necesidad de tener un fuego eterno.

Jesús también se refería al fuego como un “horno de fuego” (Mateo 13:42,50) donde habrá remordimiento terrible demostrado por el lloro y crujir de dientes.  Pero el remordimiento no es lo mismo que el arrepentimiento.  El remordimiento de Judas no lo salvó de la perdición eterna como el “hijo de perdición” (Juan 17:12; Hechos 1:16-20).  Jesús explicó que este llanto y crujir de dientes acontecerá en “las tinieblas de afuera” (Mateo 8:12; 22:13; 25:30).  Estas tinieblas indican una separación final de Dios y del Cordero que es la luz de la Nueva Jerusalén (Apocalipsis 21:23).

Otro pasaje del Nuevo Testamento también se refiere al castigo eterno como “juicio eterno”, es decir, un juicio que es válido eternamente (Hebreos 6:2).  Todavía otro pasaje habla de la “ruina” (literalmente, “muerte,” “separación”) y “destrucción” (pérdida eterna) (1 Timoteo 6:9, NVI).  Esta “destrucción eterna” (o separación) es una exclusión “de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2 Tesalonicenses 1:9).  En estos pasajes entonces la palabra “muerte” está usada para señalar una muerte espiritual o separación de Dios.  El pecador está aún ahora muerto en sus delitos y pecados y entonces sin Cristo, o separado de Cristo (Efesios 2:1,12).  El juicio eterno trae una separación final y eterna de Dios y de Cristo.

La muerte segunda
La Biblia llama a esta separación final de Dios “la muerte segunda.”  El libro de Apocalipsis describe el lago de fuego (Apocalipsis 20:14).  Jesús también identificó Gehenna como la muerte segunda cuando advirtió: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno [Gehenna]” (Mateo 10:28; vea también Lucas 12:4,5).  Esto claramente se refiere a otra muerte después de la muerte física del cuerpo.  También está claro que la muerte es diferente en orden y tipo.  Como la muerte física es una separación del cuerpo del ambiente de esta vida, entonces la muerte segunda es una separación final y eterna de Dios y de la vida que uno podría haber disfrutado en la nueva Creación.  Entre los que sufrirán esta muerte segunda están los que llevan la marca de la bestia (Apocalipsis 14:9-11).  Estos serán atormentados con fuego y azufre en la presencia de los ángeles y de Cristo.  Es decir, aunque en el lago de fuego y separados de la nueva Creación, ellos podrán ver al Cordero de Dios que rechazaron, como Lázaro podía ver al otro lado de la sima entre el infierno y el seno de Abraham (Lucas 16:23).  Insistamos en que no serán aniquilados, porque “el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos.  Y no tienen reposo de día ni de noche” (Apocalipsis 14:11).  Se les privará negados por siempre del descanso prometido a los santos.

Ninguno de estos pasajes indica que haya una promesa de rehabilitación o restauración una vez que el juicio final haya sido anunciado.  Ningún agente de santificación está revelado en conexión con el lago de fuego o Gehenna.  El fuego es semejante al “gusano” de Marcos 9:44,46,48.  Se considera como excesivo, no purificador.  No habrá una segunda oportunidad.  Esto debe motivar a la Iglesia a proclamar el mensaje, “este es el día de salvación” (2 Corintios 6:2).

 La misión y acción pacificadora de la iglesia

«El fruto de la justicia se siembra en paz para los que hacen la paz» (Santiago 3:18, NVI)1.

Las Asambleas de Dios considera que la acción pacificadora es intrínseca a la misión de la Iglesia. Nuestra «razón principal de ser» es: (1) «Ser un organismo de Dios para evangelizar el mundo» (Hechos 1:8; Mateo 28:19–20; Marcos 16:15–16); (2) «Ser un organismo colectivo en el cual la persona pueda adorar a Dios» (1 Corintios 12:13); (3) «Ser un canal del propósito de Dios de edificar un cuerpo de santos que es perfeccionado en la imagen de su Hijo» (1 Corintios 12:28; 14:12; Efesios 4:11–16); y, (4) «Ser un pueblo que muestra el amor y la compasión de Dios por todo el mundo» (Salmo 112:9; Gálatas 2:10; 6:10; Santiago 1:27).

            La paz emana del carácter mismo del Dios trino, quien es el «Dios de paz» (Romanos 15:33). El evangelio, por tanto, es «el evangelio de la paz», que se proclama en la evangelización (Efesios 6:15), que permea el contexto relacional de la adoración auténtica, que provee valores esenciales para edificar el cuerpo de Cristo, y que se expresa y se extiende a través de la demostración del amor y la compasión de Dios por el mundo. El designio final de Dios para su mundo y todos sus habitantes es y siempre ha sido que ellos estén en paz con Él, cada uno consigo mismo, unos con otros y con su creación.

La paz interrumpida

            Al principio de la historia de la humanidad, Adán y Eva disfrutaban de una paz perfecta en torno a cuatro relaciones. Estaban en paz con Dios, con su propia persona, uno con el otro, y con el orden creado de Dios. A través de estas cuatro relaciones, Dios planeó que los seres humanos alcanzarán su propósito de adorar y servirle en un mundo hermoso, hospitalario, ordenado y tranquilo. Sin embargo, cuando Adán y Eva cedieron a la tentación, siguieron sus propios deseos y se rebelaron contra Dios; como resultado, su pecado dañó estas cuatro relaciones, y la humanidad cayó en la depravación y el conflicto. A partir de entonces, hasta el presente, y hasta que Jesucristo regrese a establecer su Reino, la humanidad caída ha estado, está y seguirá alienada de Dios, de sí misma, de otras personas y de la creación (Génesis 3:1–8). La paz es difícil de aprehender cuando se desconoce y se desatiende la Palabra de Dios y su voluntad.

La esperanza de la restauración de la paz

            En su significado más básico, la palabra «paz» describe la calidad de las relaciones. El término hebreo shalom, que a menudo se traduce por «paz», captura de forma analógica lo que concierne a la paz de Dios. Podría entenderse mejor como la manera de acceder a la «buena vida», una vida en la cual se cumplen las buenas intenciones de Dios para la humanidad. Shalom denota la ausencia de conflicto o guerra, una condición necesaria para que la humanidad progrese. Pero en un sentido más elemental, habla de armonía con Dios, con uno mismo, unos con otros y con la creación de Dios. Shalom, por ende, es una palabra profundamente espiritual, arraigada en la comprensión de que todas las bendiciones de la vida fluyen de Dios, el Creador.

La idealización humana e histórica del shalom aparece en un pasaje que se cita con frecuencia de la «edad de oro» de Israel: «Durante el reinado de Salomón, todos los habitantes de Judá y de Israel, desde Dan hasta Beerseba, vivieron seguros [betaj] bajo su propia parra y su propia higuera» (1 Reyes 4:25). Pero como deja en claro el registro bíblico, el reinado espléndido y afluente de Salomón de ninguna manera representaba la plenitud del shalom, al cual el Dios de Israel deseaba introducir al pueblo de su antigua alianza y, en efecto, a toda la humanidad (Miqueas 4:4).

Aunque las personas que Dios creó se alinearon de él demasiado pronto y por voluntad propia, la promesa de una realización final y perfecta de shalom,no obstante, se encuentra a lo largo de las Escrituras. Inmediatamente después de la caída de nuestros primeros padres, aparece la promesa que la simiente de la mujer vencería algún día al engañador (Génesis 3:15). A ésta le sigue la promesa de Dios a Abraham y a su descendencia: «Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; ¡por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra!» (Génesis 12:3). Un poco más tarde, Dios promete que el Mesías, un descendiente de David, vendría a establecer un reino de paz en toda la tierra (2 Samuel 7:12–13; 1 Reyes 8:20; 1 Crónicas 17:11–14; Isaías 9:6–7; 11:10–16).

Estas condiciones se describen con belleza y poder en los escritos de los profetas del Antiguo Testamento, como un tiempo en que las naciones ya no guerrean unas contra otras (Isaías 2:4) y en el que toda la creación estará en paz (Isaías 32:17–18). Entonces, finalmente, el pueblo de Dios gozará de la plenitud del shalom que Dios destinó desde el principio:

«Juzgará con justicia [el Vástago, es decir, el Mesías] a los desvalidos,
y dará un fallo justo en favor de los pobres de la tierra.
Destruirá la tierra con la vara de su boca;
matará al malvado con el aliento de sus labios.
La justicia será el cinto de sus lomos y la fidelidad el ceñidor de su cintura.
El lobo vivirá con el cordero, el leopardo se echará con el cabrito,
y juntos andarán el ternero y el cachorro de león,
y un niño pequeño los guiará.
La vaca pastará con la osa,
sus crías se echarán juntas,
y el león comerá paja como el buey.
Jugará el niño de pecho junto a la cueva de la cobra,
y el recién destetado meterá la mano en el nido de la víbora.
No harán ningún daño ni estrago en todo mi monte santo,
porque rebosará la tierra con el conocimiento del Señor
como rebosa el mar con las aguas» (Isaías 11:4-9).

            El Nuevo Testamento continúa con este tema, reflejando con frecuencia el lenguaje de los profetas del Antiguo Testamento, y asimismo declara que el reino eterno de Dios (Salmo 145:13), un reino de paz, será establecido sobre la tierra. Pero sólo llegará al finalizar el siglo presente, cuando Jesucristo venga como «Rey de reyes y Señor de señores» (Apocalipsis 19:11–16). El Apocalipsis describe vívidamente la llegada del milenio, un reinado de paz de mil años (Apocalipsis 20:4–10) que luego cede el paso a un cielo nuevo y una tierra nueva (Apocalipsis 21). También describe el descenso de la ciudad de Dios, cuando Él venga a morar por la eternidad en justicia y paz con su pueblo (Apocalipsis 21:1 a 22:5).

«¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir» (Apocalipsis 21:3–4).

La necesidad presente de la labor pacificadora

Lamentablemente, desde la caída de Adán y Eva hasta el presente, la paz ha sido muy precaria en nuestro planeta caído. Sin lugar a dudas, la historia de la humanidad ha tenido sus mejores momentos con el surgimiento de elevados ideales, muchos de las cuales se desarrollaron de manera exhaustiva durante la historia de nuestra propia nación y de otras, en el pasado y el presente. Sin embargo, y lamentablemente, la historia de la humanidad también está plagada de recuerdos de guerras, de regímenes déspotas y corruptos, de desorden o anarquía, de homicidio, de esclavitud, y hasta de genocidio. Lejos de haber evolucionado hacia un mundo más bondadoso y manso, los albores del siglo veintiuno están llenos de una incipiente y antigua mezcla de barbaries, de religiones militantes y de filosofías impías que parecen amenazar perennemente cualquier progreso moral alcanzado en generaciones anteriores.

            Pese a la turbulencia moral, y con más razón todavía, las Escrituras reiteran el imperativo de hacer la paz en cada generación. ¡Los años oscuros y los días malos no son una excusa para que los seguidores de Cristo dejen de representar con fidelidad al Príncipe de Paz! Aun así, con todo realismo, el Nuevo Testamento anticipa que la agitación continuará, e incluso aumenta al acercarse el fin del siglo. En 2 Timoteo 3:1–5, Pablo anuncia «tiempos difíciles» que serán característicos de los «últimos días». Entre sus palabras descriptivas de la depravación humana encontramos términos como «amadores de sí mismos (egoístas)», «implacables» y «traicioneros». Todos estos términos identifican con precisión las características que militan contra la paz y la justicia, y que suelen corromper los esfuerzos mejor intencionados de la humanidad hacia esos fines. La Iglesia de nuestro tiempo, y de todos los tiempos, tiene el imperativo y el desafío de buscar la paz y la justicia en sociedades que con frecuencia son tumultuosas y conflictivas. Los grandes avivamientos de la fe y la moral cristiana a menudo han cambiado el rumbo de la historia de la humanidad, y esa posibilidad está siempre con aquellos que creen y que obran sobre la base de su fe.

Las directivas bíblicas para nuestra labor pacificadora

Las Escrituras están repletas de directivas para nuestra responsabilidad como pacificadores en medio de la injusticia y el caos. El salmista proclama respecto del justo: «Que se aparte del mal y haga el bien; que busque la paz y la siga» (Salmo 34:14). Los grandes profetas escritores del Antiguo Testamento condenaron con severidad la terrible explotación e injusticia social de los reinos de Israel y de Judá en sus años de prosperidad, en los cuales hubo deterioro. De este modo, Amós exhorta a un Israel religioso en apariencia pero idólatra y opresivo:

«Aleja de mí el bullicio de tus canciones;
no quiero oír la música de tus cítaras.
¡Pero que fluya el derecho como las aguas,
y la justicia como arroyo inagotable!» (5:23-24).

Asimismo, poco tiempo después, Isaías exhortó a Judá, también religiosa en apariencia pero corrompida públicamente por la injusticia y la idolatría:

«¡Dejen de hacer el mal!
¡Aprendan a hacer el bien!
¡Busquen la justicia y reprendan al opresor!
¡Aboguen por el huérfano y defiendan a la viuda!» (1:16-17).

Como sabemos muy bien, muchas de esas palabras entraron por un oído y salieron por el otro, y ambos reinos siguieron su camino de ceguera hacia la desintegración y el exilio.

Para los tiempos de Jesús, el pueblo de Dios ya no era una teocracia gobernada por un rey davídico, sino un estado vasallo gobernado por la Roma tiránica. En ese contexto opresivo, con el pueblo judío plagado de resentimiento y revueltas, Jesús predicó el siguiente mensaje profético: «Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mateo 5:9). Pablo escribe: «No paguen a nadie mal por mal. Procuren hacer lo bueno delante de todos. Si es posible, y en cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos» (Romanos 12:17–18). En la misma epístola, más adelante, exhorta: «Esforcémonos por promover todo lo que conduzca a la paz y a la mutua edificación» (Romanos 14:19). El autor de la carta a los Hebreos ordena: «Busquen la paz con todos, y la santidad» (Hebreos 12:14). Y Santiago promete: «El fruto de la justicia se siembra en paz para los que hacen la paz» (Santiago 3:18).

            Cuando Jesús bendice a aquellos que trabajan por la paz (Mateo 5:9), desafía y anima a sus seguidores a promover activamente la restauración de las relaciones. Para los creyentes que están muy envueltos en la vida de la congregación local, Pablo escribe: «Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz» (Efesios 4:3). ¡Ésta es una exhortación que casi nunca se tiene en cuenta en las congregaciones y comunidades quejumbrosas! No obstante, fomentar y mantener la paz son parte vital del «ministerio de la reconciliación» que Dios nos ha encomendado a través de Cristo (2 Corintios 5:18).

Es inspirador recordar que estas exhortaciones fueron dirigidas primero a creyentes que se esforzaban por ser pacificadores bajo condiciones mucho más peligrosas y difíciles que en las sociedades modernas avanzadas. Pero incluso hoy, hay muchos lugares en el mundo donde hay condiciones extremadamente peligrosas que amenazan la vida misma, y esto sin mencionar la obra pacificadora de los creyentes. Sin duda, para aquellos de nosotros que somos libres y que fuimos revestidos de poder para ofrecer la reconciliación y la esperanza a las diversas comunidades a nivel local y en el extranjero, el imperativo de hacer la paz es ineludible.

Los medios bíblicos para alcanzar la paz

Como hemos enfatizado repetidas veces, la paz genuina proviene sólo de Dios y a través de Él, quien es la fuente de paz. Como nota Pablo en Romanos 4:5 y 5:6, Dios dio el primer paso a la pacificación al ofrecer redención a través de Jesucristo, por quien «tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Romanos 5:1). Esto incluye una paz personal y experiencial: «Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús» (Filipenses 4:7). Jesús la personifica aun más al declarar que Él es Aquel que la da: «La paz les dejo; mi paz les doy» (Juan 14:27). Llevar a otros este evangelio de la paz que fomenta la reconciliación (Efesios 6:15) es, as su vez, el medio principal y fundamental de trabajar por la paz (Mateo 5:9).

Más allá de compartir el evangelio de la paz, las Escrituras no son unívocas acerca de otros medios de alcanzar la paz o lidiar con el conflicto. En el Antiguo Testamento, la voluntad de Dios para el comportamiento humano se expresa en los Diez Mandamientos (Éxodo 20:1–17; Deuteronomio 5:1–21) que se condensan en dos: el amor a Dios y al prójimo (Deuteronomio 6:5; Levítico 19:18; Mateo 22:37–40). Para resolver los conflictos, si era necesario, se utilizaba la fuerza. En el Nuevo Testamento, hay más énfasis en alcanzar la paz a través de medios no violentos. En el sermón de la montaña, Jesús aboga por una reacción no violenta ante el mal cuando nos instruye a poner la otra mejilla, a andar una segunda milla, o a renunciar a nuestra camisa cuando se demanda nuestra capa. Sin embargo, las Escrituras apoyan con firmeza la resolución de conflictos como un método adecuado para obtener paz cuando uno es objeto de una injusticia o causa una injusticia a otro (Mateo 5:23–26; 18:15–20; 1 Corintios 6:1–11, Efesios 2:14).

El Nuevo Testamento también reconoce y afirma el rol del gobierno de hacer y mantener la paz. «No hay autoridad que Dios no haya dispuesto, así que las que existen fueron establecidas por él», y la autoridad «está al servicio de Dios para tu bien». La autoridad «lleva la espada, pues está al servicio de Dios para impartir justicia y castigar al malhechor» (Romanos 13:1,4). Si bien es cierto que estos versículos no expresan ilusión alguna de impecabilidad moral por parte de las autoridades o de su gobierno mismo, queda claro que el mandato divino para el gobierno es mantener la justicia y la paz, y defenderse del mal y castigar.

Los cristianos tienen el imperativo no sólo de apoyar el rol pacificador de su gobierno, sino también de emitir su voto como ciudadanos, elevar su voz, y ejercer su influencia para facilitar acciones justas y humanitarias a través de sus órganos de gobierno y de otras entidades sociales y comerciales. El testimonio evangélico siempre se demuestra cuando las personas compasivas y que aman la paz examinan con cuidado y en oración sus propios prejuicios, se informan acerca de los asuntos morales importantes de su tiempo, y participan de una manera que glorifique a Dios y comunique shalom a quienes son oprimidos y cuyos derechos son violados. Ciertamente, el comportamiento anárquico y brutal amenaza el bienestar y la paz de la sociedad en general, y asimismo el bienestar de los individuos en particular que experimentan de manera directa el abuso como resultado de semejantes conductas destructivos. Algunos religiosos tal vez justifiquen su decisión de dejar sin protección ni atención a los heridos que encuentran en el camino de la vida, pero esa no es una opción para quien ha sido llamados a trabajar por la paz y a mantenerla.

El énfasis de trabajar por la paz en las Asambleas de Dios

Mientras que las Escrituras enseñan enfáticamente la responsabilidad de los líderes y gobiernos de practicar la justicia y trabajar por la paz, el deber de pacificación es también un asunto profundamente personal, y siempre debería empezar con el individuo. La paz debe fluir de la relación con Dios, para afectar y mantener a la familia, a otros creyentes, a la comunidad inmediata, y a todas las estructuras y ministerios de la iglesia a nivel local y en el exterior. Como receptores de la paz, los creyentes deben ser un ejemplo, además de crear y fomentar contextos de justicia y paz en los diversos ámbitos de la vida y el ministerio.

En su compromiso de trabajar por la paz a nivel personal y colectivo, las Asambleas de Dios provee una amplia gama de oportunidades y recursos misioneros. Además de contar con organizaciones misioneras bien establecidas y financiadas en el país y en el exterior, manifiesta su posición y aliento a través de diversos documentos relacionados con su perspectiva sobre asuntos como la pena de muerte, la consejería, la protección ambiental, la justicia para las mujeres en la sociedad, y la iglesia. En un documento de perspectiva sobre el tráfico humano, se dan instrucciones holísticas para que las iglesias respondan a esta injusticia sistémica, entre ellas la oración, la concientización a través de la educación, la denuncia de esta atrocidad, y el ministerio personal para con las víctimas. Además, en un escrito de perspectiva sobre la desobediencia civil, se dan razones e instrucciones claras que fomentan la no violencia como una respuesta adecuada para contrarrestar los males sociales. Otro ejemplo se encuentra en la resolución 9 del Concilio General de 1989, que afirma lo siguiente: «El Concilio General… aprueba por todos los medios escriturales la participación en el movimiento a favor de la vida y desaprueba todo acto de sus ministros que carezca de respaldo bíblico. También deja a discreción de cada ministro hasta qué punto decidan participar en actos de intervención no violentos y de paz para prevenir “la matanza de los nonatos”».

            La postura de las Asambleas de Dios respecto a la guerra debe aclararse en cualquier conversación sobre la pacificación. El documento de perspectiva oficial sobre la guerra y la objeción de conciencia deja en claro que «como movimiento, las Asambleas de Dios condena la guerra. Por tanto, estamos comprometidos a evitarla hasta donde lo permita nuestra obligación moral, sensibilidad y responsabilidad. Ésta será la postura necesaria hasta que Jesucristo, el Príncipe de Paz establezca su reino en este mundo, que ahora se caracteriza por la violencia, la maldad y la guerra». Al mismo tiempo, este escrito cita el Artículo XVII de los Reglamentos de la iglesia, dejando en claro que la iglesia no se identifica como pacifista: «Continuaremos insistiendo, como lo hemos hecho históricamente, en el derecho de cada miembro de declarar su posición como combatiente [uno que por voluntad propia sirve en posiciones de violencia], o no combatiente [uno que sirve sólo de maneras no violentas], u objetor de conciencia [uno que rehúsa participar en cualquier forma de servicio militar por convicciones personales acerca de la guerra]».

Es más, el documento de perspectiva también cita lo siguiente del Reglamento, artículo XVII: «Como movimiento ratificamos nuestra lealtad al gobierno de los Estados Unidos, ya sea en tiempo de guerra o de paz». De este modo, aunque respetamos la libertad de conciencia de los pacifistas y los animamos en su búsqueda apropiada de pacificación, las Asambleas de Dios también reconoce que la Biblia autoriza a las fuerza policial y el poder militar a brindar seguridad y protección al país (Romanos 13:1-5). Dados estos compromisos, es posible que los creyentes, cualesquiera que sean sus creencias en tiempos de conflicto bélico, sirvan eficazmente como pacificadores en el lugar y la posición que hayan elegido a conciencia.

Evangelismo y pacificación

En vista de las advertencias de las Escrituras de buscar la paz en un mundo quebrantado, queda muy en claro la importancia y relevancia de llevar a cabo deliberadamente actividades que fomentan la paz. Al incluir los ministerios de compasión con la «declaración de su razón de ser», las Asambleas de Dios, como se ha notado, anima y da oportunidades para que sus miembros sean proactivos en el trabajo por la paz. Como pueblo del Espíritu, hemos visto una y otra vez la manera en que Dios levanta a creyentes talentosos para encabezar la formación de poderosos ministerios de pacificación en el país y en el exterior. De inmediato vienen ejemplos a la mente, tales como Teen Challenge [Desafío juvenil], Convoy of Hope [Convoy de esperanza], los ministerios militares y civiles de capellanía, y otros muchos ministerios a nivel local, nacional e internacional.

Lamentablemente, la historia también revela que de vez en cuando las personas y las iglesias, e incluso algunas denominaciones, convierten la justicia social y la pacificación en su misión primordial. Con cierta frecuencia, estos movimientos transformación bien intencionados de, que comenzaron con ideales cristianos elevados, en algún momento son absorbidos por sus intereses políticos e ideológicos y pierden su anclaje en el evangelio de Cristo. Sin darse cuenta, tal vez hasta llegan a formar parte de las estructuras opresivas sistémicas que en un principio intentaron reformar.

Siendo eso cierto, el énfasis y la función de trabajar por la paz y de otros ministerios sociales deben mantener siempre una correlación adecuada con la misión central de la iglesia de evangelizar y hacer discípulos de Jesucristo. Si bien los ministerios de compasión, de transformación social y de pacificación —que surgen de la proclamación del evangelio de Jesucristo, y retienen su conexión vital con él— extienden la misión de nuestro Dios en el mundo, debe haber un esfuerzo deliberado de permanecer en la misión.

Desde sus comienzos en 1914, el enfoque principal del ministerio de las Asambleas de Dios ha sido, y sigue siendo, el evangelismo y el discipulado mundial. Esta prioridad surge del propósito general del Nuevo Testamento y, en especial, del mandato final del Señor: «Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:19-20).

Conclusión

Mientras que el evangelismo y el discipulado siempre deben ser las tareas principales de la iglesia, el pueblo de Dios no puede permanecer al margen de las maldades e injusticias sociales de nuestro tiempo, contra las cuales habla poderosamente la Biblia. Mientras predicamos el evangelio de la paz —del Príncipe de Paz que hace milagros y da vida—, debemos estar atentos al quebranto y a los males sistémicos que rodea a las personas a las que ministramos. Si nos dedicamos a la oración y damos muestras de buena voluntad, nuestro Señor nos guiará mediante su Espíritu en todo nuestro ministerio como pacificadores (Mateo 5:9), para ayudar a los necesitados (Mateo 25:35-36), y para ministrar en amor y compasión, procurando obedecer todo lo que Él nos ha mandado.

Una Perspectiva Bíblica Sobre Los Juegos de Azar 

La ubicuidad sin precedente de los juegos de azar y sus consecuencias en la cultura estadounidense exigen una crítica desde una perspectiva cristiana. Para determinar si la participación en los juegos de azar es apropiada, los seguidores de Jesús llenos del Espíritu deben reconocer la naturaleza problemática de los juegos de azar, comprender los principios relevantes que derivan de las Sagradas Escrituras, y aplicar esos principios en oración y con sensibilidad en su círculo de influencia personal.

La naturaleza de los juegos de azar

La definición básica de «apostar» en el diccionario es «participar en un juego por dinero o bienes; apostar sobre un resultado incierto» 1. Una descripción legal más precisa puede ayudar a los cristianos a comprender los juegos de azar y a diferenciarlos de las transacciones legítimas en las que los esfuerzos creativos, las habilidades útiles y las inversiones responsables —con previsiones de rentabilidad positiva, al menos a largo plazo, además del valor inherente de riesgo marginal que se toma— son factores integrales:

Una persona se involucra en los juegos de azar cuando invierte o arriesga algo de valor en el resultado de una competencia de azar o un evento que está supeditado al futuro y que no está bajo su control o influencia… Los juegos de azar carecen de transacciones comerciales de buena fe que sean válidas bajo la ley de contratos, tales como la compra o la venta de valores o materias primas en una fecha futura, de contratos de naturaleza resarcitoria o contratos constitutivos, o de seguros de garantía financiera, de vida, de salud o de accidentes 2. Los juegos de azar, por tanto, son reconocidos como cualquier actividad en la cual la riqueza cambia de manos, principalmente sobre la base del azar, y presentan un riesgo para el apostador.

Los juegos de azar presentan una amplia variedad de actividades, tanto ilegales (y, por consiguiente, prohibidas por el estado y/o las leyes federales) como legales (y, por lo tanto, estrictamente reguladas por el estado y/o las leyes federales). En los Estados Unidos, a menudo se alude a los juegos legalizados de manera eufemística como «los juegos», entre los cuales se incluyen muchas clases de juegos en los que incluso algunos cristianos participan de vez en cuando de manera recreativa. Por lo general, éstos incluyen tres categorías: una probabilidad que no cambia (o sistema de apuestas «pari-mutuel»), tales como las carreras de caballos y galgos y otros eventos deportivos; los juegos de azar en los casinos, tanto los juegos de mesa como los juegos electrónicos (por ejemplo, las máquinas tragamonedas, video póker); y los juegos de azar fuera del casino, tales como el bingo, los juegos de la muerte, las loterías, las tarjetas raspe y gane, los juegos de carnaval, los juegos de naipes, los juegos de confianza (por ejemplo, el juego de trile), y los juegos con dados. Las actividades tales como las rifas, y a veces el bingo, que están diseñadas ante todo para apoyar una causa caritativa, y sólo de forma secundaria para generar una posible ganancia derivada de una compra, por lo general no se consideran «juegos de azar», aunque algunos de éstos tal vez sean un asunto de consciencia personal. 

El problema de los juegos de azar

La preponderancia de los juegos de azar ha incrementado como resultado de su acelerada legalización 3. Del aumento de la exposición mediática a través de las grandes loterías, de mayor accesibilidad a través de los juegos de azar en línea y de las loterías autorizadas por el estado, de la percepción de que «los juegos de azar» son aceptados como una actividad social saludable y un entretenimiento recreativo, y de las declaraciones afirmativas de sus beneficios económicos a través de la creación de empleos. Sin embargo, las consecuencias problemáticas de los juegos de azar permanecen, no sólo a nivel individual sino también social.

Para muchas personas, los juegos de azar resultan en una adicción psicológica 4 que se asemeja a otras formas de adicción, tales como la dependencia del alcohol y de las drogas, en lo que se refiere a los síntomas 5 y a la variación en la química del cerebro 6. La amenaza a la salud pública que presentan los juegos de azar se entiende en términos de su susceptibilidad a la influencia y el control del crimen organizado, además de su impacto negativo sobre la sociedad en función de la disolución de matrimonios 7, la pobreza de muchas familias, la bancarrota, los suicidios 8, y los gastos relacionados con los servicios sociales, tales como el tratamiento de adicciones y la necesidad de responder al aumento de la delincuencia.

En las ciencias sociales, la frase «trastornos del juego» incluye tanto los «problemas con el juego» como la «ludopatía» 9; esta última se considera la más grave y está sujeta a un diagnóstico clínico. Los investigadores de las últimas tres décadas estiman que apenas menos del 1 a 1,9 por ciento de la población general de los Estados Unidos sufre de ludopatía 10. En un metanálisis de 120 estudios previos, los investigadores del Centro para Adicciones de la Facultad de Medicina de Harvard encontraron que, en el año anterior, alrededor del 1,1 por ciento de la población general adulta era jugador de tercer nivel [patológico], y un 2,8 por ciento adicional se clasificaba como jugador de segundo nivel [problemático], con algunos problemas a causa de sus apuestas, pero sin cumplir con los criterios de diagnóstico patológico 11. Esta investigación sugiere que casi 4 por ciento de la población adulta en los Estados Unidos sufre de alguna forma de trastorno del juego. De los apostadores patológicos, alrededor del 75 por ciento tiene algún tipo de trastorno por el consumo de alcohol, y el 38 por ciento también tiene un trastorno por el consumo de drogas 12. Lamentablemente, los estudios más recientes realizados por el Instituto de Investigaciones sobre Adicciones en la Universidad de Buffalo señalan que 6,5 por ciento de los jóvenes (de 14 a 21 años) son apostadores en situación de riesgo y con problemas (la mayoría varones), un índice mucho más elevado que la población general de adultos. 13. Aquellos que creen que pueden escapar de los problemas al evitar ciertos tipos de juegos de azar mientras participan en lo que parecerían formas más inofensivas de juego deberían considerar la conclusión a la que llegaron los investigadores de la universidad financiados por la misma industria del juego: «El estudio no corrobora la creencia de que algunos juegos —tales como el póker en línea o las máquinas tragamonedas— son más peligrosos que otros. Las personas pueden verse en problemas con todo tipo de juegos de azar, desde las apuestas deportivas hasta las loterías, y desde el bingo hasta los juegos del casino» 14. Esto debería servir de advertencia, incluso para muchas personas buenas y relativamente sanas a nivel psicológico, incluso los cristianos, que «han sido “suavizados” por la actitud permisiva de la familia o los amigos de jugar con frecuencia, y por la manera positiva en que la cultura popular describe los juegos de azar. Empiezan a apostar por entretenimiento, o para cultivar relaciones sociales… Y a partir de ese punto, predomina el proceso de condicionamiento, el cual forja una conexión en el cerebro entre ganar y sentirse bien» 15. Si bien todos los niveles de la sociedad pueden estar afectados de manera negativa por los juegos de azar, ciertos estudios recurrentes muestran que los pobres en particular son más susceptibles a los incentivos de la industria, y son el blanco deliberado 16. Las loterías auspiciadas por los estados asimismo generan muchos de los ingresos de los menos pudientes, que suelen estar desesperados por encontrar una solución a su desgracia económica, y son atraídos con más facilidad por la propaganda de la lotería 17. Bien se ha demostrado que aquellos que son pobres, o están cerca de serlo, gastan un porcentaje mayor de su ingreso en varias de las opciones de juegos de azar. Un estudio reciente que realizó un instituto universitario muy importante llegó a la conclusión de que, en los barrios «desvalidos», el problema con el juego era dos veces más común que en los vecindarios más ricos. Es más, los más pobres de estos barrios desvalidos eran los que se encontraban en una situación de mayor riesgo por su problema con los juegos de azar 18. En vista de estos efectos problemáticos que produce el juego en las personas, es deplorable que el gobierno dependa de los juegos de azar autorizados por los estados para financiar actividades legítimas tales como la educación. Además, es especialmente indignante la promoción y el mercadeo del juego, lo cual representa un impuesto (aunque voluntario) para aquellos de la sociedad que menos pueden darse el lujo de pagar las sanciones monetarias y sociales que acompañan a semejante juego.

La Biblia y los juegos de azar

Por lo general, la mayoría de las autoridades religiosas han rechazado los juegos de azar por las ampliamente conocidas consecuencias sociales asociadas con el juego. Sin embargo, puesto que la Biblia no contiene declaraciones explícitas que condenen el juego 19, a menudo se lo categoriza entre las anáforas o «asuntos poco relevantes» de la religión, ya que no están explícitamente prohibidas por las Escrituras. Sin embargo, la Biblia sí provee principios que deben gobernar el pensamiento cristiano acerca de los juegos de azar.

1. Apostar en los juegos de azar es poco aconsejable, ya que esta actividad no refleja una administración responsable de los recursos.

La Biblia enseña con claridad que todas las cosas pertenecen a Dios: «Del Señor es la tierra y todo cuanto hay en ella, el mundo y cuantos lo habitan» (Salmo 24:1). Dado que todas las cosas pertenecen a Dios, a las personas se les ha concedido la responsabilidad de administrar y el deber de rendir cuentas adecuadas de todo lo que se les confió.

El primer paso en la administración fiel de esta mayordomía es que la persona misma se entregue como ofrenda a Dios. Los creyentes deben reconocer que ellos no son dueños de sí mismos (1 Corintios 6:19). Han sido redimidos por un precio, no de plata u oro, sino de la sangre preciosa de Jesús (1 Pedro 1:18–19). Las iglesias de Macedonia dieron un digno ejemplo de dedicación personal cuando «a sí mismos se dieron primeramente al Señor» (2 Corintios 8:5). La vida, con todo lo que involucra, es una mayordomía que debe administrarse para la gloria de Dios.

Las personas que se entregan con sinceridad a Dios a la vez reconocerán que todo lo que poseen debe manejarse como una mayordomía. La parábola de las monedas de oro (o de los talentos) en Mateo 25:14–30 señala que los servidores buenos y fieles administraron de tal manera los talentos que les fueron confiados que el señor quedó complacido. Los servidores malos y perezosos fracasaron en su responsabilidad administrativa y sufrieron las consecuencias correspondientes.

Cuando las personas reconocen su responsabilidad de mayordomo, no consideran ninguna forma de apuesta una manera adecuada de administrar los recursos, el tiempo y las habilidades que Dios les ha confiado. La ética de los negocios seculares tampoco tolera que las personas apuesten con los recursos que se les ha confiado. La responsabilidad cristiana trasciende toda responsabilidad y, para un cristiano, apostar es un menosprecio total del principio de la mayordomía. Comprometer los recursos que Dios nos confía equivale a prostituir lo que Dios nos da, y que deberíamos usar para glorificarlo a Él al proveer para las necesidades de la familia y para el avance de su Reino.

2. Apostar en los juegos de azar es imprudente porque se gana sólo a costa del sufrimiento de otros, con frecuencia los más pobres. 

La naturaleza de los juegos de azar es tal que una persona tiene la oportunidad de ganar sólo porque otros han sufrido una pérdida. El beneficio económico es para unos pocos. La pérdida económica normalmente la sobrellevan muchos que no están condiciones de pagar. Sin importar si es excesiva o no la pérdida económica, los jugadores son en esencia los perdedores y los operadores de la empresa del juego son los verdaderos ganadores.

El sufrimiento que causan los juegos de azar es del todo inconsecuente con la enseñanza acerca del amor en las Escrituras. El creyente no sólo debe amar a aquellos que son queribles, sino también a los enemigos (Mateo 5:44). Quienes son pueblo de Dios deben amar a su prójimo como a sí mismos (Mateo 22:39; cf. Levítico  19:18). El amor establece límites en las elecciones del cristiano: «Que nadie busque sus propios intereses sino los del prójimo» (1 Corintios 10:24). A la hora de elegir si se envolverá en conductas que podrían perjudicar a otros, o hacer que otros creyentes imiten su conducta peligrosa y, como consecuencia, tropiezan y caigan, el cristiano debe someterse al deber que le dicta el amor (Romanos 14:13–15, 19–21; 1 Corintios 8:9–13; 10:32).

El principio del amor impedirá que el cristiano participe en juegos de azar por el daño que causa a los demás. El principio del amor hará que el cristiano se oponga a cualquier esfuerzo del estado o de otra organización para legalizar cualquier actividad basada en la vulnerabilidad de las personas que degrada a la sociedad. William Temple, el difunto arzobispo de Canterbury, declaró adecuadamente la posición cristiana cuando escribió:

«Los juegos de azar desafían esa perspectiva de la vida que la iglesia cristiana debe mantener y extender. Su glorificación del azar niega el orden divino de la naturaleza. Arriesgar dinero al azar es menospreciar la insistencia de la iglesia en cada época de fe viva, en que las posesiones son una inversión, y que los seres humanos tendrán que dar cuenta a Dios por su uso. La inclinación persistente a la codicia se opone fundamentalmente a la generosidad que Jesucristo nos enseñó y que aprendemos en el Nuevo Testamento. El intento de generar ganancia (inseparable del juego de azar) a partir de la inevitable pérdida de otros y de su posible sufrimiento es la antítesis de ese amor por el prójimo del cual nuestro Señor enseñó con insistencia» 20.  

3. Apostar en los juegos de azar es inconsecuente con la ética de trabajo que describa la Escritura.

En la Escritura se enfatiza la importancia del trabajo. En muchos lugares, se establece una correlación entre trabajar y comer. El Antiguo Testamento nos recuerda que, por lo general, «el que labra su tierra tendrá abundante comida, pero el que sueña despierto es un imprudente» (Proverbios 12:11). En el Nuevo Testamento se establece el mismo principio con gran contundencia. Pablo escribió a los Tesalonicenses: «Cuando estábamos con ustedes, les ordenamos: “El que no quiera trabajar, que tampoco coma”» (2 Tesalonicenses 3:10).

En la sabiduría de Dios, el trabajo fue asignado en el jardín del Edén, incluso antes de la caída (Génesis 2:15ff; cf.1:28). Aunque el pecado produjo un cambio en la naturaleza del trabajo (Génesis 3:17, 19), la responsabilidad de trabajar nunca se anuló. Cualquier esfuerzo por evitar la ética de trabajo de la Escritura puede resultar en el fracaso en vez del crecimiento 21. Apostar en los juegos de azar, ya sea para asegurar la riqueza de manera rápida o para poner pan sobre la mesa, es inconsecuente con lo que enseña la Biblia acerca del trabajo.

4. Apostar en los juegos de azar se opone a la enseñanza bíblica acerca de la codicia y avaricia.

La Biblia no sólo requiere que uno trabaje con el fin de suplir para las necesidades de la vida, sino que gran parte de la sabiduría bíblica también advierte contra los enfoques de «obtener algo sin trabajar» o «enriquecerse de prisa», alimentados por la codicia: «El hombre fiel recibirá muchas bendiciones; el que tiene prisa por enriquecerse no quedará impune» (Proverbios 28:20). Por otro lado, Proverbios 13:11 nos alienta a trabajar con paciencia y a invertir de manera constante: «El dinero mal habido pronto se acaba; quien ahorra, poco a poco se enriquece».

Jesús nos advierte contra la atracción perversa de la codicia: «¡Tengan cuidado!», advirtió a la gente. «Absténganse de toda avaricia; la vida de una persona no depende de la abundancia de sus bienes» (Lucas 12:15). De la misma manera, Pablo amonesta a los cristianos a evitar la avaricia: «Entre ustedes ni siquiera debe mencionarse… ninguna clase de impureza o de avaricia, porque eso no es propio del pueblo santo de Dios» (Efesios 5:3; cf. Romanos 1:2). De hecho, repetidas veces Pablo asoció la avaricia con la idolatría, que descalifica al creyente de participar en el reino de Cristo (1 Corintios 6:10; Efesios 5:5; Colosenses 3:5). En la medida en que la codicia motive las apuestas en los juegos de azar, el juego es ciertamente una atracción perversa que deben evitar los seguidores de Cristo.

5. Apostar en los juegos de azar contradice el sano reconocimiento de la providencia de Dios.

Proverbios 16:33 afirma con claridad la soberanía de Dios sobre lo que la gente supone que son los eventos de azar. El pueblo de Dios no debe codiciar riquezas o estar preocupado por las necesidades materiales, sino que debe confiar en la soberanía de Dios, y no en la suerte o el azar. El Señor soberano reprende y advierte que castigará a los desobedientes entre el pueblo del pacto que han abandonado al Señor al cometer idolatría virtual con el «Destino» y la «Fortuna» (Isaías 65:11-15), los dioses paganos del destino y la buena fortuna en el mundo babilónico antiguo, que se equipara a la «Señora Fortuna» del mundo contemporáneo.

La advertencia de Jesús contra la codicia (Lucas 12:15) se sitúa en el contexto inmediato de su enseñanza de confiar en la fidelidad y la providencial provisión de Dios Padre (12:22-34). Jesús advirtió a sus discípulos a que no se preocupan ni pusieran su corazón en el sustento de la vida, en el alimento, o en la vestimenta: «El mundo pagano anda tras todas estas cosas, pero el Padre sabe que ustedes las necesitan. Ustedes, por el contrario, busquen el reino de Dios, y estas cosas les serán añadidas… Pues donde tengan ustedes su tesoro, allí estará también su corazón» (12:30–31, 34).

Dado que las apuestas reflejan la fe de la gente en el Azar en lugar de la  Providencia, y que confían en la Suerte en lugar del Señor, aquellos que buscan el reino del Padre deben evitarlas. 

6. Apostar en los juegos de azar es poco prudente porque tiende a esclavizar.

Los juegos de azar, como cualquier otro mal, pueden convertirse en una adicción, la cual es una condición contraria a la enseñanza de la Escritura. La Palabra de Dios indica que un cristiano debe negarse a ser esclavo incluso de actividades legales y permitidas o dejarse dominar por ellas (1 Corintios 6:12). La persona en la que mora el Espíritu Santo se caracteriza por el dominio propio (Gálatas 5:23).

Es obvio que las personas que tienen costumbre de apostar están bajo la compulsión de jugar. En vez de ser servidores de Dios, son servidores del deseo que no pueden dominar. Pablo describió con claridad esta condición cuando escribió: «¿Acaso no saben ustedes que, cuando se entregan a alguien para obedecerlo, son esclavos de aquel a quien obedecen?» (Romanos 6:16).

7. Apostar en los juegos de azar pone en peligro la ética y el testimonio cristianos.

Gran parte de los juegos de azar, en particular los juegos en los casinos, tiene lugar en lujosos centros relativamente económicos para atraer la máxima participación de las personas, y con frecuencia ofrece diversión deslumbrante y tentado que afecta la sensualidad. La concurrencia y participación en semejantes ambientes plantea serios desafíos para el testimonio y la conducta cristianos.  

El cristiano y los juegos de azar

Mientras los seguidores de Jesús consideran que es adecuado en su participación en las diversas actividades de los juegos de azar, las siguientes preguntas pueden ayudar a enfocar muchas de los asuntos actuales y los principios bíblicos que se presentan en este documento.

El juego de azar . . .

  1. ¿Refleja el juego una buena mayordomía de los recursos que Dios me ha confiado?

  2. ¿Perjudica el juego a otras personas al despojarse de su dinero, al obtener provecho de la debilidad de otros, al hacer que otros tropiecen por seguir mi ejemplo, o por contribuir a un sistema inmoral?

  3. ¿Me motiva el juego a trabajar con honradez para suplir mis necesidades?

  4. ¿Me motiva el juego a la avaricia y la codicia, las cuales son idolatría?

  5. ¿Mo motiva a confiar que Dios es mi fuente, o a confiar en la Señora Fortuna?

  6. ¿Es el juego de azar algo que puede convertirse en una adicción? ¿Absorbe mis pensamientos? ¿Podría convertirse en una obsesión?

  7. ¿De qué manera el juego impacta mi andar espiritual con el Señor?

Con la apropiada humildad y santidad ante el Señor soberano, los cristianos sinceros reconocen que otros creyentes de ideas afines pueden sentir mayor libertad en lo concerniente a las llamadas anáforas (asuntos debatibles), en especial cuando se trata del ejercicio del dominio propio durante diversiones esporádicas y presupuestadas. Sin embargo, se invita a los cristianos a considerar la importancia de las decisiones que tomamos respecto a la participación en los juegos de azar. Puede haber un peligro latente en la predisposición impredecible a la adicción. Sin querer, podría dar un ejemplo que atraiga a otros en su ámbito de influencia, y que induzca a una conducta peligrosa. Por un lado, el testimonio de uno ante el mundo puede resultar decepcionante en cuanto a evitar la avaricia. Por otro lado, es posible que el ejemplo de uno tampoco inspire una ética de trabajo responsable y una mayordomía bíblica a conciencia.

La homosexualidad, el matrimonio y la identidad sexual

El creciente apoyo político y religioso de las prácticas homosexuales 1, del matrimonio entre personas del mismo sexo, y de las identidades sexuales alternativas, nos ha impulsado a clarificar nuestra posición con respecto a estos asuntos críticos. Creemos que todos los asuntos de la fe y la conducta deben ser evaluados en base a la Santa Escritura, que es nuestra guía infalible (2 Timoteo 3:16–17). Puesto que la Biblia habla de la naturaleza de los seres humanos y de su sexualidad, es imperativo que la iglesia comprenda y articule correctamente lo que la Biblia enseña en realidad sobre estos temas que ahora son tan controversiales y divisivos.

Puesto que los escritores que simpatizan con las comunidades lesbianas, gays, bisexuales y transgénicas (LGBT, por sus siglas en inglés) 2, han fomentado interpretaciones revisionistas de textos bíblicos relevantes basándose en una exégesis parcial y una traducción errónea, se ha hecho tanto más urgente la tarea de reafirmar las enseñanzas bíblicas. De hecho, estos escritores buscan dejar a un lado casi dos mil años de interpretación bíblica cristiana y enseñanzas éticas. Creemos que estos esfuerzos reflejan las condiciones que se describen en 2 Timoteo 4:3: “Porque llegará el tiempo en que no van a tolerar la sana doctrina, sino que, llevados de sus propios deseos, se rodearán de maestros que les digan las noveleras que quieren oír” 3 (véase también el v. 4).
Conviene señalar ante todo que en ningún lugar de la Escritura existe en lo absoluto ni puede encontrarse afirmación positiva alguna de la actividad homosexual, el matrimonio entre personas del mismo sexo, o los cambios de identidad sexual. Los géneros masculinos y femeninos son definidos con precisión y sin confusión alguna. En la Biblia, el ideal constante de la experiencia sexual para los solteros —los que no están en una relación matrimonial monógama y heterosexual— es la castidad 4 y, para los que están en una relación matrimonial, es la fidelidad 5. Hay además abundante evidencia que demuestra que la conducta homosexual, junto con la conducta heterosexual ilícita, es inmoral y queda bajo el juicio de Dios.

            A la luz de la revelación bíblica, creemos que la creciente aceptación cultural de la identidad y conducta homosexual (varón y mujer), el matrimonio entre personas del mismo sexo, y los esfuerzos por cambiar la identidad biológica sexual, son sintomáticos de un desorden espiritual mayor que atenta contra la familia, el gobierno y la iglesia.

            Esta declaración es una exposición de las importantes enseñanzas bíblicas sobre la homosexualidad y la aplicación de esas enseñanzas al matrimonio y la identidad sexual.

I. La conducta homosexual es pecado

Históricamente, la homosexualidad con frecuencia se ha definido como un problema emocional (psicológico) o biológico (fisiológico). En años recientes, algunos ejercieron presión sobre las organizaciones de salud mental para que la homosexualidad sea quitada de las clasificaciones de diagnósticos de patologías, y muchos han llegado a verla como una mera preferencia moralmente neutral y personal, o como un aspecto natural propio de la diversidad biológica humana. Al establecer juicios morales, debemos recordar la advertencia escritural de no depender de nuestro propio razonamiento o experiencia personal para discernir la verdad (Proverbios 3:5-6).

  1. La conducta homosexual es pecado porque desobedece la enseñanza de la Escritura.

 

Cuando Dios llamó a Israel para que fuera Su pueblo distinguido, Él lo liberó milagrosamente de la esclavitud de Egipto. Pero Dios hizo todavía más. Estableció una relación de pacto con ellos y les dio la ley, basada en el amor a Dios y el prójimo, mediante la cual podían organizar su vida como pueblo santo. La ley incluía prohibiciones específicas con respecto a la homosexualidad, como la de Levítico 18:22: “No te acostarás con un hombre como quien se acuesta con una mujer. Eso es una abominación”. En caso de que el mandamiento anterior se malinterprete, Levítico 20:13 lo vuelve a declarar: “Si alguien se acuesta con otro hombre como quien se acuesta con una mujer, comete un acto abominable”. El término “abominable”, que se usa en ambos versos, es una palabra fuerte que indica el desagrado divino con el pecado 6. La iglesia cristiana ha entendido históricamente que, si bien las disposiciones ceremoniales de la ley del Antiguo Testamento no tienen vigencia luego del sacrificio de Cristo, la interpretación y reformulación que hace el Nuevo Testamento de sus leyes morales continúan vigentes. En torno al tema de la homosexualidad, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento hablan con una sola voz. Las prohibiciones morales contra la conducta homosexual en el Antiguo Testamento son repetidas explícitamente en el Nuevo Testamento.

Pablo describió a las personas que a diario presenciaban el libertinaje sexual de la Roma imperial, las consecuencias que experimentaron aquellos que rechazaron a Dios y “adoraron] y sirvieron] a los seres creados antes que al Creador… Por tanto, Dios los entregó a pasiones vergonzosas. En efecto, las mujeres cambiaron las relaciones naturales 7 por las que van contra la naturaleza. Así mismo los hombres dejaron las relaciones naturales 8 con la mujer y se encendieron en pasiones lujuriosas los unos con los otros. Hombres con hombres cometieron actos indecentes 9, y en sí mismos recibieron el castigo que merecía su perversión” (Romanos 1:25-27). Pablo se refiere tanto a los homosexuales varones como a las lesbianas.

            En el tiempo de Pablo, la ciudad de Corinto tenía mala fama, en especial por su inmoralidad sexual. Corinto no sólo era una sede comercial estratégica, sino que también era una sede de toda clase de vicios. Puesto que la iglesia se estaba estableciendo en esta ciudad, era importante que los nuevos cristianos comprendieran el orden moral de Dios. La carta de Pablo es explícita. Él escribió: “¡No se dejen engañar! Ni los fornicarios 10, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los sodomitas, ni los pervertidos sexuales… heredarán el reino de Dios” (1 Corintios 6:9-10). En este caso, se entiende que Pablo identifica a varones homosexuales en sus roles tanto activos como pasivos 11. Pablo escribió: “La ley no se ha instituido para los justos sino para los desobedientes y rebeldes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos. La ley es para los que maltratan a sus propios padres, para los asesinos, para los adúlteros y los homosexuales” 12 (1 Timoteo 1:9–10, RVA) 13. Un estudio objetivo de estos pasajes deja en claro que la Escritura identifica consistentemente la conducta homosexual como pecado. Las Escrituras no sólo condenan ejemplos más flagrantes de violencia y promiscuidad homosexual, sino que también están en contra de la idea popular moderna de que las relaciones amorosas y comprometidas a largo plazo de las parejas homosexuales —incluso si están legalmente casadas—, son aceptables en el sentido moral. Cualquier tipo de actividad homosexual es contraria a los mandamientos morales que Dios nos ha dado.

  1. La conducta homosexual es pecado porque es contraria al orden creado por Dios para la familia y las relaciones humanas.

 

El primer capítulo de la Biblia dice: “Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó” (Génesis 1:27). Después que Dios creó al hombre, dijo que no era bueno que viviera solo (Génesis 2:18). Por tanto, Dios le dio una compañera (Génesis 2:18). Debe notarse que la soledad del hombre no se iba a remediar con la creación de otro varón sino con la creación de una mujer. Dios creó dos sexos, no sólo uno, y el uno para el otro.

Cuando Dios trajo a la mujer a Adán, Adán dijo: “Ésta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Se llamará ‘mujer’ porque del hombre fue sacada”. Luego, la Escritura declara: “Por eso, el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se funden en un solo ser” (Génesis 2:23-24).

            Al crear a la humanidad, Dios estableció el orden de la sexualidad mediante el cual la raza se multiplicaría. En el plano psicológico, la relación es sana. En el plano físico, la relación es natural. En el plano sociológico, establece el fundamento para la familia. El orden bíblico para la expresión sexual humana consiste en una relación física íntima que se comparte con exclusividad dentro del pacto matrimonial durante toda la vida; una relación heterosexual y monógama.

            Cuando las personas deciden participar en la conducta homosexual, se alejan de la naturaleza sexual dada por Dios. Su comportamiento antinatural es un pecado contra Dios, quien estableció el orden de la sexualidad (Romanos 1:27). Además, la unidad social que buscan establecer es contraria a la instrucción divina dada al hombre: que deje a su padre y a su madre y “se una a su mujer” (Génesis 2:24).

            En la discusión de Jesús con los fariseos, Él reiteró el orden de la sexualidad que Dios estableció en el principio: “¿No han leído —replicó Jesús— que en el principio el Creador ‘los hizo hombre y mujer’, y dijo: ‘Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos llegarán a ser un solo cuerpo’?” (Mateo 19:4-5). Él señaló que la única alternativa al matrimonio heterosexual es el celibato por causa del reino de los cielos (Mateo 19:10-12).

  1. La conducta homosexual es pecado y está bajo el juicio divino.

 

El nombre de la antigua ciudad de Sodoma 14 llegó a ser un sinónimo de la conducta homosexual. Aunque existían otros males en esta comunidad, se destaca la sodomía. De hecho, los homosexuales de Sodoma eran tan depravados que amenazaron con violar a los huéspedes de Lot. Dijeron a Lot: “¿Dónde están los hombres que vinieron a pasar la noche en tu casa? ¡Échalos afuera! ¡Queremos acostarnos 15 con ellos!” (Génesis 19:5). El relato bíblico narra que la multitud se violenta y trató de tirar abajo la puerta de la casa de Lot. Sólo gracias a la intervención divina, Lot y sus huéspedes fueron liberados de las intenciones malignas de ellos, y posteriormente Dios destruyó a Sodoma y a la ciudad vecina de Gomorra (Génesis 19:4–11, 24–25).

            El castigo de Dios sobre estas ciudades fue tan severo que Pedro y Judas lo usan como una ilustración del juicio divino (2 Pedro 2:6; Judas 7). El comentario de Judas es particularmente apto: “Así también Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas son puestas como escarmiento, al sufrir el castigo de un fuego eterno, por haber practicado, como aquéllos, inmoralidad sexual y vicios contra la naturaleza”.

            El libro de Jueces (19:1-30) documenta un incidente en la antigua ciudad de Guibeá de Benjamín que tiene muchas similitudes con el pecado de Sodoma. Algunos “hombres perversos de la ciudad” (19:22) trataron de forzar a un levita a tener relaciones homosexuales con ellos 16. Cuando el levita se rehusó a su insistente pedido, los atacantes aceptaron violar individual y grupalmente 17 a la concubina del levita, un hecho que resultó en su muerte (19:25-30). El crimen fue tan repugnante para las otras tribus de Israel que, cuando la tribu de Benjamín se rehusó a entregar a los delincuentes, terminaron yendo a la guerra y destruyendo a los benjamitas (20:1-48).

Éstos son ejemplos bien conocidos de la expresión homosexual, que sin duda hoy repudiar la mayoría de personas homosexuales. Es necesario entender que aunque los escritores bíblicos expresan aversión ante semejante perversión rapaz, no implican con eso que los heterosexuales sean incapaces de atrocidades sexuales similares, ni que la mayoría de homosexuales sean depravados como los residentes de aquellas ciudades antiguas. Los cristianos modernos tampoco deberían sacar esas conclusiones. Sin embargo, es importante notar que, siempre cuando ocurre un incidente homosexual en la narración bíblica, es una ocasión para el escándalo y el castigo. La homosexualidad nunca se considera de manera positiva.

Los escritores bíblicos dejan en claro que los homosexuales practicantes, junto con los heterosexuales inmorales y todos los pecadores no arrepentidos, no heredarán el reino de Dios (1 Corintios 6:9-10). Pablo también describió la conducta homosexual como una prueba del juicio de Dios contra una humanidad que se rebeló corporativamente contra Él (Romanos 1:26-27). Jesús mismo dijo de manera explícita que al final del siglo “el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los que pecan y hacen pecar. Los arrojaran al horno encendido, donde habrá llanto y rechinar de dientes” (Mateo 13:41-42).

            II. La conducta homosexual es un pecado para el cual es posible la reconciliación

            Aunque la Escritura deja en claro que la conducta homosexual es pecado y está bajo el juicio de Dios, también indica que aquellos que son culpables de la conducta homosexual o de cualquier otro pecado pueden reconciliarse con Dios (2 Corintios 5:17–21).

            En la iglesia de Corinto había ex-homosexuales que fueron liberados del poder del pecado por la gracia de Dios. En 1 Corintios 6:9, Pablo menciona a los homosexuales junto con los heterosexuales inmorales, y dice que estas personas no heredarán el reino de Dios. Su gramática implica una actividad sexual inmoral continua hasta su conversión.

            El verso 11 continúa con un contraste poderoso: “Y eso eran algunos de ustedes. Pero ya han sido lavados, ya han sido santificados, ya han sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios”. Fueron homosexuales en orientación y conducta, pero ahora el poder del Espíritu de Dios ha transformado radicalmente sus vidas, como también las vidas de los pecadores heterosexuales.

            La Escritura deja en claro que la eficacia de la muerte y resurrección de Cristo es ilimitada para aquellos que la aceptan. No hay pecado, ya sea sexual o de otro tipo, que no pueda ser limpiado. Juan el Bautista anunció: “¡Aquí tienen al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Juan 1:29).

            El apóstol Pablo escribió: “Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios” (2 Corintios 5:21).

            El apóstol Juan señaló: “Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad” (1 Juan 1:9).

            A través del poder regenerativo del Espíritu Santo, las personas pueden —a pesar de la naturaleza de su pecado— llegar a ser una nueva creación en Cristo Jesús (2 Corintios 5:17). El plan de salvación de Dios es el mismo para todos. El homosexual practicante que quiera ser liberado del castigo y el poder del pecado debe acercarse a Dios de la misma manera que todos los pecadores heterosexuales, y de la misma manera que se acercaron para ser libres de sus pecados todos lo que ahora son Sus hijos.

            La acción de volverse a Dios para la salvación incluye tanto el arrepentimiento como la fe. Jesús es Salvador y Señor. Él es quien perdona nuestro pecado cuando creemos en Él y nos arrepentimos. El arrepentimiento representa un cambio de mentalidad, en la que uno se aparta del pecado en actitud y conducta.

            Jesús es también Aquel cuyo señorío afirmamos a través de una vida santa. “La voluntad de Dios es que sean santificados; que se aparten de la inmoralidad sexual; que cada uno aprenda a controlar su propio cuerpo de una manera santa y honrosa, sin dejarse llevar por los malos deseos como hacen los paganos, que no conocen a Dios” (1 Tesalonicenses 4:3-5).

            Como el carcelero de Filipo que preguntó qué necesitaba hacer para ser salvo, aquellos que desean la salvación deben creer en el Señor Jesucristo (Hechos 16:30-31); es decir, creer que Él puede salvarlos del poder y el castigo del pecado. La fe obediente, así como el arrepentimiento, es una condición para la salvación.

III. Declaraciones resultantes

A la luz de las claras enseñanzas bíblicas sobre la homosexualidad y la aplicación de estas enseñanzas a las prácticas sexuales contemporáneas, la Fraternidad de las Asambleas de Dios hace las siguientes afirmaciones:

  1. Con respecto al matrimonio entre personas del mismo sexo

 

Las Asambleas de Dios define el matrimonio como una unión permanente, exclusiva y comprensiva; como una unión conyugal de “una carne” entre un varón y una mujer; intrínsecamente ordenada para la procreación y formación de la familia biológica, y para el fomento del bien moral, espiritual y público del vínculo entre padre, madre e hijo. (Génesis 1:27–28; 2:18–24; Mateo 19:4–9; Marcos 10:5–9; Efesios 5:31–33).

  1. Con respecto a la inmoralidad sexual

 

Las Asambleas de Dios cree que las relaciones sexuales fuera del matrimonio están prohibidas por ser pecaminosas. Las relaciones sexuales fuera del matrimonio incluyen,       aunque no se limitan a: el adulterio, la fornicación, el incesto, el bestialismo, la pornografía, la prostitución, el voyeurismo, la pedofilia, el exhibicionismo, la sodomía, la poligamia, el poliamor, o las actos sexuales entre personas del mismo sexo. (Éxodo 20:14; Levítico 18:7–23; 20:10–21; Deuteronomio 5:18; Mateo 5:27–28; 15:19; Romanos 1:26–27; 1 Corintios 6:9–13; Gálatas 5:19; Efesios 4:17–19; Colosenses 3:5; 1 Tesalonicenses 4:3; Hebreos 13:4).

  1. Con respecto a la identidad sexual

 

Las Asambleas de Dios cree que Dios creó a la humanidad a Su imagen: varón (hombre) y hembra (mujer), sexualmente distintos pero con la misma dignidad personal. La Fraternidad apoya la dignidad individual de las personas al afirmar su sexo biológico y al disuadir cualquier y todo intento de cambiar, alterar o estar en desacuerdo con su sexo biológico predominante. Esto incluye, aunque no se limita a: la elección de una reasignación sexual, actos o conductas de travestismo o transexualidad, o conductas no-binarias de intergénero. (Génesis 1:26–28; Romanos 1:26–32; 1 Corintios 6:9–11).

  1. Con respecto a la orientación sexual

 

Las Asambleas de Dios afirma la complementariedad entre el varón y la mujer, y enseña que cualquier y toda atracción sexual hacia personas del mismo sexo debe ser resistida. Por consiguiente, los creyentes deben refrenarse de cualquier y toda relación o conducta sexual con personas del mismo sexo. (Génesis 1:27; 2:24; Mateo 19:4–6; Marcos 10:5–9; Romanos 1:26–27; 1 Corintios 6:9–11).

IV. Una palabra dirigida a la Iglesia

            Las Asambleas de Dios cree que todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y que deben buscar redención mediante la confesión, el arrepentimiento, el bautismo, y la fe en Jesucristo. Nuestra Fraternidad da la bienvenida y trata con respeto, compasión y sensibilidad a todas las personas que experimentan atracción por el mismo sexo o confiesan hechos sexuales inmorales, y se comprometen a resistir la tentación sexual, refregándose de la inmoralidad sexual, y transformando su conducta según las enseñanzas bíblicas. (Mateo 11:28–30; Romanos 3:23; 1 Corintios 10:13; Efesios 2:1–10; Hebreos 2:17–18; 4:14–16)

            Los creyentes que luchan con tentaciones homosexuales y están confundidos respecto de su identidad sexual, deben ser alentados y fortalecidos por sus compañeros cristianos (Gálatas 6:1-2). Asimismo, se les debe enseñar que, aunque la tentación a pecar es universal, la tentación en sí no es pecado. La tentación puede resistirse y vencerse (1 Corintios 10:13; Hebreos 12:1-6).

            Los imperativos morales de la Escritura incumben a todas las personas. Sin embargo, los creyentes no deben asombrarse de que los no creyentes no honren a Dios ni reconozcan la Biblia como una demanda legítima sobre sus vidas y su conducta (1 Corintios 1:18). En su primera carta, Pedro escribe claramente acerca del conflicto y el contraste entre el creyente y el no creyente:

Por tanto, ya que Cristo sufrió en el cuerpo, asuman también ustedes la misma actitud; porque el que ha sufrido en el cuerpo ha roto con el pecado, para vivir el resto de su vida terrenal no satisfaciendo sus pasiones humanas sino cumpliendo la voluntad de Dios. Pues ya basta con el tiempo que han desperdiciado haciendo lo que agrada a los incrédulos, entregados al desenfreno, a las pasiones, a las borracheras, a las orgías, a las parrandas y a las idolatrías abominables. A ellos les parece extraño que ustedes ya no corran con ellos en ese mismo desbordamiento de inmoralidad, y por eso los insultan. Pero ellos tendrán que rendirle cuentas a aquel que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos (1 Pedro 4:1-5).

            Como cristianos, debemos exhortar a los creyentes a vivir en pureza moral y expresar en palabra y hecho el amor de Cristo por los perdidos. Conscientes de las demandas de Dios sobre cada aspecto de nuestra vida, debemos enfatizar que somos llamados a la santidad. Debemos alcanzar a los no creyentes con compasión y humildad. No debemos ser maliciosos hacia los homosexuales y los que luchan con su identidad sexual o tener temor de ellos, ya que tales actitudes no son de Cristo. Al mismo tiempo, no debemos aprobar la conducta sexual que Dios ha definido como pecaminosa, ya sea homosexual o heterosexual.

            Los cristianos también deben hacer todo lo que puedan para ayudar a la persona que ha luchado con conductas y deseos homosexuales, para que los pueda cambiar y que pueda encontrar liberación. El cambio no siempre es fácil, pero es posible. Puede que requiera de la ayuda de otras personas en el cuerpo de Cristo, como consejeros y pastores, además del apoyo de la fraternidad eclesial. Existen también organizaciones cristianas que ayudan a aquellos que buscan cambiar su estilo de vida.

            Deseamos que todos sean reconciliados con Dios y que experimenten la paz y el gozo que surge del perdón del pecado a través de una relación personal con Jesucristo. Dios no quiere que ninguno se pierda en sus pecados e invita a todos a que acepte Su ofrecimiento de vida eterna (Juan 3:16). Como parte de Su iglesia, extendemos a todos la invitación a vivir en Cristo.

 La inspiración, inerrancia y autoridad de las Escrituras

La comprensión que tiene las Asambleas de Dios de las Escrituras ha sido formulada en el primer artículo de la Declaración de las Verdades Fundamentales de la Fraternidad: «Las Escrituras, tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento, son verbalmente inspiradas por Dios y son la revelación de Dios al hombre, la regla infalible e inapelable de fe y conducta (2 Timoteo 3:15-17; 1 Tesalonicenses 2:13; 2 Pedro 1:21)

EXPLICACIÓN DE LOS TÉRMINOS

            Por tanto, entendemos que la Biblia es la Palabra de Dios, ya que Dios mismo reveló su voluntad y propósito a los escritores que escogió (Amós 3:8), quienes documentaron con fidelidad y precisión lo que les fue revelado para la inclusión final y providencial en nuestro canon de sesenta y seis libros.

            Por inspiración, entendemos esa acción especial del Espíritu Santo por la que guió a los escritores de la Biblia. Tal supervisión influyó en los pensamientos y la elección misma de palabras de los escritores, aunque también permitió que se manifestaran su trasfondo, sus habilidades y personalidad. Además, la inspiración se aplica a todo lo que escribieron tal como se encuentra en el canon de la Escritura.

            Por infalibilidad, entendemos que las Escrituras son veraces y confiables en lo que tienen la intención de afirmar. El término inerrancia es prácticamente sinónimo de infalibilidad y se ha utilizado en este último tiempo para atestiguar que la Escritura, cómo está documentada en los manuscritos originales, los autógrafos, no tiene error. Al carecer de error y ser completamente veraces, las Escrituras son absolutamente confiables (2 Samuel 7:28; Salmo 119:160; Juan 17:17; Colosenses 1:5). La infalibilidad y la inerrancia también se aplican a todas las Escrituras.

Por autoridad, entendemos que todo lo que afirma y enseña la Biblia es verdad. Al revelar el propósito y la voluntad de Dios, la Biblia determina la creencia y la conducta. Por tanto, la afirmación de que la Biblia es la «regla autoritativa de fe y conducta» se entiende como un llamado a aceptar las Escrituras como la autoridad final e inmutable de la doctrina y la ética. 

CONSIDERACIONES BÍBLICAS

            El punto de partida para una comprensión correcta de la doctrina de las Escrituras es la Biblia misma, que da un testimonio reiterado y poderoso de su propia naturaleza. Con claridad reclama autoridad divina e inspiración plena.

La enseñanza de Jesús es el fundamento de nuestra comprensión. En Mateo 5:18, se cita a Jesús: «Les aseguro que mientras existan el cielo y la tierra, ni una letra ni una tilde de la ley desaparecerán hasta que todo se haya cumplido»  1. Sea que tomemos esta alusión al alfabeto hebreo de manera literal o figurado, la fuerza es la misma. Jesús pensaba que las Escrituras tenían una significación eterna, aun en sus detalles más mínimos. Si Jesús no hubiera afirmado la inspiración e infalibilidad completa de las Escrituras, la fuerza de su argumento se perdería.

            La insistencia de Jesús en la confiabilidad y autoridad de cada fragmento de las Escrituras se ve también en otros pasajes. En Juan 10:34-38, hace referencia a una breve declaración de los Salmos (82:6) y argumenta que ni esa ni ninguna otra parte de la Ley puede ser quebrantada. Si Jesús hubiera pensado que la inspiración de las Escrituras era parcial, y que estaban sujetas a errores en algún detalle, sin duda no hubiera hablado de la manera que habló. La validez de la declaración de Cristo en Mateo 22:32 descansa sobre un detalle escritural preciso, a saber, el tiempo presente del verbo «ser» («Yo soy»). En su interrogación a los fariseos en Mateo 22:43–45, la fuerza del diálogo descansa sobre el uso de una palabra: «Señor».

            La confianza de Jesús en los detalles de la Escritura se refleja asimismo en las epístolas del Nuevo Testamento. Por ejemplo, en Gálatas 3:16, Pablo depende de una distinción de número —singular y plural— «descendencia» versus «descendientes», para que su argumento tenga fuerza. Tal dependencia en los detalles más mínimos, incluso tiempos verbales, palabras específicas y número gramatical (singular o plural), es significativa sólo a la luz de la inspiración completa de las Escrituras, que son inerrantes incluso en sus detalles.

            Una de las declaraciones más contundentes sobre la plena inspiración de las Escrituras se encuentra en 2 Timoteo 3:16. Este pasaje, así como se traduce en muchas de sus versiones (RV, NTV, LBLA, DHH, entre otras) comienza con «Toda [o «cada»] Escritura es inspirada por Dios» [«o dada por inspiración de Dios»]. Sin embargo, el término griego traducido como «inspirada» es theopneustos, que literalmente significa «inspirada por Dios». La Nueva Versión Internacional (NVI) en inglés lo traduce más vívidamente por «aliento de Dios», y otra versión en inglés (ESV) lo expresa de manera similar: «es exhalada por Dios». Theopneustos señala a Dios como la fuente de la Escritura pero también significa que la Escritura sigue siendo vital, ya que el Espíritu de Dios continúa  vivificando en lectores y oidores receptivos.El escritor a los Hebreos expresa un entendimiento similar: «Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón» (Hebreos 4:12).

            En cuanto a la esencia de la Escritura como «aliento de Dios», también debería notarse su relevancia inmediata y práctica para la vida del pueblo de Dios. Pablo continúa diciendo que es «útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra» (2 Timoteo 3:16–17). La intención de la Palabra inspirada es penetrar y ordenar cada aspecto de las creencias públicas y privadas de los cristianos, así como su conducta.

            Este pasaje también afirma que lo que es verdad de una parte de la Escritura es verdad de todas las Escrituras; es decir, tanto una parte como el conjunto de las Escrituras son únicamente el producto de Dios. En el momento en que Pablo escribió a Timoteo, las Escrituras estaban conformadas por lo que hoy conocemos como el Antiguo Testamento. Pero Pablo instó a Timoteo a que incluyera en la comprensión de la Escritura «mis enseñanzas, mi manera de vivir, mi propósito, mi fe, mi paciencia, mi amor, mi constancia» (3:10). Es más, prosiguió desafiando a Timoteo: «permanece firme en lo que has aprendido y de lo cual estás convencido» (3:14). Desde su infancia, Timoteo había sido instruido en «las Sagradas Escrituras, que pueden darte la sabiduría necesaria para la salvación mediante la fe en Cristo Jesús» (3:15). Así que Pablo incluye en su expresión «toda la Escritura» el mensaje que ha recibido y predicado, y que llegó a formar el fundamento del Nuevo Testamento. Y, de hecho, Pedro afirmó que las cartas de Pablo se encuentran entre las Escrituras (2 Pedro 3:15–16).

            Otro pasaje importante que ofrece gran conocimiento acerca de la función y la naturaleza de la inspiración es 2 Pedro 1:21: «Porque la profecía no ha tenido su origen en la voluntad humana, sino que los profetas hablaron de parte de Dios, impulsados (pheromenoi) por el Espíritu Santo». En su contexto, este pasaje señala la singularidad de las Escrituras cuando se las comparan con afirmaciones de inspiración humana, y declara: «Tenemos también la palabra profética más segura» (1:19, RV). Las personas que escribieron las Escrituras lo hicieron a través de la acción singular y poderosa del Espíritu Santo.

Por lo tanto, el testimonio uniforme de las Escrituras es claro: Dios se dio a conocer a la mente del escritor (revelación); el Espíritu Santo guió la transmisión de su revelación mediante palabras (inspiración) ; y, a través de la actividad continua del Espíritu Santo (iluminación), recibimos la revelación original al encontrarnos con las Escrituras.

IMPLICACIONES DE LA DOCTRINA

            La declaración de que las Escrituras son la revelación de Dios a los seres humanos, la regla autoritativa de fe y conducta, exige que sean vistas como dignas de semejante afirmación. ¿Proveería Dios un instrumento defectuoso a los seres humanos con el cual dirigir sus vidas? ¿Acaso no se aseguraría de que la fuente de sabiduría y conducta careciera de error alguno, y que fuera plenamente confiable? Él ha inspirado a los escritores por el Espíritu Santo y, en ese proceso, nos ha dado textos para nuestra dirección y guía que son plenamente confiables para conducirnos a la salvación, la adoración y el servicio.

            Es digno de notar que, una y otra vez, las Escrituras declaran que son «la Palabra de Dios». El Antiguo Testamento tiene una abundancia de frases tales como «Dios dijo» (Génesis 1:3, 6, 9, 14, 20, 24), «así dice el Señor» (Éxodo 4:22, 1 Samuel 2:27, y más de cuatrocientos pasajes adicionales), y «la palabra del Señor vino» (Génesis 15:1, 4; 1 Samuel 15:10; Jeremías 1:2, 4, 11, 13). En otros pasajes, la Escritura corresponde a la autoría divina: «dice» (Romanos 3:19; 15:10; 1 Pedro 2:6); «está escrito» (Mateo 4:4, 6, 10; Hechos 1:20); y «la Escritura dice» (Romanos 9:17; 10:11; 11:2). Esto muestra que la voz de Dios comunicada a los profetas se equipara con las Escrituras. Los escritores afirman que escriben las palabras de Dios.

            Además, repetidas veces la Escritura afirma ser «verdad», como se expresa de manera vívida en la oración sacerdotal de Jesús: «Tu palabra es verdad» [alētheia, no alēthēs; es decir, «verdad» y no «verdadera»] (Juan 17:17). El Antiguo Testamento a menudo reiteraba la veracidad de Dios: «Dios no es un simple mortal para mentir y cambiar de parecer» (Números 23:19); «Señor mi Dios, tú que le has prometido tanta bondad a tu siervo, ¡tú eres Dios, y tus promesas son fieles!» (2 Samuel 7:28); «Tu palabra, Señor, es eterna, y está firme en los cielos» (Salmo 119:89); y «toda palabra de Dios es digna de crédito» (Proverbios 30:5). En el Nuevo Testamento, y más específicamente en la enseñanza de Pablo, hay pasajes parecidos: «Dios, que no miente» (Tito 1:2). Y la carta a los Hebreos señala de manera similar: «Es imposible que Dios mienta» (Hebreos 6:18). La verdad es un atributo de Dios, y el Espíritu de Dios es el Espíritu de la verdad (Juan 14:17; 15:26; 16:13).

            Al afirmar la inerrancia de las Escrituras, nos remitimos a los autógrafos (a los manuscritos originales tal como nos llegaron de los autor[es]). La inerrancia absoluta se afirma sólo con respecto a los escritos originales. Esos escritos originales, por supuesto, ya no existen; sin embargo, la redacción puede determinarse con una precisión increíble. A través de los siglos, los expertos en crítica textual han llevado a cabo, y lo siguen haciendo, comparaciones rigurosas entre millares de textos bíblicos antiguos para determinar con precisión el original. De hecho, la Biblia es el libro de la antigüedad mejor avalado, y se nos asegura que el texto es fiable, que ciertamente es digno de confianza. Es más, el texto evidencia el cuidado providencial de Dios a través del trabajo riguroso y minucioso de escribas y eruditos fieles a lo largo de los siglos.

            También podemos estar seguros de que nuestras principales traducciones de la Biblia, en la medida en que son fieles a los textos originales, comunican de manera fidedigna la Palabra infalible de Dios hoy. El lector puede confiar que estas traducciones principales fueron realizadas, y son continuamente revisadas, por eruditos respetados que están dedicados a la tarea de transmitir con exactitud la Palabra de Dios de las lenguas originales a los lectores modernos.

            Es importante notar que las afirmaciones de inerrancia conciernen a lo que declara y afirma la Escritura más que a la información que sólo se comunica con precisión. Es cierto que la Biblia documenta correctamente falsas declaraciones hechas por personas impías (por ejemplo, los consoladores de Job) e incluso las palabras de Satanás (por ejemplo, Génesis 3:1–5). En otras ocasiones, los escritores bíblicos citan documentos no canónicos y no inspirados, lo cual demuestra la veracidad de esa cita pero no confiere autoridad a la fuente (por ejemplo, Judas utiliza la Asunción de Moisés y el Libro de Enoc). Asimismo, no debe entenderse que cada hecho registrado en la Escritura está de acuerdo con el orden divino de Dios.

            La inerrancia de las Escrituras debe también considerarse a la luz de su contexto histórico y cultural. La Biblia llega a nosotros desde el Antiguo Cercano Oriente, una cultura y una época muy distantes del presente. Por ende, la exactitud científica en torno a los números y las citas que se espera de la escritura técnica contemporánea no se aplica a los textos bíblicos.

            Los autores bíblicos usaron el lenguaje de la apariencia para describir su mundo, así como suelen hacerlo los autores modernos. Es decir, escribieron desde su perspectiva y no en términos técnicos. Así, por ejemplo, podían hablar (como lo siguen haciendo los autores modernos) del sol «saliendo» o «poniéndose», con absoluta veracidad. Con respecto a los milagros, los escritores nos narran lo que vieron y experimentaron sin tratar de explicar el misterio en términos científicos. Por tanto, el milagro del cruce del Mar Rojo, por ejemplo, se anuncia de manera casual: «El Señor envió sobre el mar un recio viento del este que lo hizo retroceder» (Éxodo 14:21-31). Otros milagros del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento se comunicaron de manera similar, tal como se habían observado. Los escritores informan los hechos poderosos de Dios que experimentaron, y los atribuyen a su intervención misericordiosa. El objetivo final de los escritores es llamar a sus lectores a tener la misma fe en su Dios poderoso que mostraron ellos. 

            La inerrancia de las Escrituras no queda invalidada por el uso de las numerosas figuras de dicción y los diversos géneros literarios. A través de la Biblia, encontramos parábolas, analogías, símiles, metáforas, hipérboles, símbolos, etc. Entre otros géneros literarios, los escritores emplearon el género narrativo, poético, apocalíptico, profético, didáctico y epistolario para transmitir la verdad de Dios. Una interpretación precisa de los textos bíblicos requiere prestar suma atención a sus formas literarias.

            En lo que concierne al Espíritu Santo usando a seres humanos en el proceso de producción de las Escrituras, debe comprenderse que los autores usaron sus habilidades gramaticales particulares. Por lo tanto, encontrar lo que la gente moderna consideraría construcciones gramaticales incorrectas de ninguna manera resta valor a la inerrancia bíblica.

            Encontrar en la Biblia detalles que no pueden entenderse en el presente, o que pueden parecer erróneos o contradictorios, no significa que la Biblia está errada. Una y otra vez, los estudios históricos, arqueológicos y filológicos avanzados han corroborado la veracidad de informes bíblicos después de que éstos se habían declarado erróneos. Los detalles históricos de la Biblia tienen una trayectoria asombrosa de autentificación. La humildad exige que, al considerar algún pasaje problemático, continuemos procurando comprender y no nos precipitemos a juzgar con tono perentorio las Escrituras como si tuvieran errores.

            El Dios personal de la creación, la redención y la consumación quería de tal manera comunicarse con el pueblo que creó que eligió darse a conocer. Él supervisó la transmisión escrita de esa actividad reveladora de una manera tan poderosa que podemos confiar en ella plenamente. Mediante el poder del Espíritu Santo, Él sigue iluminando su revelación escrita en el corazón y la mente de las personas que se han abierto a leer, escuchar y obedecer la Biblia, con su fuerza vivificante.

CONSIDERACIONES HISTÓRICAS

            Respecto a la doctrina de la inspiración, al igual que otras notables doctrinas de la iglesia cristiana, es importante entender lo que la iglesia ha creído a través de los siglos. Si bien la discusión en torno a la inerrancia de la Escritura es sobre todo un fenómeno de años más recientes, un estudio de la historia eclesiástica sugiere que la iglesia tiene una perspectiva muy elevada de la inspiración de las Escrituras desde hace mucho tiempo, y que la infalibilidad e inerrancia están implícitas en esa perspectiva. 

            Durante el período patrístico, se consideraba que las Escrituras eran el trabajo distinguido del Espíritu Santo, que llevaba adelante el mensaje divino. Para los padres de la iglesia, la inspiración se extendía incluso a la fraseología de la Biblia. Por lo tanto, Clemente de Alejandría recalca las palabras de Cristo en Mateo 5:18, al decir que ni siquiera una jota ni una tilde pasará porque la «boca del Señor, el Espíritu Santo, los pronunció» (Protréptico [Exhortación a los gentiles], IX). Gregorio Nacianceno sugiere que los trazos más pequeños de las Escrituras se deben al cuidado del Espíritu Santo, y que debemos ser meticulosos a la hora de considerar cada sombra de significado, por más mínima que sea (Oración 2, 105). Justino Mártir hizo una distinción entre la inspiración divina y humana, y habló de la Palabra divina que movió a los escritores de las Escrituras (La primera apología, 36). Ireneo afirmó que podemos estar seguros de que «las Escrituras son perfectas, pues fueron dictadas por el Verbo de Dios y por su Espíritu» (Contra las herejías, 2.28.2). Prácticamente no hay duda de que los primeros padres tenían una perspectiva muy elevada de la inspiración, y que ésta se extendía a los detalles más minuciosos de las Escrituras.

            Los reformadores, en su búsqueda de autoridad, aceptaron fácilmente la doctrina de la inspiración y, de manera implícita, la infalibilidad y la inerrancia. Zuinglio apeló a ambos Antiguo Testamento y Nuevo Testamento en su defensa de la doctrina cristiana pura (véase De la certeza y claridad de la palabra de Dios). Calvino declaró que, puesto que el Espíritu Santo auténtica las Escrituras, «afirmamos con certeza absoluta (como si estuviéramos mirando la majestad de Dios mismo) que [la Escritura] ha fluido hacia nosotros de la boca misma de Dios por el ministerio de los hombres» (Institución de la religión cristiana, I, 7, 5). Lutero argumentó a favor de una perspectiva elevada de la inspiración y creía que las Escrituras carecían de error (véase su Respuesta a Latomus, 8.98.27). Aunque los reformadores no dedicaron una parte decisiva de su teología al tema de la inspiración, es evidente que aceptaron la plena autoridad de las Escrituras.

En la época del racionalismo, el blanco de ataque fue la aplicación de la inspiración a las minucias, es decir, a los detalles más mínimos de la Biblia. En el espíritu del Renacimiento, emergieron estudios lingüísticos y de crítica textual. El acercamiento racionalista proponía que, si se podía demostrar que había errores en el texto de la Escritura, la doctrina completa de la inspiración se derrumbaría. Este tipo de razonamiento despertó una serie de afirmaciones precipitadas de que la Biblia estaba llena de errores y, de ese modo, sus críticos esperaban destruir la doctrina entera de la inspiración.

            Para responder a las acusaciones de que las Escrituras están llenas de errores, hay que apelar primero a las declaraciones de la Escritura misma, como se hizo en este escrito. Si aceptamos que las Escrituras son la Palabra de Dios, como se establece con claridad en el texto bíblico, esa Palabra debe tener prioridad sobre nuestras racionalizaciones. Las Escrituras son inerrantes porque son inspiradas por Dios, y no son inspiradas a raíz de su inerrancia. El primer enfoque es bíblico y conduce a una perspectiva correcta de la inspiración y la infalibilidad; el segundo enfoque es racionalista y abre la puerta a la especulación humana.

LA AUTORIDAD DE LA ESCRITURA

            Afirmamos que Dios ha provisto para todos los tiempos un registro inspirado, inerrante y autoritativo de su revelación en la Biblia, nuestras Santas Escrituras 2. Sostenemos que las Escrituras son la revelación plena y fidedigna de Dios para la salvación de todas las personas y, por tanto, son una fuente fidedigna para la fe, la enseñanza y la práctica. Las Escrituras definen la cosmovisión, la moralidad y ética del creyente. Es más, las Escrituras no son una mera fuente autorizada entre otras, sino la fuente de autoridad final. El Espíritu Santo, que inspiró a los escritores en su tarea de llevar un registro de la revelación de Dios, da vida a los escritos y a través de ellos, para que continúen hablando con claridad y autoridad al lector contemporáneo. Él no habla a través de los supuestos profetas o líderes religiosos que enseñan cualquier creencia o acción que no esté validada por las Escrituras. Por consiguiente, rechazamos cualquier filosofía contemporánea, método de interpretación, o supuesta profecía que altera o se opone a la naturaleza y el significado de «la fe encomendada una vez por todas a los santos» (Judas 3; 2 Pedro 1:20-21).

Nosotros, la comunidad de fe, nos acercamos con humildad a la revelación bíblica, pidiendo al Espíritu Santo que hable a través de ella, y que conforme nuestra voluntad y cosmovisión a ella. Concedemos la primacía absoluta a la revelación bíblica, y estamos seguros de que nos guiará a toda

1 Todas las citas de la Escritura son extraídas de la Nueva Versión Internacional (NVI), a menos que se indique lo contrario.

2 Con frecuencia se hace referencia a la Biblia utilizando el singular «Escritura» para abarcar todo el canon de sesenta y seis libros. También puede designarse «las Escrituras», reconociendo la multiplicidad de libros y al mismo tiempo su compilación en un canon unitario. En el uso popular, un versículo o pasaje puede denominarse «una escritura»

 El reino de Dios como está descrito en las Santas Escrituras

Los términos reino de Dios y reino de los cielos frecuentemente se encuentran en las Santas Escrituras y en el uso contemporáneo cristiano. Sin embargo, hay gran desacuerdo sobre el significado y aplicación de estos términos. Parte de este desacuerdo es un asunto sencillo de interpretación de los puntos menores, pero otras partes son cruciales, desafiando a los principios fundamentales de las creencias tradicionales evangélicas y pentecostales. Por esta razón, es apropiado articular los aspectos esenciales del reino de Dios que sostiene las Asambleas de Dios.

Significado lingüístico del término Reino
El significado principal de malkuth (hebreo) y basileia (griego) es la autoridad o reinado de un rey. El territorio, súbditos, y funcionamientos del reino son significados secundarios.

El reino de Dios es la esfera del reinado de Dios (cf. Salmos 22:28). Pero aun así el hombre pecaminoso participa de la rebelión universal contra Dios y su autoridad (1 Juan 5:19, Apocalipsis 11:17,18). Por medio de la fe y la obediencia, el hombre puede volver la espalda a su rebelión, ser regenerado por el Espíritu Santo, y llegar a ser parte del Reino y su funcionamiento. Aunque la participación humana en el reino es voluntaria, el reino de Dios está presente, sea o no reconocido y aceptado por la gente.

El Reino es descrito de varias maneras, como “reino de los cielos” (Mateo 13:11), “reino de Dios”, “el reino de Cristo y de Dios” (Efesios 5:5), y “reino de nuestro Señor y de su Cristo” (Apocalipsis 11:15). Jesús muchas veces habló del reino como “mi reino” ( Lucas 22:30). Pablo, refiriéndose a Jesucristo, lo llamó “reino de Cristo Jesús” (2 Timoteo 4:1). Todos esto términos se refieren al reino de Dios.

El reino de Dios en el Antiguo Testamento
“El reino del Señor” aparece una vez en el Antiguo Testamento: malkuth Yahvé (1 Crónicas 28:5). Obviamente el “reino” aparece muchas veces para significar un territorio o dominio aquí en la tierra. “Dominio” o “reinado” es a veces la traducción de la idea de la autoridad y el poder de Dios (Salmos 22:28; 45:6; 66:7; 103:19; 145:11–13;). A través del Antiguo Testamento (pero especialmente en los Salmos y profetas) la idea de Dios como el Rey que gobierna sobre su Creación y sobre Israel se expresa claramente. Aunque el reino inmediato de Dios es evidente en el Antiguo Testamento, también hay un fuerte énfasis en el futuro cumplimiento del reino universal de Dios. Esta anticipación frecuentemente coincide con las expectaciones mesiánicas de la primera y la segunda venida (cf. Isaías 9:6,7; 11:1–12; 24:21–23; 45:22–23; Zacarías 14:9). Daniel 4:34 describe el reino de Dios como “dominio...sempiterno” y un “reino por todas las edades”.

El reino en el Nuevo Testamento
Mientras que la idea del reino universal de Dios penetra el Antiguo Testamento, el reino de Dios tiene un significado e importancia adicional en las enseñanzas y en el ministerio de Jesús. Este ministerio empieza con la proclamación “el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 3:2; 4:17; Marcos 1:15). Aunque Jesús nunca definió específicamente el reino, Él lo ilustraba por medio de parábolas (Mateo 13; Marcos 4) y demostraba su poder en su ministerio. Enseñaba a sus discípulos a proclamar el reino al mandarlos a participar en el ministerio misionero (Mateo 10:7; Lucas 9:2; 10:9,11). Cada descripción de Jesucristo como Señor es un recordatorio de que Él es el soberano del reino de Dios.

De los varios contextos de la palabra reino en los Evangelios, el reinado de Dios se ve como (1) un presente reino o esfera en el cual las personas están entrando ahora, y (2) un futuro orden apocalíptico en el cual los justos entrarán al fin del mundo.

Entonces el reino de Dios es tanto una realidad actual como una promesa de un cumplimiento futuro. El Reino estuvo presente en la tierra en la persona y los hechos de Jesús durante el tiempo de su encarnación. Después de la resurrección, el Cristo resucitado está presente por su Espíritu, y donde esté su Espíritu, el Reino está presente. La plenitud del reino espera la llegada final apocalíptica al fin de esta era (Mateo 24:27,30,31; Lucas 21:27–31).

El estado del Reino ahora
Así como algunos que seguían a Jesús “pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente” (Lucas 19:11), algunos hoy están esperando que los cristianos transfieren la plenitud del reino a un reinado terrenal. Cuando los fariseos preguntaron a Jesús la hora en que vendría el reino de Dios, Él respondió, “el reino de Dios está entre vosotros” (Lucas 17:21). El restaurado reinado de Dios pronto sería una realidad, porque Aquel que reclamaba el territorio usurpado estaba ya en la tierra para cumplir su obra de redención. La victoria sobre el dominio de Satanás ya empezó.

Hoy, la obra redentora está terminada, aunque la realidad del reino último es limitada. En la era presente, el poder del Reino no detiene el proceso de envejecimiento y muerte. Aunque Dios a veces subyuga las leyes naturales por un acto soberano o en respuesta a la oración y fe de los creyentes, el Reino todavía funciona por medio de seres humanos falibles. La iglesia no cambiará finalmente el mundo antes de la Segunda Venida. Las acciones políticas y sociales justas son importantes, pero el énfasis principal del Reino es la transformación espiritual de los individuos que componen el cuerpo de Cristo. El Milenio y la última expresión del Reino no vendrá sin el regreso físico de Jesucristo a la tierra (Lucas 21:31). El Reino ya está presente, pero no está completo. Es tanto presente como futuro.

El período entre la primera y la segunda venida de Cristo (esta era presente) está marcado por el enfrentamiento violento entre el poder del Reino y el poder que domina al mundo en esta era presente. El conflicto divino con lo demoníaco caracteriza la era presente. Es la era de conflicto como también la era del Espíritu. Los creyentes tienen que combatir las fuerzas del mal (Efesios 6:12).

No tenemos la garantía del buen éxito total e instantáneo en este conflicto. Cada victoria sobre la enfermedad, el pecado, la opresión, o lo demoníaco es un recordatorio del poder actual del reino y de la victoria final venidera, una victoria asegurada por la resurrección. Estamos llamados a combatir la enfermedad, pero enfrentamos la realidad de que no todos aquellos por los que se ora serán sanados. Estamos en armonía con los propósitos de Dios en esta era al enfrentar la enfermedad de toda manera posible; nos regocijamos con las victorias notables pero no estamos perplejos cuando algunos no son sanados. No nos rendimos al mal ni a las luchas del tiempo actual; pero tampoco nos enfurecemos con Dios ni culpamos a otros cuando toda petición no es concedida.

La esencia de la vida llena del Espíritu es combatir las fuerzas del mal, completamente conscientes de que la liberación total siempre es una posibilidad pero no viene inmediatamente en cada situación (cf. Romanos 8:18–23). Algunos de los héroes de la fe (Hechos 12:2; 2 Corintios 11:23–12:10; Hebreos 11) sufrieron o murieron, posponiendo su liberación a un tiempo futuro. No nos rendimos a los estragos del mal; no nos rendimos a la lucha. Como instrumentos del Reino en esta era presente, fielmente debemos combatir contra el mal y el sufrimiento.

El Espíritu Santo y el Reino de Dios
Como pentecostales reconocemos la función del Espíritu Santo en la inauguración y en el continuo ministerio del Reino. En su bautismo, Jesús fue ungido con el Espíritu (Mateo 3:16; Marcos 1:10; Lucas 3:22). Sus actos de poder, vigorizados por el Espíritu de Dios, trajeron sanidad a los enfermos y restauración espiritual a los hombres y mujeres pecaminosos. El descenso del Espíritu en su bautismo fue un punto significativo en el ministerio de Jesús. “Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto” (Lucas 4:1). La obra del Espíritu en el ministerio de Jesús demostraba la presencia del Reino.
Jesús describió la función o ministerio del Espíritu Santo en el reino de Dios. Como parte del cumplimiento de la profecía del Antiguo Testamento, Él dijo a sus discípulos: “Seréis bautizados con el Espíritu Santo” (Hechos 1:5). El poder del Reino, manifestado en la Cruz, la resurrección, y la ascensión, fue transmitido a todos los que serían llenos del Espíritu. La era del Espíritu es la era de la iglesia, la comunidad del Espíritu. Por medio de la iglesia, el Espíritu continúa el ministerio del reino de Jesús mismo.

El Reino como una realidad futura
El carisma bíblico, proclamación ungida de la Palabra, y la confirmación de señales y milagros son signos distintivos de que el reino de Dios está obrando ahora mismo. El reino de Satanás ya ha sido invadido por Jesús en el poder del Espíritu (Mateo 12:25–29; Colosenses 1:13; 2:15). Pero la destrucción final de Satanás y la victoria completa sobre todo mal es parte de una futura consumación escatológica (Apocalipsis 20:10).

Creemos en el regreso premilenario de Cristo, eso es, antes del período de mil años descrito en Apocalipsis 20. Creemos que estamos viviendo en los últimos días de la era presente; el próximo cumplimiento importante de la profecía bíblica será el rapto, o el arrebatamiento físico, de la iglesia de la tierra (1 Corintios 15:51–52; 1 Tesalonicenses 4:14–17). Creemos que el rapto de la iglesia es inminente (Marcos 13:32–37), que sucederá antes de la gran tribulación (1 Tesalonicenses 4:17,18; 5:9), y que es “la esperanza bienaventurada” (Tito 2:13) que esperamos aun cuando las señales de los cielos y la tierra muestran el fin venidero de esta era (Lucas 21:25–28).

La segunda venida de Cristo incluye el rapto físico de los santos seguido por la venida visible de Cristo con sus santos para reinar sobre la tierra por mil años (Zacarías 14:5; Mateo 24:27,30; Apocalipsis 1:7; 19:11–14; 20:16). Satanás será atado y estará inactivo por primera vez desde su rebelión y caída (Apocalipsis 20:2). Este reinado milenario de Cristo traerá el establecimiento de la paz universal (Salmos 72:3–8; Isaías 11:6–9; Miqueas 4:3,4) por primera vez desde la caída del hombre. Como lo prometen las Escrituras, “luego todo Israel será salvo” (Romanos 11:26) y traído al reino milenario ( Ezequiel 37:21,22; Sofonías 3:19,20; Romanos 11:26,27).

El Reino y la Iglesia
El reino de Dios no es la Iglesia. Pero hay una relación inseparable entre los dos. La iglesia invisible y verdadera es el cuerpo espiritual del cual Cristo es la cabeza (Efesios 1:22,23; Colosenses 1:18). Incluye a todos los que han creído, o creerán, en Cristo como Salvador desde el inicio de la Iglesia hasta el tiempo en que Dios la lleve del mundo.

El reino de Dios existía antes del principio de la Iglesia y seguirá después de que la obra de la Iglesia sea terminada. Por lo tanto, la Iglesia es una parte del Reino, pero no es todo. En la era presente, el reino de Dios está obrando por medio de la Iglesia. Cuando la Iglesia haya proclamado el evangelio del Reino “en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones” (Mateo 24:14), el drama de los sucesos de los últimos días comenzará. Finalmente, Cristo reinará en majestad sobre su reino eterno, que incluirá a la Iglesia glorificada.

El reino de Dios y los reinos de la tierra
Actualmente el reino de Dios y los reinos de este mundo existen lado a lado. No obstante, estos reinos no serán uno mismo hasta que Cristo venga y los reinos de este mundo pasan a ser los reinos “de nuestro Señor y de su Cristo” (Apocalipsis 11:15). El reino de Dios puede trabajar dentro de cualquier sistema político actual pero no está identificado con ninguno. Los creyentes llevan el evangelio del Reino al mundo para que los individuos puedan escoger voluntariamente el señorío de Jesucristo.

Aunque todos los gobiernos humanos están actualmente, hasta cierto punto, bajo la influencia del maligno (Daniel 10:13,20; Juan 12:31; 14:30; Efesios 6:12), la Biblia enseña que el gobierno es ordenado por Dios para que a su vez mantenga el orden y castigue a los malhechores (Romanos 13:1–7). Las autoridades gubernamentales son siervos de Dios, (Romanos 13:6) lo reconozcan o no. Los ideales de justicia y decencia hallados en el gobierno y en la sociedad son el legado de la gracia de Dios en el mundo (Romanos 1:20; 2:14). Aunque estén en rebelión, los reinos del mundo son aún responsables ante Dios y tienen que dar cuenta por los actos de injusticia y maldad.

Aunque el reino de Dios no es una entidad política actual, sus súbditos son responsables de ejercer una influencia positiva en su sociedad. La Biblia no da instrucciones claras a los cristianos sobre cómo combatir los males sociales arraigados en las estructuras de nuestra sociedad, y los creyentes sinceros diferirá en los métodos, pero es claro que los cristianos deben ser sal y luz (Mateo 5:13,14). Deben preocuparse por los necesitados (Santiago 1:27; 2:16) y los oprimidos (Santiago 5:4–6). Llenos del Espíritu, y con la oportunidad de influir en la sociedad, están obligados a denunciar las leyes injustas (Isaías 10:1,2) y buscar justicia y bondad (Miqueas 6:8; Amós 5:14,15).

A la misma vez, y sin contradecir el rol de siervos, los hijos de Dios deben estar en el mundo, pero no ser del mundo (Juan 17:11,14,16). El reino de Dios (el reinado de Dios en nuestra vida) se demuestra en nosotros y por medio de nosotros mediante “la justicia, la paz y el gozo en el Espíritu Santo”(Romanos 14:17).

El reino de Dios no es un plan detallado para un cambio cultural radical basado en alguna agenda carnal, teocrática, o revolucionaria, sino que radicalmente cambia la personalidad y la vida humana. Por medio de los hombres y mujeres que reconocen su autoridad y viven por sus normas, el reino de Dios invade el curso de la historia. Este proceso comenzó con la primera venida del Mesías, ha progresado durante la era de la Iglesia, y será completado con el dominio de Cristo al final de los tiempos.

Opiniones erróneas acerca del reino de Dios
Las doctrinas respecto al reino de Dios tienden a errar hacia uno de dos extremos. Un extremo asume que el Reino logra muy poco durante la era de la iglesia. El otro mantiene que el Reino logra demasiado. Algunos enfatizan en la naturaleza celestial del Reino, y esperan poca expresión sobrenatural en la tierra. Debido a que el cumplimiento del Reino es todavía futuro la Iglesia podría retractarse de responsabilidades sociales y cívicas. Otros ubican al Reino primariamente en la tierra. Ellos claman que la mayor parte del poder sobrenatural de Dios está disponible actualmente a una iglesia militante y que el cumplimiento del Reino ocurrirá durante la era de la iglesia. Ambos extremos deben ser evitados.

Venga tu reino
Cristo enseñó a sus discípulos que oraran, “venga tu reino” (Mateo 6:10). El Reino ya está entre nosotros porque ha invadido el dominio de Satanás y ha asegurado la victoria final. De alguna manera el Reino viene cuando la persona recibe a Cristo como Salvador, es sanada o liberada, o es tocada de una manera divina. Pero la futura consumación del reino de Dios – el tiempo cuando todo mal y rebelión serán eliminados – es la esperanza ferviente del cristiano. Entonces con los discípulos oramos, “venga tu reino” – tanto ahora como cuando Cristo regrese.

El rapto de la iglesia, la venida de Cristo por los suyos, pondrá en marcha la consumación y realidad del reino eterno completo. El ángel declarará: “Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 11:15). Con Juan el amado revelador decimos, “sí, ven, Señor Jesús” (Apocalipsis 22:20).

El Texto Bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; Ó renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.

 El Ministerio Pentecostal y La Ordenación

Ministerio es la palabra que por lo general se usa para identificar el trabajo del clero cristiano. En su sentido bíblico, sin embargo, ministerio es un término más completo que adecuadamente denota el trabajo de toda la iglesia, el cuerpo de Cristo en el mundo. Ministerio es lo que la iglesia hace en obediencia a los mandatos de su Señor.

            La palabra ministerio comúnmente se usa para traducir varias palabras del Nuevo Testamento, siendo la más común diakonia 1 (“servicio, ministerio”) y sus formas derivadas. El conjunto de palabras diakonia, incluye también el verbo diakoneō (“servir, ministrar”) y el sustantivo diakonos (“siervo, ministro, diácono”), aparece alrededor de 100 veces y denota básicamente el humilde servicio que una persona ofrece a otra. En la época del Nuevo Testamento por lo general correspondía al siervo que atendía las mesas o cumplía alguna otra tarea de poca importancia.

Jesús, el modelo de nuestro ministerio

            En el Nuevo Testamento Jesucristo enseña acerca del ministerio y muestra cómo debe efectuarse, y no es posible comprenderlo ni llevarlo a cabo excluyendo a Cristo. Por consiguiente, un estudio bíblico del ministerio debe comenzar con la vida y las enseñanzas de nuestro Señor como se presentan en el Nuevo Testamento.

            El ministerio es encarnativo. En Jesús de Nazaret, Dios vino a vivir entre los hombres. El Evangelio según Juan afirma: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1:14). 2 La designación que Mateo hace de Jesús, nacido de una virgen, como “Emanuel… Dios con nosotros” (Mateo 1:23), enseña lo mismo. El Hijo de Dios asumió completa humanidad para acercarse a sus criaturas humanas y asegurarles redención por medio de su sacrificio expiatorio en la Cruz. Como Pablo afirma: “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo” (2 Corintios 5:19).

            El ministerio es kerigmático. Tomado del sustantivo kērygma (“proclamación”), este término subraya la centralidad de la predicación del evangelio. En ningún lugar es más evidente que en el sermón de Jesús en Nazaret: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas (euangelízomai) a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar (kērussō) libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar (kērussō) el año agradable del Señor” (Lucas 4:18,19).

            El ministerio se realiza en el poder del Espíritu Santo. Notablemente, los Evangelios describen la venida del Espíritu sobre Jesús al inicio de su ministerio, inmediatamente después de su bautismo y antes de su actividad pública (Mateo 3:16; Marcos 1:10; Lucas 3:22; Juan 1:32). Pedro describe este acontecimiento como “unción” que dio poder a Jesús para su obra: “Después del bautismo que predicó Juan: cómo Dios ungió (chriō) con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10:37,38). Unas cuantas veces Jesús mismo se refirió al poder del Espíritu que obraba en sus milagros (Mateo 12:28; Lucas 4:14,18).

            El ministerio es servicio en humildad. Para contrarrestar el instinto de bien personal de los discípulos, Jesús señaló la naturaleza de su propio ministerio: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido (diakoneō), sino para servir (diakoneō), y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45). Lucas también da a conocer las palabras de Jesús: “Yo estoy entre vosotros como el que sirve (diakoneō)” (Lucas 22:27). El suceso que mejor ilustra esta actitud de Jesús es la Última Cena, donde Él escarmentó a sus competitivos seguidores: “Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros” (Juan 13:14).

            El ministerio es apacentamiento. Jesús se describió como un fiel y bondadoso pastor que conoce a cada una de sus ovejas y las guía a aguas de reposo y delicados pastos (cfr. Juan 10:1-18). Sin abusar ni aprovecharse de la situación, el Buen Pastor interpone su propio cuerpo entre las ovejas y cualquier peligro. Jesús enfatizó varias veces: “El buen pastor su vida da por las ovejas” (Juan 10:11,15,17,18). En otros pasajes del Nuevo Testamento, se describe a Jesús como “el gran pastor de las ovejas” (Hebreos 13:20), “Pastor y Obispo de vuestras almas” (1 Pedro 2:25), y el “Príncipe de los pastores” (1 Pedro 5:4).

            El ministerio de Jesús culminó en su muerte, la cual voluntariamente padeció como ofrenda sustitutiva por el pecado de la humanidad (Mateo 26:28; Marcos 10:45). En su vida y en su muerte se entregó a sí mismo por otros.

La Iglesia como extensión del ministerio de Cristo

            Los Evangelios indican que el propósito de Jesucristo fue extender su ministerio por medio de la iglesia que Él mismo establecería y edificará (Mateo 16:18). Una de sus primeras obras fue llamar y designar apóstoles “para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar” (Marcos 3:14), lo cual Él hizo.

            Después de su muerte y resurrección, de manera explícita, Cristo comisionó a los apóstoles para que continuaran su ministerio. Con la declaración de su autoridad en el cielo y en la tierra, les encomendó: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mateo 28:19,20).

            Siguiendo con este énfasis, Lucas registra la predicción de Jesús de que el arrepentimiento y perdón de pecados sería predicado en su nombre a todas las naciones. Los discípulos serían sus testigos, y con ese fin muy pronto recibirán el prometido poder celestial (Lucas 24:46-49). El Evangelio según Juan describe la comisión de Jesús a los discípulos: “Como me envió el Padre, así también yo os envío” (20:21). Entonces Jesús sopló sobre ellos y dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (20:22).

            La realidad de un derivado y continuo ministerio llevó a los discípulos a buscar un reemplazante para Judas. Al echar suertes entre Barsabás y Matías, oraron: “Tú Señor… muestra cuál de estos dos has escogido, para que tome la parte de este ministerio y apostolado, de que cayó Judas por transgresión, para irse a su propio lugar” (Hechos 1:24,25). Los apóstoles tenían muy presente la prioridad del ministerio de la Palabra y por eso escogieron siete varones que atendieran los servicios sociales de la iglesia (Hechos 6:4). La labor central del liderazgo en la iglesia primitiva era la proclamación (kērygma) ungida de la palabra de Dios a su pueblo.

            La participación en el ministerio no se limitaba a los Doce, ni siquiera al grupo mayor de apóstoles que incluía a Pablo, Jacobo, y tal vez otros más. Los colaboradores de los apóstoles eran llamados diáconos o “ministros”, como: Febe (Romanos 16:1); Tíquico (Efesios 6:21); Épafras (Colosenses 1:7); Timoteo (1 Timoteo 4:6). De otros se dice que participaban en diakonia (“ministerio” o “servicio”): la familia de Estéfanas (1 Corintios 16:15), Arquipo (Colosenses 4:17), y Marcos (2 Timoteo 4:11). Se escogía a cualificados ancianos y en oración se los comisionó para el ministerio en cada nueva iglesia que fundaron los misioneros (Hechos 14:23). El ministerio, entonces, no era prerrogativa única de una élite apostólica o sacerdotal que luego fuera transferido de generación en generación por un rito de sucesión apostólica. Era un dominante y vibrante don del Espíritu que formaba y vigoriza líderes dondequiera que se fundara iglesias.

La función del Espíritu Santo en el ministerio

            La necesidad de investidura espiritual para el ministerio es aparente en Jesús y los apóstoles. Un requisito en el ministerio de Jesús fue lo que sucedió en su bautismo cuando el Espíritu vino sobre Él (Marcos 1:9-13). Jesús dio claras instrucciones a los apóstoles de que permanecieran en Jerusalén hasta que hubieran recibido Espíritu Santo que les había prometido (Lucas 24:49; Hechos 1:4,5). Sólo después del bautismo en el Espíritu el Día de Pentecostés se lanzaron al ministerio público. Desde ese momento, cumplieron sus ministerios con un notable sentido del poder y la sabiduría del Espíritu. El relato de Hechos demuestra que el bautismo en el Espíritu, seguido por el continuo fortalecimiento del Espíritu, es esencial para un efectivo ministerio cristiano.

            El entendimiento de Pablo respecto de su propia iniciación en el ministerio es revelador. “Del cual [el evangelio] yo fui hecho ministro (diakonos) por el don (dōrea) de la gracia (charis) de Dios que me ha sido dado según la operación (energeia) de su poder (dunamis)” (Efesios 3:7). No hay duda de la comprensión de Pablo de que había sido “llamado” (Romanos 1:1). Él también tenía excelente preparación teológica (Hechos 22:3); pero al describir su ministerio, era mucho más natural para él hablar de la obra interior del Espíritu, que de manera sobrenatural lo dotaba para que fuera ministro del evangelio de Cristo.

Ese mismo sentido de obra soberana y sobrenatural en la preparación de ministros está presente en la exhortación de Pablo a los ancianos de Éfeso, que se refiere en Hechos: “Mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos” (20:28). Aunque probablemente fue un elemento clave en la ordenación pública de estos ancianos, Pablo tenía plena conciencia de una anterior y poderosa obra del Espíritu cuya “ordenación” pública meramente facilitó.

            A través de la historia, la iglesia ha denominado como “llamado al ministerio” la elección divina al servicio vocacional. En efecto, las Escrituras con frecuencia indican que Dios llama a individuos a dedicar su vida exclusivamente a su servicio. Abraham (Génesis 12:1), Moisés (Éxodo 3:6,10), e Isaías (Isaías 6:8,9) son ejemplos del Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento, Jesús personalmente llamó a los Doce (Marcos 3:13,14), y el Espíritu Santo con un mensaje profético apartó a Pablo y a Bernabé para la obra misionera (Hechos 13:2).

            Las Escrituras también favorecen el concepto tradicional de la iglesia de un llamado interior, que describe la consciencia personal del individuo de un llamado de Dios al ministerio, y un llamado externo que da testimonio a la iglesia de que Dios en realidad ha llamado al individuo. Pero siempre hay que recordar que quienes han sido llamados al ministerio han sido primeramente dotados en forma sobrenatural por el Espíritu para que cumplan el llamado. Como Pablo, llegan a ser ministros “por el don (dōrea) de la gracia (charis) de Dios que me ha sido dado según la operación (energeia) de su poder (dunamis)” (Efesios 3:7).

Dones espirituales para el ministerio

            Si es cierto que los dones y el poder del Espíritu afectan el ministerio, entonces el énfasis del Nuevo Testamento en los dones espirituales asume un mayor significado. Pablo, especialmente, insiste en dar atención a los dones espirituales. A los corintios escribió: “De tal manera que nada os falta en ningún don (charisma)…” (1 Corintios 1:7). Y a los romanos: “Porque deseo veros, para comunicaros algún don espiritual (charisma … pneumatikon), a fin de que seáis confirmados” (1:11). Aunque en este último caso Pablo usó juntas ambas palabras --charisma y pneumatikon--, su término preferido para don espiritual es charisma. Con menos frecuencia usó el término pneumatikon, que significa también “dones espirituales” (1 Corintios 12:1,28; 14:1).

            Una amplia gama de dones espirituales afecta y acompaña el ministerio multifacético ya observado en el Nuevo Testamento. El libro de los Hechos de los Apóstoles, con su repetido énfasis en la poderosa y sabia dirección del Espíritu de la misión cristiana, con muchas señales y maravillas, parece ser una teología narrativa de los dones espirituales.

            La enseñanza más amplia de las epístolas del Nuevo Testamento señala que un don especial (o dones) del Espíritu ha sido dado a cada creyente como requisito para uno o más ministerios especiales: “Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia (charis) conforme a la medida del don (dōrea) de Cristo” (Efesios 4:7).

            “De manera que, teniendo diferentes dones (charisma), según la gracia (charis) que nos es dada” (Romanos 12:6). “Pero a cada uno le es dado la manifestación del Espíritu para provecho” (1 Corintios 12:7). En 1 Pedro 4:10 se hace un énfasis similar: “Cada uno según el don (charisma) que ha recibido, minístrelo (diakoneō) a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia (charis) de Dios.” El escritor de Hebreos señala: “Testificando Dios [de la salvación anunciada primero por nuestro Señor Jesús] juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos (merismos, lit., “distribución, dones”) del Espíritu Santo según su voluntad” (2:4).

            El Nuevo Testamento incluye varias importantes listas de dones espirituales, identificadas como tales por las palabras charisma, pneumatikon, doma, o dōrea. Están los familiares nueve dones del Espíritu en 1 Corintios 12:8-10: palabra de sabiduría, palabra de ciencia, fe, dones de sanidades, el hacer milagros, profecía, discernimiento de espíritus, diversos géneros de lenguas, e interpretación de lenguas. Varios de estos dones se hallan también en las listas de Romanos 12:6-8, 1 Corintios 12:28-30, y Efesios 4:11.

            Estos nueve dones fácilmente pueden ser reconocidos como sobrenaturales y espontáneos, siempre bajo el inmediato control del Espíritu, que para su manifestación usa a creyentes obedientes y sensibles. Pero en medio de las listas de dones, e igualmente identificados como charisma, pneumatikosdoma, o dōrea, hay otros importantes dones espirituales para hacer la obra del Señor. Éstos son: servicio (Romanos 12:7), enseñanza (Romanos 12:7), exhortación (Romanos 12:8), socorrer a los necesitados (Romanos 12:8), presidir (Romanos 12:8), mostrar compasión (Romanos 12:8), ayudar (1 Corintios 12:28), y administrar (1 Corintios 12:28). Aunque estos dones no se reconozcan tan fácilmente como sobrenaturales, sí tienen su origen y fortaleza en la obra del Espíritu Santo, quien soberanamente equipa a los creyentes para que con regularidad, con poder, y a conciencia sean instrumentos en el servicio a la iglesia.

            Aunque los dones que se mencionan probablemente cubren la mayoría de las necesidades del ministerio de la iglesia, no hay razón de pensar que los escritores del Nuevo Testamento consideran que las listas estaban completas. Por ejemplo, no se hace referencia a dones musicales, aunque el Nuevo Testamento menciona “cánticos espirituales (pneumatikon)” (Efesios 5:19). El Antiguo Testamento atribuye al Espíritu Santo dones de artesanía (Éxodo 31:2,3). Es razonable pensar que el Espíritu otorga otros dones a la iglesia para satisfacer necesidades específicas. Pablo, en realidad, hace un gran esfuerzo para enfatizar la variedad: “Hay diversidad de dones (charisma)… hay diversidad de ministerios (diakonia)… hay diversidad de operaciones (energēma)” (1 Corintios 12:4-6).

            En cada caso estos dones se otorgan en el contexto de la iglesia y su fin es el ministerio al cuerpo de Cristo y a través de él en cumplimiento de la Gran Comisión. Antes de señalar los “diversos dones” de Romanos 12:6, Pablo enfatiza la interdependencia de la iglesia: “Así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros” (Romanos 12:5). Los dones que se mencionan en 1 Corintios 12:28-30 tienen como prefacio una afirmación parecida: “Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular” (1 Corintios 12:27). El fundamento de los dones de Efesios 4:11 es: “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio (diakonia), para la edificación del cuerpo de Cristo” (Efesios 4:12).

            El propósito de los dones espirituales se expresa más claramente en 1 Corintios 12:7: “Pero a cada uno le es dado la manifestación del Espíritu para provecho. Los dones espirituales tienen como fin edificar a toda la congregación. Su sola justificación es que cumplan los propósitos de Cristo en su iglesia, una lección que no comprendieron los inmaduros corintios, que menospreciaron los dones con su exhibicionismo de orgullo.

            Debe enfatizarse también que así como el Espíritu es derramado sobre todos los que creen en el Señor Jesucristo, sin acepción de raza, edad, o género, también los dones espirituales, las esenciales herramientas del ministerio, son concedidos a todos. No se debe ignorar lo que esto implica, especialmente para el ministerio de las damas.

El ministerio es de toda la Iglesia

            Nuestro estudio del ministerio y los dones espirituales indica claramente que el ministerio es responsabilidad de todo el cuerpo de Cristo, no sólo de una casta especial de sacerdotes o clérigos. Aun los ministerios de apóstol, profeta, evangelista, y pastor-maestro no se dan como fin en sí o como recompensas para una élite especial. Han sido dados expresamente “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio (diakonía), para la edificación del cuerpo de Cristo” (Efesios 4:12).

            Cada miembro del cuerpo de Cristo participa en el ministerio de la iglesia; todos han sido llamados a ministrar de alguna manera. El ser bautizado en Cristo es ser bautizado en el ministerio de su iglesia. Ningún grupo de líderes puede por si mismo abarcar toda la diversidad de dones espirituales y proveer toda la sabiduría y la fuerza necesaria para hacer la obra de la iglesia. El ministerio de toda la congregación es integral para el cumplimiento de la misión de la iglesia.

            Los dones espirituales para el ministerio se dan también sin consideración de raza o género. Dondequiera que haya una iglesia, el Espíritu Santo derrama sus dones “repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (1 Corintios 12:11). Los dones espirituales son otorgados tan ampliamente como la bendición de la salvación, porque “ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28).

            Por consiguiente, no hay fundamento bíblico para excluir a ningún creyente de los dones del Espíritu Santo. “En los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán… Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán” (Hechos 2:17,18, de Joel 2:28,29). Las enseñanzas y los ejemplos históricos del Nuevo Testamento muestran que hombres y mujeres de diversas etnias recibieron dones espirituales para el ministerio de la iglesia.

La ordenación como reconocimiento del liderazgo espiritual

            Una poderosa doctrina bíblica del ministerio laico podría a primera vista reducir la necesidad y restar importancia a un clero ordenado, aquellos que han sido apartados exclusivamente para dirigir la iglesia. Al contrario, en realidad realza la necesidad, porque los laicos necesitan ser formados, capacitados, y guiados espiritualmente a gran escala si es que han de cumplir la misión de la iglesia. Las Escrituras enfatizan que los líderes del ministerio son dones (doma) de Cristo con el explícito propósito de preparar al pueblo de Dios para sus ministerios a fin de edificar la iglesia (Efesios 4:7-12).

            En el Nuevo Testamento la elección y preparación de líderes espirituales es un asunto crucial. Con el nombramiento y la preparación de los primeros apóstoles Jesús proveyó siervos-líderes que ejercitaron una vital función de liderazgo en la iglesia primitiva. Los Doce fueron auxiliados por hombres como Esteban (Hechos 6), Felipe (Hechos 8), y Bernabé (Hechos 13), a quienes el Espíritu designó para el liderazgo a fin de llevar adelante la misión de la iglesia. Estos y otros se hallan entre un amplio grupo de líderes del Nuevo Testamento.

            En cada nueva iglesia Pablo y Bernabé designaron ancianos para el liderazgo (Hechos 14:23). Para ese nombramiento, Lucas usó un verbo (cheirotoneō) que significa “escoger, nombrar, o elegir con indicación de mano levantada”. Por consiguiente, las congregaciones muy bien pueden haber participado en la elección, como hicieron al escoger a “los siete” en la iglesia de Jerusalén (Hechos 6:1-6). Estos nombramientos se hicieron en un contexto de oración, ayuno y, aparentemente, algún tipo de servicio público de “ordenación”.

            La iniciativa divina en el nombramiento de líderes espirituales es fundamental en la teología del Nuevo Testamento. Como instrucción a las iglesias que había fundado, Pablo escribió: “Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas” (1 Corintios 12:28).

            Primeramente, se debe notar que estos “oficios” (o “ministerios”) son de origen divino. En segundo lugar, siguen un orden específico: primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, después personas dotadas por el Espíritu con una gran variedad de dones espirituales, tanto de hacer milagros (p. ej., “sanidades” y “lenguas”) como funcionales (p. ej., “administración”) En tercer lugar, todos estos ministerios son de naturaleza carismática, porque son otorgados y vigorizados como dones específicos de Dios por su Espíritu. En cuarto lugar, los ministerios de los “líderes” y de sus “seguidores” —los pastores y los miembros de la iglesia— fluyen del charismata, los dones espirituales.

            Pablo escribió de manera similar en su carta a la iglesia en Éfeso. “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros” (Efesios 4:11). Estos ministerios no son otorgados por iniciativa humana sino por la gracia (charis [4:7]) del resucitado Señor Jesucristo, que “dio dones (doma) a los hombres” (4:8). Además, los dones de Cristo de líderes para el ministerio son otorgados “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio (diakonia), para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:12,13).

La ordenación de líderes para el ministerio

            En las Escrituras la elección de líderes espirituales generalmente se hace de manera pública, que signifique el origen espiritual del llamado. En el Antiguo Testamento, la unción con aceite, que otorga el poder del Espíritu, acompañaba a la elección de Dios. Jesús decididamente apartó doce discípulos y los nombró apóstoles (Marcos 3:13-19). El sucesor de Judas fue escogido en público y con el respaldo de la oración (Hechos 1:15-22). Cuando se escogió a los siete diáconos, los apóstoles oraron y “les impusieron las manos” (Hechos 6:6). Igualmente, el Espíritu anunció que había escogido a Pablo y a Bernabé para la obra misionera, una elección seguida por ayuno, oración, e imposición de manos (Hechos 13:2,3).

            La carta de Pablo a Timoteo, quien representa una más joven generación de ministros, implica un tipo de ordenación formal. En algún momento no identificado, Pablo y un cuerpo de ancianos impusieron las manos sobre Timoteo y así lo apartaron para el ministerio. También es notable la obra del Espíritu en la ordenación de Timoteo: “No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía (prophēteia) con la imposición de las manos del presbiterio” (1 Timoteo 4:14). Además, Pablo continuó como mentor de su joven colega: “Te aconsejo que avives el fuego del don (charisma) de Dios que está en ti por la imposición de mis manos” (2 Timoteo 1:6).

            La práctica de escoger y “ordenar” ancianos cualificados, crucial para el progreso de las iglesias misioneras, llegó a ser un paso estratégico para el equipo ministerial de Pablo. Siguiendo el modelo de su primer viaje misionero (Hechos 14:23), Pablo ordenó a Tito, encargado de corregir las deficiencias da las iglesias en Creta, a que estableciera “ancianos en cada ciudad” (Tito 1:5). Timoteo, asimismo, tenía como parte de su ministerio la similar responsabilidad del nombramiento y la supervisión de ancianos (1 Timoteo 5:17-22).

Requisitos esenciales para el liderazgo ministerial

            La elección de líderes para el ministerio no se tomaba a la ligera. Era un asunto de minuciosa deliberación y de oración.

            Las epístolas pastorales registran requisitos específicos, y más bien básicos, para los ancianos. Esos requisitos tienen que ver con madurez espiritual y una vida consagrada al Señor, credibilidad pública, fidelidad en el matrimonio, 3 una familia respetable y bien dirigida, sobriedad y disciplina personal, hospitalidad, aptitud para enseñar (1 Timoteo 3:1-7; Tito 1:6-9). Los ancianos y los obispos (aquí términos esencialmente sinónimos) tenían que ser líderes piadosos, ejemplo a los demás. En el contexto contemporáneo, sobresalen dos aspectos de estos requisitos.

            Primero, los ministros cristianos deben ser respetados por su comunidad: “También es necesario que tenga buen testimonio (marturia kalē) de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo” (1 Timoteo 3:7). Siguiendo el mismo pensamiento, “es necesario que el obispo sea irreprensible (anepilēmptos)” (1 Timoteo 3:2), y que un anciano sea “irreprensible (anenklētos)” (Tito 1:6). Por deducción, los creyentes que antes de convertirse tenían mala reputación tienen que dar buen ejemplo y establecer credibilidad en la comunidad, como cristianos maduros y respetables debido a su nuevo carácter y servicio. Con frecuencia en el Nuevo Testamento se refuerza la preocupación por los de afuera (Colosenses 4:5; 1 Tesalonicenses 4:12; 1 Pedro 2:12,15).

            Segundo, los ministros cristianos no deben ser líderes inmaduros, sin experiencia. Como dice Pablo: “No un neófito (neophytos), no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo” (1 Timoteo 3:6). En refuerzo de su preocupación por la madurez, Pablo dio a Timoteo cuatro directivas respecto de los ancianos (1 Timoteo 5:17-22), siendo la última: “No impongas con ligereza las manos a ninguno, [i.e., al otorgar credenciales]…” (5:22). Escoger a alguien con apuro y equivocadamente, que más tarde resultará ser infiel, se podría considerar como “participar] en pecados ajenos” (5:22).

Títulos de los líderes espirituales

            En el Nuevo Testamento se usan varias designaciones clave para los líderes de la iglesia. Debe observarse que estos títulos parecen ser de naturaleza funcional y carismática. No hay indicio de rígida jerarquía ni oficio autoritario que se confieran en algún tipo de sucesión apostólica.

            Apóstol. La importancia fundamental del apóstol (apostolos) se refleja en Efesios 2:20, donde se afirma que la iglesia está “edificado[a] sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo”. El Nuevo Testamento no responde directamente a la pregunta de si el oficio apostólico está vigente hoy. Tampoco hay instrucciones específicas para la elección de apóstoles y sus requisitos, como hay para los otros oficios de obispos/ancianos y diáconos.

            Al discutirse una función contemporánea de apóstol se debe observar que los únicos requisitos bíblicos que se mencionan el Nuevo Testamento son: (1) adiestramiento personal con Jesús durante todo su ministerio terrenal (Hechos 1:22), y/o (2) aparición personal del Cristo resucitado y un llamado de Él, como en los casos de Pablo y de Jacobo, hermano del Señor (1 Corintios 15:3-7, cfr. 1 Corintios 9:1). Además, Pablo señala específicamente, en su lucha contra falsos apóstoles, que “las señales de apóstol han sido hechas entre vosotros en toda paciencia, por señales, prodigios y milagros” (2 Corintios 12:12).

            Los apóstoles debían ser testigos personales de la vida y las enseñanzas del Jesús histórico y especialmente de su muerte y resurrección (Lucas 24:48; Hechos 2:32). Para cumplir esta importante función, se les dio una promesa especial: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo… os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26). Por consiguiente, los apóstoles llegaron a ser maestros autorizados de la iglesia primitiva, que expresaban y salvaguardar la revelación divina que luego fue escrita en el canon del Nuevo Testamento. Si se han de nombrar apóstoles en la iglesia de hoy, la continuidad de ellos con los primeros apóstoles yace en su don especial de liderazgo en evangelismo y en discipulado del pueblo de Dios. A diferencia de sus ancestros bíblicos, nunca han visto al Cristo resucitado ni han escrito parte de las Escrituras.

            Profeta. El profeta (prophētēs) también tenía una función importante y fundamental en la iglesia primitiva (Efesios 2:20). Algunos de los apóstoles, aunque no todos, se nombran entre los profetas (cf. Saulo en Hechos 13:1). Así también Judas y Silas, que “consolaron y confirmaron a los hermanos con abundancia de palabras” (Hechos 15:32), lo cual indica un ministerio positivo, edificante, y alentador. El escritor del Apocalipsis, tradicionalmente señalado como el apóstol Juan, se identificó (sólo) como profeta (Apocalipsis 1:3; 22:9, etc.). Bernabé, Simeón, y Manaén también se hallaban entre los profetas (Hechos 13:1). El don de profecía (1 Corintios 12:10), sin embargo, estaba ampliamente difundido en la iglesia primitiva, En Hechos, Agabo (11:28,29; 21:10,11) es un notable profeta, como también las cuatro hijas doncellas de Felipe (Hechos 21:8,9). Como un don del Espíritu (charisma), la profecía era una experiencia común de los laicos (1 Corintios 14:1,5,39), y debe continuar, con las debidas pautas bíblicas (1 Corintios 14:29-33).

            Evangelista. El ministerio del evangelista (euangelistēs, Efesios 4:11), como se menciona en el Nuevo Testamento, no está bien definido. A Felipe se lo conocía como “el evangelista” (Hechos 21:8) y Pablo instruyó a Timoteo, un anciano y pastor, a hacer la obra de evangelista (2 Timoteo 4:5) como uno de sus deberes del ministerio. El término mismo implica la proclamación del euangelion, las buenas nuevas de la obra salvadora de Dios en Cristo. El evangelista del Nuevo Testamento probablemente se asemejaba más a un misionero que predica regularmente entre gente que no conoce a Dios que  a un ministro itinerante que predica regularmente a los fieles.

            Maestro. El ministerio del maestro (didaskalos) se menciona en tercer lugar en 1 Corintios 12:28, antecedido sólo por apóstoles y profetas, quienes también eran maestros (Hechos 2:42). La enseñanza es un don espiritual (carisma, Romanos 12:7) otorgado a ministros y laicos, siendo el Espíritu Santo mismo el maestro divino que unge al pueblo de Dios para que perciba la verdad (1 Juan 2:20,27). De modo que los maestros eran aquellos equipados de manera especial con conocimiento y carisma espiritual para instruir a la congregación en doctrina, ética, y experiencia cristiana. Los ancianos, cuya labor era la enseñanza y también la predicación, eran considerados en muy alta estima (1 Timoteo 5:17). En Efesios 4:11, se vincula a pastores y maestros, y muchos eruditos se refieren a ellos como “pastor-maestro”. No eran sólo proveedores de conceptos; más bien los maestros del Nuevo Testamento enseñaban cómo alcanzar formación espiritual.

            Pastores, obispos, y ancianos. El término pastor viene del griego poimēn, que significa apacentar. La función de apacentar (verbo, poimainō) se atribuye muchas veces a ministros cristianos (Hechos 20:28; 1 Pedro 5:2), que siguen el modelo de Cristo mismo (Juan 10:14; Hebreos 13:20; 1 Pedro 5:4).

            Dos términos casi intercambiables que se usan para las funciones de liderazgo pastoral en la iglesia primitiva son obispos (epískopos) y ancianos (presbyteros). Observe que Pablo dijo a los “ancianos” de Éfeso (Hechos 20:17ss.) que el Espíritu Santo los había puesto por “obispos” (epískopos) para que “apacentaran” (poimaínō) la iglesia de Dios. Estos dos términos aparecen como sinónimos también en Tito 1:5-7 donde Pablo se refiere al nombramiento de “ancianos” y da los requisitos para ser “obispo”. Ancianosobispos, y pastores, entonces, parecen ser esencialmente términos equivalentes, porque cada término implica un aspecto único de la función del líder. En cada caso, sin embargo, los términos se aplican a quienes han sido apartados como líderes de la iglesia, y no a los laicos.

            Como derivado, obispo (epískopos) enfatiza la función de liderazgo o supervisión. Comúnmente el verbo se traduce con términos como “velar”, “cuidar de”, “supervisar”. Anciano (presbyteros) denota mayor edad, por tanto mayor sabiduría y mayor experiencia, y era un título común para líderes judíos tanto civiles como religiosos. Los ministerios comprendidos por estos términos pueden muy bien incluir los dones espirituales de “presidir” (proïstēmi) (Romanos 12:8) y “administrar” (kybernēsis) (1 Corintios 12:28).

            Diáconos. La palabra diácono (diakonos) se usa ampliamente en el Nuevo Testamento para describir el ministerio de líderes y laicos. Por consiguiente, la función especial del diácono como se implica en los requisitos de 1 Timoteo 3:8-10 es un tanto difícil de identificar. Para este ministerio a menudo se usa como ejemplo Hechos 6:1-6, aunque a los siete nunca se los llamó diáconos y por lo menos dos de ellos pronto asumieron funciones mayores en enseñanza y predicación. Sin embargo, su deber era “servir (diakoneō, el verbo de diakonos) a las mesas”, un trabajo de administración práctica en dispensar las dádivas de caridad de la iglesia. Diakonos se usa también para Febe, conocida por su servicio en la iglesia de Cencrea (Romanos 16:1). Nuestra aplicación moderna del término, que corresponde a laicos que sirven con los pastores en iglesias locales, quizá no esté muy alejada de su uso en el Nuevo Testamento.

            En la aplicación de funciones de liderazgo bíblico a la era moderna, concluimos que los pastores cumplen las funciones de ancianos y obispos en las congregaciones locales. La enseñanza y la predicación de la Palabra es el corazón de su ministerio que consiste en edificar el cuerpo de Cristo y cumplir la Gran Comisión.

            En vista de la amplia supervisión que ejercieron los primeros apóstoles y sus asociados, parece justificable extender las funciones ministeriales de los ancianos (presbyteros) y los obispos (epískopos) al ámbito moderno de los Distritos y del Concilio General. Pero tenemos que reconocer que en la providencia de Dios hay muchas preguntas que no se han respondido acerca del gobierno de la iglesia primitiva, y no es prudente suponer que cualquier sistema moderno de gobierno eclesiástico corresponde fielmente al de aquella iglesia. Si fuera necesario un solo sistema, seguramente la revelación divina hubiera sido más extensa, y tendríamos muy poca dificultad en comprender los detalles del gobierno de la iglesia conforme al Nuevo Testamento.

Conclusión

            No se puede reducir el ministerio conforme al Nuevo Testamento a una definición técnica. Tampoco está reservado solamente para el clero ordenado. Como ya hemos afirmado, la iglesia se dedica al ministerio cuando obra en obediencia a Cristo; y cada miembro de la iglesia ha sido dotado por el Espíritu Santo para ministrar de una manera u otra.

            Al mismo tiempo, algunas de las personas que ministran al pueblo de Dios han sido dotadas por el Espíritu para ser ministros a ministros, por decirlo así. Primeramente son llamados por nuestro Señor y luego dotados por su Espíritu. Sólo entonces son reconocidos y apartados, u ordenados, por la iglesia.  Estos hombres y mujeres son siervos-líderes cuya función es alimentar y equipar a la iglesia para su misión de evangelismo, adoración, edificación, y compasión.


1 Donde los términos griegos han sido transliterados, para sencillez y coherencia los sustantivos se indicarán en nominativo singular y los verbos serán en presente indicativo, primera persona, singular.

2 El texto bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas.

3  No todos los ministros de la iglesia primitiva eran casados, e.g., el apóstol Pablo.

 El creyente y la confesión positiva

La vida de fe

Desde su inicio, las Asambleas de Dios ha reconocido la importancia de una vida de fe.  Ha recibido un énfasis importante porque las Escrituras le ha dado tal importancia. 

El escritor a los Hebreos señala que sin fe es imposible agradar a Dios.  Luego describe la fe como creer dos cosas acerca de Dios – que Dios existe, y que Él recompensa a los que lo buscan (Hebreos 11:6).

Todas las bendiciones que Dios tiene para su pueblo se reciben por fe.  La salvación (Hechos 16:31), el bautismo del Espíritu Santo (Hechos 11:15-17), la preservación divina (1 Pedro 1:5), la herencia de las promesas que incluyen sanidades y provisión de las necesidades materiales (Hebreos 6:12), y la motivación para testificar (2 Corintios 4:13) son algunas de las muchas provisiones de la gracia de Dios.

Hoy, como en cada generación, es importante que los creyentes estén conscientes del ejemplo en las Escrituras de ser fuertes en la fe (Romanos 4:20-24).  Tienen que protegerse contra cualquier cosa que debilitaría o destruiría la fe.  Necesitan orar que se aumente (Lucas 17:5) y constantemente buscar cultivarla por medio de la lectura de la Palabra de Dios (Romanos 10:17). La vida de fe es la vida de victoria (1 Juan 5:4).

De vez en cuando a través de la historia de la Iglesia personas han adoptado posiciones extremas en cuanto a las grandes verdades bíblicas.  A veces los maestros han abogado por estos extremos.  En otras ocasiones los seguidores han ido más allá de las enseñanzas y han perjudicado la causa de Cristo.

En años recientes la confesión positiva y negativa ha recibido extrema aprobación en algunos grupos.  Tanto la definición escrita como el patrón del uso iluminan las implicaciones de estos términos. 

El hecho de que los extremos se enfaticen no implica la necesidad de rechazar la doctrina de la confesión.  Es una verdad importante.  La Biblia enseña que las personas deben confesar sus pecados (1 Juan 1:9).  Deben confesar a Cristo (Mateo 10:32; Romanos 10:9,10). 

Pero cuando las personas, al enfatizar una doctrina, van más allá o contra la enseñanza de las Escrituras, no honran esa doctrina.  Al contrario, traen reproche sobre ella y la obra del Señor.  Por esta razón es importante señalar estos extremos y mostrar cómo están en conflicto con la Palabra de Dios.

Algunas posiciones de la enseñanza de la confesión positiva
La enseñanza de la confesión positiva depende de una definición del diccionario de la palabra confesar: “Reconocer, o poseer; reconocer con fe”.  La confesión también se describe como la afirmación de algo que se cree, declarar algo conocido, y testificar de una verdad que ha sido acogida o aceptada.

Esta opinión va un paso más allá y divide la confesión en aspectos negativos y positivos.  Los negativos son el reconocimiento de pecado, enfermedad, pobreza, u otras situaciones no deseadas.  La confesión positiva es reconocer o poseer las situaciones deseadas. 

Aunque hay una variedad de interpretaciones y enfoques en cuanto a esta enseñanza, la conclusión es que lo desagradable se puede evitar al abstenerse de las confesiones negativas.  Lo agradable se puede disfrutar al hacer confesiones positivas.

Según esta perspectiva, como está expresada en varias publicaciones, el creyente que evite el reconocimiento de lo negativo y siga afirmando lo positivo estará asegurándose circunstancias agradables.  Podrá dominar la pobreza y la enfermedad.  Se enfermará solamente si confiesa que está enfermo.  Algunos hacen una distinción entre reconocer los síntomas de una enfermedad y la enfermedad misma. 

Esta perspectiva arguye que Dios quiere que los creyentes se pongan la mejor ropa, manejen los mejores coches, y tengan lo mejor de todo.  Los creyentes no tienen que sufrir problemas financieros.  Lo único que necesitan hacer es decir a Satanás que quite las manos de su dinero.  Con sólo decirla, el creyente puede tener resuelta cualquier cosa que desee, sea una necesidad espiritual, física, o financiera.  Se enseña que la fe obliga la acción de Dios. 

Según esta perspectiva, lo que una persona diga determinará lo que recibirá y lo que llegará a ser.  Por tanto, las personas son instruidas a empezar a confesar aunque lo que quieren quizá no haya sido realizado.  Si una persona quiere dinero, debe confesar que ya lo tiene aun cuando no sea cierto.  Si una persona quiere ser sanada, debe confesarlo aunque sea obvio que no es el caso.  Las personas aprenden que pueden tener cualquier cosa que digan, y de ahí la gran importancia que se atribuye a la palabra hablada.  Proclaman que la palabra hablada, si se repite suficientemente, con el tiempo resultará en fe que obtendrá la bendición deseada. 

Se entiende por qué a algunas personas les gustaría aceptar la enseñanza de la confesión positiva.  Promete una vida libre de problemas, y sus defensores parecen apoyarla con pasajes de las Escrituras.  Los problemas se desarrollan, sin embargo, cuando los pasajes bíblicos son aislados del contexto y de lo que el resto de las Escrituras dicen acerca de este asunto.  Resultan los extremos que tergiversan la verdad y al final perjudican a los creyentes como individuos y la causa de Cristo en general. 

Cuando los creyentes estudian la vida de fe y la victoria que Dios tiene para su pueblo, es importante, como en toda doctrina, que busquen un énfasis equilibrado de las Escrituras.  Esto ayudará a evitar los extremos que finalmente frustraron en vez de ayudar a los creyentes en su relación con Dios.

Los creyentes deben considerar la enseñanza entera de las Escrituras.
El apóstol Pablo dio un principio importante para interpretar las Escrituras que llama a “[acomodar] lo espiritual a lo espiritual” (1 Corintios 2:13).  El énfasis básico de este principio es la importancia de considerar todo lo que dice la Palabra de Dios acerca de un asunto para poder establecer una doctrina.  Solamente la doctrina basada en una perspectiva completa de las Escrituras se conforma a esta regla bíblica de interpretación.

Cuando la enseñanza de la confesión positiva indica que confesar la debilidad es aceptar la derrota, confesar la necesidad financiera es aceptar la pobreza, y confesar la enfermedad es impedir la sanidad, entonces está yendo más allá y contradice la armonía de las Escrituras.

Por ejemplo, el rey Josafat confesó que no tenía poder para enfrentar la alianza del enemigo, pero Dios le dio una victoria maravillosa (2 Crónicas 20).  Pablo confesó debilidad y entonces dijo que cuando él era débil, era fuerte porque la fuerza de Dios se perfeccionaba en su debilidad (2 Corintios 12:9,10).

Fue después de que los discípulos reconocieron que no tenían lo suficiente para dar de comer a la multitud y estuvieron dispuestos a admitirlo, que Cristo proveyó milagrosamente una abundancia de comida (Lucas 9:12,13).  Fue después que los discípulos admitieron que no habían pescado nada que Jesús los dirigió a una situación muy exitosa (Juan 21:3-6). 

Estas personas no recibieron instrucciones de reemplazar sus confesiones negativas con confesiones positivas contrarias a la realidad.  Declararon las condiciones exactamente como eran en vez de fingir que eran otra cosa.  Sin embargo, Dios intervino maravillosamente aunque declaran lo que algunos llamarían “confesiones negativas”. 

Comparar las Escrituras con  las Escrituras hace claro que las expresiones positivas verbales no siempre tienen resultados felices, ni los comentarios negativos siempre tienen resultados infelices.  Enseñar que los líderes en los primeros años de la Iglesia, como Pablo, Esteban, y Trófimo, no vivían en un estado constante de riqueza y salud porque esta enseñanza no había salido a la luz es ir más allá y contradecir la Palabra de Dios.  La doctrina solamente será completa y fiable cuando se desarrolla dentro de la estructura de todas las enseñanzas de la Biblia entera. 

La palabra griega traducida como “confesar” significa “hablar la misma cosa”.  Cuando las personas confiesan a Cristo, están diciendo la misma cosa que las Escrituras dicen acerca de Cristo.  Cuando las personas confiesan su pecado, están diciendo la misma cosa que las Escrituras dicen en relación al pecado.  Y cuando las personas confiesan alguna promesa de las Escrituras, tienen que asegurarse de que están diciendo la misma cosa que la promesa dice en todas las enseñanzas de las Escrituras al respecto. 

Las palabras de Agustín son apropiadas respecto a esto: “Si crees lo que a ti te gusta en el evangelio, y rechazas lo que no te gusta, no es el evangelio que crees, sino a ti mismo.”

Los creyentes deben considerar suficientemente la voluntad de Dios.
Cuando la doctrina de la confesión positiva indica que una persona puede tener lo que diga, no está enfatizando adecuadamente la necesidad de considerar la voluntad de Dios.  David tenía las mejores intenciones cuando expresó su deseo de construir un templo para el Señor, pero no era la voluntad de Dios (1 Crónicas 17:4).  A David se le permitió reunir los materiales, pero fue Salomón el que construyó el templo.

Pablo oraba para que el aguijón en su carne pudiera ser quitado, pero no era la voluntad de Dios.  En vez de quitar el aguijón, Dios dio la gracia suficiente a Pablo (2 Corintios 12:9).

La voluntad de Dios se puede saber y reclamar por fe, pero el deseo del corazón no siempre es el criterio por el cual la voluntad de Dios se determina.  Hay tiempos cuando lo agradable y deleitoso quizás no sea la voluntad de Dios.  Santiago aludía a esto cuando escribió: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Santiago 4:3).  La palabra traducida “deleites” no se refiere a un deseo pervertido sino a un placer o diversión; lo que el corazón desea.  Otras versiones bíblicas usan la palabra pasiones o placeres en vez de deleites. 

En Getsemaní Jesús pidió que pasara de Él la copa.  Esto fue su deseo, pero en su oración Él reconoció la voluntad de Dios.  Él dijo, “pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). 

La Biblia reconoce que habrá tiempos cuando el creyente no sabrá por lo que debe orar.  No sabrá lo que es la voluntad de Dios.  Es posible que hasta se sienta perplejo como Pablo a veces se sentía (2 Corintios 4:8).  En esta situación, en vez de simplemente hacer una confesión positiva basada en los deseos del corazón, el creyente necesita reconocer que el Espíritu Santo intercede por él según la voluntad de Dios (Romanos 8:26,27).

La voluntad de Dios siempre tiene prioridad sobre los planes y deseos del creyente.  Se deben recordar constantemente las palabras de Santiago: “En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello” (Santiago 4:15).

Recibir siempre lo que el creyente quiere precisa de más que de una sencilla confesión positiva.  Las cosas agradables pueden estar fuera de la voluntad de Dios; y por el contrario, las cosas desagradables pueden ser la voluntad de Dios.  Es importante que el creyente diga como los amigos de Pablo, “hágase la voluntad del Señor” (Hechos 21:14) – aún más importante que exigir una vida libre del sufrimiento.

Los creyentes deben reconocer la importancia de la oración importuna.
Cuando la perspectiva de la confesión positiva enseña que los creyentes deben confesar en vez de orar por las cosas que Dios ha prometido, está pasando por alto la enseñanza de la Palabra de Dios en cuanto a la oración importuna.  Según algunos que creen esta idea de la confesión positiva, las promesas de Dios se clasifican en las áreas de bendiciones materiales, físicas, y espirituales; los creyentes deben reclamar o confesar estas bendiciones y no orar por ellas.

Las instrucciones a no orar por las bendiciones prometidas contradicen las enseñanzas de la Palabra de Dios.  Los alimentos son una de las bendiciones prometidas por Dios; sin embargo, Jesús enseñó a sus discípulos a que oraran: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” (Mateo 6:11).  La sabiduría es una bendición prometida por Dios; sin embargo, las Escrituras declaran: “Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Santiago 1:5).  Jesús dijo que el Espíritu Santo era la promesa del Padre (Lucas 24:49), y también enseñaba que Dios daría el Espíritu Santo a quienes se lo pidieran (Lucas 11:13).

Aunque hubo veces cuando Dios dijo a las personas que oraran, como en el caso de Moisés en el Mar Rojo (Éxodo 14:15), hay muchos pasajes de las Escrituras que recuerdan a los creyentes orar, y orar sin cesar (Romanos 12:12; Filipenses 4:6, 1 Tesalonicenses 5:17).

Jesús enfatiza la importancia de la oración importuna.  La ilustración del amigo persistente que llegó a medianoche pidiendo pan para ofrecer a sus invitados se convirtió la base de la declaración de Cristo: “Pedid, y se os dará” (Lucas 11:5-10).  La parábola de la viuda y el juez injusto llegó a ser una oportunidad para que nuestro Señor enfatizara la importunidad en la oración (Lucas 18:1-8).  Estas personas fueron estimadas por la importunidad y no por la confesión positiva sin oración.

Aunque los caminos del Señor son más altos que los del hombre, y no podemos comprender el motivo de cada mandato en las Escrituras, sabemos que en su sabiduría Dios ha ordenado la oración como parte del proceso de satisfacer una necesidad.  En vez de ser un signo de duda, la oración importuna puede ser una muestra de obediencia y fe.

Los creyentes deben reconocer que pueden esperar el sufrimiento en esta vida.
La enseñanza de la confesión positiva implica que reinamos como monarcas en esta vida.  Enseña que los creyentes deben dominar en vez de ser dominados por las circunstancias.  La pobreza y enfermedad normalmente son mencionadas como algunas de las circunstancias sobre las cuales los creyentes deben tener dominio.

Si los creyentes escogen seguir a los reyes de este mundo como ejemplos, es cierto que buscarán una vida sin problemas (aunque aún los reyes de este mundo tienen también problemas).  Se preocuparon más por la prosperidad física y material que por el crecimiento espiritual.

Pero cuando los creyentes escogen al Rey de reyes como su modelo, sus deseos serán completamente distintos.  Serán transformados por sus enseñanzas y ejemplo.  Reconocerán la verdad de Romanos 8:17 tocante a los coherederos con Cristo: “Si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados”.  Pablo aún dijo que se gloriaba en sus enfermedades; no dijo que las negaría (2 Corintios 12:5-10).
Aunque Cristo era rico, por nosotros se hizo pobre (2 Corintios 8:9).  Él pudo decir: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza” (Mateo 8:20).
Aunque Dios en su providencia ha dotado algunos con la habilidad de acumular más riquezas que otros, algo trágicamente falta si no hay una buena disposición de hacer la voluntad de Dios y entregarle todo, y si es necesario, nuestras comodidades materiales.

Jesús nunca dejó de ser Dios, y por el poder del Espíritu Santo hacía muchos milagros; pero aun así no estaba libre del sufrimiento.  Él sabía que tenía que padecer mucho de los ancianos (Mateo 16:21; 17:12).  Deseaba comer la pascua con sus discípulos antes de padecer (Lucas 22:15).  Después de su muerte, los discípulos reconocieron que el padecimiento de Cristo era el cumplimiento de la profecía (Lucas 24:25,26,32).
Cuando los creyentes reconocen que reinar en esta vida es tomar a Jesús como modelo de un rey, reconocerán también que esto puede implicar el sufrimiento; que a veces es mejor quedarse en las circunstancias desagradables que tratar de hacer todas las circunstancias placenteras.

A Pablo le fue mostrado que sufriría (Hechos 9:16). Después él se regocijó en sus sufrimientos por los colosenses. Él vio su sufrimiento como una plenitud “que está más allá de las aflicciones de Cristo en mi carne por el cuerpo suyo que es la iglesia” (Colosenses 1:24).

Dios promete suplir las necesidades de los creyentes, y sabe cómo ayudar a los santos a vencer la tentación;  pero reinar en nuestra vida como Jesús lo hizo puede implicar sufrimiento. El creyente comprometido aceptará esto. No se decepcionará si la vida no es una continua serie de experiencias placenteras. No será cínico si no obtiene todos los deseos de su corazón.

Él reconocerá que el siervo no es más grande que su Maestro. Seguir a Cristo requiere negarse a sí mismo (Lucas 9:23). Esto incluye negar nuestros deseos egoístas y aun admitir que tenemos problemas.
Los problemas no son siempre una indicación de falta de fe. Por lo contrario, pueden ser un tributo a la fe. Este es el gran énfasis en Hebreos 11:32-40:

“¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas; que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros.

Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección; mas otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección. Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreada, aserraderos, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra.

Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros.”
Sostener que todo sufrimiento resulta de confesiones negativas e indica una falta de fe contradice las Escrituras. Algunos héroes de la fe sufrieron grandemente, algunos hasta murieron por su fe, y fueron incluidos por ello.

Los creyentes deben reconocer la soberanía de Dios
El énfasis en la confesión positiva tiende a incluir palabras que hacen parecer que el hombre es soberano y que Dios es el siervo. Dichas palabras se dicen para hacer que Dios obre, sugiriendo que Él tiene que rendir su soberanía; que Él ya no está en posición de obrar de acuerdo a su sabiduría y propósito. Se arguye que la verdadera prosperidad  es la habilidad de dejar que el poder de Dios supla nuestras necesidades sin importar cuáles sean éstas. Esto pone al hombre en una posición de usar a Dios en vez de rendirse a sí mismo para ser usado por Dios.

En este punto de vista se da muy poca consideración a la comunión con Dios en vez de descubrir su voluntad. Esto no hace atractivo buscar en las Escrituras una estructura de la voluntad de Dios.  Hay muy poco énfasis en la clase de discusión con compañeros creyentes que resulte en que dos o tres lleguen a un acuerdo en lo que podría ser la voluntad de Dios. A la inversa, el deseo del corazón se ve como un mandato obligatorio de Dios. Se ve como constituir la autoridad del creyente. 

Es verdad que Jesús dijo, “y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo” (Juan 14:13).  Pero las Escrituras también enseñan que se debe pedir en armonía con la voluntad de Dios.  “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”
(1 Juan 5:14,15).

“Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Salmo 46:10) es todavía un mandato importante. Dios es Dios. Él no rendirá su gloria ni soberanía a nadie. Nadie puede convencer a Dios de que debe obrar.

La autoridad del creyente existe sólo en la voluntad de Dios, y es la responsabilidad del creyente descubrirla y conformar a la voluntad de la soberanía de Dios aun en las cosas que él desea. Las palabras de Pablo aún son aplicables: “Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor” (Efesios 5:17).

Cuando los creyentes reconocen la soberanía divina y se preocupan debidamente con la voluntad divina, no hablarán en términos de obligar a Dios ni de usar el poder de Dios. Hablarán de convertirse en siervos obedientes. Desearán ser instrumentos en las manos de Dios.

Los creyentes deben aplicar el examen práctico.
Al revisar los esfuerzos de aquellos que defienden esta enseñanza de confesión positiva, es evidente que la básica apelación es para aquellos que ya son cristianos que viven en una sociedad de abundancia. Ellos animan a cierto elitismo espiritual en lo que los seguidores dicen: “Nosotros creemos lo que ustedes creen.  La diferencia es que nosotros practicamos lo que creemos”.

Un examen práctico de la validez bíblica de una creencia es si tiene una aplicación universal. ¿Tiene la enseñanza significado sólo para aquellos que viven acaudalada mente en una sociedad? ¿O también de resultado entre los refugiados del mundo?  ¿Qué aplicación tienen las enseñanzas a los creyentes encarcelados por su fe por gobiernos ateos? ¿Son esos creyentes menos porque sufren un martirio o tienen heridas físicas y están en las manos de crueles y implacables dictadores?

La verdad de la Palabra de Dios tiene una aplicación universal.  Es tan efectiva en los barrios como en los suburbios.  Es tan efectiva en la selva como en la ciudad. Es tan efectiva en otros países como en nuestra propia nación.  Es tan efectiva en naciones con privaciones materiales como en las ricas. La prueba del fruto todavía es una manera de determinar si un maestro o enseñanza es de Dios o del hombre. “Así que, por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:20).

Los creyentes deben tratar debidamente con la palabra rhema
Porque hay muy poca literatura entre aquellos que adoptan la enseñanza de confesión positiva que concierne a la palabra griega rhema, es necesario considerarla como una principal vía de comunicación oral.

Una distinción generalmente se hace por los defensores de este punto de vista entre las palabras logos y rhema.  La primera se refiere a la palabra escrita. La segunda, a lo que se dice en fe. Según este punto de vista, lo que se dice en fe es inspirado y toma el poder de Dios.

Hay dos problemas grandes con esta distinción.  Primero, la distinción no es justificada por su uso en el griego del Nuevo Testamento ni en la Septuaginta (La versión griega del Antiguo Testamento). Las dos palabras se usan Sinonimamente
En el caso de la Septuaginta, las dos, rhema y logos, se usan para traducir la palabra hebrea dabar que se emplea en varias maneras relativas a la comunicación. Por ejemplo, la palabra dabar (traducida, palabra de Dios) se usa en Jeremías 1:1 y 2. Aun en la Septuaginta se traduce como rhema en el versículo 1 y logos en el versículo 2.

En el Nuevo Testamento las palabras  rhema y logos se usan intercambiable mente. Esto se puede ver en pasajes como 1 Pedro 1:23,25.  En el versículo 23, es la palabra logos de Dios que… permanece para siempre. En el versículo 25, “la rhema del Señor permanece para siempre”. Otra vez en Efesios 5:26 los creyentes son limpios “en el lavamiento del agua por la rhema”.  En Juan 15:3 los creyentes son “limpios por medio del logos”.

Las distinciones entre logos y rhema no pueden ser sostenidas por la evidencia bíblica. La palabra de Dios, ya sea en logos o rhema, es inspirada, eterna, dinámica, y milagrosa. Sea que la palabra sea dicha o escrita no altera su carácter esencial. “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”
(2 Timoteo 3:16,17).

Hay también un segundo problema entre aquellos que hacen una distinción entre las palabras logos y rhema.  Pasajes de las Escrituras a veces son seleccionados sin pensar en el contexto o analogía de fe, y dicen estar hablando en fe. Con este tipo de aplicación del llamado “principio rhema”, los partidarios se preocupan más en hacer que la Palabra signifique lo que ellos quieren en vez de dejar que la Palabra signifique lo que ella quiere que ellos entiendan. A veces es muy obvio que aman a Dios más por lo que Él hace por ellos que por quién Él es.
Es muy importante para los creyentes eludir cualquier forma de existencialismo cristiano, que separa del contexto pasajes de las Escrituras o hace algunos pasajes eternos y otros contemporáneos.

Conclusión
Cuando se considera cualquier doctrina siempre es necesario preguntarnos si está en armonía con las enseñanzas totales de las Escrituras. La doctrina basada en menos de un punto de vista holístico de verdades bíblicas sólo puede dañar la causa del Señor.  Muchas veces puede ser más perjudicial que los puntos de vista que rechazan enteramente las Escrituras. Alguna gente aceptará más fácil algo como verdad si está escrito en la Palabra de Dios, aunque la enseñanza sea extrema o contradiga otros principios bíblicos.

La Palabra de Dios sí enseña grandes verdades como sanidad, provisión a los necesitados, fe y autoridad de los creyentes. La Biblia enseña que una mente disciplinada es un factor importante para una vida victoriosa.  Pero estas verdades deben siempre considerarse como la estructura de todas las enseñanzas de las Escrituras.

Cuando hay abuso, hay también a veces la tentación de retractarse de estas grandes verdades de la Palabra de Dios.  En algunos casos la gente pierde a Dios en su totalidad cuando descubre que su énfasis exagerado no siempre corresponde a sus expectaciones ni resulta en la liberación de los problemas.

El hecho de que se desarrollen aberraciones doctrinales, sin embargo, no es razón de que se las rechace o de permanecer en silencio al respecto. La existencia en las diferencias de opinión es la razón de que los creyentes continúen diligentemente estudiando las Escrituras.  Es la razón de que los siervos de Dios deben con fe declarar todo el consejo de Dios.

El Texto Bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; Ó renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas.  Utilizado con permiso.

 El Arrebatamiento De La Iglesia

Incluida en la sección “La esperanza bienaventurada” en la Declaración de Verdades Fundamentales de las Asambleas de Dios, es la declaración siguiente:

“La resurrección de los que han muerto en Cristo y su arrebatamiento junto con los que estén vivos a la venida del Señor es la esperanza inminente y bienaventurada de la Iglesia (1 Tesalonicenses 4:16,17; Romanos 8:23; Tito 2:13; 1 Corintios 15:51,52).”

Jesús enseñó que Él regresaría
Jesús enseñó que Él regresaría a la tierra.  Él cuidadosamente advirtió a sus discípulos que necesitaban estar constantemente preparados para esto (Mateo 24:42-51; 25:1-13; Marcos 13:37; Lucas 12:37).

Ellos entendieron que la era actual terminará con su venida (Mateo 24:3).  La garantía de su venida era una de las verdades con las que Él consoló a sus seguidores antes de su muerte (Juan 14:2,3).

En el momento de la ascensión de Cristo, dos ángeles vinieron al grupo de los discípulos que estaban reunidos para repetir la promesa de que Él regresaría.  Ellos declararon que Él vendría de la misma manera que se había ido (Hechos 1:11).  Esto claramente significa que su segunda venida será literal, física, y visible.

Las epístolas enseñan que Jesús regresará
Las epístolas del Nuevo Testamento se refieren frecuentemente a la segunda venida, y a través de los pasajes de las Escrituras que tratan de este tema recurre la idea de la inminencia.  Aunque habrá un período de tiempo entre la primera y la segunda venida (Lucas 19:11), todas las enseñanzas acerca del regreso del Señor enfatizan que acontecerá repentinamente y sin previo aviso; que los creyentes deben estar siempre en un estado de preparación continua (Filipenses 4:5; Hebreos 10:37; Santiago 5:8,9; Apocalipsis 22:10).

Los creyentes en los primeros días de la Iglesia vivían en un estado de expectación (1 Corintios 1:7; 1 Tesalonicenses 1:9,10).  Cuando Pablo usa la forma “nosotros” en 1 Corintios 15:51 y 1 Tesalonicenses 4:17 muestra que él tenía la esperanza de que todavía estaría vivo cuando Jesús regresara. 

El rapto de los creyentes
Una comparación de los pasajes de las Escrituras relacionados con la segunda venida muestra que algunos hablan de un acontecimiento visible a toda la humanidad que implica el juicio de los pecadores.  Otros describen una venida conocida solo por los creyentes y que  resulta en su redención de la tierra. 

La segunda es conocida por los evangélicos como “el rapto” (o arrebatamiento).  Esta palabra no se encuentra en la Biblia, pero ha sido usada tanto que una de las definiciones para la palabra en inglés en el Webster’s Third New International Dictionary Unabridged, es: “Cuando Cristo levanta a su verdadera iglesia y a sus miembros a un reino más allá de la tierra donde todos disfrutarán de felicidad celestial con su Señor”.  La palabra raptar se podría usar para traducir la palabra “arrebatados” de 1 Tesalonicenses 4:17.  Jesús dijo que su venida resultaría en situaciones donde un individuo sería llevado de un lugar mientras el otro individuo sería dejado.  Esto indica un traslado repentino de los creyentes de la tierra, mientras los no creyentes quedan aquí para enfrentar la tribulación (Mateo 24:36-42).

Jesús describió su venida como algo que ocurriría en un tiempo en que las naciones de la tierra se lamentarán cuando lo vieran llegar (Mateo 24:30).  El apóstol Pablo describe el regreso del Señor como un tiempo de juicio e ira para los impíos (2 Tesalonicenses 1:7-10).

En 1 Tesalonicenses 4:13-18, él considera un aspecto diferente de la segunda venida.  Este breve pasaje es la enseñanza más directa y clara sobre el rapto en el Nuevo Testamento.  Sólo habla de los creyentes, tantos vivos como muertos.  No dice que los injustos verán a Cristo en ese momento.  Pablo describe la venida de Jesús en el aire, pero no dice nada de que sus pies tocarán la tierra, como dice otro pasaje que acontecerá en su venida (Zacarías 14:4).  Es el momento cuando se cumplirá 1 Juan 3:2, y seremos como Él. 

La misma palabra griega usada en 1 Tesalonicenses 4:17 para decir “arrebatado” se usa en Hechos 8:39 para describir cuando Felipe fue “arrebatado” después de bautizar al etíope.  El segundo versículo dice que el Espíritu del Señor arrebató a Felipe – identificando el origen del poder que llevará a los creyentes de la tierra en el rapto.

En 2 Tesalonicenses 2:1 Pablo llama el rapto “nuestra reunión con él.”  La palabra griega aquí traducida “reunión” es la misma palabra traducida como “congregarnos” en Hebreos 10:25, refiriéndose a la congregación de los cristianos para alabar.  Es la imagen de los santos congregados alrededor de Cristo cuando venga por ellos. 

El arrebatamiento sobrenatural de individuos piadosos de la tierra no es algo desconocido en las Escrituras.  El suceso destacado en la vida de Enoc fue su desaparición milagrosa de la tierra después de caminar con Dios (Génesis 5:21-24).  El autor de Hebreos llamó esa experiencia un traspaso, evitando la muerte (Hebreos 11:5).

Aunque algunos aspectos del traspaso de Elías fueron distintos del de Enoc, también implicó un arrebatamiento repentino de un creyente del mundo sin experimentar la muerte (2 Reyes 2:1-13).

Primera de Corintios 15:51-54 trata del mismo acontecimiento que 1 Tesalonicenses 4:13-18.  Aquí también Pablo trata de los cambios que se producirán tanto en los creyentes vivos como en los creyentes muertos durante el rapto.  Lo llama un misterio (1 Corintios 15:51), una verdad que antes no era conocida pero que ahora le fue revelada por el Espíritu Santo.

En Filipenses 3:21 Pablo relaciona la venida del Señor con el tiempo cuando “el cuerpo de la humillación nuestra” será cambiado – otra referencia al rapto.

Los pasajes que corresponden al rapto describen la venida del Señor por su pueblo.  Los pasajes que se refieren a la revelación de Cristo describen la venida del Señor con sus santos.  Colosenses 3:4 trata de los creyentes que aparecerán con Cristo en su venida.  Judas 14 también prevé la venida del Señor con su pueblo para ejecutar el juicio que muchos otros pasajes mencionan en relación con su venida pública. 

Porque las Escrituras no se contradicen, parece razonable concluir que los pasajes que describen la venida de Cristo por los santos y con los santos indican dos fases de su venida.  Nosotros creemos que es bíblico suponer que el intervalo entre los dos es el tiempo cuando el mundo experimentará la gran tribulación, implicando el reino del Anticristo y el derramamiento de la ira de Dios sobre los injustos (Daniel 12:1,2, 10-13; Mateo 24:15-31; 2 Tesalonicenses 2:1-12).

Los creyentes y la Gran Tribulación
Aunque el pueblo de Dios quizá sufra muchas aflicciones antes de la venida del Señor, la iglesia será raptada antes del período llamado la Gran Tribulación.

En 2 Tesalonicenses 2 Pablo indica que ciertas cosas tienen que acontecer antes de que el día del Señor (que es parte de la gran tribulación) pudiera empezar.  Un individuo llamado “el hombre de pecado” (anticristo) aparecerá.  El misterio de injusticia ha estado operando desde el tiempo de Pablo, pero está siendo restringido por el poder del Espíritu que obra por medio de la iglesia verdadera.  Sólo cuando la iglesia sea llevada de la tierra por el rapto, este hombre podrá aparecer públicamente.

En 1 Tesalonicenses 5, siguiendo el pasaje del rapto en el capítulo 4, Pablo enseña acerca del Día del Señor.  Él advierte de la destrucción que éste traerá sobre los injustos (vv. 2, 3).  Pero en seguida aseguró a los cristianos que los que son de Cristo no serán vencidos (v. 4).

Todavía hablando del día del Señor, Pablo escribe: “Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo” (v. 9).  Parece claro que él está indicando aquí la liberación de los creyentes de los juicios del día del Señor, incluida la gran tribulación.

En el Nuevo Testamento los cristianos son repetidamente exhortados a velar en vista de la venida del Señor.  Nunca se les enseña velar por la gran tribulación ni por la llegada del Anticristo.  Esperar que tales cosas tengan que suceder antes del rapto destruye el sentido de inminencia que respecto a la segunda venida de Cristo aparece en todo el Nuevo Testamento.

Los creyentes reciben las instrucciones de que tienen que “esperar de los cielos a su Hijo,” no la gran tribulación (1 Tesalonicenses 1:10).  Cuando las señales del fin de la era son evidentes, deben erguirse y levantar su cabeza en expectación de su redención, no de la gran tribulación (Lucas 21:28).

Las señales de la venida del Señor se manifestarán antes de su llegada pública, pero no tienen que ser cumplidas antes del rapto.  Cualquier enseñanza que ciertos hechos tienen que acontecer antes del rapto no está en armonía con la doctrina de inminencia. 

Es consecuente con los tratos de Dios con su pueblo en el Antiguo Testamento creer que la iglesia será llevada del mundo antes de la gran tribulación.  Dios no mandó el diluvio hasta que Noé y su familia estuvieron seguros dentro del arca.  No destruyó a Sodoma hasta que Lot salió.  La Biblia refiere de un rapto que es pre-tribulación.   En todas las enseñanzas de la segunda venida en el Nuevo Testamento la inminencia se enfatiza.  Interponer otros sucesos antes del rapto viola tales enseñanzas.

Mientras los cristianos esperan con alegría la venida del Señor, es bueno recordarles las palabras de Pablo a Tito: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:11-14).

El Texto Bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; Ó renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas.  Utilizado con permiso.

 Una respuesta de las Asambleas de Dios a la teología reformada

La creciente popularidad de la teología reformada entre los ministros más jóvenes y los estudiantes que se preparan para el ministerio ha llamado la atención del movimiento contemporáneo evangélico en América y otras partes. Por un lado, el amor por la Escritura y la teología, junto con el fervor por Cristo y su obra, son una fuente de gran aliento. Por otro lado, hay cierta preocupación que, al adoptar la teología reformada apresuradamente, algunos individuos provenientes de trasfondos más wesleyanos y arminianos tal vez no hayan considerado con detenimiento las diferencias esenciales entre las respectivas tradiciones.

De hecho, hay un continuo debate filosófico en torno al equilibrio entre la soberanía divina y la responsabilidad humana, que deriva de esta discusión. En un extremo, se afirma que Dios, el destino, o alguna otra fuerza es el único agente activo en el universo que ejerce su influencia sobre seres humanos impotentes. En el otro extremo, se argumenta que la humanidad puede hacer lo que quiere y no necesita justificarse ante ningún poder superior, pues ciertamente es posible que ni siquiera exista. El cristianismo rechaza con toda razón ambos extremos como contrarios a la Biblia. Al mismo tiempo, hay cristianos sinceros que reivindican diferentes perspectivas en cuanto al equilibro entre el control divino de Dios y la responsabilidad humana. En la actualidad, las dos posiciones fundamentales en el cristianismo protestante son generalmente etiquetadas como teología reformada y teología arminiana.

Debe notarse también la diversidad entre los grupos reformados y arminianos. Ambos grupos abarcan tanto carismáticos como secesionistas, y muchas otras expresiones teológicas diferentes. Para muchos, la expresión más notable e influyente de la teología reformada se da a través de aquellos que se denominan «neo-reformados».

Este documento tiene como fin identificar en un espíritu de respeto y conciliación las áreas de acuerdos y desacuerdos, ofreciendo una base para fomentar la conversación, la comprensión, y también los motivos de discrepancia. Muchos de nosotros hemos aprendido mucho al estudiar y dialogar con maestros y amigos de la tradición reformada que estimamos, apreciamos y admiramos, aunque hemos llegado a conclusiones diferentes sobre ciertos aspectos de la salvación personal.

¿Cómo comenzó todo?

A la teología reformada se la suele llamar calvinismo, en honor a Juan Calvino (1509–1564). Esta designación no es del todo precisa. Muchas ideas asociadas con el pensamiento reformado encuentran su expresión, más de mil años antes, en los escritos de Agustín. Calvino fue sucedido por Teodoro de Beza (1519–1605), quien reconstruyó considerablemente las ideas de Calvino. Luego de la muerte de Beza, el sínodo de Dort (1618–1619) dio a la teología reformada su forma fundamental y actual. Por tanto, una gran parte de lo que se denomina calvinismo, o teología reformada, se desarrolla en realidad luego de la muerte de Calvino. Es más, el concepto central de Calvino era la gracia de Dios. Para él, la soberanía de Dios se expresaba ante todo a partir de la gracia y no a través de la elección para la salvación y/o condenación. Muchos historiadores y teólogos, incluso un número que se autodenomina reformado, coinciden en que Calvino no sería necesariamente «calvinista», ya que no estaría del todo de acuerdo con la corriente principal de la teología reformada.

La posición que mantiene típicamente las Asambleas de Dios se denomina arminianismo, por Jacobo Arminio (1560–1609). El arminianismo fue luego desarrollado por Juan Wesley; algunos tal vez estén más familiarizados con el rótulo de wesleyanos en vez de arminianos, y receptivos a él. Arminio fue un elogiado estudiante de Beza. En el proceso de defender conceptos reformados, terminó discrepando con Calvino y Beza en los temas de la gracia irresistible, la predestinación, y el libre albedrío. Luego de su muerte, los seguidores de Arminio desarrollaron su pensamiento en más profundidad en Los cinco artículos de la oposición (también llamados Los cinco artículos de reproche) en 1610.

Unos nueve años después, en el sínodo de Dort, los teólogos reformados respondieron en detalle con un documento denominado Los cánones de Dort. Esta respuesta contenía muchos «artículos» o «rechazos de errores» para cada uno de Los cinco artículos de la oposición. Un resumen más sucinto empezó a usarse a principios de 1900, el cual a menudo lleva la sigla de TULIP (por su sigla en inglés), y el cual también fue catalogado como Los cinco puntos del calvinismo. No todos los eruditos reformados concuerdan con la postura de que estos cinco puntos comunican con precisión los cánones, aunque sí creen que son un marco útil para expresar las diferencias fundamentales entre el arminianismo clásico y las posiciones reformadas.

A los primeros bautistas de Inglaterra en el siglo diecisiete se los calificó como «generales» por su enseñanza de la expiación «general» o ilimitada. Además, en términos generales, eran arminianos. Los «bautistas particulares», que se adherían más al pensamiento reformado, aparecieron un tiempo después. Juan y Carlos Wesley llegaron a ser partidarios destacados de la teología arminiana, introduciéndose como una posición dominante en la teología norteamericana. Por contraste, George Whitefield y Jonathan Edwards adoptaron el pensamiento reformado. Con todo, y a pesar de sus diferencias teológicas, Wesley y Whitefield eran amigos y compañeros de trabajo.

En el panorama denominacional norteamericano, casi todas las iglesias presbiterianas son exclusivamente reformadas, como también las denominaciones que llevan la palabra «reformada» en su nombre. La Iglesia Unida de Cristo es otra denominación norteamericana destacada que tiene una herencia reformada. Los metodistas, la mayoría de los bautistas (aparte de los bautistas «particulares» o «reformados»), y las denominaciones carismáticas y pentecostales tienden a ser arminianas. Muchas denominaciones, incluso los anglicanos o miembros de la iglesia Episcopal, incluyen una variedad de perspectivas. La mayoría de los bautistas del sur son arminianos, con algunos que se adhieren a la perseverancia de los santos («la seguridad eterna»). Otros son más reformados, una posición que se acepta cada vez más entre muchos pastores bautistas del sur más jóvenes.

Los pensadores reformados han producido más escritos, mayormente en torno a la teología. Esto es el resultado de lo que podría llamarse el «constructo» reformado. La teología arminiana o wesleyana no exige un argumento filosófico complejo, ya que parece ajustarse de forma más natural a una lectura directa de la Biblia y de la vida real. Es decir, la experiencia humana y nuestra comprensión de Dios y de la Escritura coinciden con la postura arminiana en que no se requiere la creación de un sistema teológico complejo para justificar el llamado a la evangelización de todas las personas. El pensamiento reformado, por contraste, parte de una perspectiva teológica en torno a la naturaleza de Dios (en particular, a su soberanía, en contraposición con la inhabilidad humana) y luego construye un sistema en torno a esa idea.

Los distintivos teológicos «estándar»

Arminianismo (derivado de Los cinco artículos de reproche, 1610).

  • La salvación o condenación final de una persona está «condicionada» por —o es el resultado de— la fe que Dios da o la incredulidad de esa persona;

  • La expiación que Dios provee es suficiente para todas las personas pero sólo se aplica a aquellas que confían en Él. Por tanto, la expiación está limitada a los creyentes, aunque no por Dios, sino por la persona que confía o decide no hacerlo;

  • Ninguna persona puede salvarse a sí misma. Sin la ayuda del Espíritu Santo, nadie puede responder a la voluntad de Dios de que todos sean salvos;

  • La gracia de Dios, aplicada por el Espíritu Santo, es la única fuente de bien y de salvación humana, sin embargo, el hombre puede resistir esta gracia; y

  • La gracia de Dios en la vida del creyente permite que éste resista el pecado, y Cristo lo guarda de caer. «Debe determinarse con más cuidado» si la persona que ha experimentado esta gracia puede finalmente abandonar a Dios.

La teología reformada (con comentario):

La modalidad más conocida de la corriente principal de la teología reformada se expresa mediante el acrónimo TULIP (por su sigla en inglés), como se indica a continuación:

La «T» (Total Depravity) corresponde a la depravación total: toda persona es esclava del pecado, y nadie puede elegir a Dios. Esto no significa que cada persona llega a ser tan malvada como podría ser, o que hay una ausencia total de cualquier cosa que podríamos llamar «buena», sino que cada aspecto de la vida humana fue degradado por el pecado.

  • Tanto los pensadores arminianos como los reformados están de acuerdo en que el hombre es incapaz de salvarse a sí mismo. Ningún sistema principal de teología arminiana o wesleyana cree que las personas pueden gozar de una buena relación con Dios por su propia decisión o esfuerzo.

La «U» (Unconditional Election) corresponde a la elección incondicional: Dios escogió desde la eternidad a aquellos que salvará. Esta elección está únicamente basada en su misericordia y no en el mérito o la fe previstos en los escogidos. Al no elegir a otros, Dios decide retener la misericordia de algunos, condenandolos así por esa elección.

  • Los teólogos reformados argumentan que todos los seres humanos son merecedores de la ira de Dios (véase «Depravación total»), y que la salvación de cualquier persona es, simple y llanamente, la demostración de la gracia de Dios. Los teólogos arminianos creen que la gracia de Dios es dada a todas las personas para que respondan con fe. En última instancia, todos los seres humanos serán responsables no sólo de su condición previa a esta respuesta, sino también por su aceptación o rechazo de esta gracia habilitante.

La «L» (Limited Atonement) corresponde a la expiación limitada: la muerte de Cristo pagó el precio sólo por los pecados de los elegidos. Esta limitación no implica que la expiación de Cristo no es suficiente para salvar a todos, sino que se ha destinado únicamente a los elegidos.

  • Ésta es una de las áreas de mayor divergencia entre los pensadores reformados modernos. Algunos afirman que la expiación benefició a todos pero que no provee la salvación eterna para todos. Otros, a veces rotulados «Calvinistas de cuatro puntos», no se suscriben en lo más mínimo a esta limitación de la expiación. En el sínodo de Dort, el consenso parece haber sido que la muerte de Cristo fue suficiente para todos pero sólo efectiva para algunos. Los arminianos argumentaron que la expiación es potencialmente efectiva para todos, y que su verdadera eficacia se basa en la decisión del individuo, que a su vez es habilitada por el Espíritu («la gracia preventiva») y por el conocimiento previo de Dios de esa decisión. Las personas que delinearon el sínodo de Dort argumentaron que la expiación es efectiva siempre y cuando esté basada en la elección de Dios.

  • Es importante notar que tanto los arminianos como los pensadores reformados de la corriente principal concuerdan que el evangelio debe ser predicado y ofrecido a todos. En la teología arminiana, esto se debe a que la presentación del evangelio es un elemento crucial para que la gracia de Dios sea habilitada. La mayoría de los pensadores reformados (con la excepción de aquellos que se designan «hiper-calvinistas») creen que el evangelio debe ofrecerse a todos, dado que sólo Dios sabe quiénes son los elegidos.

La «I» (Irresistible Grace) corresponde a la gracia irresistible: las personas a quienes Dios determinó salvar se acercarán inevitablemente a la fe salvadora. En este sentido, y en última instancia, la obra del Espíritu Santo no puede ser resistida, aunque los elegidos sí pueden resistir antes de su decisión final.

  • Esto coincide con la creencia de la elección incondicional, que en esencia niega la participación humana a la hora de responder al llamado de Dios a la salvación. Claramente, aquí la perspectiva arminiana es otra: la gracia sí puede ser resistida.

La «P» (Perseverance of the Saints) corresponde a la perseverancia de los santos: todos aquellos que fueron elegidos por Dios (los «elegidos») permanecerán en la fe. Si alguno «se aleja», o bien nunca fue parte de los elegidos, o nunca se arrepentirá y volverá a la vida de la fe.

  • Mientras que los opositores (arminianos) eligieron no afirmar o descartar la posibilidad de abandonar a Dios a la larga, la mayoría de pensadores wesleyanos o arminianos actuales están de acuerdo en que, así como Dios no obliga a las personas a tener una relación con Él, tampoco obliga a aquellos que cambian de parecer a permanecer en esa relación.

  • Los pensadores arminianos no creen que la fe del individuo como tal lo salve. Es mas bien, la fe habilitada por el Espíritu la que acepta la salvación de Dios. Ésta no es una salvación basada en las obras, para el acceso a la vida cristiana (la «elección»), o para mantenerla (la «perseverancia»).

  • Las Asambleas de Dios no acepta la doctrina de «la seguridad eterna» y, en particular, la noción que deriva de esa enseñanza: «una vez salvo, siempre salvo». Al mismo tiempo, «la inseguridad eterna» (la idea de que uno debe ser salvo una y otra vez, o que siempre el individuo se arriesga a perder la salvación) no concuerda con la Escritura o con la creencia de las Asambleas de Dios. La salvación del creyente está segura en Cristo pero puede ser abandonada mediante una elección deliberada. (Véase la declaración oficial de la Asambleas de Dios respecto a este tema.)

Puntos de acuerdo

Siendo que la discrepancia principal y general entre creyentes reformados y arminianos concierne al participación de Dios y de los seres humanos en la salvación, ese es el enfoque de esta discusión sobre los puntos de acuerdo y desacuerdo en torno a este tema. Además, hay otros asuntos que trascienden a la soteriología y serán explorados bajo el título de «Desarrollos más recientes».

Es importante reconocer que ambos grupos, reformados y arminianos, en especial en sus expresiones moderadas, son plenamente cristianos. Ambos tienen la Escritura en alta estima, afirman que la humanidad necesita la salvación, que sólo Dios puede proveerla, y que Cristo es la provisión de Dios para nuestra necesidad. De hecho, los integrantes de ambos grupos suelen unirse en esfuerzos evangelísticos y de discipulado, aun cuando difieren en ciertos puntos teológicos.

Puntos de desacuerdo

La diferencia fundamental reside en lo que fácilmente podría interpretarse como la remoción de la responsabilidad humana (en particular, respecto a la gracia irresistible y la elección), la inferencia lógica es que el trabajo misionero no es necesario o deseable, que hay desesperanza en la condenación, y que la perseverancia es un acto de arrogancia.

El pensamiento reformado, en su expresión extrema, ha conducido a algunos a concluir que el evangelismo no es necesario, ya que es netamente una obra de Dios en la cual no participa el ser humano. Si la elección es de hecho incondicional y la gracia irresistible, los esfuerzos misioneros son irrelevantes. Esta creencia falla porque no refleja la vida y la actividad de la iglesia primitiva, y asimismo los mandamientos de Cristo de ir hasta lo último de la tierra para predicar el evangelio y hacer discípulos. Además, si la salvación y la reprobación son sólo actividades de Dios sin la decisión humana, entonces Dios es deshonrado y queda como injusto, y hasta cruel. ¿Por qué ofrecer un regalo que no puede aceptarse? Es difícil concebir como «bueno» a un supuesto Dios amoroso que elige a unos y pasa por alto a otros, o que incluso condena deliberadamente. Semejante perspectiva daña la imagen que la Biblia comunica acerca de Dios como alguien amoroso, amable y justo.

Si todo está predestinado, y la elección de Dios es el único agente activo en la salvación, podría argumentarse que el pecador no puede ser culpado por la decisión que Dios tomó de condenarlo. En semejante caso, la responsabilidad final parece recaer sobre Dios y no sobre la persona, ya que ella es incapaz de elegir y, por consiguiente, no debería sufrir por lo que se le impuso. La ausencia de capacidad para decidir conlleva la ausencia de responsabilidad.

Otro asunto se relaciona con la perseverancia llevada a un extremo, que a veces se identifica como «una vez salvo, siempre salvo». La postura oficial de las Asambleas de Dios respecto a la seguridad eterna amplía el tema sobre las problemáticas y los peligros de este extremo.

Debe notarse que hay peligros en las expresiones extremas de ambos grupos. Una forma extrema de arminianismo puede rotularse como pelagianismo, postura en la cual los creyentes básicamente se salvan a sí mismos por la calidad de su vida y de su fe. Una forma extrema de la teología reformada se ha denominado a veces híper- calvinismo, en la cual el individuo, como se señaló antes, no tiene participación alguna en la salvación o condenación. Ninguno de estos extremos tiene base bíblica, o una explicación satisfactoria para las realidades de la vida.

También debe notarse que no hay una expresión única del arminianismo o de la teología reformada que sea definitiva para quienes se identifican con un grupo o el otro. Por tanto, se aconseja cautela y que se evite estereotipar y denigrar a cualquiera de los dos grupos. Como se señaló antes, hay muchas cosas en común entre los creyentes que se identifican como reformados o arminianos, y hay una cooperación amplia, en particular en el mundo cristiano de habla inglesa. Esto era ya muy evidente en el siglo dieciocho con la cooperación entre los hermanos Wesley (arminianos) y Whitefield (reformado), y continúa hoy a través de las organizaciones paraeclesiales, como la Asociación Nacional de Evangélicos. También gozamos de un amplio consenso en torno a la doctrina de la Escritura, la trinidad, la encarnación, la naturaleza de la expiación, y otros puntos. Hay más puntos de acuerdo que de desacuerdo.

Desarrollos más recientes (o ramas del árbol)

Si bien la diferencia fundamental entre los pensadores reformados y arminianos (incluso las Asambleas de Dios, entre los últimos) concierne a la soteriología, hay otros puntos de divergencia que a menudo siguen la teología reformada y, en particular, el movimiento neo-reformado. Muchos de los pensadores denominados «jóvenes, preocupados y reformados», no se aferran con demasía a los cinco aspectos de TULIP, siendo la expiación limitada el principio que se cuestiona con más frecuencia. De este modo, algunos se identifican como calvinistas de 4 ó 3,5 puntos. Otros entre los neo-reformados son más estrictos en su soteriología que muchos calvinistas moderados, una vez más, teniendo en cuenta el peligro de considerar como un grupo homogéneo a todos los que se identifican como reformados.

Aunque los movimientos reformados en general han sido secesionistas en cuanto a la pneumatología, rechazando las manifestaciones actuales del Espíritu Santo, hay algunos entre los neo-reformados que están abiertos a los dones o que hablan en lenguas.

Una problemática bastante frecuente que promueven los neo-reformados es el complementarias mismo, en algunos casos con el rechazo de cualquier participación ministerial para las mujeres y, en otros casos, con la limitación del ministerio de las mujeres a un ámbito muy limitado. Éste es un asunto con el que las Asambleas de Dios está en desacuerdo, como se expresa en nuestra declaración oficial sobre las mujeres en el ministerio.

Conclusión

Mientras que en asuntos teológicos hay claras diferencias entre los que se autodenominan arminianos y reformados, ciertamente es más lo que nos une que lo que nos separa. Los extremos de ambas posiciones deberían rechazarse. Si bien la enseñanza y la predicación de algunos pastores en particular de ambos grupos pudieran ser ocasionalmente controversiales, concordamos en el imperativo de presentar el evangelio a los perdidos. Cuando el pensamiento reformado se profundiza y se lleva al extremo de eliminar toda responsabilidad humana, debemos rechazarlo y permanecer fieles al llamado y ejemplo de Cristo y sus discípulos, de guiar a todos al Señor y ofrecerles salvación.

 La santidad de la vida humana: el aborto y asunto relativos a la reproducción

Las Asambleas de Dios basa su entendimiento de la naturaleza del ser humano en la Biblia, que revela que Dios creó el Universo, el mundo, y todas las cosas vivientes (Génesis 1:1,11,21,25). Los seres humanos son la forma más alta de la actividad creativa de Dios, y Él es intencional tanto en su creación como en su destino. “Hagamos al hombre a nuestra imagen,... Y creó Dios al hombre a su imagen,... varón y hembra los creó” (Génesis 1:26,27). “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2:7).1

Al hacer a los seres humanos a su imagen, Dios los puso sobre todo los otros seres vivientes en la tierra. La “imagen de Dios”, que requiere ambos sexos para una expresión completa, significa que el hombre y la mujer son seres personales y espirituales, tanto racionales como relacionales, destinados a tener confraternidad eterna con su Creador personal. Aunque corrompida cuando los primeros humanos cayeron en el pecado (Génesis 3; Romanos 5:12), la imagen de Dios todavía es intrínseca en la naturaleza humana (Génesis 9:6), asegurando que hombres y mujeres son capaz de responder moralmente a su Creador. La creación a la imagen divina no sólo es una expresión del valor incalculable que Dios pone sobre la vida humana, sino también significa que Dios tiene poder soberano sobre la vida. Él es el dador y sustentador de la vida; solo Él tiene el poder para determinar su principio y su fin.2

La nobleza de los seres humanos se ve en el divino mandato: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1:28). Superiores a cualquier otra forma de vida, los humanos deben asumir una posición de custodios responsables de la tierra.

Toda vida humana, desde la concepción hasta la muerte, entonces debería ser valorada, respetada, nutrida, y protegida. Toda vida humana se ha de vivir en obediencia a Dios y su Palabra. La Biblia describe un orden moral bajo el cual cada persona es responsable. Al fin de la vida, cada persona comparecerá ante Dios para dar cuentas de sus acciones. “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Corintios 5:10).

Por esta razón, los seres humanos son responsables de traer la luz de la Palabra de Dios a las decisiones respecto de la defensa de la vida. Con este propósito, Las Asambleas de Dios ofrece las siguientes perspectivas bíblicas:

EL COMIENZO DE VIDA
Anticonceptivos. Las Asambleas de Dios, al no encontrar ningún mandato bíblico claro, no tiene una postura oficial sobre el uso apropiado de anticonceptivos dentro del matrimonio heterosexual para el propósito de regular el número de hijos, determinar el tiempo de su nacimiento, o proteger la salud de la madre. Estos son asuntos de conciencia personal cuando las parejas devotas, en oración, buscan la voluntad de Dios acerca del crecimiento de sus familias. Aunque hay asuntos éticos importantes en la decisión de tener una familia, la prevención del embarazo se entiende como una diferencia cualitativa de la terminación de un embarazo porque la esperma todavía no ha fertilizado el óvulo y la vida humana todavía no ha empezado. El mismo proceso biológico nos enseña que en el diseño creativo de Dios toda esperma u óvulo no está destinado a sobrevivir y unirse. No obstante, se debe recordar que algunos métodos comúnmente considerados anticonceptivos, tales como DIU y la pastilla para la mañana después, realmente son abortivos que terminan en vez de prevenir el embarazo.

La Biblia enseña que en la institución del matrimonio, los hijos son una ordenanza divina tanto para cumplir los propósitos de Dios para la humanidad como para la repoblación de la tierra. El mandato a la primera pareja fue, “fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla” (Génesis 1:28). A través de las Escrituras, los hijos se consideran un don de Dios: “He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre” (Salmo 127:3). Hay ciertas circunstancias cuando por muy buenas razones la pareja puede decidir no tener hijos. Sin embargo, el uso de anticonceptivos solamente para evitar las exigencias de la paternidad debe ser examinado en oración en términos de la pureza de sus motivos y las implicaciones personales del mandato divino.

Fecundación in vitro. De un estudio de las Escrituras, el plan de Dios para la concepción humana es la unión sexual entre un hombre y una mujer en un pacto de matrimonio legal. Los hijos de tal pacto deben ser el resultado de una relación sexual gozosa y amorosa en la que el esposo y la esposa son responsables del nacimiento y crecimiento de hijos consagrados a Dios. Sin embargo, las parejas heterosexuales estériles que sin buen éxito han intentado todos los tratamientos viables, quizá se enfrenten con la decisión de utilizar la fecundación in vitro. Hay diversos asuntos éticos para evaluar en el proceso, incluidos los gastos económicos, la cosecha de espermas y óvulos, y la nutrición de múltiples embriones de humanos vivos, de los cuales probablemente no todos serán implantados en el útero. La eliminación de los embriones no usados es un grave asunto ético porque representan el comienzo de la vida humana. También puede haber grave peligro para la vida de la madre en el caso de que múltiples bebés sobrevivan el término completo y el aborto de uno o más de ellos sea necesario. Antes de considerar la fecundación in vitro, preste atención cuidadosa en oración, con consejo sabio y piadoso, en cada asunto, y contrate profesionales médicos con estándares éticos compatibles. Desaprobamos cualquier procedimiento que resulte en la destrucción de embriones no implantados.

La clonación reproductora. Las Asambleas de Dios cree que la clonación es inmoral y un asunto de grave preocupación. En el proceso clónico, la persona no es concebida de la unión de la esperma del padre y el óvulo de la madre. La identificación genética viene solamente de una persona y es manipulada en el laboratorio antes de ser plantada en el vientre “alquilado” de una mujer colaboradora. También hay graves riesgos físicos para las personas clonadas. La clonación de animales ha demostrado el potencial para defectos de nacimiento y el envejecimiento prematuro. Los científicos no saben qué tipos de horrores esperan a los individuos clonados o los seres humanos en general por medio de tal proceso.

Aborto. Las Asambleas de Dios ve la práctica del aborto como un mal que ha sido infligido sobre millones de bebés inocentes y amenazará a millones más en los años que vienen. El aborto es una alternativa moralmente inaceptable como anticonceptivo, control de la población, selección del sexo, y la eliminación de las discapacidades físicas y mentales. Ciertas partes del mundo ya están experimentando serios desequilibrios en la población como resultado del aborto sistemático de bebés femeninos. La promoción y práctica del llamado aborto del nacimiento parcial de bebés es particularmente cruel.

La responsabilidad sexual. La exigencia contemporánea del aborto frecuentemente viene de la práctica de la libertad sexual sin la responsabilidad correspondiente. Las Escrituras hablan muy claramente contra las relaciones sexuales antes del matrimonio o fuera del matrimonio, y declaran que tales prácticas son pecados (Éxodo 22:16; Hechos 15:20; 1 Corintios 6:9, 13, 18; Gálatas 5:19). Utilizar el aborto como un anticonceptivo sólo profundizará y agravará el pecado con la culpa resultante y aflicción emocional. Las Asambleas de Dios afirma el mandato bíblico de la pureza y responsabilidad sexual que, cuando es obedecido, elimina muchas, si no todas, las situaciones en las que el aborto se considera necesario o deseable.

El ser aún no nacido como persona. Las Escrituras regularmente tratan al niño aún no nacido como una persona bajo el cuidado de Dios.

1. La Biblia reconoce que una mujer ha concebido aún en las primeras etapas del embarazo. Cuando la virgen María fue escogida para ser la madre de Jesús, un ángel le trajo este anuncio: “Concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo (huios)” (Lucas 1:31). Después el ángel informó a María que su prima Elisabet estaba embarazada: “Y he aquí tu parienta Elisabet, ella también ha concebido hijo (huios, “hijo”) en su vejez” (Lucas 1:36). Las Escrituras están claras que en la etapa prenatal tanto Jesús como Juan el Bautista fueron reconocidos como varones mucho antes de su nacimiento. Además, Juan, antes de nacer, fue reconocido como un “bebé” (brephos) (Lucas 1:41, 44). Es una palabra griega que se usa para los niños antes y después de nacer (compárese, Hechos 7:19). La Biblia siempre reconoce al niño en la etapa prenatal de la vida y no sólo como un apéndice del cuerpo de la madre que se puede abortar cuando quiera.

Aun cuando el embarazo en los tiempos bíblicos era el resultado de una relación ilícita, la importancia y el valor de esa vida no era cuestionada. Las hijas de Lot intencionalmente se embarazaron por relaciones incestuosas (Génesis 19:36), y Betsabé dio a luz a Salomón después de una relación adúltera iniciada por el rey David (2 Samuel 11:5). En ninguno de estos casos se considera la vida de los bebés aún no nacidos como indigna o algo que merecía el aborto.

2. La Biblia reconoce que Dios está activo en el proceso creativo de la formación de nueva vida. Acerca de Lea, la esposa de Jacob, las Escrituras dicen: “Y vio Jehová que Lea era menospreciada, y le dio hijos... Y concibió Lea, y dio a luz un hijo” (Génesis 29:31,32). Cuando Job se comparó a sus sirvientes, él preguntó: “El que en el vientre me hizo a mí, ¿no lo hizo a él? ¿Y no nos dispuso uno mismo en la matriz?” (Job 31:15). Reconociendo la imparcialidad de Dios, Job dice de Él: “¿Cuánto menos a aquel que no hace acepción de personas de príncipes, ni respeta más al rico que al pobre, porque todos son obra de sus manos?” (Job 34:19).

Dios habló por medio de Isaías: “Así dice Jehová, Hacedor tuyo, y el que te formó desde el vientre, el cual te ayudará: No temas, siervo mío Jacob” (Isaías 44:2). Y otra vez: “Así dice Jehová, tu Redentor, que te formó desde el vientre: Yo Jehová, que lo hago todo” (v. 24).

David lo resumió: “Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas” (Salmo 139:13-16).

3. La Biblia reconoce que Dios tiene planes para el niño aún no nacido. Solo Él sabe el potencial de esta nueva vida. Cuando Dios llamó a Jeremías a su ministerio profético, Él indicó que la ordenación era prenatal, cuando dijo: “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieras te santifique, te di por profeta a las naciones” (Jeremías 1:5). Cuando Zacarías el sacerdote estaba ministrando ante el altar de incienso, un ángel anunció que su esposa, Elisabet, daría a luz un hijo que se llamaría Juan. Allí fue revelado que Dios tenía planes específicos para este niño. Iba a ser el precursor de Jesús (Lucas 1:11-17).

4. La Biblia reconoce que Dios es soberano en todas las cosas, incluida la calidad de vida de un niño aún no nacido. Cuando las personas rechazan a Dios, llegan a degradar la vida humana y la hacen relativa. Algunos son considerados dignos de vivir; otros, prescindibles. Quién sino Dios sabría si alguien que fue destruido en el holocausto hubiera descubierto una cura para el cáncer. Quién sino Dios sabría las bendiciones que hubieran traído para mejorar la calidad de la vida los millones de niños sacrificados antes de nacer. Cuando las personas se ponen en el lugar de Dios para determinar si una vida es digna de seguir – sea antes o después de nacer – están usurpando la soberanía del Creador. También hay cosas que los humanos finitos no pueden comprender. Más altos son los caminos de Dios que los caminos del hombre. Aunque hoy la tecnología médica hace posible diagnosticar una condición médica antes del nacimiento de una criatura, es importante recordar que el amor de Dios es incondicional y está por encima de cualquier consideración de limitaciones físicas o mentales. Por consiguiente, aunque sea permisible buscar pruebas prenatales para proveer de mejor manera para las necesidades del niño que no ha nacido, no es permisible que se usen las pruebas prenatales para determinar si a un niño que no ha nacido se le permitirá o no vivir.

La muerte de personas inocentes. La Palabra de Dios es muy clara en cuanto a la terminación de una vida humana inocente. “No matarás” (Éxodo 20:13) no es sólo uno de los Diez Mandamientos, sino también un mandato moral en las Escrituras (compárese, Mateo 19:18; Romanos 13:9).

Dios inspiró a Moisés para que incluyera en las Escrituras una ley que se centre en la defensa de la vida de los niños aún no nacidos. “Si algunos riñeren, e hieren a mujer embarazada, y ésta abortare, pero sin haber muerte, serán penados conforme a lo que les impusiera el marido de la mujer y juzgar los jueces. Mas si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie” (Éxodo 21:22–24).

Se debe notar que el valor de la vida de la madre y del hijo es tal, que aun cuando no haya ninguna herida crítica o perdurable, los responsables son multados. Sin embargo, si la madre o el niño prematuro son heridos seriamente o mueren, entonces se aplican los severos castigos de la ley, posiblemente en este caso los que tratan con el homicidio involuntario (Éxodo 21:13; Números 35:22-25). Es claro que la vida del niño aún no nacido es preciosa, y aun una herida no premeditada que se infiera a un niño aún no nacido es un crimen serio.

La actitud de Dios en cuanto a la muerte de los inocentes es clara. Ninguno que disponga de la vida de otro está sin culpa, con la posible excepción bíblica de la pena de muerte administrada por el sistema de justicia (Génesis 9:6; Números 35:12), la muerte no intencionada en defensa propia (Éxodo 22:2), o la muerte causada por la policía o los poderes de guerra debidamente constituidos (Romanos 13:4-5).

Juan Calvino expresó el horror del aborto al comentar sobre Éxodo 21:22,23: “El feto, aunque encerrado en la matriz de su madre, ya es un ser humano, y es un crimen monstruoso quitar la vida a aquel que aún no ha empezado a disfrutarla. Si es peor matar a un hombre en su propia casa que en el campo, porque la casa del hombre es su lugar de refugio, entonces seguramente debería ser más atroz destruir al feto dentro de la matriz antes de que haya salido a luz”.3

La vida de la madre en peligro. En la era moderna, son muy escasas las situaciones en que el embarazo amenaza con seriedad e inminencia la vida de la madre. No obstante, si el diagnóstico responsable confirma que el parto probablemente resultará en la muerte de la madre, la fe cristiana histórica normalmente ha favorecido la vida de la madre sobre la del niño aún no nacido. Es la madre, no el niño que no ha nacido, la persona madura con una familia establecida y relaciones y responsabilidades en la sociedad.

Sin embargo, las amenazas imprecisas sobre la salud física o emocional de la madre no pueden ser la excusa para poner en riesgo la vida del niño. Cualquier intervención necesaria debe tener la intención de salvar la vida de la madre, no la intención previa de causar la muerte del niño. Como en cualquier emergencia, en tales circunstancias los hijos de Dios deben en oración pedir con fervor y tenacidad la intervención divina. Al hacer esto, las personas afectadas tienen que evaluar en oración el diagnóstico médico, con la ayuda de doctores humanitarios y líderes piadosos y hacer, con responsabilidad y clara conciencia, lo que probablemente será una decisión dolorosa.

Los efectos emocionales y espirituales. Los abortistas pocas veces avisan a las mujeres embarazadas del posible impacto que el aborto pueda tener en su salud espiritual y mental. Mujeres desesperadas que se encuentran en situaciones muy penosas o inconvenientes como resultado de un amorío ilícito o un embarazo no planeado, y que frecuentemente son obligadas por amantes egoístas, familiares avergonzados, o ambos, son dirigidas a ver el aborto como una “solución rápida”. Nada podría estar más lejos de la verdad. Las mujeres frecuentemente no saben que la depresión, la culpa, y la vergüenza las pagará por toda la vida. Aunque Dios puede perdonar, y sí perdonará y sanará el corazón quebrantado de los pecadores arrepentidos que se acerquen a Él para encontrar perdón, la realidad del acto nunca se puede deshacer y probablemente siempre será recordado con dolor y remordimiento.

El derecho de elección de la mujer. En años recientes, se argumenta que debido a que solo la mujer lleva consigo la consecuencia física del embarazo, ella debe siempre tener el derecho de elegir libremente un aborto. Las leyes de muchos países garantizan ese “derecho” dentro del marco de la duración y las diversas circunstancias varias del embarazo. Sin embargo, como este estudio ha mostrado, no hay base bíblica para que una mujer embarazada ponga fin a la vida de su hijo no nacido. La larga tradición histórica del cristianismo ortodoxo prohíbe el aborto. La legalidad del aborto en las culturas modernas se basa en conceptos de derechos individuales, autonomía, y privacidad impulsados más allá de la enseñanza de las Escrituras. Por lo tanto expresamente negamos que este supuesto “derecho” legal automáticamente confiere a la embarazada el derecho moral de abortar a su hijo no nacido. 

Investigaciones biomédicas
Las Asambleas de Dios afirma y anima la indagación científica reverente y responsable para mejorar la salud y el bienestar de las personas creadas a la imagen de Dios. La fe cristiana no debe ser interpretada de una manera que impida innecesariamente el creciente entendimiento del cuerpo humano y el descubrimiento de curaciones y prevenciones para las enfermedades y sus defectos espantosos. Sin embargo, hay muchas tentaciones de perseguir las ciencias de la vida por razones muy poco nobles. Por esta razón, toda indagación biomédica debe ser observada y regulada para asegurar el respeto a la defensa de la vida humana y de la dignidad esencial de los seres humanos que fueron creados a la imagen de Dios. Todo investigador tendrá que dar cuentas a Dios.

El estudio de células madres. Los estudios de células madres ofrecen grandes promesas para la cura de diversas enfermedades y deben ser desarrolladas bajo pautas éticas apropiadas y regularmente revisadas y ajustadas. Hay células madres disponibles para la indagación que vienen de fuentes legítimas que no ponen en peligro la defensa de la vida humana. La práctica de cultivar células madres del tejido de fetos abortados (células madres embrionarias) sólo perpetúa el mal del aborto y debe ser prohibido. De la misma manera, la cultivación de células madres de “lo que sobra” de los embriones de las clínicas de fertilidad provoca serias preocupaciones éticas respecto de la vida humana. Siempre se tiene que ejercer mucho cuidado en la cultivación de células madres para asegurar que la defensa y dignidad de la vida humana no sean comprometidas.

La intervención genética. Las Asambleas de Dios apoya las indagaciones y terapias genéticas moralmente responsables. La indagación genética que se lleva a cabo con reverencia de la vida parece tener gran potencial para la salud de los seres humanos por medio de la identificación e intervención en las raíces genéticas de cientos de enfermedades. De la misma manera, si se usa para resultados orgullosos y egoístas, la indagación e intervención genética también pueden tener el potencial de causar mucho daño a todo ser humano. Además, las Asambleas de Dios cree que es necesario tener legislación para prevenir la indagación genética indiscreta que producirá la discriminación, y la experimentación desacertada y la terminación de vida.

Acción cristiana
Cada vez que el aborto u otras prácticas inmorales amenazan la vida, los cristianos tienen la obligación de enfrentar estos males en foros públicos y buscar enmiendas legislativas y judiciales. Algunos pasos que los cristianos deben dar son los siguientes:

  • Los cristianos deben orar fervorosamente por la intervención de Dios y la sabiduría y determinación para resistir el aborto, por dudosa investigación y experimentaciones biomédicas.

  • Los cristianos deben proveer educación moral bíblica en sus hogares y en cualquier foro público posible. La iglesia, arraigada en las verdades eternas de la Palabra de Dios, debe buscar las oportunidades de levantar las normas de la sociedad, venciendo el mal con el bien.

  • Los cristianos deben apoyar activamente a los candidatos que protegen la defensa de la vida humana y deben presionar para obtener legislación que proteja a los que aún no han nacido.

  • Los cristianos deben trabajar por medio de agencias legislativas y gubernamentales para asegurar la apropiada revisión ética de toda la investigación biomédica y para imponer restricciones sobre lo que es malo o desacertado. Al oponerse con firmeza y fervor a leyes inmorales, los cristianos deben ejercer su influencia de manera pacífica, consecuente con los principios de las Escrituras (1 Pedro 2:11,12).

  • Los cristianos deben aconsejar a las mujeres con embarazos no deseados acerca de las alternativas del aborto, como la adopción. Deben apoyar generosamente las agencias de adopción cristianas con sus oraciones, sus finanzas, y su tiempo, y también facilitar la colocación de bebés no deseados en amorosos hogares cristianos.

  • Los cristianos deben ministrar compasión a los que sufren remordimiento y culpa por abortar o participar en un aborto u otras actividades o investigaciones que destruyen la vida, recordándoles las palabras de Jesús: “Al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37).

Oposición pacífica
Las leyes actuales prácticamente permiten el aborto libre, por lo menos en los primeros trimestres del embarazo. Las Asambleas de Dios cree fuertemente que tales leyes son inmorales y contradicen la ley de Dios. Se debe emplear todo medio legal para revocar los efectos de estas leyes y desmantelar las industrias que estas producen. Además de oponerse a las leyes inmorales que permiten y protegen la destrucción de la vida, Las Asambleas de Dios también denuncia las acciones violentas, rebeldes, y crueles contra los suplidores y los participantes en la empresa del aborto, a veces realizados por personas que dicen ser cristianas.

Conclusión
Este artículo no puede tratar cada uno de los asuntos o dilemas que pueden surgir. En circunstancias raras e inusuales en que la Biblia no habla de manera directa, los individuos afectados deben buscar en actitud de oración el consejo divino y obedecer la guía del Espíritu de Dios. Cada persona finalmente tendrá que dar cuentas a Él por cualquier acción que quitó la vida, la salud, o la dignidad de otra persona. Con estos asuntos eternos a la vista, las Asambleas de Dios tiene la firme intención de ser tanto un testigo de la verdad de Cristo como una agencia de sanidad y redención para ayudar, por medio de sus muchos ministerios cristianos, a los que se hallan en estos dilemas.

Notas
1 A menos que se indique lo contrario, todas las citas Bíblicas son de la Versión Reina-Valera 1960.
2 La Biblia provee precedentes para la pena de muerte justamente administrada para los crímenes capitales, y también para los actos de defensa propia y policías o poderes de guerra debidamente constituidos (Génesis 9:6; Éxodo 22:2; Números 35:12; Romanos 13:4-5).
3 Juan Calvino, Commentaries on the Four Last Books of Moses, trad. Charles William Bingham, 4 vols. (Grand Rapids: Erdmans, 1950), 3:41-42.

El Texto Bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera Ó1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; Ó renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.

Texto bíblico marcado NVI tomado de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional. ©1999 por la Sociedad Bíblica Internacional. Usado con permiso.

 La santidad de la vida humana: el suicidio, el suicidio con asistencia médica, y la eutanasia

La decisión histórica de la Corte Suprema de los Estados Unidos que legalizó el aborto, Roe v. Wade, produjo un constante y divisivo debate público sobre el valor de la vida humana. Al suprimir las protecciones para los aún no nacidos, la Corte se alejó del principio de que la vida humana es sagrada, y en su lugar reconoció la autonomía personal de la mujer en la decisión de abortar a su hijo, enfatizando como dice el lema popular, “el derecho de escoger”. Como se podría esperar, este alejamiento se ha extendido a las decisiones de dar término a la vida, con esfuerzos por sancionar la eutanasia y el suicidio con asistencia médica bajo el principio del “derecho de morir” del individuo. Como Francis Schaeffer y C. Everett Koop acotar en 1979: “Con la declaración de la legalidad del aborto arbitrario, la rapidez con que se acepten las demás formas de homicidio sorprenderá incluso a sus defensores.” 1. Muchos factores han motivado el movimiento del derecho de morir, incluidas las preocupaciones sinceras sobre la dependencia de tecnologías y máquinas que mantienen a la persona viva y el cuidado adecuado para aliviar el dolor de los enfermos incurables. Su fuerza principal, sin embargo, es una filosofía errónea, engañosa, y francamente mala que devalúa a los que sufren. Por esto, nuestra oposición a los suicidios asistidos por médicos se tiene que entender en términos espirituales y ser orientada por principios bíblicos. Específicamente, la Iglesia tiene que (1) proclamar la dignidad del hombre como la creación soberana de Dios, (2) reafirmar la autoridad de Dios sobre la vida desde la concepción hasta la muerte, y (3) afirmar el significado y la esperanza para el sufrimiento de la humanidad.

Entender los asuntos
Primeramente tenemos que clarificar la terminología que usaremos en la discusión de los asuntos éticos sobre el fin de la vida. Suicidio es el acto por el cual una persona causa su propia muerte de manera deliberada e intencionada. El suicidio con asistencia médica y la eutanasia se pueden diferenciar de la siguiente manera: “El suicidio con asistencia médica ocurre cuando un doctor en medicina provee un medio médico para provocar la muerte, normalmente una receta de una cantidad mortal de medicamento que el paciente toma por sí mismo. En el caso de la eutanasia, el médico directamente e intencionadamente administra una sustancia que causa la muerte”. 2. Los dos son actos de homicidio, que los distingue el agente (uno mismo versus otro) que administra el medicamento o sustancia que termina la vida. Las expresiones eufemísticas para el suicidio con asistencia médica, tales como “auxilio o ayuda en la muerte”, se usan específicamente para cubrir la verdad de estas acciones y deben ser rechazadas.

Además, el suicidio con asistencia médica tiene que distinguirse de la decisión informada que toma el paciente de rechazar un tratamiento que sustente la vida, en maneras que compasivamente respetan la autonomía del individuo.

A Su imagen
La afirmación de que la vida humana es valiosa, aun sagrada, se basa en la creación de Dios de los seres humanos: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó” (Génesis 1:27). Esta verdad imparte un valor extraordinario a cada vida, independiente del sexo, de la raza, de la posición socioeconómica, de la edad, o de la salud. Los que creen en la creación bíblica tienen que reconocer el gran valor a la vida humana y defenderla. Para los que creen en el modelo materialista predominante, que explica nuestra existencia como el resultado al azar de fuerzas físicas impersonales, el valor de la vida es relativo e incidental.

Nuestra creación a la imagen de Dios es el enfoque del mandamiento bíblico contra el asesinato: “El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre” (Génesis 9:6). Al poner sus huellas en los seres humanos, Dios claramente estableció su propia autoridad sobre la vida humana y mantiene responsables a los que la quieren usurpar.

El valor intrínseco del hombre es confirmado por la expresión de amor de Dios al sacrificar a su Hijo quien pagó el precio por el pecado y la transgresión humana. Dios rectamente afirma su posesión de los que Él ha comprado: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:19,20).

Dios no solo prohíbe que otros reclamen derechos sobre nuestra vida, también prohíbe el derecho que nosotros mismos reclamamos sobre nuestra propia vida. El asesinato es condenado en la Biblia en los términos más severos (Génesis 9:6; Deuteronomio 5:17). El suicidio, que es causar deliberadamente la propia muerte, no encuentra apoyo en la biblia, y en los pocos casos que registra se implica la desaprobación divina (1 Samuel 31:4; Mateo 27:5).

Los que defienden el suicidio, por cualquier medio, deben negar estos mandatos y rechazar esta valoración de la vida humana. Específicamente, tienen que afirmar su autonomía personal sobre su propia existencia. El razonamiento es:

“Yo soy dueño de mí mismo;
La hora y manera en que yo muera es la base de mi vida privada;
Entonces yo mantengo mi ‘derecho de morir’, y nadie me lo puede quitar”. 3. Esta afirmación de soberanía personal promete libertad pero acarrea auto-destrucción. Resuena con la falsedad del razonamiento de Satanás con Eva: “No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:4,5). Como en cualquier circunstancia en que se ejerce la elección personal fuera de los parámetros de la ley de Dios – aborto, eutanasia, abuso de drogas, prácticas homosexuales, y promiscuidad heterosexual – la consecuencia invariable es la muerte física y espiritual.

Por otra parte, la justa decisión de obedecer los mandatos de Dios trae verdadera libertad. Dentro de los parámetros de Su ley, el individuo puede anticipar el gozo de sus bendiciones. Dios encara a cada uno de nosotros con alternativas absolutas: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti” (Deuteronomio 30:19,20).

Los límites de la vida
Dios determina los límites de la vida y sostiene en sus manos los dos puntos frágiles extremos de la experiencia humana. Él está activo en la concepción de la vida y en la conclusión de la vida, en el nacimiento y en la muerte.

De su principio, el salmista escribió: “Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre... No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra” (Salmo 139:13,15). El vientre es el lugar de la obra creativa de Dios. Es allí donde cada vida recibe su personalidad única, rasgos físicos únicos, y una naturaleza espiritual única. Los vislumbres que hemos visto de esta obra por medio de los ojos de los avances biomédicos solamente intensifican nuestro asombro en cuanto a las técnicas de Dios. Por otra parte, quizás tengamos menos discernimiento de la actividad de Dios en los momentos finales de la muerte. Naturalmente retrocedemos ante la muerte, la vemos como un adversario al que con renuencia, al final, cedemos el inexorable control sobre nosotros.

Por supuesto, la muerte no era el ideal de Dios. La muerte empezó como resultado de la rebelión y se extendió posteriormente de un hombre a la raza entera: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). El plan de Dios es librarnos de este último enemigo. “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15:55-57).

Para el creyente, la muerte no es la derrota final sino una transición en la que se intercambia lo perecedero por lo imperecedero, lo temporal por lo eterno, lo imperfecto por lo perfecto. El creyente experimenta la certeza aun cuando se enfrenta a la muerte. Job concluye: “Entonces llamarás, y yo te responderé; tendrás afecto a la hechura de tus manos” (Job 14:15). El salmista implica la simetría de la actividad de Dios en su nacimiento y muerte, cuando escribe: “Y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas” (Salmo 139:16).

Si el comienzo de la vida en la concepción y el final de la vida en la muerte están en las manos de Dios, entonces el aborto y el suicidio asistido o no, representan las máximas violaciones de su prerrogativa. El aborto roba del vientre una vida que todavía no ha empezado; el suicidio asistido precipita a la tumba la vida que todavía no ha terminado.

La polémica acerca del suicidio asistido también ignora las profundas implicaciones espirituales de la transición de la vida a la muerte. Sus defensores y practicantes no ofrecen ninguna información acerca de la realidad espiritual más allá de la tumba. No hay un reconocimiento de la mortalidad ni del juicio final. Esta aparente ingenuidad es indicio de la decepción espiritual en que se basa la filosofía del derecho de morir.

El significado del sufrimiento
Nuestra dificultad en comprender las actividades de Dios en la muerte sólo corresponde a nuestra dificultad en comprender su actividad en el sufrimiento humano. Desde la perspectiva bíblica, sin embargo, el sufrimiento es potencialmente intencionado y purificador. Desde la perspectiva de los defensores del suicidio y la eutanasia, el sufrimiento no tiene sentido y es degradante; se debe evitar y, si es posible, eliminarlo.

Job ofrece el prototipo del sufrimiento significativo. Él soportó dolor y desfiguración. “Entonces salió Satanás de la presencia de Jehová, e hirió a Job con una sarna maligna desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza” (Job 2:7). La reacción insensible de la esposa de Job es curiosamente contemporánea: “¿Aún retienes tu integridad? Maldice a Dios, y muérete” (Job 2:9). Rechazando su incitación, Job retenía su integridad, y afirmaba su completa confianza en Dios, diciendo: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios” (Job 19:25,26).

El sufrimiento es comprensible cuando vemos a Aquel que fue “despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto” y que “ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores” (Isaías 53:3,4). La pasión de Jesús nos asegura que Él se identifica con nuestros sufrimientos y que su fidelidad nos preservará durante las inevitables pruebas y tribulaciones de la vida. Esta es la esperanza de los que sufren y realmente el único consuelo ante el dolor implacable. Cristo se identifica con el sufrimiento de la humanidad, afirma el sufrimiento de la humanidad, y sana el sufrimiento de la humanidad.

Esta perspectiva bíblica ofrece una alternativa al suicidio asistido que afirma la vida de los enfermos incurables. Reconoce que el temor, la desesperación, el dolor, la depresión, y el aislamiento son factores reales. También provee, en la persona de Cristo, un ejemplo digno de la intervención compasiva en los sufrimientos de los demás, que podría disminuir el mismo dolor y aflicción que motivan los deseos de morir.

Combinando el cuidado médico efectivo con la ayuda emocional y espiritual, el movimiento del cuidado paliativo (hospicio) ha demostrado que pocos individuos piden el suicidio asistido una vez que sus dolores y síntomas han recibido atención. Un presidente del cuidado paliativo ha observado: “La percepción pública es que las personas están (escogiendo el suicidio) todos los días. Pero estas son personas en su casa, tienen los medios, tienen muchos medicamentos, y no escogen la muerte”.  4. Las personas que sufren quieren que su existencia y propósito sean afirmados, no el escape conveniente a la nada que ofrece el suicidio asistido.

La perspectiva bíblica del sufrimiento también resiste la resbalosa lógica de la filosofía del derecho de morir, una lógica que dice que el valor de la vida de una manera u otra es condicional. Para los enfermos incurables, el valor está condicionado en la calidad de la vida. ¿Qué sucede con otras clases de personas que no son saludables, jóvenes, y vigorosas? Asistir en el suicidio de los enfermos incurables establece un precedente ominoso que abre la puerta a una devaluación más general de la vida y a una práctica más amplia de la eutanasia. Aun el American College of Physicians (colegio norteamericano de médicos) ha expresado su preocupación de que el suicidio asistido podría llevar a acciones contra los pobres, los enfermos crónicos, los que tienen problemas mentales, los discapacitados, y los niños menores. 5. La historia justifica esta preocupación. En el decenio de 1920 los médicos alemanes empezaron a tomar en consideración que “podría haber una vida que no fuera digna de seguir” y adoptaron la práctica de la eutanasia para los enfermos crónicos, y después consintieron a una definición más amplia de personas “indignas”. 6. Más recientemente, los Países Bajos han legalizado la eutanasia voluntaria, sólo para abrir la puerta permisivamente a la práctica de la eutanasia involuntaria, lo que haría que los ancianos y los enfermos crónicos tuvieran su vida terminada contrario a sus deseos. Hoy, las leyes sobre “la muerte digna” han ganado la aprobación del electorado o han sido decretadas por orden judicial en algunos estados de nuestro país.

En este momento crítico de nuestra historia como nación, es imperativo que regresemos a la eterna pauta absoluta del valor humano arraigado en la verdad bíblica. Tenemos que regresar a la estimación divina del valor y de la dignidad de la vida, sea nacida o aún no nacida, joven o anciana, saludable o sufrida. Tenemos que reconocer de nuevo a Aquel en quien somos hechos a su imagen, a Aquel que determina la hora de nuestro comienzo y la hora de nuestro fin, y a Aquel que provee a los que sufren significado y esperanza mediante la obra redentora de la Cruz.

La respuesta cristiana
Después de desarrollar una perspectiva bíblica sobre la práctica del suicidio asistido, es importante que pongamos nuestras preocupaciones éticas en acción correspondiente. A ese fin, las siguientes sugerencias se ofrecen para los cristianos individuales y para la iglesia corporal, con el objeto de eliminar la petición y la práctica del suicidio asistido.

1. Buscar primero el Reino. En nuestro tiempo, la batalla no está entre los que apoyan y los que están en contra del suicidio. La verdadera batalla se está librando entre el reino del cielo y el reino de este mundo. Los cambios fundamentales en la sociedad no son afectados solo por el activismo político o social. Las personas llegarán a creer en la perspectiva pro-vida por medio de un cambio de corazón. Los cristianos tienen que ser sal y luz; la Iglesia tiene que ser la clara expresión del ministerio de Jesús al mundo. Siguiendo el ejemplo de Jesús, oramos, “venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10).

2. Amar con hechos. La declaración más fuerte a favor de los enfermos incurables y en contra de los suicidios asistidos la hacen los individuos que proveen apoyo espiritual en los centros de cuidado paliativo, sirven como capellanes en hospitales, ofrecen cuidado amoroso en los asilos de ancianos, y de otra manera ministran a los que están sufriendo y muriendo. Como el apóstol Juan nos amina, “hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad”
(1 Juan 3:18). Afirmemos nuestro alto valor de los que están sufriendo ofreciéndoles nuestro amor. Sea sensible a las necesidades de aquellos con desórdenes de salud mentales, algunos de los cuales pueden ser suicidas y necesitan atención especial. Visite al amigo que tiene cáncer; ofrezca su tiempo como voluntario en un asilo de ancianos; sostenga un programa de cuidado paliativo. Tales acciones marcarán la diferencia para alguien que tiene una enfermedad terminal y también da un gráfico ejemplo del amor cristiano.

3. Contender por la verdad. También es necesario que reconozcamos públicamente la verdad bíblica en relación con los asuntos críticos de nuestros tiempos, incluyendo el suicidio asistido. La iglesia tiene que expresar en términos incondicionales la esencia de sus principios morales y sus convicciones espirituales en cuanto al aborto y la eutanasia. Tenemos que mantener responsables a los funcionarios elegidos por la manera en que están votando, apoyar la legislación pro-vida, oponer el referéndum en favor del suicidio asistido, desafiar a nuestros médicos, y articular nuestras opiniones en foros públicos.

4. Proveer atención pastoral sabia y sensible. La iglesia no está inmune a la tragedia del suicidio. Cuando sucede, las familias son devastadas, surgen preguntas acerca del destino eterno, y la iglesia tiene que luchar contra un sentimiento de fracaso. Pero es en este punto que el evangelio de la gracia puede comenzar a fluir con un poder sanador, cuando los pastores, los miembros de la familia, los amigos, y la comunidad de fe responde con sabiduría y sensibilidad.

Nadie, sólo nuestro Señor, realmente conoce la profundidad de la depresión o la enfermedad de la que emergió la decisión de dar fin a la vida. El suicidio implica una acción razonada y deliberada. Sin embargo, alguien que se encuentra en una condición de depresión clínica o de desequilibrio emocional generalmente no se lo considera completamente responsable. Por lo tanto, las preguntas que tienen que ver con el destino eterno no son decisión de los que le  sobreviven. Deben quedar en manos de Dios, que sabe todas las cosas, cuyo amor es infinito, y que por siempre es misericordioso y justo. Al reconocer los límites del conocimiento humano y la naturaleza del Señor llena de gracia, la iglesia podrá ministrar con más efectividad en medio del quebranto y el dolor.

El Texto Bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; Ó renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.

 La Seguridad Del Creyente

La decisión histórica de la Corte Suprema de los Estados Unidos que legalizó el aborto, Roe v. Wade, produjo un constante y divisivo debate público sobre el valor de la vida humana. Al suprimir las protecciones para los aún no nacidos, la Corte se alejó del principio de que la vida humana es sagrada, y en su lugar reconoció la autonomía personal de la mujer en la decisión de abortar a su hijo, enfatizando como dice el lema popular, “el derecho de escoger”. Como se podría esperar, este alejamiento se ha extendido a las decisiones de dar término a la vida, con esfuerzos por sancionar la eutanasia y el suicidio con asistencia médica bajo el principio del “derecho de morir” del individuo. Como Francis Schaeffer y C. Everett Koop acotar en 1979: “Con la declaración de la legalidad del aborto arbitrario, la rapidez con que se acepten las demás formas de homicidio sorprenderá incluso a sus defensores.” 1. Muchos factores han motivado el movimiento del derecho de morir, incluidas las preocupaciones sinceras sobre la dependencia de tecnologías y máquinas que mantienen a la persona viva y el cuidado adecuado para aliviar el dolor de los enfermos incurables. Su fuerza principal, sin embargo, es una filosofía errónea, engañosa, y francamente mala que devalúa a los que sufren. Por esto, nuestra oposición a los suicidios asistidos por médicos se tiene que entender en términos espirituales y ser orientada por principios bíblicos. Específicamente, la Iglesia tiene que (1) proclamar la dignidad del hombre como la creación soberana de Dios, (2) reafirmar la autoridad de Dios sobre la vida desde la concepción hasta la muerte, y (3) afirmar el significado y la esperanza para el sufrimiento de la humanidad.

Entender los asuntos
Primeramente tenemos que clarificar la terminología que usaremos en la discusión de los asuntos éticos sobre el fin de la vida. Suicidio es el acto por el cual una persona causa su propia muerte de manera deliberada e intencionada. El suicidio con asistencia médica y la eutanasia se pueden diferenciar de la siguiente manera: “El suicidio con asistencia médica ocurre cuando un doctor en medicina provee un medio médico para provocar la muerte, normalmente una receta de una cantidad mortal de medicamento que el paciente toma por sí mismo. En el caso de la eutanasia, el médico directamente e intencionadamente administra una sustancia que causa la muerte”. 2. Los dos son actos de homicidio, que los distingue el agente (uno mismo versus otro) que administra el medicamento o sustancia que termina la vida. Las expresiones eufemísticas para el suicidio con asistencia médica, tales como “auxilio o ayuda en la muerte”, se usan específicamente para cubrir la verdad de estas acciones y deben ser rechazadas.

Además, el suicidio con asistencia médica tiene que distinguirse de la decisión informada que toma el paciente de rechazar un tratamiento que sustente la vida, en maneras que compasivamente respetan la autonomía del individuo.

A Su imagen
La afirmación de que la vida humana es valiosa, aun sagrada, se basa en la creación de Dios de los seres humanos: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó” (Génesis 1:27). Esta verdad imparte un valor extraordinario a cada vida, independiente del sexo, de la raza, de la posición socioeconómica, de la edad, o de la salud. Los que creen en la creación bíblica tienen que reconocer el gran valor a la vida humana y defenderla. Para los que creen en el modelo materialista predominante, que explica nuestra existencia como el resultado al azar de fuerzas físicas impersonales, el valor de la vida es relativo e incidental.

Nuestra creación a la imagen de Dios es el enfoque del mandamiento bíblico contra el asesinato: “El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre” (Génesis 9:6). Al poner sus huellas en los seres humanos, Dios claramente estableció su propia autoridad sobre la vida humana y mantiene responsables a los que la quieren usurpar.

El valor intrínseco del hombre es confirmado por la expresión de amor de Dios al sacrificar a su Hijo quien pagó el precio por el pecado y la transgresión humana. Dios rectamente afirma su posesión de los que Él ha comprado: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:19,20).

Dios no solo prohíbe que otros reclamen derechos sobre nuestra vida, también prohíbe el derecho que nosotros mismos reclamamos sobre nuestra propia vida. El asesinato es condenado en la Biblia en los términos más severos (Génesis 9:6; Deuteronomio 5:17). El suicidio, que es causar deliberadamente la propia muerte, no encuentra apoyo en la biblia, y en los pocos casos que registra se implica la desaprobación divina (1 Samuel 31:4; Mateo 27:5).

Los que defienden el suicidio, por cualquier medio, deben negar estos mandatos y rechazar esta valoración de la vida humana. Específicamente, tienen que afirmar su autonomía personal sobre su propia existencia. El razonamiento es:

“Yo soy dueño de mí mismo;
La hora y manera en que yo muera es la base de mi vida privada;
Entonces yo mantengo mi ‘derecho de morir’, y nadie me lo puede quitar”. 3. Esta afirmación de soberanía personal promete libertad pero acarrea auto-destrucción. Resuena con la falsedad del razonamiento de Satanás con Eva: “No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:4,5). Como en cualquier circunstancia en que se ejerce la elección personal fuera de los parámetros de la ley de Dios – aborto, eutanasia, abuso de drogas, prácticas homosexuales, y promiscuidad heterosexual – la consecuencia invariable es la muerte física y espiritual.

Por otra parte, la justa decisión de obedecer los mandatos de Dios trae verdadera libertad. Dentro de los parámetros de Su ley, el individuo puede anticipar el gozo de sus bendiciones. Dios encara a cada uno de nosotros con alternativas absolutas: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti” (Deuteronomio 30:19,20).

Los límites de la vida
Dios determina los límites de la vida y sostiene en sus manos los dos puntos frágiles extremos de la experiencia humana. Él está activo en la concepción de la vida y en la conclusión de la vida, en el nacimiento y en la muerte.

De su principio, el salmista escribió: “Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre... No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra” (Salmo 139:13,15). El vientre es el lugar de la obra creativa de Dios. Es allí donde cada vida recibe su personalidad única, rasgos físicos únicos, y una naturaleza espiritual única. Los vislumbres que hemos visto de esta obra por medio de los ojos de los avances biomédicos solamente intensifican nuestro asombro en cuanto a las técnicas de Dios. Por otra parte, quizás tengamos menos discernimiento de la actividad de Dios en los momentos finales de la muerte. Naturalmente retrocedemos ante la muerte, la vemos como un adversario al que con renuencia, al final, cedemos el inexorable control sobre nosotros.

Por supuesto, la muerte no era el ideal de Dios. La muerte empezó como resultado de la rebelión y se extendió posteriormente de un hombre a la raza entera: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). El plan de Dios es librarnos de este último enemigo. “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15:55-57).

Para el creyente, la muerte no es la derrota final sino una transición en la que se intercambia lo perecedero por lo imperecedero, lo temporal por lo eterno, lo imperfecto por lo perfecto. El creyente experimenta la certeza aun cuando se enfrenta a la muerte. Job concluye: “Entonces llamarás, y yo te responderé; tendrás afecto a la hechura de tus manos” (Job 14:15). El salmista implica la simetría de la actividad de Dios en su nacimiento y muerte, cuando escribe: “Y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas” (Salmo 139:16).

Si el comienzo de la vida en la concepción y el final de la vida en la muerte están en las manos de Dios, entonces el aborto y el suicidio asistido o no, representan las máximas violaciones de su prerrogativa. El aborto roba del vientre una vida que todavía no ha empezado; el suicidio asistido precipita a la tumba la vida que todavía no ha terminado.

La polémica acerca del suicidio asistido también ignora las profundas implicaciones espirituales de la transición de la vida a la muerte. Sus defensores y practicantes no ofrecen ninguna información acerca de la realidad espiritual más allá de la tumba. No hay un reconocimiento de la mortalidad ni del juicio final. Esta aparente ingenuidad es indicio de la decepción espiritual en que se basa la filosofía del derecho de morir.

El significado del sufrimiento
Nuestra dificultad en comprender las actividades de Dios en la muerte sólo corresponde a nuestra dificultad en comprender su actividad en el sufrimiento humano. Desde la perspectiva bíblica, sin embargo, el sufrimiento es potencialmente intencionado y purificador. Desde la perspectiva de los defensores del suicidio y la eutanasia, el sufrimiento no tiene sentido y es degradante; se debe evitar y, si es posible, eliminarlo.

Job ofrece el prototipo del sufrimiento significativo. Él soportó dolor y desfiguración. “Entonces salió Satanás de la presencia de Jehová, e hirió a Job con una sarna maligna desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza” (Job 2:7). La reacción insensible de la esposa de Job es curiosamente contemporánea: “¿Aún retienes tu integridad? Maldice a Dios, y muérete” (Job 2:9). Rechazando su incitación, Job retenía su integridad, y afirmaba su completa confianza en Dios, diciendo: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios” (Job 19:25,26).

El sufrimiento es comprensible cuando vemos a Aquel que fue “despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto” y que “ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores” (Isaías 53:3,4). La pasión de Jesús nos asegura que Él se identifica con nuestros sufrimientos y que su fidelidad nos preservará durante las inevitables pruebas y tribulaciones de la vida. Esta es la esperanza de los que sufren y realmente el único consuelo ante el dolor implacable. Cristo se identifica con el sufrimiento de la humanidad, afirma el sufrimiento de la humanidad, y sana el sufrimiento de la humanidad.

Esta perspectiva bíblica ofrece una alternativa al suicidio asistido que afirma la vida de los enfermos incurables. Reconoce que el temor, la desesperación, el dolor, la depresión, y el aislamiento son factores reales. También provee, en la persona de Cristo, un ejemplo digno de la intervención compasiva en los sufrimientos de los demás, que podría disminuir el mismo dolor y aflicción que motivan los deseos de morir.

Combinando el cuidado médico efectivo con la ayuda emocional y espiritual, el movimiento del cuidado paliativo (hospicio) ha demostrado que pocos individuos piden el suicidio asistido una vez que sus dolores y síntomas han recibido atención. Un presidente del cuidado paliativo ha observado: “La percepción pública es que las personas están (escogiendo el suicidio) todos los días. Pero estas son personas en su casa, tienen los medios, tienen muchos medicamentos, y no escogen la muerte”.  4. Las personas que sufren quieren que su existencia y propósito sean afirmados, no el escape conveniente a la nada que ofrece el suicidio asistido.

La perspectiva bíblica del sufrimiento también resiste la resbalosa lógica de la filosofía del derecho de morir, una lógica que dice que el valor de la vida de una manera u otra es condicional. Para los enfermos incurables, el valor está condicionado en la calidad de la vida. ¿Qué sucede con otras clases de personas que no son saludables, jóvenes, y vigorosas? Asistir en el suicidio de los enfermos incurables establece un precedente ominoso que abre la puerta a una devaluación más general de la vida y a una práctica más amplia de la eutanasia. Aun el American College of Physicians (colegio norteamericano de médicos) ha expresado su preocupación de que el suicidio asistido podría llevar a acciones contra los pobres, los enfermos crónicos, los que tienen problemas mentales, los discapacitados, y los niños menores. 5. La historia justifica esta preocupación. En el decenio de 1920 los médicos alemanes empezaron a tomar en consideración que “podría haber una vida que no fuera digna de seguir” y adoptaron la práctica de la eutanasia para los enfermos crónicos, y después consintieron a una definición más amplia de personas “indignas”. 6. Más recientemente, los Países Bajos han legalizado la eutanasia voluntaria, sólo para abrir la puerta permisivamente a la práctica de la eutanasia involuntaria, lo que haría que los ancianos y los enfermos crónicos tuvieran su vida terminada contrario a sus deseos. Hoy, las leyes sobre “la muerte digna” han ganado la aprobación del electorado o han sido decretadas por orden judicial en algunos estados de nuestro país.

En este momento crítico de nuestra historia como nación, es imperativo que regresemos a la eterna pauta absoluta del valor humano arraigado en la verdad bíblica. Tenemos que regresar a la estimación divina del valor y de la dignidad de la vida, sea nacida o aún no nacida, joven o anciana, saludable o sufrida. Tenemos que reconocer de nuevo a Aquel en quien somos hechos a su imagen, a Aquel que determina la hora de nuestro comienzo y la hora de nuestro fin, y a Aquel que provee a los que sufren significado y esperanza mediante la obra redentora de la Cruz.

La respuesta cristiana
Después de desarrollar una perspectiva bíblica sobre la práctica del suicidio asistido, es importante que pongamos nuestras preocupaciones éticas en acción correspondiente. A ese fin, las siguientes sugerencias se ofrecen para los cristianos individuales y para la iglesia corporal, con el objeto de eliminar la petición y la práctica del suicidio asistido.

1. Buscar primero el Reino. En nuestro tiempo, la batalla no está entre los que apoyan y los que están en contra del suicidio. La verdadera batalla se está librando entre el reino del cielo y el reino de este mundo. Los cambios fundamentales en la sociedad no son afectados solo por el activismo político o social. Las personas llegarán a creer en la perspectiva pro-vida por medio de un cambio de corazón. Los cristianos tienen que ser sal y luz; la Iglesia tiene que ser la clara expresión del ministerio de Jesús al mundo. Siguiendo el ejemplo de Jesús, oramos, “venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10).

2. Amar con hechos. La declaración más fuerte a favor de los enfermos incurables y en contra de los suicidios asistidos la hacen los individuos que proveen apoyo espiritual en los centros de cuidado paliativo, sirven como capellanes en hospitales, ofrecen cuidado amoroso en los asilos de ancianos, y de otra manera ministran a los que están sufriendo y muriendo. Como el apóstol Juan nos amina, “hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad”
(1 Juan 3:18). Afirmemos nuestro alto valor de los que están sufriendo ofreciéndoles nuestro amor. Sea sensible a las necesidades de aquellos con desórdenes de salud mentales, algunos de los cuales pueden ser suicidas y necesitan atención especial. Visite al amigo que tiene cáncer; ofrezca su tiempo como voluntario en un asilo de ancianos; sostenga un programa de cuidado paliativo. Tales acciones marcarán la diferencia para alguien que tiene una enfermedad terminal y también da un gráfico ejemplo del amor cristiano.

3. Contender por la verdad. También es necesario que reconozcamos públicamente la verdad bíblica en relación con los asuntos críticos de nuestros tiempos, incluyendo el suicidio asistido. La iglesia tiene que expresar en términos incondicionales la esencia de sus principios morales y sus convicciones espirituales en cuanto al aborto y la eutanasia. Tenemos que mantener responsables a los funcionarios elegidos por la manera en que están votando, apoyar la legislación pro-vida, oponer el referéndum en favor del suicidio asistido, desafiar a nuestros médicos, y articular nuestras opiniones en foros públicos.

4. Proveer atención pastoral sabia y sensible. La iglesia no está inmune a la tragedia del suicidio. Cuando sucede, las familias son devastadas, surgen preguntas acerca del destino eterno, y la iglesia tiene que luchar contra un sentimiento de fracaso. Pero es en este punto que el evangelio de la gracia puede comenzar a fluir con un poder sanador, cuando los pastores, los miembros de la familia, los amigos, y la comunidad de fe responde con sabiduría y sensibilidad.

Nadie, sólo nuestro Señor, realmente conoce la profundidad de la depresión o la enfermedad de la que emergió la decisión de dar fin a la vida. El suicidio implica una acción razonada y deliberada. Sin embargo, alguien que se encuentra en una condición de depresión clínica o de desequilibrio emocional generalmente no se lo considera completamente responsable. Por lo tanto, las preguntas que tienen que ver con el destino eterno no son decisión de los que le  sobreviven. Deben quedar en manos de Dios, que sabe todas las cosas, cuyo amor es infinito, y que por siempre es misericordioso y justo. Al reconocer los límites del conocimiento humano y la naturaleza del Señor llena de gracia, la iglesia podrá ministrar con más efectividad en medio del quebranto y el dolor.

El Texto Bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; Ó renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.

 El rol de la mujer en el ministerio

Las manifestaciones sobrenaturales y los dones del Espíritu Santo han desempeñado un papel significativo en el origen, desarrollo, y crecimiento de las Asambleas de Dios. Desde el inicio de nuestra denominación, los dones espirituales han sido evidentes en el ministerio de muchas mujeres sobresalientes que fundaron y dirigieron un amplio espectro de ministerios. No era inusual que una mujer casada ministrara a la par de su marido. De vez en cuando, los maridos trabajaban en profesiones seculares para apoyar el ministerio activo de su esposa. Muchas mujeres hasta eligieron privarse del matrimonio para cumplir mejor el ministerio al que el Señor las había llamado. Mujeres valientes sirvieron en las misiones, tanto locales como extranjeras, como misioneras, evangelistas, fundadoras de iglesias, pastoras, educadoras, o cumpliendo otros roles.

Los pentecostales creen que el derramamiento del Espíritu Santo que comenzó a principios del siglo XX es el cumplimiento de la profecía: “Y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas. . . Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días” (Joel 2:28,29; cf. Hechos 2:16-18)1. El hecho de que tanto mujeres como varones profeticen indica su inclusión en los ministerios en el tiempo del nuevo pacto.

La Biblia como autoridad final
 
Si bien la historia y la práctica de las Asambleas de Dios parecen demostrar que Dios bendijo el ministerio público de las mujeres, continúa el debate acerca de cuál es el rol de la mujer en el liderazgo espiritual. Puesto que la Biblia es nuestra autoridad final en torno a todos los asuntos de fe y de praxis, es importante examinar de nuevo sus enseñanzas para asegurarnos de que nuestra aproximación no sea simplemente subjetiva y pragmática.

Es nuestra intención estudiar el texto bíblico de la manera más cuidadosa y objetiva posible, usando reglas establecidas de exégesis e interpretación. Señalaremos elementos de juicio tanto históricos como teológicos.  A la vez, evaluaremos con cuidado textos que se han utilizado tradicionalmente para limitar o anular los ministerios de las mujeres.

Nuestra intención es siempre ser fieles a las enseñanzas de la Biblia, la Palabra inspirada e infalible de Dios para la humanidad. Al mismo tiempo, queremos ser compasivos hacia las personas de otras tradiciones que pueden con sinceridad estar en desacuerdo con nuestros hallazgos. Reconocemos que, de vez en cuando, es necesario llegar a un acuerdo en relación con aspectos no esenciales de la práctica ministerial, a fin de establecer iglesias con la mayor eficacia posible en contextos tradicionalmente patriarcales.

1 Todas las citas de la Escritura, a menos que se indique lo contrario, son de la versión de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera 1960 (RV60).

Precedentes históricos y globales

Los historiadores han observado que en el inicio de la mayoría de los avivamientos, cuando hay mucho fervor espiritual y se espera el regreso del Señor en cualquier momento, a menudo la gente está dispuesta a aceptar a mujeres ministras, dinámicas y pioneras. Con el tiempo, sin embargo, cuando las iglesias jóvenes avanzan hacia una forma más estructurada de ministerio y las preocupaciones institucionales pasan a primer plano, las personas no están tan dispuestas a aceptar el liderazgo espiritual de las mujeres, y los que se encuentran en el liderazgo eclesial tienden a ser, en su mayoría, hombres.

La experiencia de las Asambleas de Dios no ha sido la excepción. Entre los primeros pentecostales encontramos a ministras distinguidas tales como María B. Woodworth-Etter, Aimee Semple McPherson, Alice Reynolds Flower, Anna Ziese, y Marie Burgess Brown. Sin embargo, aunque las mujeres tuvieron gran libertad para ministrar en los primeros días de la denominación, la proporción de mujeres en el ministerio disminuyó radicalmente a partir de la década de 1920. En los últimos tiempos, sin embargo, la tendencia señala que la cantidad de mujeres con credenciales ministeriales va en aumento. 

A lo largo de su historia, los pentecostales de alrededor del mundo han luchado por aplicar la verdad bíblica a sus amplios y diversos contextos culturales. En algunos entornos, el liderazgo espiritual femenino es bien recibido; en otros, donde las mujeres están limitadas en su rol ministerial, son privadas de cargos ministeriales. A veces, por ejemplo, hay cierta inconsistencia entre el liderazgo que ejerce una misionera en su hogar y el que ejerce en el campo. A la vez, puede haber una diferencia entre sus oportunidades ministeriales en el campo y las de las mujeres de la cultura en la que sirve. Sin duda, ciertas culturas han influido, y continúan influyendo en la naturaleza y el alcance del liderazgo femenino. Si bien la iglesia siempre ha de ser sensible a las dinámicas culturales, no obstante, casi invariablemente debe observar los principios y las directivas de la Escritura, que están por encima de las prácticas de un contexto en particular.

Ejemplos bíblicos de la mujer en el ministerio

La historia del Antiguo Testamento incluye relatos de sólidos liderazgo femenino en muchos roles, tal como los siguientes ejemplos dignos de destacar: Miriam fue profetisa en Israel durante el éxodo, junto a sus hermanos Moisés y Aarón (Éxodo 15:20). Débora, que era no sólo
profetisa sino jueza, dirigió a Barac para que guiara al ejército de Israel hacia un combate exitoso contra los opresores (Jueces 4 y 5). Hulda, también profetisa, autenticó el rollo de la Ley encontrado en el templo y ayudó a iniciar la reforma religiosa en los días de Josías (2 Reyes 22:14-20; 2 Crónicas 34:22-28).

El Nuevo Testamento también muestra que las mujeres desempeñan roles ministeriales importantes en la Iglesia Primitiva. Tabita (Dorcas) puso en marcha un efectivo ministerio de benevolencia (Hechos 9:36). Las cuatro hijas solteras de Felipe eran profetisas reconocidas (Hechos 21:8,9). Pablo señaló a dos mujeres, Evodia y Síntique, como mujeres que “combatieron juntamente conmigo en el evangelio” (Filipenses 4:2,3). Priscila fue otra de las mujeres que Pablo consideró ejemplar entre sus “compañeros de trabajo en Cristo Jesús” (Romanos 16:3,4). En Romanos 16, Pablo saluda a muchos colegas ministeriales, entre los cuales muchas eran mujeres. En estos saludos, la palabra que Pablo usa para hablar del “trabajo” (kopiaō), o la “labor” de María, Trifena, Trifosa, y Pérdida (Romanos 16:6,12) es una que utiliza con frecuencia para su propia labor ministerial (1 Corintios 16:16; 1 Tesalonicenses 5:12; 1 Timoteo 5:17).

Febe, una líder de la iglesia en Cencrea, fue muy elogiada por Pablo ante la iglesia de Roma (Romanos 16:1,2). Lamentablemente, las parcialidades de las traducciones han oscurecido la posición de Febe en el liderazgo; por ejemplo, algunas versiones en inglés traducen el término como “sierva”, pero Febe era diakonos de la iglesia en Cencrea. Por lo general, Pablo utilizaba este término para identificar a un ministro o líder de una congregación, y lo aplica específicamente a Jesucristo, Tíquico, Epafras, Timoteo, y su propio ministerio. Según el contexto, diakonos por lo general se traduce como “diácono” o “ministro”. Aunque algunas traducciones han escogido la palabra “diaconisa” (por ejemplo, la NVI, pues Febe es mujer), el griego diakonos es un sustantivo masculino. Por tanto, es probable que diakonos fuera una designación para una posición de liderazgo oficial en la Iglesia Primitiva. Por tanto, la traducción correcta para el rol de Febe sería “diácono” o “ministro” (como lo reflejan algunas versiones en inglés, por ejemplo, la New Living Translation, NLT).

Además, muchas traducciones reflejan inclinaciones similares al referirse a Febe como alguien que “ha ayudado” (NVI), “ha sido de ayuda” (NTV) para muchos, incluido el mismo Pablo (Romanos 16:2). El término griego aquí es prostatitis, que NRSV [versión en inglés] se traduce como “benefactor’, con sus matices de igualdad y liderazgo.

Pablo identificó a Junia como apóstol (Romanos 16:7). A comienzos del siglo trece, algunos eruditos y traductores masculinizar su nombre como Junias, al parecer estaban renuentes a reconocer que había una apóstol mujer. Sin embargo, el nombre Junia se encuentra más de 250 veces solamente en Roma, mientras que la forma masculina Junias es conocida en cualquier fuente greco-romana. Pablo claramente fue en defensor de la mujer en el ministerio.

Estas instancias de mujeres cumpliendo funciones de liderazgo en la Biblia, deben considerarse como un patrón aprobado por Dios, no como excepciones a sus normas divinas. Incluso un número limitado de mujeres que cumplían funciones de liderazgo con el respaldo de las Escrituras afirman que Dios en verdad llama a mujeres al liderazgo espiritual.

Un estudio del rol de la mujer en el ministerio

El significado bíblico del término “ministerio” es fundamental para definir el rol escritural de las mujeres en el ministerio. De Cristo, nuestro gran modelo, se dijo lo siguiente: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido [diakoneō], sino para servir [diakoneō], y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45; cf. Mateo 20:28). El liderazgo del Nuevo Testamento que ejemplifica Jesús, encarna al líder espiritual como servidor, sea hombre o mujer. El asunto de la autoridad humana no tiene una significación primordial, aunque surja naturalmente con el desarrollo organizativo y estructural.

Génesis 2:18-25
Algunos expositores han enseñado que todas las mujeres deben subordinarse a los hombres adultos porque Eva fue creada después de Adán para ser su “ayuda adecuada” (NVI; ayuda idónea”, RV60). Sin embargo, la palabra ēzer (“ayuda”) nunca se usa en la Biblia hebrea con un sentido de subordinación; diecisiete de veinte veces se utiliza con referencia a Dios como ayudador. Eva fue creada para ser una ayuda “adecuada” o “correspondiente a” (kenegdo) Adán, no subordinada.

Algunos argumentan que Dios creó a los hombres y a las mujeres con diferentes características y deseos, y que estas diferencias explican por qué las mujeres no deben acceder a los roles de liderazgo. Otros atribuyen estas diferencias percibidas a expectativas culturales y sociales impuestas sobre los hijos desde la niñez hasta la adultez. Las diferencias físicas y las típicas funciones biológicas son obvias; pero sólo por deducción se afirma que las diferencias de género sugieren limitaciones en el liderazgo.

El énfasis de Pablo sobre el ministerio carismático

En el Nuevo Testamento, el ministerio es carismático por naturaleza. Mientras el Espíritu Santo distribuye soberanamente los dones espirituales (charismata) a cada miembro del cuerpo de Cristo, el ministerio se lleva a cabo y adquiere vigor (Romanos 12:6-8; 1 Corintios 12:7-11,27,28; Efesios 4:7-12; 1 Pedro 4:10,11). Aunque algunos dones son una labor espontánea del Espíritu y otros son dones ministeriales reconocidos por el cuerpo, todos son dados para el servicio, más allá de las diferencias de género. Por ejemplo, el don de profecía es explícitamente tanto para mujeres como para varones: “Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán” (Hechos 2:17). El Nuevo Testamento confirma que las mujeres reciben y ejercen este don del Espíritu (Hechos 21:9; 1 Corintios 11:5).

Si a Pedro ciertas declaraciones de Pablo le resultaban difíciles de entender (2 Pedro 3:16), no es de sorprender que nosotros, separados por cerca de dos mil años más de historia, tengamos la misma dificultad al interpretar algunos pasajes paulinos. Los destinatarios originales estaban familiarizados con los problemas que Pablo abordaba, pero a nosotros nos toca reconstruirlos y aplicar sus prescripciones lo mejor posible a la luz del contexto de sus cartas y de la revelación bíblica. Y, así como Pedro (2 Pedro 3:15), nosotros debemos respetar y amar a nuestros hermanos y hermanas que adoptan interpretaciones alternativas sobre asuntos que no son críticos para nuestra salvación o nuestra posición ante Dios. Sólo solicitamos que esas interpretaciones se expresen y practican en amor, teniendo consideración por todos los hijos de Dios, tanto hombres como mujeres.

Primera a los Corintios 11:3-12
La declaración “el varón es la cabeza de la mujer” por siglos se ha usado para justificar la práctica de superioridad masculina y para excluir a las mujeres del liderazgo espiritual. Hay dos traducciones alternativas para kephalē (“cabeza”), ampliamente debatidas entre los eruditos evangélicos contemporáneos, las cuales son: (1) “autoridad sobre” y (2) “fuente” u “origen”. Ambos significados se encuentran en la literatura del tiempo de Pablo.

Si se toma el pasaje como un todo, el segundo significado se ajusta bien o mejor que el primero, y conduce a la declaración sumaria en el versículo 12: “así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer; pero todo procede de Dios.” Aun la relación entre el Hijo eterno y el Padre —“Dios (es) la cabeza de Cristo” (1 Corintios 11:3)— encaja mejor con la noción de “fuente” que con la “autoridad sobre” (cf. Juan 8:42). Sin intentar resolver este debate definitivamente, no encontramos suficiente evidencia en kephalē para negar los roles de liderazgo a las mujeres (a la luz de los ejemplos bíblicos de mujeres en posiciones de autoridad espiritual, y a la luz de todo el consejo de la Escritura).

Primera a los Corintios 14:34-36
Hay sólo dos pasajes en todo el Nuevo Testamento que parecerían contener alguna prohibición contra el ministerio de la mujer (1 Corintios 14:34 y 1 Timoteo 2:12). Puesto que éstos deben situarse junto a las otras declaraciones y prácticas de Pablo, apenas pueden considerarse absolutas, es decir, como prohibiciones indiscutibles respecto del ministerio de la mujer. Más bien, parecen lidiar con problemas locales específicos que necesitan corregirse. Por tanto, el reconocimiento constante de Pablo de mujeres que ministraban entre las iglesias debe verse como su perspectiva auténtica, en vez de las aparentes prohibiciones de estos dos pasajes, que están sujetos a interpretaciones contradictorias.

Hay varias interpretaciones respecto a lo que Pablo estaba restringiendo cuando dijo: “vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar” (1 Corintios 14:34). Pablo usa la palabra griega (sigatō) para limitar el discurso de las mujeres, antes la había usado para limitar el discurso de aquellos que hablan en lenguas cuando no hay interpretación
(1 Corintios 14:28), y que se aplicó a los profetas cuando una profecía era dada a otra persona
(v 30). Sólo en esas circunstancias específicas se debe silenciar en la iglesia a las personas que hablan en lenguas, los profetas, y las mujeres. ¿Bajo qué circunstancias, entonces, ha de limitarse el discurso de las mujeres?

Las opciones incluyen: (1) el parloteo durante los servicios públicos, (2) las interrupciones a raíz de experiencia extáticas, (3) ciertos ministerios autorizados (como el de juzgar profecías), y (4) las preguntas durante la reunión. Es evidente que Pablo permitía que las mujeres oraban y profetizaban durante el servicio público en Corinto (1 Corintios 11:5). Es más, Pablo aconsejó que aquellos que profetizan (entre los cuales claramente había mujeres) estén entre los que juzgan las profecías (1 Corintios 14:29). Por ende, así como en el caso de las restricciones de Pablo sobre los varones y las mujeres que hablaban en lenguas y era profetas, es posible que las restricciones adicionales que Pablo da a las mujeres tengan que ver con otra tipo de discurso perturbador.

Si bien la naturaleza exacta de la prohibición de Pablo en este texto es un asunto de estudio continuo, nosotros concluimos que aquí no se prohíbe el liderazgo femenino, sino que, así como en el resto del capítulo, se amonesta a que se haga “decentemente y con orden “(1 Corintios 14:40).

Primera a Timoteo 2:11-15
El significado y la aplicación de la declaración de Pablo: “Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio” (1 Timoteo 2:12), ha desconcertado a   los intérpretes y ha tenido como resultado una diversidad de posiciones respecto al rol de la mujer en el ministerio de liderazgo espiritual.

En base a los pasajes estudiados antes sobre mujeres ejemplares en el ministerio, es evidente que Pablo reconoce el ministerio de ellas. Claro, había problemas obvios en Éfeso, algunos de los cuales estaban vinculados con las mujeres. Algunas mujeres se vestían sin pudor y con extravagancia (1 Timoteo 2:9). Las jóvenes viudas aprendían a “ser ociosas, andando de casa en casa; y no solamente ociosas, sino también chismosas y entremetidas, hablando lo que no debieran” (1 Timoteo 5:13). En la segunda carta a Timoteo, Pablo advierte contra las personas depravadas (lo cual es posible que incluya a mujeres) que manipulaban a mujeres “débiles”, “que se (dejaban) llevar” (2 Timoteo 3:6).

Una lectura de todo el pasaje de 1 Timoteo 2:9-15 sugiere decididamente que Pablo estaba aconsejando a Timoteo acerca de enseñanzas y prácticas heréticas que involucraron a mujeres de la iglesia en Éfeso en particular. Tan seria habrá sido la herejía que Pablo tuvo que decir de las mujeres de Éfeso: “No permito que la mujer enseñe al hombre y ejerza autoridad sobre él”. Otros pasajes muestran que tal exclusión no era normativa dentro del ministerio de Pablo.

Primera a Timoteo 3:1-13
Algunos han utilizado este pasaje entero para afirmar que todos los líderes y las autoridades en la iglesia primitiva supuestamente eran varones. El pasaje primero aborda el liderazgo masculino, sin duda porque era la práctica mayoritaria, y lo esperado. Pero también hay respaldo significativo para el liderazgo femenino.

Como es típico de las versiones modernas, la Nueva Versión Internacional traduce el versículo 11 de la siguiente manera:“así mismo, las esposas de los diáconos deben ser honorables”. Los traductores de la NVI decidieron arbitrariamente que el verso hace referencia a las esposas de los diáconos (a pesar de que no haya una referencia a las esposas en los requisitos previos de los ancianos).

Sin embargo, la palabra traducida como “esposas” corresponde al plural del término griego gynē, que puede traducirse como “mujer” o “esposa”, según el contexto. Al reconocer esto, los traductores de la NVI introdujeron la palabra “diaconisas” como lectura alternativa en las notas al pie de página. Pero otras traducciones (por ejemplo, la RV60 y LBA) traducen la forma plural de gynē cómo “mujeres”. Entonces, el versículo habla literalmente de los requisitos de las mujeres en el liderazgo espiritual, las cuales en este contexto podrían llamarse “diáconos”.

Aunque el entorno cultural del primer siglo produjo un liderazgo eclesiástico compuesto en su mayoría por varones, este pasaje demuestra —junto con otra evidencia bíblica del liderazgo espiritual femenino (por ejemplo, Hechos 21:9; Romanos 16:1-15; Filipenses 4:2,3)— que el liderazgo femenino no estaba prohibido, ni en los días de Pablo ni en la actualidad. Los pasajes que sugieren que los varones constituían la mayoría del liderazgo no deben tomarse como señal de que todo liderazgo era masculino, pues los registros bíblicos hablan favorablemente de numerosas líderes mujeres.

Gálatas 3:28
Aquellos que se oponen a que las mujeres desempeñen roles de liderazgo espiritual en la iglesia establecen limitaciones contextuales sobre Gálatas 3:28: “Ya no hay judío ni griego; esclavo ni libre; hombre ni mujer; sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús”.

Algunos intérpretes restringen el significado de esta tríada a la salvación por la fe o a la unidad en Cristo. Esa verdad sin duda se articula a través de la Escritura. Sin embargo, el versículo resuena con un timbre de aplicación universal para todas nuestras relaciones; no sólo se aplica al concepto de que todos pueden venir a Cristo. “No hay judío ni griego, esclavo ni libre; hombre ni mujer” . . . éstos son principios relacionales básicos a los cuales los fieles seguidores de Cristo deben dar mayor prioridad.

Con el Dios de la Biblia “no hay favoritismos” (Romanos 2:11; cf. también 2 Samuel 14:14;  
2 Crónicas 19:7; Hechos 10:34; Efesios 6:9). Él llama a quién quiere, y da dones y ministerios como Él decide; los seres humanos no deben poner limitaciones sobre prerrogativas divinas. La relación tensa entre Adán y Eva, incluyendo la declaración que “él te dominará” (Génesis 3:16), surge como resultado de la maldición, lo cual manifiesta que no era parte del plan original y duradero de Dios para la humanidad. En Cristo somos verdaderamente libres del pecado y de su maldición, que nos separa de Dios y de otros, y hace que enaltezcamos o rebajemos a cada persona en base a su raza, posición social, o el género.

Por tanto, concluimos…

Luego de examinar las diversas traducciones e interpretaciones de los pasajes bíblicos relacionados con el rol de la mujer en la iglesia del primer siglo, y con el deseo de aplicar los principios bíblicos a la práctica eclesial contemporánea, concluimos que no encontramos pruebas convincentes de que el ministerio de la mujer esté restringido por un principio sagrado o inmutable.

Somos conscientes de que el ministerio y el liderazgo de la mujer no es aceptado por algunos individuos, tanto dentro como fuera de la comunidad cristiana. Condenamos todo prejuicio y autopromoción por parte de hombres y de mujeres. La existencia de la intolerancia contra las mujeres en nuestro mundo, y con demasiada frecuencia en la iglesia, no puede negarse. Pero no hay lugar para semejante actitud en el cuerpo de Cristo. Reconocemos que las actitudes de la sociedad secular, basadas en prácticas y tradiciones de largo tiempo, han influido en la aplicación de principios bíblicos a circunstancias locales. Deseamos respetar con sabiduría, pero a la vez ayudar a redimir, a las culturas que están en desacuerdo con los principios del Reino. Afirmamos con Pablo que la Gran Comisión tiene prioridad sobre toda otra consideración. Debemos alcanzar a hombres y mujeres para Cristo, más allá de sus costumbres culturales o étnicas. El mensaje de redención ha sido llevado a las partes más remotas del mundo mediante el ministerio de mujeres y hombres dedicados y llenos del Espíritu. Los dones de los creyentes y la unción hoy deben seguir abriendo el camino para su ministerio. El ministerio pentecostal no es una profesión a la cual simplemente aspiran tanto hombres como mujeres; siempre debe ser un llamamiento divino, confirmado por el Espíritu con un don especial.

Las Asambleas de Dios ha sido bendecidos, y deben continuar siendo bendecidas, por el ministerio de las hijas de Dios, que tienen dones y recibieron una comisión por parte de Él. La Biblia afirma, una y otra vez, que Dios derrama su Espíritu sobre hombres y mujeres y, de este modo, concede dones a ambos sexos para el ministerio en su Iglesia. Por tanto, debemos seguir honrando los dones de las mujeres en el ministerio y en el liderazgo espiritual.

Por supuesto, el monumental desafío de la Gran Comisión de ir y hacer “discípulos de todas las naciones” (Mateo 28:19) requiere la participación de todos los ministros con dones del Espíritu Santo, tanto de hombres como de mujeres.

 Adoración en la Biblia

Uno de los asuntos más controversiales en las congregaciones cristianas de hoy es los estilos de adoración. Los que crecieron cantando los himnos tradicionales, más que nada los miembros de más edad de la congregación, frecuentemente se confunden y sienten incómodos con la letra y los ritmos contemporáneos que prefieren sus hermanos en Cristo más jóvenes. Casi siempre es difícil para los creyentes más jóvenes, que han crecido en un intenso y variado ambiente cultural, comprender la música y los himnos que para ellos son arcaicos. Tales diferencias en gustos musicales muchas veces son generacionales, pero no siempre. Algunos hermanos mayores prefieren la música contemporánea; de vez en cuando, los jóvenes buscan una iglesia con música más tradicional.

Cuando una iglesia trata de resolver estas preferencias adoptando exclusivamente uno u otro estilo, o al tratar de mezclar ambos, surgieron conflictos. El término popular “worship wars” [tensión por los estilos de adoración] sin duda es muy fuerte, pero los problemas que hay en muchas congregaciones a veces lo hace aparecer acertado. Con demasiada frecuencia, las iglesias se dividen debido a este asunto, o muchos se van a una iglesia que tenga un estilo de adoración que sea más de su agrado. Como resultado, el cuerpo de Cristo se debilita y pierde su sentido de misión.

El propósito de este documento no es abogar por cierto estilo en particular. Más bien, es un esfuerzo de presentar para todos los sinceros adoradores lo que las Escrituras dicen acerca de la adoración. ¿Cómo se define bíblicamente la adoración? ¿Cuáles son las implicaciones para la  salud y la estabilidad de las congregaciones locales?

Términos que definen la adoración

La adoración es el acto de expresar reverencia y respeto a Dios. Comprende la actitud del corazón como también prácticas rituales privadas y públicas, individuales y corporativas. No se limita a ciertos componentes de una reunión religiosa, como oraciones, cantos, números especiales, predicación, y otros. Tampoco se limita a las reuniones religiosas.

La teología bíblica siempre se debe establecer por medio de palabras y conceptos propios del hebreo, arameo, y griego, que se hallan en el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento. En este caso, la palabra en español “adoración” parece propia para describir la debida relación de los seres humanos con su Dios Creador como enseña la Escritura. No obstante, el entendimiento y la práctica de la adoración cristiana se debe formar primero por el estudio del texto bíblico.

Términos para “adoración” en el Antiguo Testamento

Aunque en el Antiguo Testamento hay varias palabras hebreas para “adoración”, tres son particularmente significativas. 1. Hāwâ. El más significativo es el verbo  hāwâ, que aparece 173 veces y que principalmente significa “inclinarse” voluntariamente ante seres humanos, ídolos, o Dios. En la descripción de un acto religioso específico, el término aparece 110 veces. Por ejemplo, cuando Abraham corrió al encuentro de los visitantes en Génesis 18:2, “se postró en tierra”. 2. En referencia a los dioses paganos, Jehová había mandado: “No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso…” (Éxodo 20:5). No obstante, los desobedientes israelitas a igual que los paganos adoraban ídolos. De modo que más de la mitad de los incidentes de adoración religiosa en el Antiguo Testamento son, en realidad, a deidades paganas. Cuando el rey Amasías de Judá derrotó a los edomitas, confiscó sus dioses y “los puso ante sí por dioses, y los adoró, y les quemó incienso” (2 Crónicas 25:14).

La debida adoración del Dios de Israel se halla en amonestaciones como el Salmo 29:2: “Dad a Jehová la gloria debida a su nombre; adorad (hāwâ) a Jehová en la hermosura de la santidad”, y el Salmo 95:6: “Venid, adoremos (hāwâ) y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor”. La verdadera adoración también incluye alabanza. “Después dijo David a toda la congregación: Bendecid ahora a Jehová vuestro Dios. Entonces toda la congregación bendijo a Jehová Dios de sus padres, e inclinándose adoraron (hāwâ) delante de Jehová y del rey” (1 Crónicas 29:20).

Yārē’. El verbo yārē’, que aparece 317 veces, puede denotar terror hacia los humanos o los dioses pero también respeto reverencial y adoración del Dios de Israel. Por consiguiente, Jehová dice a Moisés que no tenga “temor (yārē’)” de Og, rey de Basán (Deuteronomio 3:2). Sin embargo, a Israel se le ordena: “A Jehová tu Dios temerás (yārē’), y a él solo servirás” (Deuteronomio 6:13).

‘Ābad. El verbo ‘ābad, que aparece 290 veces, significa esencialmente “servir” y se usa en la vida pública y religiosa. El concepto de servir a Dios y de adorarlo tiende a tener el mismo significado. Por consiguiente, en Éxodo 3:12, Dios dice: “Ve, porque yo estaré contigo; y esto te será por señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis (‘ābad) a Dios sobre este monte.” En Malaquías 3:18 dice: “Entonces os volveréis, y discernimos la diferencia entre el justo y el malo, entre el que sirve (‘ābad) a Dios y el que no le sirve.”


Términos para “alabanza” en el Antiguo Testamento

Las palabras asociadas con “alabanza” se usan tan frecuentemente en el Antiguo Testamento como las palabras por “adoración” que hemos visto arriba.

Bārak. El verbo bārak se halla 327 veces y generalmente se traduce “bendecir”. Tiene que ver con la bendición que se da a otra persona, la bendición de Dios sobre su pueblo, y el pueblo que bendice a Dios. Por ejemplo: “Así te bendeciré (bārak) en mi vida; en tu nombre alzaré mis manos” (Salmo 63:4).

Halāl. El verbo halāl se usa 146 veces, mayormente en los Salmos, y significa “alabar, gloriar, [o] exaltar”, y generalmente se refiere a la alabanza a Dios, muchas veces en conjunción con música y cantos. “Alabaré (halāl) a Jehová en mi vida; cantaré salmos a mi Dios mientras viva” (Salmo 146:2; cf. 149:1; 150).

Yādâ. El verbo yādâ, usado 111 veces, significa “alabar, (dar) gracias, [o] confesar” en reconocimiento de su persona y obra. La mayoría de las referencias se hallan en los Salmos. Por ejemplo, el Salmo 106:1: “Alabad (yādâ) a Jehová, porque él es bueno; porque para siempre es su misericordia” (cf. Salmos 107:1; 136:1-3,26).

Términos para “adoración” en el Nuevo Testamento

El Nuevo Testamento en griego cuenta con una palabra básica para “adoración” pero hay varias otras que se usan de vez en cuando.

Proskyneō. Usado 60 veces, proskyneō es el verbo clave en griego para “adorar”. Significa “postrarse en adoración de alguien o algo” y parece que originalmente significaba “besar” a una deidad (lo cual requeriría postrarse o inclinarse ante el ídolo). 3. Tal adoración propiamente debe ser dirigida sólo a Dios o Jesús. Por consiguiente, el hombre ciego de nacimiento, sanado por Jesucristo, respondió: “Creo, Señor” y “le adoró (proskyneō)” (Juan 9:38).

Por cierto, proskyneō a veces se usa para denotar reverencia a seres humanos, ídolos, demonios, o Satanás. Pero al solicitarse dicha adoración (Apocalipsis 9:20; 13:4,8,12), se usurpa aquello que justamente le pertenece a Dios. 4. Latreuō. El verbo latreuō se usa 21 veces para denotar servicio orientado a lo religioso, sea a Dios o a ídolos. En el sermón de Esteban, Dios dice de la cautiva nación de Israel: “Después de esto saldrán [de Egipto] y me servirán (latreuō) en este lugar [Sinaí]” (Hechos 7:7; véase también Hebreos 9:14; 12:22-28). Más tarde, debido a la desobediencia de ellos, Dios “los entregó a que rindieran culto (latreuō) al ejército del cielo” (Hechos 7:42).

Sebō. El verbo sebō, que también significa “adorar”, se halla 10 veces en el Nuevo Testamento; incluye los conceptos de reverencia y respeto. Un ejemplo es Mateo 15:9: “Pues en vano me honran (sebō), enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres.” La observación de Pablo en Romanos 1:25 utiliza éste y el término anterior: “Cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando (sebō) y dando culto (latreuō) a las criaturas antes que al Creador.”

La adoración en el Nuevo Testamento

En la enseñanza del Nuevo Testamento, es claro que la adoración debe dirigirse solo a Dios, es decir al Dios Trino. Al ser tentado por el diablo, Jesús enfáticamente declara la exclusividad de la adoración cristiana: “Al Señor tu Dios adorarás (proskyneō), y a él sólo servirás (latreuō)” (Mateo 4:10). Jesús es adorado como Dios.

La naturaleza de la adoración tal vez mejor se describe en las palabras de Jesús dirigidas a la mujer samaritana: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán (proskyneō) al Padre en espíritu y en verdad (en pneumatika aletheią); porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espiritu y en verdad (en pneumatika aletheią) es necesario que adoren” (Juan 4:23,24). Los traductores frecuentemente han traducido “espíritu” con una “e” minúscula. Esta interpretación identifica al “espíritu” como espíritu humano y por tanto hace un llamado a los adoradores humanos a adorar con sinceridad y una debida actitud.

Sin embargo, parece que Juan deliberadamente unió los términos “espíritu” y “verdad” para que signifiquen, en efecto, “Espíritu de verdad”. Los exégetas afirman que tal entendimiento coincide mejor con la gramática y el flujo inmediato de pensamiento, como también el más amplio contexto de las enseñanzas de Juan acerca del Espíritu (1:32s.; 3:5-8,34; 6:63; 7:39; 11:33; 13:21; 14:17,26; 15:26; 16:13; 20:22; y el Paracleto, 14:16,26; 15:26; 16:7). 5. Por consiguiente, Jesús dice que los creyentes pueden de veras adorar solo con la ayuda del Espíritu de verdad que los santifica e ilumina por medio de la verdad de la Palabra de Dios; la verdad acerca de Dios y la verdad acerca del hombre, su pecado y salvación. “En la verdadera adoración hay un encuentro con Dios para el cual Dios por medio de su gracia tiene que capacitar al hombre.” 6. En vista de lo dicho arriba, el comentario de Pablo parece muy apropiado: “Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos (latreuō) a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne” (Filipenses 3:3).

Tómese en cuenta, sin embargo, que Satanás muchas veces usurpa la adoración, como en la tentación de Jesús. “Todo esto te daré, si postrado me adorares (proskyneō)” (Mateo 4:9). Hablando del Anticristo y de la Gran Tribulación, Pablo escribe: “El cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto (sebasma); tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios” (2 Tesalonicenses 2:4). Acerca de este mismo tiempo, en el Apocalipsis Juan observa: “Y adoraron (proskyneō) al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron (proskyneō) a la bestia, diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella?” (13:4; cf. vv. 8,12). Aun después de los juicios de los sellos y de las trompetas de la Gran Tribulación, los sobrevivientes no “dejaron de adorar (proskyneō) a los demonios, y a las imágenes de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera, las cuales no pueden ver, ni oír, ni andar” (Apocalipsis 9:20).

La adoración como estilo de vida

Aunque el enfoque de este documento está en la naturaleza de la adoración en los cultos de las iglesias cristianas, la adoración debe implicar mucho más. La mujer samaritana con quien habló Jesús tenía una fijación en lugares de adoración. Jesús le dijo que llegaría el tiempo en que no sería importante el lugar santo de los samaritanos, el monte Gerizim, ni el templo judío en Jerusalén. Lo que es importante, dijo Él, es que los “verdaderos adoradores” adoran al Padre “en espíritu y en verdad” (Juan 4:23,24), sin requerir de edificios ni de ritos. Pablo exhortó a los romanos: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo (thysia), santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional (latreia; del verbo latreuo)” (Romanos 12:1). Pablo usó el lenguaje de los sacrificios y servicios del tabernáculo y del templo para comunicar que la adoración de Dios es propiamente una constante y viva realidad en cada dimensión de la vida del creyente. La adoración tiene que llenar el corazón de una persona en su vida cotidiana antes de que pueda ser debidamente expresada en público.

La música y los cantos en la adoración

La música y los instrumentos musicales aparecen desde los comienzos del relato bíblico. Por primera vez en Génesis 4:21, donde se menciona a Jubal como “padre de todos los que tocan arpa y flauta”. El Antiguo Testamento menciona dieciséis o más instrumentos musicales relacionados con la adoración, pero también en otros contextos. El Nuevo Testamento menciona cuatro (o cinco si se incluye el “címbalo” de 1 Corintios 13:1).

El Creador mismo declara, acerca de los albores de la creación: “Cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios” (Job 38:7). David, “el dulce cantor de Israel” (2 Samuel 23:1), dice: “Puso [el Señor] luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios” (Salmo 40:3). Isaías profetizó: “Porque con alegría saldréis, y con paz seréis vueltos; los montes y los collados levantarán canción delante de vosotros, y todos los árboles del campo darán palmadas de aplauso” (Isaías 55:12).

En tiempos del rey David hubo un amplio desarrollo de músicos y cantores, debido al talento musical de David y la reverencia que él sentía por el arca y el tabernáculo/templo como morada de Dios. David asignó levitas como “cantores con instrumentos de música, con salterios y arpas y címbalos, que resonaran y alzaron la voz con alegría” (1 Crónicas 15:16-22; cf. 2 Crónicas 29:25,26; 35:15). “Además, cuatro mil porteros, y cuatro mil para alabar a Jehová, dijo David, con los instrumentos que he hecho para tributar alabanzas” (1 Crónicas 23:5; cf. 2 Crónicas 5:12,13). En realidad, la palabra “salmo” (psalmos, de psallō, originalmente “puntear” o “tocar”) implica el uso de instrumentos musicales. Interrumpida por el Exilio, la tradición musical de Israel se reanudó cuando volvieron de la cautividad, reedificar la ciudad de Jerusalén, y completaron el segundo templo (cf. Nehemías 7:1; 12:27).

Aunque hay poca información en los Evangelios y en Hechos, Jesús, los apóstols, y los creyentes de la iglesia primitiva seguramente se beneficiaron de los ministerios musicales de los cantantes y los músicos del templo. Aunque el Nuevo Testamento nada dice acerca de instrumentos musicales en sí, en las casa-iglesias de los primeros cristianos, la música y los cantos eran parte de la adoración llena del Espíritu (Hechos 16:25; 1 Corintios 14:14,15,26; Efesios 5:19; Colosenses 3:16). Aparentemente había una variedad de estilos y contenidos en los cantos congregacionales, aunque no hay evidencia de que las iglesias tenían coros o que se presentará números especiales. Aunque en ciertas denominaciones no permiten instrumentos musicales, el Nuevo Testamento no prohíbe ninguna clase de instrumento musical.

En realidad, Apocalipsis describe varias escenas de adoración celestial con cantos e instrumentos musicales, como también celebración verbal de la gloria y el poder de Dios. Los seres vivientes y los ancianos de Apocalipsis 5, todos con arpas, culminan sus cantos expresando que a Dios y el Cordero “sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 5:13). Los 144,000 cantan al Cordero “un cántico nuevo delante del trono, y delante de los cuatro seres vivientes, y de los ancianos” (Apocalipsis 14:3). Los que ganan victoria sobre la bestia “cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos” (Apocalipsis 15:3). La visión de Juan del Señor que desciende en poder y gloria también es precedida por aclamaciones de adoración y alabanza (Apocalipsis 19:1-8). Las palabras finales del ángel en esta ocasión son: “Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía” (Apocalipsis 19:10).

Aunque ciertas aptitudes en el arte de la música no se mencionan específicamente en las listas de dones espirituales del Nuevo Testamento (cf. Romans 12:6-8; 1 Corintios 12:8- 10,28; Efesios 4:11; 1 Pedro 4:10,11), recuerde que estas listas probablemente son a propósito para el caso y no exhaustivas. Tal como Dios por su Espíritu dotó específicamente a Bezaleel y Aholiab para los diseños y el mobiliario del tabernáculo (Éxodo 35:30-35) --otro don que no se menciona en el Nuevo Testamento--, parece evidente que Dios dotó a David (2 Samuel 23:1; Salmos 40:3) para la música y los salmos y que sigue dotando de manera similar a creyentes consagrados.

Lugares y edificios en la adoración

A través de los siglos el pueblo de Dios ha usado en la adoración ciertos lugares y edificios, muchas veces designados por Dios mismo. Abraham edificó altares e invocó el nombre de Dios en su peregrinaje por Canaán (Génesis 12:8; 26:25). Dios se reveló a sí mismo a Jacob en Betel; entonces Jacob alzó una piedra por señal y derramó aceite encima de ella (Génesis 28:10-22). Jacob más tarde volvió a Betel y edificó allí un altar (Génesis 35:1). En el encuentro que Moisés tuvo con Dios en Sinaí, el Señor le dio una señal, de que cuando los israelitas salieran de Egipto, servirían a Dios sobre ese monte (Éxodo 3:12). Dios tenía un lugar en particular, escogido de antemano, donde Él establecería el pacto con su pueblo escogido.

Dios mismo dio a Moisés el plan para el tabernáculo y su mobiliario (Éxodo 39:42). Los israelitas proveyeron los materiales mediante ofrendas voluntarias (Éxodo 35:1-29). Dios dotó por medio de su Espíritu a Bezaleel y Aholiab para que llevaran a cabo la construcción (Éxodo 35:30-35). Cuando el tabernáculo estuvo listo y fue dedicado, Dios honró los esfuerzos de Moisés y del pueblo al descender sobre el mismo con su gloria (Éxodo 40:34). El tabernáculo estaba estratégicamente localizado en medio del campamento, como símbolo de la morada de Dios con su pueblo, pero cuidadosamente salvaguardado para significar su santidad (Números 3:38).

Aunque el primer templo en Jerusalén fue construido bajo la dirección de Salomón, el complejo fue diseñado por David, quien dijo: “Asimismo el plano de todas las cosas que tenía en mente para los atrios de la casa de Jehová, para todas las cámaras alrededor, para las tesorerías de la casa de Dios, y para las tesorerías de las cosas santificadas… fueron trazadas por la mano de Jehová, que me hizo entender todas las obras del diseño” (1 Crónicas 28:12-19). El diseño interior del templo básicamente permaneció como Dios lo había revelado a Moisés para el tabernáculo original.

La adoración centrada en el tabernáculo y el templo utilizaba mobiliario y utensilios diseñados por Dios, incluido el arca del testimonio, la mesa para el pan, el candelero de oro, el altar del incienso, la fuente de bronce, y el altar del holocausto (Éxodo 37-40). Aún los utensilios para los sacrificios y otros rituales del tabernáculo fueron determinados por el Señor y dedicados especialmente a su servicio. El uso irreverente que hiciera Belsasar de estos utensilios del templo, que fueron confiscados en disoluta e idólatra parranda, fue seguido del inmediato anuncio de parte de Dios del castigo que vendría al imperio babilonio (Daniel 5).

Las muchas ceremonias de sacrificios del tabernáculo y del templo fueron instituidas por el Señor mismo, como se registran en amplio detalle en el libro de Levítico. Por medio de equipo físico y de ritos observables, Dios visualmente instruyó a su pueblo sobre la realidad y gravedad de sus pecados y los medios para la expiación. Como se nos recuerda en el libro de Hebreos, los sacrificios de sangre y otras prácticas eran figuras de la muerte expiatoria del Señor Jesucristo.

No obstante, cuando se corrompe la adoración, Dios no está permanentemente sujeto a lugares y mobiliarios que Él anteriormente haya bendecido, ni siquiera al templo en Jerusalén y su mobiliario. El abandono de la gloria de Dios del templo y de Jerusalén (Ezequiel 10), para luego volver al tiempo de la purificación y restauración escatológica (Ezequiel 43:1-5), es una vívida figura del rechazo divino de las corruptas instituciones religiosas.

Los primeros cristianos se reunían en el templo que había sido bellamente restaurado por Herodes el Grande. Al parecer también utilizaban las sinagogas locales. Pero de inmediato también comenzaron a usar varias casas como lugares de reunión (Hechos 2:46; 5:42; Lucas 24:53). El Aposento Alto (Hechos 1:13), tal vez la misma habitación en que celebraron la Última Cena –que bien puede haber sido la casa de la madre de Juan Marcos (Hechos 12:12) –, puede haber sido uno de esos lugares. Aquila y Priscila tenían una iglesia en su casa, en Éfeso y en Roma (1 Corintios 16:19; Romanos 16:5), y probablemente también en Corinto, lo mismo que Justo (Hechos 18:7). Ninfas tenía una iglesia en su casa en Laodicea (Colosenses 4:15); Filemón tenía una iglesia en su casa en Colosas (Filipenses 2). Lidia parece haber tenido una iglesia en su casa en Filipos (Hechos 16:15,40). Sin duda había muchísimas de esas casa-iglesias.

El templo en tiempos de Jesús no era más sacrosanto que el templo de Salomón que fue destruido al tiempo del Exilio. Jesús proclamó que Él era mayor que el templo (Mateo 12:5,6); parece haberlo purificado tanto al principio como al final de su ministerio (Juan 2:12-22; Marcos 11:15-28; paralelos Mateo 21:12-16; Lucas 19:45-47), y predijo la inminente destrucción del mismo debido al rechazo de Israel (Mateo 24:1,2; cf. 23:37,38). Jesús, en su propia persona y ministerio redentor, desplazó el templo y lo hizo obsoleto (Hechos 7:48; Hebreos 9:23-26; 8:1,2).

Rituales en la adoración

El hombre siempre ha usado ciertos objetos y rituales, o ceremonias, para facilitar la adoración. Las iglesias tradicionales muchas veces usan la palabra “liturgia” para sus prácticas de adoración. “Liturgia” deriva del grupo de palabras en griego leitourgeō/leitourgia que tiene que ver con servicio público, y a menudo, religioso (Hechos 13:2). Una buena definición es “forma prescrita de ritual para adoración pública en cualquiera de diversas iglesias cristianas”. Aunque más se usa en rituales de la iglesia anglicana, el término “liturgia” se puede aplicar a cualquier rito religioso, sea sencillo o de estilo anglicano.

Caín y Abel decidieron ciertas maneras de presentar sus respectivas ofrendas a Dios; siendo solo una de ellas aceptada (Génesis 4:2-5). Las particulares formas de acercamiento a Dios de Abraham fueron aceptadas, lo mismo que las de Isaac y de Jacob. En el tabernáculo se utilizaba una serie de rituales ordenados por Dios, los cuales llegaron a ser aún más extensivos en el primer templo y en el segundo.

Las primeras congregaciones cristianas tenían sus propios rituales. “Sin duda había ciertos elementos fijos en la adoración de la congregación paulina. Pero generalmente, ‘la liturgia en las primeras congregaciones es algo extraordinariamente vivo, y las fórmulas litúrgicas no dan señas de estar paralizadas (sic). Todos los miembros participan en la liturgia’.“ 7. Sin embargo, esas liturgias, o rituales, que se observan en el Nuevo Testamento, tales como las enseñanzas del bautismo en agua y de la Santa Cena, son relativamente sencillas (pero profundas), y se pueden adaptar fácilmente en diversas culturas. Presentan las verdades esenciales del evangelio sin la intención de prescribir cierto perfecto ritual para celebrar los distintos acontecimientos fijos en el calendario cristiano. Lo importante es una fiel y habitual representación del evangelio en la adoración unida. La admonición de Pablo a la iglesia en Corinto por su falta de respeto en la Santa Cena es un modelo instructivo de una saludable práctica ritual (1 Corintios 11:17-34).

Adoración inaceptable

Mucha de la adoración registrada en la Biblia es adoración de ídolos o un equivocado esfuerzo de adoración de Dios en términos humanos. La advertencia de Samuel al joven y desobediente rey Saúl enfatiza la necesidad de preparar nuestro corazón. “¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros” (1 Samuel 15:22). El predicador librepensador de Eclesiastés advierte: “Cuando fueres a la casa de Dios, guarda tu pie; y acércate más para oír que para ofrecer el sacrificio de los necios; porque no saben que hacen mal” (Eclesiastés 5:1).

El profeta Isaías censuró la vacía e hipócrita adoración de su día. “¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién demanda esto de vuestras manos, cuando venís a presentaros delante de mí para hollar mis atrios? No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas solemnes. Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi alma; me son gravosos; cansado estoy de soportarlas. Cuando extendamos nuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquemos la oración, yo no oiré; llenas están de sangre vuestras manos. Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo…” (Isaías 1:11-16).

La invasiva carnalidad humana que tantas veces afectó la adoración de la comunidad del Antiguo Testamento de vez en cuando se hace notar también en el Nuevo Testamento. Ananías y Safira mintieron al Espíritu Santo (Hechos 5:1-11). La avaricia de Simón y su codicia de poder resultó en una fuerte reprimenda de graves consecuencias (Hechos 8:20). Entre los corintios había divisiones y espíritu partidario (1 Corintios 1:10-12), celos y contiendas (capítulo 5), aceptación de grave inmoralidad (capítulo 5), como también orgullo, glotonería, embriaguez, y abuso de los pobres en la observancia de la Santa Cena (11:17-34). El clamor de David por pureza de corazón en la adoración suena como algo del Nuevo Testamento: “¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado con engaño” (Salmo 24:3,4).

Dimensiones pentecostales de la adoración

Muchas prácticas de adoración en el Nuevo Testamento son definitivamente pentecostales. El muchas veces citado recordatorio de Pablo a los filipenses es fundamental: “Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos (latreuō) a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne” (3:3). “Lo que es más notable en toda la evidencia disponible es la libre y espontánea naturaleza de la adoración en las iglesias paulinas, aparentemente dirigida por el Espíritu mismo.” 8. El libro de Hechos muestra que una y otra vez el Espíritu descendió poderosamente sobre los adoradores (2:4; 4:31; 10:44), con frecuentes y visibles bautismos en el Espíritu, en muchas ocasiones acompañados del hablar en otras lenguas (señalado o implicado) (2:4; 8:17; 10:44; 19:6). Los mensajes proféticos eran comunes, muchas veces con impartición sobrenatural de información y sabiduría (11:28; 13:1,2; 20:23; 21:9,10). Las señales, maravillas, y milagros no se limitaban a los cultos de adoración pero a veces ocurrían en esas reuniones (5:1-11; 20:7-12).

Las epístolas del Nuevo Testamento dan a entender la naturaleza pentecostal de la adoración en la iglesia primitiva. En la que probablemente es su primera epístola, Pablo amonesta: “No apaguéis al Espíritu. No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo” (1 Tesalonicenses 5:19-21).

Pablo exhorta a los creyentes a “[ser] llenos del Espíritu”. Al ser llenos, debían expresarlo “hablando entre [ellos] con salmos, con himnos y cánticos espirituales (ǭdais pneumatika), cantando y alabando al Señor en [sus] corazones” (Efesios 5:18,19). Pablo expresó esto de forma similar a los colosenses: “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándonos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales (ǭdais pneumatika)” (Colosenses 3:16). No es fácil para los eruditos distinguir con precisión entre salmos, himnos, y cánticos espirituales. Algunos piensan que los tres son himnología carismática. 9. Por lo menos, el ǭdais pneumatika si pudiera ser algo como “cantar en el Espíritu” (cf. 1 Corintios 14:15). 10. Aquí pneumatika (“espiritual”) ciertamente implica una obra especial del Espíritu Santo como en “don espiritual [carisma…pneumatikon]” (Romanos 1:11). Se debe notar que los únicos lugares en que aparece la palabra canto (ǭdē), aparte de los dos pasajes mencionados, es en Apocalipsis cuando los redimidos cantan en el cielo (Apocalipsis 5:9; 14:3; 15:3).

Lo que muchas veces no se comprende es el hecho de que “los salmos, himnos, y cánticos espirituales son parte de la manera en que los creyentes se dirigían unos a otros en las reuniones, y servían como medio de edificación, instrucción, y exhortación” (cf. también Colosenses 3:16, “enseñándoos y exhortándonos unos a otros”). 11. En vista del ejercicio indisciplinado en Corinto de los dones espirituales, Pablo dedica 1 Corintios 14 a instruir en este asunto. Él enfatiza el valor de las lenguas en adoración privada (14:2,4,5), y de la interpretación de lenguas en la adoración pública (14:26-28). Como las profecías eran algo que todos podían comprender, se debía valorarlas y darles prioridad (14:1,3,5,24,25,29-31), algo que muchas veces se descuida en la práctica contemporánea en que más se prioriza las lenguas y la interpretación de lenguas. Pablo dio normas muy prudentes respecto a la frecuencia de las profecías y los “mensajes” en lenguas y también para “juzgar” la veracidad de éstos (14:27-31). Además alentó a la congregación a participar activamente en el ejercicio de una amplia gama de dones: “Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación” (14:1,5,12,13,26,31). Todo ello debía hacerse para edificación de la iglesia (14:5,11,26).

También hay evidencia de adoración pentecostal en otros libros del Nuevo Testamento. El escritor del libro de Hebreos dice de la salvación del Señor: “Testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad” (Hebreos 2:4). El verbo que expresa el testimonio de Dios es synepimartyreō, “testificar al mismo tiempo”, y es un participio activo que indica que Dios sigue testificando acerca de la gran salvación en Cristo. “Este participio… implica que la evidencia corroborativa no quedó confinada al acto inicial de predicación, sino que siguió manifestándose en la vida comunitaria.” 12. Además, “la concesión de los dones carismáticos (merismos) del Espíritu Santo también sirvió para confirmar el mensaje proclamado. Se supone que es la perpetuación del carisma en la vida comunitaria (cf. 6:4,5) que provee indiscutible evidencia del sello de Dios en la palabra recibida por la congregación”. 13. El apóstol Pedro también hace mención de la dimensión pentecostal de la adoración. Al escribir acerca del uso de los dones espirituales —note el uso de charisma— exhorta: “Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios” (1 Pedro 4:11).

Elementos en los cultos de adoración de la iglesia primitiva

Según lo que vemos en el Nuevo Testamento, es posible que los primeros creyentes integrarán en su adoración muchas de las prácticas de la sinagoga. Los principales elementos y el orden de los servicios en la sinagoga están bien atestiguados: el Shema [recitación de Deuteronomio 6:4], las oraciones, la lectura de las Escrituras, una bendición sacramental, y un sermón. 14 En efecto, por un tiempo, los creyentes tanto judíos como prosélitos continuaron con la adoración en la sinagoga antes de que fueran excomulgados, o antes de ir a lugares más espaciosos. El estudio del Nuevo Testamento fácilmente entrega por los menos los siguientes elementos que hubo en los cultos de los primeros cristianos:

La Palabra de Dios. La lectura de las Escrituras era el elemento básico de los servicios de adoración en la sinagoga (véanse Nehemías 8:8,18; 13:1; Lucas 4:16; Hechos 13:27; 15:21). Esta práctica también fue adoptada por las iglesias del Nuevo Testamento en sus cultos de adoración. La obra misionera de Pablo en Tesalónica lo ilustra: “Como acostumbraba, fue a ellos, y por tres días de reposo discutió con ellos, declarando y exponiendo por medio de las Escrituras, que era necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos” (Hechos 17:2,3). En sus dos años de predicación en Éfeso, “todos los que habitaban en Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra del Señor Jesús” (Hechos 19:10). Pablo ordenó que sus cartas se leyeran “a todos los santos hermanos” (1 Tesalonicenses 5:27; cf. Colosenses 4:16), y a Timoteo exhortó: “Ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza” (1 Timoteo 4:13).

Predicación y enseñanza. No sólo se leía la Palabra de Dios, sino que era regularmente predicada y enseñada. El mensaje principal de esa temprana predicación (kerygma) era la historia de Jesús y el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento por medio de su encarnación, ministerio, muerte, y resurrección. La predicación del mensaje de la Cruz era lo céntrico (1 Corintios 2:2). Aunque no podemos distinguir fácilmente la enseñanza de la predicación, los sermones en Hechos y el contenido de las epístolas del Nuevo Testamento indican que la temprana enseñanza (didaskalia) en gran parte trata con doctrina, e incluía extensa instrucción ética.

Llamados al arrepentimiento. En el Nuevo Testamento no hay ciertas formas de llamados al altar, pero hay muchos llamados al arrepentimiento que no se deben pasar por alto. Pedro concluyó su sermón profético en el Día de Pentecostés con: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38). Esteban confronta fuertemente a sus oyentes (Hechos 7:51-53). En su predicación misionera Pablo y Bernabé mostraron a sus oyentes la necesidad de arrepentirse (Hechos 13:38-41). Las epístolas del Nuevo Testamento están llenas de llamados a creer el evangelio y a cambiar de conducta. Aun en la observancia de la Santa Cena se hace un llamado a examinar su vida antes de participar (1 Corintios 11:27- 32).

El bautismo en el Espíritu. Tan importante es el bautismo en el Espíritu Santo que la profecía de Juan el Bautista acerca de Jesús como el futuro Bautizador está incluida en los cuatro Evangelios, y Jesús la repite (Hechos 1:5). Los bautismos en el Espíritu efectuados en la iglesia primitiva fueron acontecimientos visibles, poderosos, y transformadores, con la evidencia inicial de hablar en otras lenguas. El reduccionismo racionalista o el emocionalismo sensacionalista no pueden replicar la vitalidad y el poder de la obra del Espíritu en la iglesia primitiva. Pedro marca la pauta: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros… y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38). En todo el libro de Hechos y en las epístolas del Nuevo Testamento, se enseña y se da por sentado la dinámica experiencia inicial y la continua plenitud del Espíritu.

Credos y declaraciones de fe. Muchos de los pasajes concisos y rítmicos del Nuevo Testamento parecen ser declaraciones de fe que se usaban en las primeras iglesias para instrucción y adoración. Uno de los “credos” más conocidos es Filipenses 2:6-11, que comienza así: “El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres.” Otros pasajes a menudo incluidos son: Lucas 1:46-55; Juan 1:1-18; Romans 10:9; 1 Corintios 15:3-5; Efesios 5:14; Colosenses 1:15-20; 1 Timoteo 3:16; 1 Pedro 3:18-22; Apocalipsis 4:8; 5:12. 15. Himnos. Al parecer se incluyeron en los cantos de alabanza de los primeros cristianos algunos de los pasajes mencionados arriba, juntamente con salmos, otros himnos compuestos por creyentes, y cantos “en el Espíritu” (1 Corintios 14:15). Jesús y sus discípulos cantaron himnos (Marcos 14:26, par. Mateo 26:30), como también Pablo y Silas cuando estuvieron encarcelados en Filipos (Hechos 16:25). Pablo escribió a “sus iglesias” en la provincia de Asia que se espera de un pueblo lleno del Espíritu que unos a otros se edifiquen y exhorta con “salmos, himnos, y cánticos espirituales” (1 Corintios 14:26; Efesios 5:19; Colosenses 3:16; cf. Romans 15:9). Aparentemente algunos de los himnos fueron compuestos de antemano mientras que muchos eran espontáneos e inspirados por el Espíritu.

Oración. Hay cerca de 175 referencias a la oración en el Nuevo Testamento. En Hechos vemos a la comunidad cristiana reunida en oración bajo diversas circunstancias: en el Aposento Alto (1:14); en las reuniones de los nuevos creyentes después del Pentecostés (2:42); en el templo (3:1); bajo amenaza de persecución (4:24); por los apóstoles (6:4); al buscar y apartar líderes (6:6); por el bautismo en el Espíritu (8:15); por sanidad (9:40); y en muchas otras circunstancias. Pablo anima a los tesalonicenses: “Estad siempre gozosos. Orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:16-18). A los efesios exhorta: “Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu” (Efesios 6:18). A veces combinaban la oración con el ayuno (Hechos 13:2). “No sabemos si en las iglesias paulinas hubo oraciones ya establecidas; en todo caso, las oraciones espontáneas por el Espíritu eran la norma.” 16. Dones espirituales. Las amplias instrucciones de Pablo a los corintios acerca de los dones espirituales y su debida función en la vida de la iglesia indican que estos dones eran parte regular de los cultos de adoración en la iglesia primitiva (1 Corintios 12-14). A él le preocupó comunicar dones espirituales a la ya bien establecida iglesia en Roma (Romanos 1:11) y ya había indicado a los tesalonicenses que no “[menosprecian] las profecías” (1 Tesalonicenses 5:20). El escritor de Hebreos recuerda a sus lectores cuán importantes habían sido los dones espirituales en su historia (Hebreos 2:4). Pedro exhortó a sus lectores que cuando alguien hablara mediante un don espiritual, “hable conforme a las palabras de Dios (logia theou)” (1 Pedro 4:10,11). En Hechos, por supuesto, vemos frecuentemente la operación de los dones espirituales en muchos distintos casos dentro de la iglesia y fuera de ella.

Sanidad. Santiago escribió en su epístola que cuando un creyente estuviera enfermo, “llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiendo con aceite en el nombre del Señor” (Santiago 5:14). Los dones de sanidades (1 Corintios 12:9) se pueden incluir entre los dones espirituales ya mencionados y se ve evidencia de ellos a través del relato de Hechos. Parece que la iglesia acostumbraba orar por la sanidad de sus miembros, aunque no tuvieran la seguridad de la manifestación de un don espiritual. A pesar de que fue grandemente usado por Dios en milagros de sanidades, Pablo en una ocasión tuvo que dejar a Trófimo “en Mileto enfermo” (2 Timoteo 4:20).

Ofrendas. Los hermanos de la iglesia primitiva entregaban regularmente ofrendas, probablemente en las reuniones programadas, para suplir así las necesidades de la comunidad (Hechos 4:34-37; 5:1,2). La iglesia en Antioquía reunió una ofrenda, supuestamente monetaria, para enviar a los hermanos en Jerusalén durante un tiempo de hambruna (Hechos 11:29,30). Pablo, que muchas veces recibía ofrendas de las iglesias que había fundado (Filipenses 4:18), instruyó a los corintios: “Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan entonces ofrendas” (1 Corintios 16:2).

La Santa Cena. Aunque no se estipula en el Nuevo Testamento la regularidad con que se debe celebrar la Santa Cena, ciertamente fue parte común e importante de la adoración en la iglesia primitiva (cf. Marcos 14:22-25; paralelos, Mateo 26:17-30; Lucas 22:7-23; 1 Corintios 11:17-34). Los primeros creyentes “perseveraban… en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan” (Hechos 2:46); aparentemente la cena se incluía en casi todas sus reuniones. La instrucción correctiva de Pablo en 1 Corintios 11 muestra que la Santa Cena era parte regular de los cultos de adoración y que muchas veces incluían una cena de comunión, el Ágape (Amor). Las instrucciones de Pablo en 1 Corintios 11:17-34 son las más tempranas indicaciones y explicaciones acerca de la Santa Cena. Pablo, seguido después por Lucas, documenta el mandato: “Haced esto en memoria de mí” (1 Corintios 11:24,25; cf. Lucas 22:19). Pablo explica el significado del pan y de la copa como el cuerpo y la sangre del Señor (11:24,25) y enseña que es un anuncio de “la muerte del Señor… hasta que él venga” (11:26). Él exhorta a todos los creyentes a que participen en la Cena con reverencia y regularidad, después de examinarse a sí mismos (11:27-32).

Hacia una definición de la adoración

La adoración bíblica tiene muchas facetas, y no todas se pueden captar en una breve definición. Sin embargo, el resumen del estudio sobre la adoración de David Peterson expresa bien los hallazgos de este documento.

A través de la Biblia, la adoración aceptable significa acercarse o dirigirse a Dios en los términos que Él propone y en la manera que Él hace posible. Comprende honrar (sic), servirlo y respetarla, abandonar cualquier devoción o lealtad que impida una exclusiva relación con Él. Aunque algunos términos bíblicos para la adoración pueden referirse a específicos gestos de homenaje, rituales o ministerio sacerdotal, la adoración es fundamentalmente la expresión de fe en obediencia y adoración. Por consiguiente, en ambos Testamentos muchas veces se indica como comunión con Dios, personal y moral, en cada esfera de la vida [énfasis nuestro]. 17. Y, captando la dinámica esencial del Espíritu en la adoración, Peterson añade: “Entonces, fundamentalmente, la adoración en el Nuevo Testamento significa creer el evangelio y responder con todo el ser y toda la vida a la persona y obra del Hijo de Dios, en el poder del Espíritu Santo.” 18. Orientación para la práctica contemporánea

Varios importantes fundamentos y conclusiones para orientación de la iglesia se pueden sacar de este estudio. Lo siguiente de ningún modo es exhaustivo:

  1. La verdadera adoración se centra en el Dios Trino —Padre, Hijo, y Espíritu Santo— cuando su pueblo lo alaba y glorifica. En primer lugar la adoración tiene que ver con el reconocimiento de Dios por quién Él es y por lo que Él hace. En segundo término, comprende los adoradores.

  1. La verdadera adoración de Dios produce una dinámica participación del Espíritu Santo que resulta en la edificación del creyente como individuo y de la iglesia en su totalidad.

  1. La verdadera adoración tiene que ver con el corazón, en que cada creyente desarrolla un estilo de vida que confiesa y honra a Dios en palabra y obra en dondequiera que vaya.

  1. La verdadera adoración conecta dinámicamente a los creyentes por medio del Espíritu unos con otros y con la misión de Dios de redimir a la humanidad.

  1. Se debe dar la debida atención y libertad a la obra del Espíritu en todos los aspectos de la adoración: oraciones, música y cantos, ofrendas, predicación y enseñanza, llamados al arrepentimiento, operación de los dones espirituales, y otros.

  1. Al planear la adoración se debe tener presente la naturaleza espontánea de la operación de los dones espirituales. Es necesario dar a la congregación la debida enseñanza bíblica, con instrucción firme y amorosa, y con claras explicaciones. Las estrategias de crecimiento que impiden la operación de ciertos dones espirituales en la adoración y la vida misionera de la iglesia no concuerdan con la esencial dinámica del Espíritu en la fe cristiana.

  1. La adoración incluye cada parte del culto, desde la invocación hasta la bendición final. Las gozosas alabanzas de música y cantos son poderosos dones que facilitan la adoración del pueblo de Dios, como es muy aparente en los Salmos. Sin embargo, no deben ser considerados “la adoración” al punto de excluir otros elementos del culto. Además, la música y los cantos, y otros puntos del programa antes de la predicación, no son “preámbulos”. Cada parte del programa debe ofrecer alabanza y gloria a Dios.

  1. Aunque la persona que dirige la música y los cantos puede haber sido designada como “director de adoración”, el título podría ser engañoso. Un mejor título sería “ministro de música” o algo similar. Cada persona que participa en la dirección pública de las varias partes del culto es, en términos estrictos, un director de adoración.

  1. Como cada parte del culto de adoración debe centrarse en glorificar a Dios y presentar su Palabra para edificación de la iglesia, todo el servicio debe ser planeado e integrado, para que en teoría y práctica dé lugar a la obra espontánea del Espíritu.

  1. De igual manera, para ofrecer diligente instrucción en la Palabra de Dios, los planes para la adoración deben hacerse a largo plazo y de manera integral, de modo que cada elemento sea de edificación para el creyente, y para que se celebren y expliquen las fechas conmemorativas y las principales doctrinas de la iglesia cristiana.

  1. Aunque la iglesia primitiva tuvo poderosos predicadores tales como Pablo que, en ocasiones, cautivaba por horas a la congregación (Hechos 20:7), como regla general la congregación participaba mediante la operación de dones espirituales, oraciones, cantos, ofrendas, y otros.

  1. En la adoración cristiana se debe aprovechar lo mejor en conocimientos técnicos, ofrecidos por personas dotadas por el Espíritu, siempre con el fin de glorificar a Dios. La búsqueda de excelencia debe también estar arraigada en humilde oración y dependencia del Espíritu, cuyo propósito es fortalecer y guiar a todo el cuerpo en adoración.

  1. Es obvio que los directores de adoración deben tomar en cuenta las formas de adoración y las preferencias musicales de quienes al presente sirven. Pero deben también considerar en oración los gustos de aquellos a quienes tratan de alcanzar. No hay norma musical, sea tradicional, contemporánea, o una combinación de ambas, que por orden divina alcance a todas las personas, todas las veces, y en todo lugar. La adoración dirigida por el Espíritu será creativa en su misión, pero respetará el imperativo de “guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:3).

En todas las cosas, ¡a Dios sea la gloria!